viernes, 7 de febrero de 2020

Pensamiento

Con frecuencia escuchamos a alguien citar parte de este versículo “Dad a César lo que es de César”. A partir de este versículo, y de otro más, comprendemos que tenemos la responsabilidad de pagar los impuestos y de vivir en armonía con las leyes de nuestro país. Sin embargo, ¿cuántas veces nos hemos enfocado en la segunda parte de la respuesta del Señor: “y a Dios lo que es de Dios”? ¿No está la parte más importante? Pues si somos obedientes a lo segundo automáticamente lo seremos con respecto a lo primero.
Albert Bleck

Devocional "El Señor Está Cerca", 2018, día 2 de diciembre

VELEMOS


Es únicamente al ser reunidos en el solo Nombre del Señor Jesús, ¿o, mejor dicho: 'hacia' su solo Nombre (Mateo 18:20) ?, al reconocer su sola autoridad y al admitir por única guía la del Espíritu Santo (1 Corintios 12:13) como los creyentes podemos congregarnos según la Palabra de Dios. Con este fin, el Señor nos llama a salir hacia Él "fuera del campamento" (Hebreos 13:13 - RV1960) para separarnos de toda iniquidad y andar con aquellos "que invocan al Señor de puro corazón" (2 Timoteo 2:22 -RV1909), es decir, obedeciendo plenamente sus enseñanzas. Semejante posición será forzosamente mal comprendida por el mundo religioso; pero -y queremos hacer énfasis sobre este punto- la posición de los creyentes que se han apartado de este modo no es, bajo ningún concepto, la de un separatismo orgulloso y engreído. Somos conscientes de nuestras flaquezas y de nuestras faltas y, si por obediencia primordial a la Palabra del Señor, nuestra comunión no puede extenderse a todos los creyentes sin distinción, en cambio, nuestro amor hacia ellos no tiene límite y llevamos a todos los demás creyentes, miembros del único Cuerpo de Cristo, en nuestros corazones.
Esta separación es motivada por el hecho triste y lamentable de que las denominaciones o 'sistemas' organizados de la Cristiandad rechazan de plano o modifican una o varias partes de la verdad revelada. Siendo esta verdad un conjunto homogéneo, un todo inquebrantable, si abandonamos una sola verdad o parte de ella -aun cuando tuviéramos todas las demás- no poseeríamos "la Verdad". Sabemos que la Asamblea o Iglesia de Dios es "columna y apoyo de la verdad" (1 Timoteo 3:15 - RV1909), y ¿cómo la realizaremos aquí de modo práctico si no estamos congregados según las enseñanzas de toda la Biblia?, ya que la Palabra de Dios es la verdad (Juan 17:17), y el obedecerla nos purifica (1 Pedro 1:22).
En su infinita gracia y desde hace mucho tiempo, el Señor ha suscitado en España un Testimonio conforme a sus designios y le ha sostenido a través de las pruebas y repetidos ataques del Enemigo: todos conservamos en nuestros corazones el recuerdo de hermanos muy queridos -ahora en la presencia del Señor- los cuales han sido fieles siervos e instrumentos de mucha bendición para la manada pequeña.
Ahora, es a una nueva generación que incumbe la responsabilidad del Testimonio. Roguemos al Señor, queridos hermanos, para que nos mantenga fieles. Acaso, ¿no corremos el riesgo, al relajar la vigilancia, de debilitar aquel Testimonio tan precioso a los ojos de Dios? Velemos, pues, según nos exhorta a ello la Palabra. (Mateo 26; Marcos 13; 1 Pedro 5) y no olvidemos que el poder del cual será revestido nuestro testimonio dependerá de una estricta obediencia a toda la Palabra de Dios y de una completa separación con el mundo bajo sus múltiples aspectos: social, político, científico, artístico o religioso, sin dejar por eso de pregonar la Buena Nueva a ese mismo mundo del cual hemos salido; lo cual no deja de constituir un verdadero problema, por cierto, pero cuya solución está en Cristo (1 Juan 5).
VELEMOS... y mantengámonos fieles en los detalles de nuestra vida cotidiana: delante del Señor, para con nuestros hermanos, frente al mundo, estando llenos de humildad y de amor según Dios. Seamos leales en la asamblea, en nuestra marcha colectiva y antepongamos la obediencia a la Palabra antes que cualquier asunto.
Guardémonos del mundo; al unirnos con él, no podremos vencerlo y nos constituiremos 'enemigos de Dios' (Santiago 4:4). Guardémonos de nuestros propios corazones, juzgándonos diariamente a fin de que el Espíritu Santo pueda obrar libremente en nosotros y guiarnos en todo.
VELEMOS. Leamos y meditemos la Palabra de Dios bajo la mirada del Señor, día tras día, individualmente y en el círculo familiar: es nuestra común salvaguardia contra los ataques del adversario merodeando alrededor nuestro y dispuesto a aprovechar cualquier descuido nuestro (1 Pedro 5: 8, 9). Algunos versículos leídos con oración regocijarán nuestros corazones en medio de nuestros quehaceres.
El señor conoce nuestras dificultades; no nos pide que hagamos algo por encima de nuestras fuerzas, Él quiere nuestros corazones. Además, la Palabra de Dios nunca se dirige a los sentimientos humanos: quiere ella obrar en los corazones y en las conciencias. No seamos como el pueblo de Israel del cual se dijo. "Este pueblo de labios me honra, más su corazón lejos está de mí" (Mateo 15:8 - RV1960).
VELEMOS Y OREMOS. Suban continuamente nuestras preces y acciones de gracias delante del trono de nuestro Dios y Padre. Oremos intercediendo los unos por los otros, supliquemos para las asambleas, para nuestros hermanos y hermanas aislados, para nuestros hijos y parientes inconversos, para que se extienda el glorioso Evangelio, para los pobres y afligidos. . . Oremos.
La oración es el arma del combate de la fe; está siempre a nuestra disposición; como se ha escrito, ella es 'la respiración del alma'. Imitemos a Epafras, siervo de Cristo, "siempre solícito...en oraciones" (Colosenses 4:12 - RV1909).
Si velamos, estando al servicio del Señor, nuestros corazones estarán llenos de la paz de Dios que "sobrepuja todo entendimiento" (Filipenses 4:7 - RV1909), y de un gozo de mucho superior a todo lo que el mundo pudiera ofrecernos, muy superior aún al gozo que nos pudieran traer las circunstancias de la vida, porque aquél será celestial y tendrá su vivo manantial en Cristo mismo.
Amados hermanos, ha tocado para nosotros, la hora del servicio y del testimonio. Es sólo en la tierra que nos es brindada la oportunidad de poder ser, cual antorchas en medio de la noche, testigos del Señor; y esta suerte no la tendremos más que una sola vez. ¡No la dejemos escapar! "La noche viene, cuando nadie puede obrar..." (Juan 9:4 - RV1909).
Pronto ya no se nos pedirán semejantes frutos; cuando estaremos en la gloria con el Señor para siempre, nuestra porción eterna será entonces la adoración.
Que esta esperanza nos santifique y nos anime a seguir velando, negociando nuestros "talentos", sean pocos o muchos, en espera de Su venida.
"A Aquel, pues, que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros delante de su gloria irreprensibles, con grande alegría, al Dios solo sabio, nuestro Salvador, sea gloria y magnificencia, imperio y potencia, ahora y en todos los siglos. Amén". (Judas, versículos 24 y 25).
A.N.
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1953. No.1.-

ENOC, SÉPTIMO DESDE ADÁN



Los 365 días del año … están llegando rápidamente a su fin y nos hacen recordar que los 365 años de la vida de Enoc también llegaron a su fin.

La breve biografía de este gran hombre de Dios se halla en Génesis 5.18 al 24, el autor del cual es el Espíritu de Dios. El capítulo es el registro del nacimiento, matrimonio, descendencia y muerte de ocho personas. Figuran dos más. Enoc contó con menos de la mitad de los años de los demás, y de él se dice que “fue traspuesto para no ver muerte”. Al final del capítulo se dice de Noé que “halló gracia en los ojos de Dios”. El sería salvo del diluvio, con toda su casa.

En el Nuevo Testamento hay dos comentarios breves tocantes a la vida de Enoc. El aparece en Hebreos 11 entre los grandes héroes de la fe, con la advertencia de lo indispensable de la fe para agradar a Dios. En Judas 14 y 15 se habla de nuevo de él. De lo que la Biblia dice de Enoc, se pueden destacar cinco características.
Su fe
De Adán salieron dos líneas: la de Caín, con su rebelión contra Dios, y la de Set, que era la línea de la fe. Esta segunda es la línea de Génesis 5. Fue cuando Enoc llegó a los 65 años de edad que tuvo una experiencia positiva de empezar a caminar con Dios. No había ningún libro de la Biblia escrito en aquel entonces, pero Dios le comunicó a Enoc sus pensamientos y propósito, y él los apropió por fe. El empezó con fe en la revelación de Dios, y su camino con él fue sostenido por fe cada día durante trescientos años.
La vida del creyente empieza con fe y consta de la misma en toda su trayectoria. La amonestación solemne de Hebreos 10.35 es: “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón”.
Su familia
Su primer hijo, Matusalén, nació en aquel día inolvidable cuando Enoc empezó a andar con Dios. Después, engendró hijos e hijas. Enoc siguió caminando con Dios y agrandándole como padre de familia sin permitir que las obligaciones del hogar impidiesen su comunión con Dios.
El matrimonio es una institución divina; cuando la unión conyugal es de Dios, la pareja le da la parte y el lugar que le corresponde en el hogar. El nombre del primer hijo de Enoc es notable y es único en la Biblia. Es, “muerto, vendrá”, a saber, que cuando él haya muerto, vendrá el diluvio. Era un aviso a todos, y sirvió para infundir el temor de Dios a los demás en el hogar.
Cuando la verdad de la pronta venida del Señor controla la vida de los padres, sin duda habrá una repercusión en los hijos, despertando en ellos una preocupación por la salvación de sus almas.
Su fidelidad
“La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto”, Salmo 25.14. Caminando Enoc con Dios, le fue comunicada la estupenda revelación de la venida en gloria del Señor Jesucristo “con sus santas decenas de millares”, como lo expresa Judas. Ese mensaje que él anunciaba es exactamente lo que encontramos en Apocalipsis 19.11 al 14.
Con valor Enoc denunció el estado pecaminoso que existía en su época inmediatamente antes del diluvio. Hablaba de los impíos y sus obras, de cómo se conducían “impíamente” y de qué decían contra Dios. El salvó su responsabilidad para con sus contemporáneos con el fin de que ellos se arrepintiesen.
Sin buscar la popularidad ante esa generación adulterina, el profeta buscaba la comunión con Dios, sintiendo la compasión divina. Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad; 1 Timoteo 2.4. Nosotros también somos testigos del Señor ante un mundo impío, y pedimos que Él nos ayude a cumplir con el deber ante aquellos que nos rodean.
Su fama
El Génesis 6 comienza con una mención de mujeres hermosas y hombres valientes, “varones de renombre”. Parece que buscaban una fama mundana como las estrellas de cine y los héroes del deporte profesional en el día de hoy.
Mientras que el hombre mira la apariencia exterior, Dios mira el corazón. El vio que todos se habían corrompido y la tierra estaba llena de violencia. Eran pecadores “famosos”, pero la fama de Enoc era de otra índole: “Él tuvo testimonio de haber agradado a Dios”.
La fama mundana se acaba pronto, pero esta fama es eterna. El diablo desea interesar al creyente en las detracciones y atractivos de un mundo que está condenado al juicio, y quien se entregue a estas cosas pronto perderá su espiritualidad al estilo de Sansón. La inspiración del cristiano está en los héroes de la fe.
Su fin
Habiendo andado con Dios durante trescientos años, Enoc estaría más interesado en las cosas de arriba que en las de la tierra. Sin embargo, él no descuidaba sus deberes temporales y familiares, ya que nuestro Señor diría que debemos dar a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. “Si alguno no provee para los suyos”, diría el apóstol, “ha negado la fe, y es peor que un incrédulo”.
“Mejor es el fin del negocio que su principio”, Eclesiastés 7.8. ¡Maravilloso el día cuando Enoc vio abiertas las puertas del cielo y su Dios le condujo por la mano a las mansiones de luz!
El traslado de Enoc antes del diluvio es figura de aquel momento glorioso cuando la Iglesia de Cristo oirá la trompeta de Dios. Subiremos instantáneamente a la presencia de nuestro Señor para no estar separados más nunca. Andando con Cristo aquí, es cierto que sufriremos el vituperio y la persecución por amor a su nombre, pero grande será la gloria para nosotros en el día de su manifestación. Efectivamente, nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, Colosenses 3.3.

Por S. J. (Santiago) Saword


Las tres maneras más fecundas cómo el diablo obra en la Iglesia

Irreverencia, mala doctrina y falsa profesión


Son muchos los ardides que Satanás promueve con el fin de distraer a los hombres, ya sean creyentes o no, y donde más se destaca su astucia es en hacer descuidar a los hijos de Dios para que no presten atención a la Palabra del Señor.


Cristo dijo: “El Sembrador salió a sembrar. Y aconteció sembrando, que una parte cayó junto al camino; y vinieron las aves del cielo, y la tragaron.” (Marcos 4:3,4) El mismo Señor explicó que estas aves representan a Satanás, que quita la Palabra de los corazones de aquellos que la oyeron.
La falta de consagración y de santidad práctica se debe al poco interés y a la falta de reverencia al oír o leer la Palabra de Dios. El secreto del éxito de la vida del profeta Samuel se debe a la inclinación de su oído: “Habla, que tu siervo oye.” (1 Samuel 3:10)
El diablo quita la concentración a la Palabra de Dios por medio de la preocupación y ansiedad de esta vida. En el culto el diablo roba la preciosa palabra cuando un hermano duerme durante el culto o si se distrae o distrae a los demás. Permitir la indiferencia o postergar la ejecución después que se oye la Palabra de Dios son derrotas del creyente y victorias para el diablo que, con su lema, “Hoy, no; mañana, sí,” se han perdido millones de seres humanos.
La segunda manera como el diablo obra en la Iglesia: primero, roba la semilla; ahora, siembra cizaña. (Mateo 13:24-26) En este caso, siembra la cizaña entre la simiente y como consecuencia trae tres grandes dificultades: 1. la semejanza al trigo (v. 26); 2. la raíz entrelazada con la raíz del trigo (v.29); 3. los frutos malos de su naturaleza (vv. 25,30).
¡Oh, cuánto mal ha hecho la cizaña en la Iglesia! Las adiciones humanas a la doctrina apostólica es cizaña. Las sectas heréticas confundidas con el cristianismo son cizaña. Las divisiones entre los hermanos que han debilitado el testimonio, es cizaña. Las campañas evangelísticas con su multitud de convertidos sin haber permitido la obra del Espíritu Santo, es cizaña que se introduce en la Iglesia. La liviandad y mundanalidad practicadas por muchos cristianos que escandaliza, contrista y aparta a los sencillos, es cizaña.
La semejanza de la cizaña al trigo se ve cumplida en muchos cristianos profesantes que tienen miel en la boca y ajenjo en sus obras. Ahora poco, visitamos a unos creyentes en La Guaira. Nos contaron su historia de veinticinco años atrás, cuando habían sido convencidos del evangelio. En su camino se interpuso otro creyente con lengua muy dulce, pero sus obras hicieron que esa familia se retirara del evangelio hasta ahora que han obedecido a la fe y al bautismo.
El tercer trabajo del diablo en la Iglesia, lo hace a la sombra del árbol de mostaza, figura de la Iglesia en su principio y su desarrollo. (Mateo 13:31,32) Las aves o Satanás han hecho nido en las ramas del árbol. Encaramados allí, aparecieron juntamente en la iglesia de Colosas los que estaban rindiendo culto con mucha humildad a los ángeles. En los días del profeta Jeremías, el pueblo rendía culto a la reina del cielo.
El romanismo ha hecho el nido más grande, porque ha hecho a María la reina del cielo, la madre de todos, arca de la alianza, etc. Hicieron su nido también los legalistas que aparecieron en las iglesias de Galacia, y más nidos siguen perfilándose con la cantidad de nuevas y diversas doctrinas. El fin que el diablo persigue es confundir a las gentes para que no se salven. El que oye la Palabra del Señor y la obedece dará fruto de acuerdo a su capacidad a treinta, a sesenta y a ciento.
José Naranjo, Sana Doctrina, Venezuela.

EL CRISTIANISMO ES CRISTO


El cristianismo es la única religión en el mundo que descansa sobre la Persona de su Fundador. El mahome­tano puede ser un fiel mahometano independientemente de Mahoma; el budista puede ser leal a Buda sin saber nada de Buda; pero con el cristianismo no sucede lo mismo. El cristiano está tan indisolublemente unido a Cristo que nuestra visión de la persona de Cristo implica y determina nuestra visión del cristianismo.
“La relación que hay entre Jesucristo y el cristianismo difiere totalmente de la relación que existe entre los fundadores y las religiones o filosofías que llevan su nombre. El Platonismo, por ejemplo, puede definirse como el método de pensamiento filosófico de Platón; el Maho­metismo, como la creencia en la revelación concedida a Mahoma; el budismo, como la lealtad a los principios enunciados por Buda. Pero el cristianismo es en esencia la adhesión a la Persona de Jesucristo(F. J. Foakes-Jackson).
Se ha señalado también el hecho insólito de que, entre las grandes religiones del mundo, el cristianismo es la única que toma su nombre de su Fundador, y que, aunque es cierto que nosotros damos a las demás religiones el nombre de sus fundadores, los adherentes de ellas no se dan ese nombre.
Este hecho es profundamente significativo. ¿No sugiere acaso que la relación entre el cristianismo y Cristo es tan estrecha que no se pueden disociar ambos? El cristia­nismo no es ni más ni menos que relación íntima con Cristo.
La idea y el hecho fundamentales del cristianismo es la Persona de Cristo. "¿Qué pensáis del Cristo?” es hoy el problema crucial como lo ha sido en el correr de los siglos. Esa interrogación es una piedra de toque del cristianismo y de la relación entre el hombre y éste. Por cerca de diecinueve siglos toda la atención de amigos y enemigos se ha concentrado en la Persona de Cristo. Tanto seguidores como impugnadores se han dado cuenta de la importancia de la Persona del Fundador del cris­tianismo.
Por una parte, Jesucristo ha sido el centro de la opo­sición en casi todas las épocas; por la otra, ha sido el objeto de la adoración y de la devoción profundas de todos los cristianos. No podemos escapar a este hecho central; él influye en nuestro pensamiento, gobierna nues­tros actos y prueba nuestra actitud entera hacia la reli­gión de Cristo.
Esta cuestión de la Persona de Cristo es predominante en nuestros días. En los últimos sesenta años Jesús se ha convertido más y más en el foco de la atención humana. Las diversas “Vidas de Cristo” escritas en Ale­mania, Francia e Inglaterra, son un testimonio inequívoco del interés perenne del tema.
La concentración moderna de la crítica sobre los Evan­gelios con una agudeza sin paralelo es prueba de que los hombres de todas las escuelas se dan cuenta de la natu­raleza central y básica del problema. Se ha estudiado la historia con el objeto de descubrir lo que tiene que decir sobre Jesucristo. Los documentos de la Iglesia primi­tiva se han vuelto a examinar con minucioso cuidado por los datos que contienen sobre El, y de nuevo se ha esta­blecido un análisis por comparación, del contenido de la historia y de la Iglesia en cuanto a Cristo, para saber si ambas van de acuerdo, o al menos si puede encontrarse una relación adecuada.
“La personalidad de Jesús se ha destacado en la con­ciencia de la Iglesia con la fuerza casi de una revelación cuyos resultados últimos se han de ver en el futuro. Es literalmente cierto que este siglo está frente a frente de esa Gran Figura como ningún siglo lo ha estado antes, incluyendo al siglo primero”.
La cuestión fundamental deja de ser simplemente una cuestión de creencia en esta o aquella doctrina, o de la autenticidad de éste o de aquel libro de la Biblia, para convertirse en una pregunta inquietante: ¿Es Dios Jesu­cristo? Los cristianos creen y están convencidos de que no hay alternativa verdadera entre la aceptación de este punto de vista y la remoción de Jesucristo del lugar supremo que ha ocupado en la Iglesia cristiana a través de los siglos. O le ha sido concedido un lugar al cual tiene derecho, o se le ha encarecido tanto que su valor espiritual no puede ser considerado sino apenas como algo más que un ejemplo. Jesucristo debe ser, o el Objeto de la fe de los hombres o bien simplemente su Modelo. La Iglesia cristiana se ha asido firmemente a la primera de ambas posiciones, convencida del todo de que es la única posición defendible. No es exagerado decir que, en este punto, tal como se ha reconocido en el correr de los siglos, el cristianismo se sostiene o se derrumba.
Carlyle así lo reconoció cuando dijo: "Si se hubiera perdido la doctrina de la divinidad de Cristo, el cristia­nismo se hubiera desvanecido como un sueño”; y Lecky, con toda verdad observa: "El cristianismo no es un sistema de moral; es la adoración de una Persona”.
Una razón especial para dar preeminencia a este asun­to en la actualidad reside en el estudio comparado de la religión. El cristianismo está siendo comparado hoy con otras religiones en una forma que no hubiera sido posible hace unos cuantos años, y tal comparación con­duce inevitablemente a la cuestión de la persona de Cristo.
Los hombres están haciendo algunas preguntas agudas como: ¿En dónde reside lo singular del cristianismo? ¿Qué hubo de nuevo en él? ¿Qué trajo el cristianismo al mundo que no hubiera existido antes?
La respuesta cristiana es: Cristo; la Persona de Cris­to, la singularidad de Cristo y de Su obra. La controversia, en consecuencia, gira en torno de hechos. El cristianismo es una religión histórica, y como pretende descansar en Cristo, se sigue necesariamente que la importancia de Cristo es vital a la realidad y a la continuación del cris­tianismo como una religión histórica. Por esa misma razón le es imposible evadir la crítica y la comparación con otros credos, y los cristianos no deben temer en lo más mínimo tal examen.
La Persona y la obra de Cristo pueden y deben com­parecer ante la barra de la razón y de la historia, y ningún cristiano puede hacer otra cosa que acoger de buen grado la investigación plena y cuidadosa de la per­sona del Fundador de nuestra religión.
Parece necesario decir una palabra sobre el método adoptado en la presente investigación. Hay dos maneras de abordar el asunto: podemos principiar con un exa­men sobre la verosimilitud de los Evangelios como fuentes de nuestro conocimiento de Cristo, o podemos comenzar fijando nuestra atención en el cuadro de Cristo tal como está trazado en los Evangelios, y luego proceder a sacar nuestras conclusiones como resultado de las impresiones adquiridas de tal manera. Es este último método el que hemos escogido. Deliberadamente evitamos intentar esta­blecer la verosimilitud de los Evangelios antes de estudiar el cuadro de Cristo trazado en ellos. Preferimos invertir el proceso porqué deseamos apelar en primer término, a aque­llos que no desean y que tal vez no están preparados para entrar en los laberintos de la crítica, de los Evangelios (…) y de los problemas suscitados en nuestros días, pero el método que por ahora hemos adop­tado deliberadamente tiene por objeto llamar la atención al cuadro de Cristo para obtener una impresión definida de El tal como se destaca allí, a fin de sacar conclusiones más tarde en cuanto a los documentos. En consecuencia, tomamos los Evangelios tal como son y sin dar por sentado nada en cuanto a su inspiración y los consideramos sim­plemente como documentos aceptados hoy en todo el mundo como fuentes primarias de nuestro conocimiento de Cristo, documentos que han sido considerados así por todos los hombres, al menos, desde el año 200 A. D.
En tal virtud, principiaremos con el menor número posible de presuposiciones y conclusiones, y nos esfor­zamos por derivar nuestra doctrina de Cristo del relato de los Evangelios.
A la consideración, entonces, de la Persona de Cristo, van dirigidos nuestros esfuerzos. Que tal es el rasgo más prominente de los Evangelios, es obvio hasta para el lector más fortuito. Que ello fue la substancia de la propia enseñanza de Cristo, el tema principal de la predicación y de la enseñanza apostólicas y la vida misma de toda la historia de la Iglesia, será algo admitido por todos, sea cual sea la opinión que tengan con respecto a Cristo.
Hemos de esforzarnos por encontrar la razón de esta focalización de la atención en Cristo para saber si la Iglesia cristiana está justificada al haber dado preemi­nencia indiscutible y posición única a la persona de su Fundador.
Capítulo 1 “EL HECHO DE CRISTO” del Libro
 “El Cristianismo es Cristo”, por W.H. Griffith Thomas

El significado de la cruz para Cristo


Para Cristo y para Dios la cruz es la expresión suprema de la autoridad de Dios
Al iniciar su misión redentora en el mundo el Hijo exclamó: “¡Heme aquí para que haga, oh Dios, tu voluntad!” y la entera sumisión a la voluntad divina le hizo ser “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (He. 10:7; Fil. 2:8; Ro. 5:9). En vista de que el Hijo, igual al Padre en esencia y gloria, se sometiera a la voluntad divina, es evidente que todo otro ser tendrá que rendirse ante la autoridad del trono celestial.
La cruz en grado supremo deleita el corazón de Dios
Debiéramos pensar siempre en primer término en lo que es la cruz para Dios mismo, teniendo en cuenta el simbolismo del holo­causto del primer capítulo de Levítico que era “ofrenda encendida, olor suave a Jehová”. Fue preciso ante todo que Dios quedara satis­fecho por medio del gran acto de obediencia de su Hijo, y por eso Pablo, recogiendo el lenguaje levítico, nos declara que Cristo “se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor suave” (Ef. 5:2).
La cruz es la base de una manifestación especial del amor de Dios para con su Hijo
El amor que une al Padre con el Hijo en el seno de la Deidad ha de ser necesariamente perfecto en su eternidad, pero tal fue el agra­do del Padre ante la entrega voluntaria del Hijo que esta produjo una manifestación especial de amor y de aprobación: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida para volverla a tomar” (Jn. 10:17).
Para Cristo personalmente la cruz es el camino a la diestra del trono como el Dios-Hombre triunfador
La posición esencial del Hijo es “en el seno del Padre” (Jn. 1:18) pero habiendo aceptado la misión de redimir al hombre caído, y en cumplimiento de ella se encamó, llegando a ser el “Hijo del hom­bre”: el campeón de la humanidad que libra la batalla contra Sata­nás. En la cruz ganó la victoria, derrotando al enemigo por el hecho de anular el pecado y agotar la muerte. Así pudo ascender a la diestra de la Majestad en las alturas (lugar de todo poder ejecutivo) revestido de la doble gloria de su divinidad esencial e inalienable, unida ya con la gloria que adquirió como el hombre vencedor (Jn. 1:18; Fil. 2:6-11; He. 2:9; 8:1).
Por la cruz Cristo se posesionó de su Iglesia redimida
Por haber pasado a través de la muerte, no se halla ya solo como “el grano de trigo”, sino acompañado de los suyos, gozándose en el fruto abundante de la cruz en victoriosa glorificación (Jn. 12:24). Sólo así pudo alcanzar el gozo que le fue propuesto y ser hecho perfecto como el autor y consumador de la fe; sólo así pudo ser el “primogénito entre muchos hermanos”, la Cabeza de los innumera­bles miembros del Cuerpo, adquiriendo aquella Iglesia que es “su cuerpo, la plenitud de Aquel que llene todas las cosas en todos” (He. 2:10; 12:2; Ro. 8:29; Ef. 1:22-23).
Ciertamente Cristo, como persona divina, no pudo ganar nada por medio de la cruz, ya que su gloria eterna era infinita. El hombre glorificado a la diestra del Padre no posee más divinidad ahora de la que era suya en la eternidad, antes de encamarse, sino que pide al Padre la renovada manifestación de la misma gloria: “Padre, glorifí­came tu cerca de ti mismo con aquella gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo fuese” (Jn. 17:5). En cambio, como Redentor y el “postrer Adán”, Cristo ha ganado una nueva exaltación, teniendo ya un nombre que es sobre todo nombre”, en el cual se doblara “toda rodilla en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra” (Ro. 5:12- 21; 1 Co. 15:45; Fil. 2:9-10).
Pablo se deleita en contemplar este amor revelado en la cruz: “El Hijo de Dios que me amó, y se entregó a Sí mismo por mí’. . . Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella” (Gá. 2:20; Ef. 5:25). Cristo ha hecho que su muerte agonizante en la cruz sea la bendita fuente de nuestra ... ¡He aquí la respuesta de su amor redentor a nuestra rebeldía y odio! Por tal medio la victoria aparente de Satanás se convirtió en una derrota tremenda y decisiva, al par que la aparente derrota de Cristo llegó a ser su victoria suprema, manifestación de su poder infinito (cp. Jn. 4:9, 10; Ro. 5:6-8).
Erich Sauer
El Triunfo del Crucificado, Página 49-51.

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A TIMOTEO (1)

Introducción



         La Primera Epístola a Timoteo presenta a la iglesia de Dios como la casa de Dios y prescribe su orden divino según la mente de Dios. Reconoce que había, incluso entonces, individuos que se habían apartado a vana palabrería, deseando ser doctores de la ley, y que había algunos que habían naufragado en cuanto a la fe. Se dan, también, advertencias de que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe. No obstante, la masa de los cristianos es vista como deseando responder a sus responsabilidades manteniendo el orden de la casa de Dios, y el gran propósito del Espíritu en la Epístola es dar instrucciones en cuanto a ese orden y a la conducta consistente con él en todos los detalles de su administración en la tierra.
         En la Segunda Epístola a Timoteo todo cambia. La iglesia, como casa de Dios, ya no es vista como mantenida en el orden según Dios, sino como habiendo caído en desorden por efecto del fracaso del hombre. En vista de este fracaso y desorden el apóstol Pablo escribe a Timoteo para estimularle, instruirle y exhortarle en un día de ruina y, además, advertirle que el mal continuaría y aumentaría durante todo el transcurso de la dispensación, manifestándose en sus peores formas en los postreros días.
         Así, en el curso de la Epístola, aprendemos que ya en la época del apóstol el evangelio estaba en aflicción, el predicador a los Gentiles estaba en prisión, y los santos habían abandonado a uno que les había dado a conocer la verdad plena del cristianismo (2 Timoteo 1). Falsos maestros se estaban levantando en la profesión cristiana quienes, mediante profanas y vanas palabrerías, estaban enseñando errores que conducirían a la impiedad, de tal manera que, como resultado, la casa de Dios vendría a ser como una casa grande en la que hay utensilios para usos honrosos asociados con utensilios para usos viles (2 Timoteo 2). Además, si tal era la condición que tenía su comienzo en aquel día, una condición peor seguiría. En los postreros días vendrían tiempos peligrosos cuando la masa de cristianos profesantes estaría caracterizada por la apariencia de piedad sin su eficacia (N. del T.: "teniendo la forma de la piedad, más negando el poder de ella" - 2 Timoteo 3:5 - VM). En una condición semejante los malos hombres irían de mal en peor hasta que finalmente la profesión cristiana no soportaría la sana doctrina. De este modo, en la Primera Epístola la masa es contemplada aún como fiel, aunque los individuos pudiesen fracasar: en la Segunda Epístola la masa ha fracasado, y solamente los individuos permanecen fieles a su profesión (2 Timoteo 3 y 2 Timoteo 4).
         Además. la Epístola muestra que en el momento cuando la tormenta de mal estaba surgiendo, el mismo que tan a menudo derrotó al enemigo y condujo a los santos, estaba a punto de ser quitado. De este modo podría parecer que el apóstol iba a ser quitado en el momento mismo cuando su presencia se necesitaba más.
         Sin embargo, esta combinación de circunstancias - la tormenta naciente de mal y la remoción de uno tan apropiado para enfrentarla - es usada por el Espíritu de Dios para demostrar a los fieles en todo el transcurso del período cristiano que, aparte de toda acción humana, Dios es suficiente para cada emergencia que ellos puedan ser llamados a enfrentar.
         Aunque estaba a punto de partir, y esperando con confianza la corona de justicia en el día del Señor, el apóstol no podía más que sentir profundamente el fracaso de aquello que, conforme a Dios, él había sido utilizado para establecer en la tierra. Todo este dolor de corazón él lo vierte en los oídos de sus amados hijos en la fe. Este desahogo del corazón del apóstol a Timoteo es usado por el Espíritu de Dios, por una parte, para advertir anticipadamente a los creyentes del carácter progresivo de la corrupción de la Cristiandad a través del transcurso de toda la dispensación y, por otra parte, para presentarnos la grandeza de nuestros recursos en Dios, en Cristo y en las Escrituras, para que podamos sostenernos en medio del mal y andar conforme a la mente de Dios en tiempos peligrosos.
         La enseñanza de la Epístola es presentada en el orden siguiente:

1.     
1.    En primer lugar, en 2 Timoteo 1, las consolaciones permanentes del piadoso en el día de ruina;
2.    En segundo lugar, en 2 Timoteo 2, la senda del piadoso en un día de ruina;
3.    En tercer lugar, en 2 Timoteo 3, los recursos del piadoso en los días postreros;
4.  En cuarto lugar, en 2 Timoteo 4, las instrucciones especiales para el servicio a Dios en el día cuando la masa de la profesión cristiana ya no soportará la sana doctrina.

LA OBRA DE CRISTO (12)

SU OBRA FUTURA






II.-Las Glorias de su Reino


 “Y en los días de estos reyes, levantará el Dios del cielo un reino que nunca jamás se corromperá: y no será dejado a otro pueblo este reino; el cual desmenuzará y consumirá todos estos reinos, y él permanecerá para siempre” Dn. 2,44; “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí en las nubes del cielo como un hijo de hombre-que venía, y llegó hasta el Anciano de grande edad, e hiciéronle llegar delante de él. Y fuéle dado señorío, y gloria, y reino; y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron; su señorío, señorío eterno, que no será transitorio, y su reino que no se corromperá” Dn, 7.13,14. El estudio detenido de estos dos pasajes fundamentales copiados de las grandes profecías de Daniel establecerá que este reino prometido ven­drá con la vuelta 'de Cristo; lo precederá un gran golpe de justicia asestado a los reinos terrenales;  Nabucodonosor lo vio así en su sueño profético.
Tal reino es un reino terrenal y todas las nacio­nes se congregarán en tal reino. Jerusalén y el pueblo convertido de Israel serán su centro, y el Señor Jesucristo y sus santos reinarán sobre la tierra y sobre ese reino, ¿Y cuál será su obra en­tonces? Solamente pueden mencionarse unas pocas cosas de las muchas que puede hacer. “Hablará paz a las gentes” Zac. 9.10; “Juzgará con justicia a los pobres y reprobará con equidad los mansos de la tierra” Is. 11 ;4; “Dará juicio a las gentes” Is. 42.1; “Y juzgará entre las gentes, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces: no alzará espada > gente contra gente, ni se ensayarán más para la guerra” Is. 2.4. El Señor también “levantará pendón a las gentes y juntará los desterrados de Is­rael, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro cantones de la tierra” Is. 11.12; “Y uniránse mu­chas gentes a Jehová en aquel día, y me serán por pueblo” Zac. 2.11; “Y Jehová será rey sobre toda la tierra” Zac. 14.9; “He aquí que en justicia reinará un rey” Is. 32.1; “Reinará Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra” Jer. 23.5; .,
Muchos otros pasajes podríamos citar en los que se predice y descubre el reino y su glorioso poder. Todas estas palabras benditas tienen exactamente el significado que expresan. La justicia y la paz caracterizarán el reino de nuestro Señor Jesucristo que se extenderá a todas las partes del mundo, y su gloria cubrirá la tierra a igual manera que las aguas cubren la profundidad del mar. Las naciones lo adorarán, “Y arrodillarse han a él todos los reyes; le servirán todas las gentes. Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los cabos de la tierra” Sal. 72.8, 11. Y los males, y la tiranía, el crimen y el vicio, la pobreza y las enfermedades, todo lo cual nos aflige hoy, se abolirán por completo. Y Él es el único que tiene el poder de realizar tan hermoso por­venir. ¡Oh, las glorias del reino! Oremos: “Así sea, Jesús; ven a nosotros, vénganos tu reino”.

La Salvación de la Creación
“Porque el continuo anhelar de las criaturas espera la manifestación de los hijos de Dios. Porque las criaturas sujetas fueron a vanidad, no de grado, más por causa del que las sujetó con esperanza, que también las mismas criaturas serán libradas de la servidumbre de corrupción en la libertad glo­riosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que to­das las criaturas gimen a una, y a una están de parto hasta ahora” Ro. 8.19-22. El pecado ha tra­ído la maldición sobre la tierra. Las espinas y los I cardos son el resultado de la caída *del hombre, así como de la devastación y miseria que agobia a una creación que el Creador declaró buena. Mas esta situación deplorable en que la creación se ha coloca­do no se prolongará eternamente. El día de bo­nanza ha de llegar. La creación gimiente se verá libre del pecado, y también de la maldición, que será retirada. El hombre no puede cumplir esta obra. Los científicos tratan infructuosamente de poner en orden las cosas de esta creación derrum­bada. Los elementos de destrucción, el calor, la sequía, las tempestades y los terremotos no pueden dominarse por el brazo del hombre.
El Hijo de Dios llevó la corona de espinas. La maldición pesó sobre El. Y el Hijo que creó todas las cosas y pagó por la redención el precio de su preciosa sangre, con omnipotente fuerza librará del pecado a la creación gimiente. Y eso sucederá cuando los hijos de Dios sean manifestados. Los hijos de Dios (los redimidos) serán manifestados con el Señor, como ya hemos visto, el día en que se veri­fique su aparición visible. Entonces se cumplirá la gran visión de Isaías: “Morará el lobo con el cor­dero, y el tigre con el cabrito se acostará: el bece­rro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león, como el buey, comerá paja. Y el niño de teta se entretendrá sobre la cueva del áspid, y el recién destetado ex­tenderá su mano sobre la caverna del basilisco” Is. 11.6-8.

Todo Bajo su Planta
La dispensación del cumplimiento de los tiem­pos ha llegado, Ef. 1.10. Todo está bajo su mando y dominio. Todos sus enemigos están bajo El y son estrado de sus pies. Jesús es el Señor de todo cuanto existe. El reino glorioso de Cristo en gloria real será seguido de otro juicio, conforme a las visiones del profeta.

El Gran Trono Blanco
La segunda resurrección, la de los que murieron en pecado, sucederá al fin del reino real de Cristo. Este gran juicio y el destino final de los malos se revela en Apocalipsis 20.11-15. El Señor Jesucristo será el Juez en ese juicio terrible, porque escrito está que todo juicio compete al Hijo, Jn. 5.22.

Luego Viene el Fin
“Luego el fin; cuando entregará el reino a Dios y al Padre, cuando habrá quitado todo imperio, y toda potencia y potestad. Porque es menester que El reine, hasta poner a todos sus enemigos de­bajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será deshecho, será la muerte.... más luego que todas las cosas le fueron sujetas, entonces también el mismo Hijo se sujetará al que lo sujete a él todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas en todos” 1 Co. 15.24 28.
Entonces Jesús creará un nuevo cielo y una nueva tierra, que será la mansión eternal de la hu­manidad redimida y glorificada. “Y vi un cielo nuevo, y una tierra nueva” Ap. 21.1; “Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas” Ap. 21.5; “Y no habrá más maldición; sino el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le ser­virán. Y verán su cara; y su nombre estará en sus frentes. Y allí no habrá más noche; y no ten­drán necesidad de lumbre de antorcha, ni de luz del sol: porque el Señor Dios los alumbrará; y reinarán para siempre jamás” Ap. 22.3-5.
Este será el resultado definitivo de la bienaven­turada obra de Cristo. Su obra pasada está con­sumada. Su obra presente podrá terminar en plazo no lejano, y entonces, al venir por segunda vez, empezará su obra como Rey. “Amén, así sea. Ven, Señor Jesús” Ap. 22.20.
Contendor por la fe, N° 8-10, 1940

LOS SANTOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO, ¿FORMAN PARTE DE LA IGLESIA?


PreguntaLos santos del Antiguo Testamento ¿forman parte de la Iglesia?, ¿cuál será su suerte y la de los que vivan durante el milenio?

RespuestaAlgunos creyentes tienen dificultad en comprender que los santos que han vivido antes de Pentecostés, como también los que vivan durante el milenio no formen parte de la Iglesia. Pero si —como lo enseña la Palabra— la Iglesia empezó a existir solamente cuando el descenso del Espíritu Santo, y será completa cuando la Venida del Señor, es evidente que ni los unos ni los otros pueden formar parte de la Iglesia.
En estas líneas, procuraré mostrar la verdad de esta afir­mación sobre todo en cuanto a los santos del Antiguo Testamento, punto que preocupa mayormente a los que tienen dificultad en admitirlo.
De todas maneras, el principio es el mismo en ambos casos.
Todo creyente conocedor de las Escrituras lo admite como siendo una cosa que enseñan claramente: que Abraham, Isaac, Jacob, y todos los santos de la antigua dispensación, eran siervos de Dios fieles y abnegados, y que participarán de la primera resurrección a la Venida de Cristo, con todos los creyentes de la dispensación actual. Pero no debemos ir más allá de lo que dice la Palabra, y si Dios nos ha dejado ignorar el lugar que aquellos eminentes siervos ocuparán en la gloria, nos corresponde inclinarnos y respetar este silencio de Dios y de Su Palabra. Además, confieso que me parece no solamente como una falta de sumisión y de respeto, sino también como una actitud que rebaja los sufrimientos de Cristo, la gracia y la obra del Espíritu Santo, el hecho de afirmar que los santos que vivían antes del cumplimiento de la expiación, antes del don del Espí­ritu Santo (que, por consiguiente, no moraba en ellos), esta­ban en la misma posición que aquellos que viven ahora. Por otra parte, la misma Escritura establece la diferencia entre ellos, de modo que la cosa está fuera de duda. Consideremos, pues, algunos pasajes.
En Mateo 11:11 leemos: "Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él." Sin entrar en una explicación completa de este versículo notemos que, por eminente que fuera Juan el Bautista en el papel que Dios le había asignado como precursor y testigo del Mesías, el menor en el reino de los cielos es mayor que él. De modo que, cualquiera que sea la diferencia (y es una diferencia de dispensación, sin duda), ella existe. El Señor hace una distinción entre los santos, y aún más, pone en contraste el menor en el reino venidero al mayor en la dispensación anterior, aventajando al primero.
En Romanos 3: 24-26, hallamos: "siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús." Otra vez tenemos aquí un contraste, en cuanto al perdón de los pecados, entre los santos del Antiguo Testamento y los que han creído desde la muerte de Cristo. En el primer caso, Dios soportaba los pecados, en Su paciencia; en el segundo, leemos que Dios es justo y justifica al que es de la fe de Jesús. Esto es, indudable­mente, una distinción evidente entre los santos del A. T. y los creyentes de la dispensación actual; pues la tolerancia de los pecados en la paciencia de Dios, a causa del sacrificio futuro de Cristo, es cosa muy distinta de la condición de aquellos que, habiendo sido justificados por la fe, tienen paz para con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, "por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios." (Romanos 5: 1-2); de aquellos de quienes está escrito que están sentados juntamente "con él en las regiones celestiales en Cristo Jesús." (Efesios 2:6 – VM), y de los cuales el apóstol Juan podía decir: "como El es, así somos también nosotros en este mundo." (1ª. Juan 4:17 – LBLA).
Consideremos también Hebreos 11: 39-40: "Y todos éstos (los santos del A. T.), habiendo obtenido aprobación por su fe, no recibieron la promesa, porque Dios había provisto algo mejor para nosotros, a fin de que ellos no fueran hechos perfectos sin nosotros." (LBLA). Este pasaje establece también, claramente, que los creyentes de la dispensación (época) actual reciben "algo mejor" que no tienen —según la soberanía de la gracia de Dios— los creyen­tes del Antiguo Testamento.
Examinemos ahora otros pasajes que nos muestran a san­tos que llegan a la perfección, pero que no forman parte de la Iglesia. Recordemos —y nadie lo negará— que la Iglesia es la Esposa de Cristo, y leamos en Apocalipsis capítulo 19; los versículos 7 y 8 declaran que la Esposa del Cordero se ha preparado, y el versículo 9 dice: "bienaventurados aquellos que han sido llamados a la cena de las bodas del Cordero!" (VM). La Palabra habla pues de una clase de personas que son llamadas, invitadas a las bodas; no son la esposa del Cordero, son los convidados a las bodas.
En el capítulo 21 del mismo libro leemos: "vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios." (Apocalipsis 21: 2, 3). En el versículo 9, esta ciudad, la ciudad santa de Jerusalén es llamada "la esposa del Cordero", pero vemos que en el ver­sículo 3 es presentada como el tabernáculo o 'morada de Dios', y esta morada es con los hombres, de modo que otra vez la Palabra nos presenta a santos que están en una condi­ción perfecta, pero que no forman parte de la Iglesia.
Acerca de los santos del milenio, no olvidemos que la venida del Señor se efectuará antes de este período bendito. Por otra parte, sabemos que la Iglesia estará completa cuando el Señor vuelva para arrebatar a los suyos, puesto que las bodas del Cordero son realizadas antes que se establezca el milenio. De modo que los santos de este período, cuya multitud es in­numerable no forman parte de la Iglesia —y en esto no hay injusticia, tanto en el caso de los santos del Antiguo Testamento, como en los santos del Milenio— por no mantener la posición y los privile­gios propios de la Iglesia.
Para terminar, quisiera decir algunas palabras acerca de los pasajes que, a primera vista, parecen tener un alcance dis­tinto. En mateo 8: 11-12, leemos: "Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; más los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera". En primer lu­gar, aun suponiendo que esto se refiera a la Iglesia, el hecho de estar sentados con los patriarcas en el reino de los cielos no prueba que los patriarcas formen parte de la Iglesia. Nadie pone en duda que los creyentes verán a Abraham, a Isaac y Jacob en el reino. Pero el problema es: ¿forman parte o no de la Iglesia?, ahora bien: vemos que este versículo no dice nada de la Iglesia, y esto es evidente; pero si este fuera el caso, ¿cómo podrían ser echados fuera los hijos del reino? No, Jesús habla aquí como Mesías, y como tal advierte a los ju­díos incrédulos que el hecho de ser descendientes de los patriarcas no les serviría de nada; que aunque fuesen hijos de aquellos a quienes fueron hechas las promesas, serían echados fuera si le rechazaban, y más: que lo mismo que el centu­rión, cuyo siervo fue curado, alcanzó la bendición por la fe, del mismo modo, muchos vendrían de todas partes al reino cuando sea establecido, y obtendrían por la fe los preciosos privilegios que, ellos, los judíos, despreciaban.
El segundo pasaje que podría presentar una dificultad, lo tenemos en Gálatas 3:9. "De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham." El tema que trata el apóstol en este capítulo es el de la justificación por la fe. Primero, muestra que Abraham fue justificado por la fe (versículo 6) y después, que el mismo principio existe bajo el evangelio, por lo cual todos los que creen son bendecidos con el creyente Abraham (compárese también con Romanos capítulo 4, el cual es muy importante). De lo que se trata es, pues, del principio sobre el cual Dios justifica, y no la posición a la cual es llevado el que es justificado. Este versículo se limita a exponer que los creyentes son justificados actualmente de la misma manera que Abraham, y por consi­guiente, no trata de ninguna diferencia de dispensaciones.
Vemos pues, que las Escrituras no nos muestran nunca a los santos del Antiguo Testamento como formando parte de la Iglesia, y, al contrario, establecen una diferencia positiva entre los santos de ambas dispensaciones. Es por eso que Juan el Bautista dijo: "El que tiene la esposa, es el esposo; más el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido." (Juan 3:29). Pero no debemos olvidar que los creyentes de aquellos tiempos eran, como lo sabemos, nacidos de Dios, vivi­ficados por el poder del Espíritu Santo, por la fe, y pertene­cían a Cristo, aunque no eran miembros de Su cuerpo, y así participarán de la primera resurrección al mismo tiempo que la Iglesia. No podemos ser más explícitos, ya que la Escritura guarda silencio sobre el lugar que ocuparán en la gloria.
Pero, ya que el período de la Iglesia se extiende desde Pentecostés hasta la Venida del Señor, sabemos que tanto los cre­yentes que han vivido antes, como los que vivirán después, no forman parte de la Iglesia, y no son miembros del Cuerpo de Cristo. Su lugar y su bendición en la gloria serán dignos de Aquél que los ha escogido por Sí mismo, y producirán su ado­ración y su alabanza, como las nuestras, cuando contempla­rán el maravilloso despliegue de las riquezas de Su gracia, en Su salvación y en Su gloria eterna.
A. L.
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1964, No. 68 y 69.-