viernes, 7 de febrero de 2020

El significado de la cruz para Cristo


Para Cristo y para Dios la cruz es la expresión suprema de la autoridad de Dios
Al iniciar su misión redentora en el mundo el Hijo exclamó: “¡Heme aquí para que haga, oh Dios, tu voluntad!” y la entera sumisión a la voluntad divina le hizo ser “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (He. 10:7; Fil. 2:8; Ro. 5:9). En vista de que el Hijo, igual al Padre en esencia y gloria, se sometiera a la voluntad divina, es evidente que todo otro ser tendrá que rendirse ante la autoridad del trono celestial.
La cruz en grado supremo deleita el corazón de Dios
Debiéramos pensar siempre en primer término en lo que es la cruz para Dios mismo, teniendo en cuenta el simbolismo del holo­causto del primer capítulo de Levítico que era “ofrenda encendida, olor suave a Jehová”. Fue preciso ante todo que Dios quedara satis­fecho por medio del gran acto de obediencia de su Hijo, y por eso Pablo, recogiendo el lenguaje levítico, nos declara que Cristo “se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor suave” (Ef. 5:2).
La cruz es la base de una manifestación especial del amor de Dios para con su Hijo
El amor que une al Padre con el Hijo en el seno de la Deidad ha de ser necesariamente perfecto en su eternidad, pero tal fue el agra­do del Padre ante la entrega voluntaria del Hijo que esta produjo una manifestación especial de amor y de aprobación: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida para volverla a tomar” (Jn. 10:17).
Para Cristo personalmente la cruz es el camino a la diestra del trono como el Dios-Hombre triunfador
La posición esencial del Hijo es “en el seno del Padre” (Jn. 1:18) pero habiendo aceptado la misión de redimir al hombre caído, y en cumplimiento de ella se encamó, llegando a ser el “Hijo del hom­bre”: el campeón de la humanidad que libra la batalla contra Sata­nás. En la cruz ganó la victoria, derrotando al enemigo por el hecho de anular el pecado y agotar la muerte. Así pudo ascender a la diestra de la Majestad en las alturas (lugar de todo poder ejecutivo) revestido de la doble gloria de su divinidad esencial e inalienable, unida ya con la gloria que adquirió como el hombre vencedor (Jn. 1:18; Fil. 2:6-11; He. 2:9; 8:1).
Por la cruz Cristo se posesionó de su Iglesia redimida
Por haber pasado a través de la muerte, no se halla ya solo como “el grano de trigo”, sino acompañado de los suyos, gozándose en el fruto abundante de la cruz en victoriosa glorificación (Jn. 12:24). Sólo así pudo alcanzar el gozo que le fue propuesto y ser hecho perfecto como el autor y consumador de la fe; sólo así pudo ser el “primogénito entre muchos hermanos”, la Cabeza de los innumera­bles miembros del Cuerpo, adquiriendo aquella Iglesia que es “su cuerpo, la plenitud de Aquel que llene todas las cosas en todos” (He. 2:10; 12:2; Ro. 8:29; Ef. 1:22-23).
Ciertamente Cristo, como persona divina, no pudo ganar nada por medio de la cruz, ya que su gloria eterna era infinita. El hombre glorificado a la diestra del Padre no posee más divinidad ahora de la que era suya en la eternidad, antes de encamarse, sino que pide al Padre la renovada manifestación de la misma gloria: “Padre, glorifí­came tu cerca de ti mismo con aquella gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo fuese” (Jn. 17:5). En cambio, como Redentor y el “postrer Adán”, Cristo ha ganado una nueva exaltación, teniendo ya un nombre que es sobre todo nombre”, en el cual se doblara “toda rodilla en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra” (Ro. 5:12- 21; 1 Co. 15:45; Fil. 2:9-10).
Pablo se deleita en contemplar este amor revelado en la cruz: “El Hijo de Dios que me amó, y se entregó a Sí mismo por mí’. . . Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella” (Gá. 2:20; Ef. 5:25). Cristo ha hecho que su muerte agonizante en la cruz sea la bendita fuente de nuestra ... ¡He aquí la respuesta de su amor redentor a nuestra rebeldía y odio! Por tal medio la victoria aparente de Satanás se convirtió en una derrota tremenda y decisiva, al par que la aparente derrota de Cristo llegó a ser su victoria suprema, manifestación de su poder infinito (cp. Jn. 4:9, 10; Ro. 5:6-8).
Erich Sauer
El Triunfo del Crucificado, Página 49-51.

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