viernes, 7 de febrero de 2020

EL CRISTIANISMO ES CRISTO


El cristianismo es la única religión en el mundo que descansa sobre la Persona de su Fundador. El mahome­tano puede ser un fiel mahometano independientemente de Mahoma; el budista puede ser leal a Buda sin saber nada de Buda; pero con el cristianismo no sucede lo mismo. El cristiano está tan indisolublemente unido a Cristo que nuestra visión de la persona de Cristo implica y determina nuestra visión del cristianismo.
“La relación que hay entre Jesucristo y el cristianismo difiere totalmente de la relación que existe entre los fundadores y las religiones o filosofías que llevan su nombre. El Platonismo, por ejemplo, puede definirse como el método de pensamiento filosófico de Platón; el Maho­metismo, como la creencia en la revelación concedida a Mahoma; el budismo, como la lealtad a los principios enunciados por Buda. Pero el cristianismo es en esencia la adhesión a la Persona de Jesucristo(F. J. Foakes-Jackson).
Se ha señalado también el hecho insólito de que, entre las grandes religiones del mundo, el cristianismo es la única que toma su nombre de su Fundador, y que, aunque es cierto que nosotros damos a las demás religiones el nombre de sus fundadores, los adherentes de ellas no se dan ese nombre.
Este hecho es profundamente significativo. ¿No sugiere acaso que la relación entre el cristianismo y Cristo es tan estrecha que no se pueden disociar ambos? El cristia­nismo no es ni más ni menos que relación íntima con Cristo.
La idea y el hecho fundamentales del cristianismo es la Persona de Cristo. "¿Qué pensáis del Cristo?” es hoy el problema crucial como lo ha sido en el correr de los siglos. Esa interrogación es una piedra de toque del cristianismo y de la relación entre el hombre y éste. Por cerca de diecinueve siglos toda la atención de amigos y enemigos se ha concentrado en la Persona de Cristo. Tanto seguidores como impugnadores se han dado cuenta de la importancia de la Persona del Fundador del cris­tianismo.
Por una parte, Jesucristo ha sido el centro de la opo­sición en casi todas las épocas; por la otra, ha sido el objeto de la adoración y de la devoción profundas de todos los cristianos. No podemos escapar a este hecho central; él influye en nuestro pensamiento, gobierna nues­tros actos y prueba nuestra actitud entera hacia la reli­gión de Cristo.
Esta cuestión de la Persona de Cristo es predominante en nuestros días. En los últimos sesenta años Jesús se ha convertido más y más en el foco de la atención humana. Las diversas “Vidas de Cristo” escritas en Ale­mania, Francia e Inglaterra, son un testimonio inequívoco del interés perenne del tema.
La concentración moderna de la crítica sobre los Evan­gelios con una agudeza sin paralelo es prueba de que los hombres de todas las escuelas se dan cuenta de la natu­raleza central y básica del problema. Se ha estudiado la historia con el objeto de descubrir lo que tiene que decir sobre Jesucristo. Los documentos de la Iglesia primi­tiva se han vuelto a examinar con minucioso cuidado por los datos que contienen sobre El, y de nuevo se ha esta­blecido un análisis por comparación, del contenido de la historia y de la Iglesia en cuanto a Cristo, para saber si ambas van de acuerdo, o al menos si puede encontrarse una relación adecuada.
“La personalidad de Jesús se ha destacado en la con­ciencia de la Iglesia con la fuerza casi de una revelación cuyos resultados últimos se han de ver en el futuro. Es literalmente cierto que este siglo está frente a frente de esa Gran Figura como ningún siglo lo ha estado antes, incluyendo al siglo primero”.
La cuestión fundamental deja de ser simplemente una cuestión de creencia en esta o aquella doctrina, o de la autenticidad de éste o de aquel libro de la Biblia, para convertirse en una pregunta inquietante: ¿Es Dios Jesu­cristo? Los cristianos creen y están convencidos de que no hay alternativa verdadera entre la aceptación de este punto de vista y la remoción de Jesucristo del lugar supremo que ha ocupado en la Iglesia cristiana a través de los siglos. O le ha sido concedido un lugar al cual tiene derecho, o se le ha encarecido tanto que su valor espiritual no puede ser considerado sino apenas como algo más que un ejemplo. Jesucristo debe ser, o el Objeto de la fe de los hombres o bien simplemente su Modelo. La Iglesia cristiana se ha asido firmemente a la primera de ambas posiciones, convencida del todo de que es la única posición defendible. No es exagerado decir que, en este punto, tal como se ha reconocido en el correr de los siglos, el cristianismo se sostiene o se derrumba.
Carlyle así lo reconoció cuando dijo: "Si se hubiera perdido la doctrina de la divinidad de Cristo, el cristia­nismo se hubiera desvanecido como un sueño”; y Lecky, con toda verdad observa: "El cristianismo no es un sistema de moral; es la adoración de una Persona”.
Una razón especial para dar preeminencia a este asun­to en la actualidad reside en el estudio comparado de la religión. El cristianismo está siendo comparado hoy con otras religiones en una forma que no hubiera sido posible hace unos cuantos años, y tal comparación con­duce inevitablemente a la cuestión de la persona de Cristo.
Los hombres están haciendo algunas preguntas agudas como: ¿En dónde reside lo singular del cristianismo? ¿Qué hubo de nuevo en él? ¿Qué trajo el cristianismo al mundo que no hubiera existido antes?
La respuesta cristiana es: Cristo; la Persona de Cris­to, la singularidad de Cristo y de Su obra. La controversia, en consecuencia, gira en torno de hechos. El cristianismo es una religión histórica, y como pretende descansar en Cristo, se sigue necesariamente que la importancia de Cristo es vital a la realidad y a la continuación del cris­tianismo como una religión histórica. Por esa misma razón le es imposible evadir la crítica y la comparación con otros credos, y los cristianos no deben temer en lo más mínimo tal examen.
La Persona y la obra de Cristo pueden y deben com­parecer ante la barra de la razón y de la historia, y ningún cristiano puede hacer otra cosa que acoger de buen grado la investigación plena y cuidadosa de la per­sona del Fundador de nuestra religión.
Parece necesario decir una palabra sobre el método adoptado en la presente investigación. Hay dos maneras de abordar el asunto: podemos principiar con un exa­men sobre la verosimilitud de los Evangelios como fuentes de nuestro conocimiento de Cristo, o podemos comenzar fijando nuestra atención en el cuadro de Cristo tal como está trazado en los Evangelios, y luego proceder a sacar nuestras conclusiones como resultado de las impresiones adquiridas de tal manera. Es este último método el que hemos escogido. Deliberadamente evitamos intentar esta­blecer la verosimilitud de los Evangelios antes de estudiar el cuadro de Cristo trazado en ellos. Preferimos invertir el proceso porqué deseamos apelar en primer término, a aque­llos que no desean y que tal vez no están preparados para entrar en los laberintos de la crítica, de los Evangelios (…) y de los problemas suscitados en nuestros días, pero el método que por ahora hemos adop­tado deliberadamente tiene por objeto llamar la atención al cuadro de Cristo para obtener una impresión definida de El tal como se destaca allí, a fin de sacar conclusiones más tarde en cuanto a los documentos. En consecuencia, tomamos los Evangelios tal como son y sin dar por sentado nada en cuanto a su inspiración y los consideramos sim­plemente como documentos aceptados hoy en todo el mundo como fuentes primarias de nuestro conocimiento de Cristo, documentos que han sido considerados así por todos los hombres, al menos, desde el año 200 A. D.
En tal virtud, principiaremos con el menor número posible de presuposiciones y conclusiones, y nos esfor­zamos por derivar nuestra doctrina de Cristo del relato de los Evangelios.
A la consideración, entonces, de la Persona de Cristo, van dirigidos nuestros esfuerzos. Que tal es el rasgo más prominente de los Evangelios, es obvio hasta para el lector más fortuito. Que ello fue la substancia de la propia enseñanza de Cristo, el tema principal de la predicación y de la enseñanza apostólicas y la vida misma de toda la historia de la Iglesia, será algo admitido por todos, sea cual sea la opinión que tengan con respecto a Cristo.
Hemos de esforzarnos por encontrar la razón de esta focalización de la atención en Cristo para saber si la Iglesia cristiana está justificada al haber dado preemi­nencia indiscutible y posición única a la persona de su Fundador.
Capítulo 1 “EL HECHO DE CRISTO” del Libro
 “El Cristianismo es Cristo”, por W.H. Griffith Thomas

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