El cristianismo
es la única religión en el mundo que descansa sobre la Persona de su Fundador.
El mahometano puede ser un fiel mahometano independientemente de Mahoma; el
budista puede ser leal a Buda sin saber nada de Buda; pero con el cristianismo
no sucede lo mismo. El cristiano está tan indisolublemente unido a Cristo que
nuestra visión de la persona de Cristo implica y determina nuestra visión del
cristianismo.
“La
relación que hay entre Jesucristo y el cristianismo difiere totalmente de la
relación que existe entre los fundadores y las religiones o filosofías que
llevan su nombre. El Platonismo, por ejemplo, puede definirse como el método de
pensamiento filosófico de Platón; el Mahometismo, como la creencia en la
revelación concedida a Mahoma; el budismo, como la lealtad a los principios
enunciados por Buda. Pero el cristianismo es en esencia la adhesión a la
Persona de Jesucristo” (F. J. Foakes-Jackson).
Se ha
señalado también el hecho insólito de que, entre las grandes religiones del
mundo, el cristianismo es la única que toma su nombre de su Fundador, y que,
aunque es cierto que nosotros damos a las demás religiones el nombre de sus
fundadores, los adherentes de ellas no se dan ese nombre.
Este
hecho es profundamente significativo. ¿No sugiere acaso que la relación entre
el cristianismo y Cristo es tan estrecha que no se pueden disociar ambos? El
cristianismo no es ni más ni menos que relación íntima con Cristo.
La idea
y el hecho fundamentales del cristianismo es la Persona de Cristo. "¿Qué
pensáis del Cristo?” es hoy el problema crucial como lo ha sido en el correr de
los siglos. Esa interrogación es una piedra de toque del cristianismo y de la
relación entre el hombre y éste. Por cerca de diecinueve siglos toda la atención
de amigos y enemigos se ha concentrado en la Persona de Cristo. Tanto
seguidores como impugnadores se han dado cuenta de la importancia de la Persona
del Fundador del cristianismo.
Por una
parte, Jesucristo ha sido el centro de la oposición en casi todas las épocas;
por la otra, ha sido el objeto de la adoración y de la devoción profundas de
todos los cristianos. No podemos escapar a este hecho central; él influye en
nuestro pensamiento, gobierna nuestros actos y prueba nuestra actitud entera
hacia la religión de Cristo.
Esta
cuestión de la Persona de Cristo es predominante en nuestros días. En los
últimos sesenta años Jesús se ha convertido más y más en el foco de la atención
humana. Las diversas “Vidas de Cristo” escritas en Alemania, Francia e Inglaterra,
son un testimonio inequívoco del interés perenne del tema.
La
concentración moderna de la crítica sobre los Evangelios con una agudeza sin
paralelo es prueba de que los hombres de todas las escuelas se dan cuenta de la
naturaleza central y básica del problema. Se ha estudiado la historia con el
objeto de descubrir lo que tiene que decir sobre Jesucristo. Los documentos de
la Iglesia primitiva se han vuelto a examinar con minucioso cuidado por los
datos que contienen sobre El, y de nuevo se ha establecido un análisis por
comparación, del contenido de la historia y de la Iglesia en cuanto a Cristo,
para saber si ambas van de acuerdo, o al menos si puede encontrarse una
relación adecuada.
“La
personalidad de Jesús se ha destacado en la conciencia de la Iglesia con la
fuerza casi de una revelación cuyos resultados últimos se han de ver en el
futuro. Es literalmente cierto que este siglo está frente a frente de esa Gran
Figura como ningún siglo lo ha estado antes, incluyendo al siglo primero”.
La cuestión
fundamental deja de ser simplemente una cuestión de creencia en esta o aquella
doctrina, o de la autenticidad de éste o de aquel libro de la Biblia, para
convertirse en una pregunta inquietante: ¿Es Dios Jesucristo? Los cristianos
creen y están convencidos de que no hay alternativa verdadera entre la
aceptación de este punto de vista y la remoción de Jesucristo del lugar supremo
que ha ocupado en la Iglesia cristiana a través de los siglos. O le ha sido
concedido un lugar al cual tiene derecho, o se le ha encarecido tanto que su
valor espiritual no puede ser considerado sino apenas como algo más que un
ejemplo. Jesucristo debe ser, o el Objeto de la fe de los hombres o bien
simplemente su Modelo. La Iglesia cristiana se ha asido firmemente a la primera
de ambas posiciones, convencida del todo de que es la única posición
defendible. No es exagerado decir que, en este punto, tal como se ha reconocido
en el correr de los siglos, el cristianismo se sostiene o se derrumba.
Carlyle
así lo reconoció cuando dijo: "Si se hubiera perdido la doctrina de la
divinidad de Cristo, el cristianismo se hubiera desvanecido como un sueño”; y
Lecky, con toda verdad observa: "El cristianismo no es un sistema de
moral; es la adoración de una Persona”.
Una
razón especial para dar preeminencia a este asunto en la actualidad reside en
el estudio comparado de la religión. El cristianismo está siendo comparado hoy
con otras religiones en una forma que no hubiera sido posible hace unos cuantos
años, y tal comparación conduce inevitablemente a la cuestión de la persona de
Cristo.
Los
hombres están haciendo algunas preguntas agudas como: ¿En dónde reside lo
singular del cristianismo? ¿Qué hubo de nuevo en él? ¿Qué trajo el cristianismo
al mundo que no hubiera existido antes?
La respuesta
cristiana es: Cristo; la Persona de Cristo, la singularidad de Cristo y de Su
obra. La controversia, en consecuencia, gira en torno de hechos. El
cristianismo es una religión histórica, y como pretende descansar en Cristo, se
sigue necesariamente que la importancia de Cristo es vital a la realidad y a la
continuación del cristianismo como una religión histórica. Por esa misma razón
le es imposible evadir la crítica y la comparación con otros credos, y los
cristianos no deben temer en lo más mínimo tal examen.
La
Persona y la obra de Cristo pueden y deben comparecer ante la barra de la
razón y de la historia, y ningún cristiano puede hacer otra cosa que acoger de
buen grado la investigación plena y cuidadosa de la persona del Fundador de
nuestra religión.
Parece
necesario decir una palabra sobre el método adoptado en la presente
investigación. Hay dos maneras de abordar el asunto: podemos principiar con un
examen sobre la verosimilitud de los Evangelios como fuentes de nuestro
conocimiento de Cristo, o podemos comenzar fijando nuestra atención en el
cuadro de Cristo tal como está trazado en los Evangelios, y luego proceder a
sacar nuestras conclusiones como resultado de las impresiones adquiridas de tal
manera. Es este último método el que hemos escogido. Deliberadamente evitamos
intentar establecer la verosimilitud de los Evangelios antes de estudiar el
cuadro de Cristo trazado en ellos. Preferimos invertir el proceso porqué
deseamos apelar en primer término, a aquellos que no desean y que tal vez no
están preparados para entrar en los laberintos de la crítica, de los Evangelios
(…) y de los problemas suscitados en nuestros días, pero el método que por
ahora hemos adoptado deliberadamente tiene por objeto llamar la atención al
cuadro de Cristo para obtener una impresión definida de El tal como se destaca
allí, a fin de sacar conclusiones más tarde en cuanto a los documentos. En
consecuencia, tomamos los Evangelios tal como son y sin dar por sentado nada en
cuanto a su inspiración y los consideramos simplemente como documentos
aceptados hoy en todo el mundo como fuentes primarias de nuestro conocimiento
de Cristo, documentos que han sido considerados así por todos los hombres, al
menos, desde el año 200 A. D.
En tal
virtud, principiaremos con el menor número posible de presuposiciones y
conclusiones, y nos esforzamos por derivar nuestra doctrina de Cristo del
relato de los Evangelios.
A la
consideración, entonces, de la Persona de Cristo, van dirigidos nuestros
esfuerzos. Que tal es el rasgo más prominente de los Evangelios, es obvio hasta
para el lector más fortuito. Que ello fue la substancia de la propia enseñanza
de Cristo, el tema principal de la predicación y de la enseñanza apostólicas y
la vida misma de toda la historia de la Iglesia, será algo admitido por todos,
sea cual sea la opinión que tengan con respecto a Cristo.
Hemos
de esforzarnos por encontrar la razón de esta focalización de la atención en
Cristo para saber si la Iglesia cristiana está justificada al haber dado preeminencia
indiscutible y posición única a la persona de su Fundador.
Capítulo 1 “EL HECHO DE CRISTO” del Libro
“El Cristianismo es Cristo”, por W.H. Griffith
Thomas
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