Es únicamente al ser reunidos en el solo Nombre del Señor Jesús, ¿o,
mejor dicho: 'hacia' su solo Nombre (Mateo 18:20) ?, al reconocer su sola
autoridad y al admitir por única guía la del Espíritu Santo (1 Corintios 12:13)
como los creyentes podemos congregarnos según la Palabra de Dios. Con este fin,
el Señor nos llama a salir hacia Él "fuera del campamento" (Hebreos
13:13 - RV1960) para separarnos de toda iniquidad y andar con aquellos
"que invocan al Señor de puro corazón" (2 Timoteo 2:22
-RV1909), es decir, obedeciendo plenamente sus enseñanzas. Semejante posición
será forzosamente mal comprendida por el mundo religioso; pero -y queremos
hacer énfasis sobre este punto- la posición de los creyentes que se han
apartado de este modo no es, bajo ningún concepto, la de un separatismo
orgulloso y engreído. Somos conscientes de nuestras flaquezas y de nuestras
faltas y, si por obediencia primordial a la Palabra del Señor, nuestra comunión no
puede extenderse a todos los creyentes sin distinción, en cambio, nuestro amor hacia
ellos no tiene límite y llevamos a todos los demás creyentes, miembros del
único Cuerpo de Cristo, en nuestros corazones.
Esta separación es motivada por el hecho triste y lamentable de que las
denominaciones o 'sistemas' organizados de la Cristiandad rechazan de plano o
modifican una o varias partes de la verdad revelada. Siendo esta verdad un
conjunto homogéneo, un todo inquebrantable, si abandonamos una sola verdad o
parte de ella -aun cuando tuviéramos todas las demás- no poseeríamos "la
Verdad". Sabemos que la Asamblea o Iglesia de Dios es "columna y apoyo
de la verdad" (1 Timoteo 3:15 - RV1909), y ¿cómo la realizaremos aquí de
modo práctico si no estamos congregados según las enseñanzas de toda la
Biblia?, ya que la Palabra de Dios es la verdad (Juan 17:17), y el obedecerla
nos purifica (1 Pedro 1:22).
En su infinita gracia y desde hace mucho tiempo, el Señor ha suscitado
en España un Testimonio conforme a sus designios y le ha sostenido a través de
las pruebas y repetidos ataques del Enemigo: todos conservamos en nuestros
corazones el recuerdo de hermanos muy queridos -ahora en la presencia del
Señor- los cuales han sido fieles siervos e instrumentos de mucha bendición
para la manada pequeña.
Ahora, es a una nueva generación que incumbe la responsabilidad del
Testimonio. Roguemos al Señor, queridos hermanos, para que nos mantenga fieles.
Acaso, ¿no corremos el riesgo, al relajar la vigilancia, de debilitar aquel
Testimonio tan precioso a los ojos de Dios? Velemos, pues, según nos exhorta a
ello la Palabra. (Mateo 26; Marcos 13; 1 Pedro 5) y no olvidemos que el poder
del cual será revestido nuestro testimonio dependerá de una estricta obediencia
a toda la Palabra de Dios y de una completa separación con el mundo bajo sus
múltiples aspectos: social, político, científico, artístico o religioso, sin
dejar por eso de pregonar la Buena Nueva a ese mismo mundo del cual hemos
salido; lo cual no deja de constituir un verdadero problema, por cierto, pero
cuya solución está en Cristo (1 Juan 5).
VELEMOS... y mantengámonos fieles en los
detalles de nuestra vida cotidiana: delante del Señor, para con nuestros
hermanos, frente al mundo, estando llenos de humildad y de amor según Dios.
Seamos leales en la asamblea, en nuestra marcha colectiva y antepongamos la
obediencia a la Palabra antes que cualquier asunto.
Guardémonos del mundo; al unirnos con él, no podremos vencerlo y nos
constituiremos 'enemigos de Dios' (Santiago 4:4). Guardémonos de
nuestros propios corazones, juzgándonos diariamente a fin de que el Espíritu
Santo pueda obrar libremente en nosotros y guiarnos en todo.
VELEMOS. Leamos y meditemos la Palabra de Dios
bajo la mirada del Señor, día tras día, individualmente y en el círculo
familiar: es nuestra común salvaguardia contra los ataques del adversario
merodeando alrededor nuestro y dispuesto a aprovechar cualquier descuido
nuestro (1 Pedro 5: 8, 9). Algunos versículos leídos con oración
regocijarán nuestros corazones en medio de nuestros quehaceres.
El señor conoce nuestras dificultades; no nos pide que hagamos algo por
encima de nuestras fuerzas, Él quiere nuestros corazones. Además,
la Palabra de Dios nunca se dirige a los sentimientos humanos: quiere ella
obrar en los corazones y en las conciencias. No seamos como el pueblo de Israel
del cual se dijo. "Este pueblo de labios me honra, más su corazón lejos está
de mí" (Mateo 15:8 - RV1960).
VELEMOS Y OREMOS. Suban continuamente nuestras preces y
acciones de gracias delante del trono de nuestro Dios y Padre. Oremos
intercediendo los unos por los otros, supliquemos para las asambleas, para
nuestros hermanos y hermanas aislados, para nuestros hijos y parientes
inconversos, para que se extienda el glorioso Evangelio, para los pobres y
afligidos. . . Oremos.
La oración es el arma del combate de la fe; está siempre a nuestra
disposición; como se ha escrito, ella es 'la respiración del alma'. Imitemos a
Epafras, siervo de Cristo, "siempre solícito...en
oraciones" (Colosenses 4:12 - RV1909).
Si velamos, estando al servicio del Señor, nuestros corazones estarán
llenos de la paz de Dios que "sobrepuja todo entendimiento"
(Filipenses 4:7 - RV1909), y de un gozo de mucho superior a todo lo que el
mundo pudiera ofrecernos, muy superior aún al gozo que nos pudieran traer las
circunstancias de la vida, porque aquél será celestial y tendrá su vivo
manantial en Cristo mismo.
Amados hermanos, ha tocado para nosotros, la hora del servicio y del
testimonio. Es sólo en la tierra que nos es brindada la oportunidad de poder
ser, cual antorchas en medio de la noche, testigos del Señor; y esta suerte no
la tendremos más que una sola vez. ¡No la dejemos escapar! "La noche
viene, cuando nadie puede obrar..." (Juan 9:4 - RV1909).
Pronto ya no se nos pedirán semejantes frutos; cuando estaremos en la
gloria con el Señor para siempre, nuestra porción eterna será entonces la
adoración.
Que esta esperanza nos santifique y nos anime a seguir velando,
negociando nuestros "talentos", sean pocos o muchos, en espera de Su
venida.
"A Aquel, pues, que es poderoso para guardaros sin caída, y
presentaros delante de su gloria irreprensibles, con grande alegría, al Dios
solo sabio, nuestro Salvador, sea gloria y magnificencia, imperio y potencia,
ahora y en todos los siglos. Amén". (Judas, versículos 24 y 25).
A.N.
Revista "VIDA
CRISTIANA", Año 1953. No.1.-
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