viernes, 7 de febrero de 2020

VELEMOS


Es únicamente al ser reunidos en el solo Nombre del Señor Jesús, ¿o, mejor dicho: 'hacia' su solo Nombre (Mateo 18:20) ?, al reconocer su sola autoridad y al admitir por única guía la del Espíritu Santo (1 Corintios 12:13) como los creyentes podemos congregarnos según la Palabra de Dios. Con este fin, el Señor nos llama a salir hacia Él "fuera del campamento" (Hebreos 13:13 - RV1960) para separarnos de toda iniquidad y andar con aquellos "que invocan al Señor de puro corazón" (2 Timoteo 2:22 -RV1909), es decir, obedeciendo plenamente sus enseñanzas. Semejante posición será forzosamente mal comprendida por el mundo religioso; pero -y queremos hacer énfasis sobre este punto- la posición de los creyentes que se han apartado de este modo no es, bajo ningún concepto, la de un separatismo orgulloso y engreído. Somos conscientes de nuestras flaquezas y de nuestras faltas y, si por obediencia primordial a la Palabra del Señor, nuestra comunión no puede extenderse a todos los creyentes sin distinción, en cambio, nuestro amor hacia ellos no tiene límite y llevamos a todos los demás creyentes, miembros del único Cuerpo de Cristo, en nuestros corazones.
Esta separación es motivada por el hecho triste y lamentable de que las denominaciones o 'sistemas' organizados de la Cristiandad rechazan de plano o modifican una o varias partes de la verdad revelada. Siendo esta verdad un conjunto homogéneo, un todo inquebrantable, si abandonamos una sola verdad o parte de ella -aun cuando tuviéramos todas las demás- no poseeríamos "la Verdad". Sabemos que la Asamblea o Iglesia de Dios es "columna y apoyo de la verdad" (1 Timoteo 3:15 - RV1909), y ¿cómo la realizaremos aquí de modo práctico si no estamos congregados según las enseñanzas de toda la Biblia?, ya que la Palabra de Dios es la verdad (Juan 17:17), y el obedecerla nos purifica (1 Pedro 1:22).
En su infinita gracia y desde hace mucho tiempo, el Señor ha suscitado en España un Testimonio conforme a sus designios y le ha sostenido a través de las pruebas y repetidos ataques del Enemigo: todos conservamos en nuestros corazones el recuerdo de hermanos muy queridos -ahora en la presencia del Señor- los cuales han sido fieles siervos e instrumentos de mucha bendición para la manada pequeña.
Ahora, es a una nueva generación que incumbe la responsabilidad del Testimonio. Roguemos al Señor, queridos hermanos, para que nos mantenga fieles. Acaso, ¿no corremos el riesgo, al relajar la vigilancia, de debilitar aquel Testimonio tan precioso a los ojos de Dios? Velemos, pues, según nos exhorta a ello la Palabra. (Mateo 26; Marcos 13; 1 Pedro 5) y no olvidemos que el poder del cual será revestido nuestro testimonio dependerá de una estricta obediencia a toda la Palabra de Dios y de una completa separación con el mundo bajo sus múltiples aspectos: social, político, científico, artístico o religioso, sin dejar por eso de pregonar la Buena Nueva a ese mismo mundo del cual hemos salido; lo cual no deja de constituir un verdadero problema, por cierto, pero cuya solución está en Cristo (1 Juan 5).
VELEMOS... y mantengámonos fieles en los detalles de nuestra vida cotidiana: delante del Señor, para con nuestros hermanos, frente al mundo, estando llenos de humildad y de amor según Dios. Seamos leales en la asamblea, en nuestra marcha colectiva y antepongamos la obediencia a la Palabra antes que cualquier asunto.
Guardémonos del mundo; al unirnos con él, no podremos vencerlo y nos constituiremos 'enemigos de Dios' (Santiago 4:4). Guardémonos de nuestros propios corazones, juzgándonos diariamente a fin de que el Espíritu Santo pueda obrar libremente en nosotros y guiarnos en todo.
VELEMOS. Leamos y meditemos la Palabra de Dios bajo la mirada del Señor, día tras día, individualmente y en el círculo familiar: es nuestra común salvaguardia contra los ataques del adversario merodeando alrededor nuestro y dispuesto a aprovechar cualquier descuido nuestro (1 Pedro 5: 8, 9). Algunos versículos leídos con oración regocijarán nuestros corazones en medio de nuestros quehaceres.
El señor conoce nuestras dificultades; no nos pide que hagamos algo por encima de nuestras fuerzas, Él quiere nuestros corazones. Además, la Palabra de Dios nunca se dirige a los sentimientos humanos: quiere ella obrar en los corazones y en las conciencias. No seamos como el pueblo de Israel del cual se dijo. "Este pueblo de labios me honra, más su corazón lejos está de mí" (Mateo 15:8 - RV1960).
VELEMOS Y OREMOS. Suban continuamente nuestras preces y acciones de gracias delante del trono de nuestro Dios y Padre. Oremos intercediendo los unos por los otros, supliquemos para las asambleas, para nuestros hermanos y hermanas aislados, para nuestros hijos y parientes inconversos, para que se extienda el glorioso Evangelio, para los pobres y afligidos. . . Oremos.
La oración es el arma del combate de la fe; está siempre a nuestra disposición; como se ha escrito, ella es 'la respiración del alma'. Imitemos a Epafras, siervo de Cristo, "siempre solícito...en oraciones" (Colosenses 4:12 - RV1909).
Si velamos, estando al servicio del Señor, nuestros corazones estarán llenos de la paz de Dios que "sobrepuja todo entendimiento" (Filipenses 4:7 - RV1909), y de un gozo de mucho superior a todo lo que el mundo pudiera ofrecernos, muy superior aún al gozo que nos pudieran traer las circunstancias de la vida, porque aquél será celestial y tendrá su vivo manantial en Cristo mismo.
Amados hermanos, ha tocado para nosotros, la hora del servicio y del testimonio. Es sólo en la tierra que nos es brindada la oportunidad de poder ser, cual antorchas en medio de la noche, testigos del Señor; y esta suerte no la tendremos más que una sola vez. ¡No la dejemos escapar! "La noche viene, cuando nadie puede obrar..." (Juan 9:4 - RV1909).
Pronto ya no se nos pedirán semejantes frutos; cuando estaremos en la gloria con el Señor para siempre, nuestra porción eterna será entonces la adoración.
Que esta esperanza nos santifique y nos anime a seguir velando, negociando nuestros "talentos", sean pocos o muchos, en espera de Su venida.
"A Aquel, pues, que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros delante de su gloria irreprensibles, con grande alegría, al Dios solo sabio, nuestro Salvador, sea gloria y magnificencia, imperio y potencia, ahora y en todos los siglos. Amén". (Judas, versículos 24 y 25).
A.N.
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1953. No.1.-

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