viernes, 7 de febrero de 2020

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (41)

David, varón según el corazón de Dios




En los anales de los reyes de Israel no se hace mención de otro más renombrado que David. Fue de estirpe muy humilde, aunque honrado, y pasó su juventud cuidando las ovejas de su padre Isaí. No se sabe a qué edad llegó a conocer a Dios, pero su sencilla fe en el Señor se destaca en contraste con la crasa incredulidad de sus hermanos.
La manera en que Dios ha preparado sus grandes hombres nos trae lecciones importantes. En este caso fue mientras que David cuidaba las ovejas en humilde obediencia a su padre, aprendiendo a la vez tener comunión con Dios y confiar en Él. Un león vino a atacar la manada, y se llevaba un cordero en la boca cuando David se lanzó contra él. Lo mató y libró el cordero. Otra vez le salió un oso para hacer lo mismo, y el joven lo pudo vencer por su confianza en Dios.
De estas proezas parece no haber sabido nadie; fueron hechas en secreto. En ellas, sin embargo, él aprendió a conocer a Dios. El león es figura del Diablo, que viene rugiendo contra su presa; el oso es figura del mundo que abre sus brazos para estrechar su víctima y así matarla. David venció a los dos.
Pasando el tiempo, el rey Saúl salió en guerra contra los filisteos, pero con mucho miedo porque no conocía a Dios y así no pudo confiar en Él. Cada día salía de entre los filisteos un gigante, Goliat de Gat, a desafiar a Israel. Pedía que peleara algún hombre con él, pero no hubo quien se ofreciera. Un día cuando este impío blasfemaba del Dios de Israel y demandaba que algún israelita le enfrentara, llegó David a visitar a sus hermanos con viandas enviadas por su padre. Enseguida quiso saber el significado de esto y, recibiendo respuesta, se ofreció para la lucha.
Fue una pelea desigual: un joven pastoril con sólo bastón y honda, contra un guerrero experto, cubierto de coraza de metal y armado de lanza y espada. El éxito parecía cierto en favor del filisteo, pero David corrió al encuentro en el nombre de Dios; puso una piedra en la honda y la lanzó, hiriendo al gigante en toda la frente. Caído Goliat, David le quitó la espada y le cortó la cabeza. Con voz de trueno los israelitas prorrumpieron en gritos de victoria; los enemigos se pusieron en derrota.
Veamos al victorioso David subiendo del valle, llevando la cabeza ensangrentada del gigante. Todos le aclaman y cantan su victoria, atribuyéndole mayor gloria que al rey Saúl.
La victoria de David nos recuerda de la de otro que, como él, es también destinado a ser rey. Nuestro Señor Jesús se presentó en este mundo en forma muy humilde y fue despreciado de sus hermanos. Llegado el día, luchó con el enemigo en el Calvario, y venció para la salvación de todos los que le aceptan como su Libertador.
Aunque había sido ungido rey, y también había logrado una victoria completa contra el gigante, David fue rechazado de la mayoría por largos años y tuvo que esconderse en cuevas. En ese tiempo acudieron a él los afligidos por Saúl y también los adeudados, y David fue el capitán de ellos. Nuestro Señor Jesús es rechazado hoy día. El mundo no tiene oído para su voz que habla por medio de la Santa Biblia. Pocos quieren sufrir con Él. Pero los que le reciban y, tomando su cruz de vituperio, siguen en pos de Él, reinarán con él en el día futuro de gloria, como honró David a los que con él sufrieron.
Amigo lector, ¿está usted de parte de este mundo regido por Satanás el usurpador, o ha acudido a Cristo? Él puso su vida en el Calvario, y le dice: “Venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados, que yo te haré descansar”, Mateo 11.28.

Por G. G. Johnston


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