V — Más que Salomón en este lugar
III.
Mayor que Salomón como edificador
Salomón
fue el constructor del templo. David, el guerrero-rey, reunió por conquista los
materiales, pero el construir no le fue permitido de Dios. La construcción no
pudo comenzar hasta que la paz prevaleciera en todo lugar, fruto de la lucha, y
sólo a un hombre de paz podría ser encomendada la obra de levantar la Casa de
Dios.
David
fue informado del plano, pero Salomón fue autorizado a ejecutarlo. La
procuración fue encomendada a David y a Salomón la incorporación de los
materiales en la Casa. David, podemos afirmar, encontró el precio; Salomón
reunió la sustancia conforme al hermoso diseño decretado por Dios. No habría
templo sin haber victoria antes; tampoco habría templo sin labores pacientes y
sabias.
Nuestro Señor Jesucristo reúne las partes típicas de
David y de Salomón. Es el Jehová fuerte y valiente, el Jehová poderoso en
batalla, al decir del Salmo 24, y ante él alzan la cabeza las puertas eternas
de los más altos cielos cuando regresa triunfante de su conquista en el
Calvario. Sentado sobre el trono del Padre, Rey de justicia y Rey de paz, Él
envió a su Espíritu Santo, cual Viceregente en la tierra, y por medio de él
está construyendo su verdadero Templo: la Iglesia. Desde Pentecostés en
adelante la obra está en progreso; regio el edificio, sabio el plan,
costosísimos los materiales.
Salomón
obró con piedra buena, oro, plata y cedro labrado. Cristo obra con almas sin
precio, en el material imperecedero de personalidades humanas. Salomón preparó
su obra comenzando afuera y luego incorporándola a la estructura interna; véase
proverbios 24.27. Las piedras fueron sacadas y labradas por obreros que hacían
cada cual lo suyo en lugares lejanos de Moríah.
Así,
a lo largo de muchas generaciones los obreros de Cristo se han afanado en los
dispersos rincones del mundo, buscando en las canteras de la humanidad las
almas de sus semejantes. Estas “piedras vivas”, preparadas de antemano por las
operaciones soberanas del Santo Espíritu de Dios, han sido puestas cada una en
su lugar correspondiente en el Templo divino. En los días de Salomón las
piedras ya acabadas fueron traídas desde su distancia nativa y ubicadas
silenciosamente en sus posiciones respectivas. “Ni martillo ni hachas se oyeron
en la casa, ni ningún otro instrumento de hierro”, 1 Reyes 6.7. Así también las
piedras vivas de la casa espiritual, sin demostración ni clamor público, pero
con aquel poder silencioso que caracteriza la obra de Dios, se están colocando
de tal suerte que “todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un
templo santo en el Señor”, Efesios 2.21.
Se
han caído los pináculos resplandecientes de Salomón y han sido derrumbados sus
muros masivos. Llegó el día triste cuando su “casa magnífica por excelencia” se
sumó a las conquistas babilónicas, y el lamento de Isaías 64.11 fue: “La casa
de nuestro santuario y de nuestra gloria, en la cual te alabaron nuestros
padres, fue consumida al fuego ...” Desde hace siglos, ni una piedra se ha
quedado sobre otra, pero el templo de Cristo no se caerá jamás ni prevalecerán
contra él las puertas del Hades. Salomón construyó para el tiempo, Cristo para
la eternidad. Salomón para la tierra, Cristo para los cielos.
¡He
aquí Uno mayor que Salomón en este lugar!
J.B. Watson
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