domingo, 4 de julio de 2021

NUESTRO INCOMPARABLE SEÑOR (7)

 

V — Más que Salomón en este lugar


III. Mayor que Salomón como edificador

            Salomón fue el constructor del templo. David, el guerrero-rey, reunió por conquista los materiales, pero el construir no le fue permitido de Dios. La construcción no pudo comenzar hasta que la paz prevaleciera en todo lugar, fruto de la lucha, y sólo a un hombre de paz podría ser encomendada la obra de levantar la Casa de Dios.

            David fue informado del plano, pero Salomón fue autorizado a ejecutarlo. La procuración fue encomendada a David y a Salomón la incorporación de los materiales en la Casa. David, podemos afirmar, encontró el precio; Salomón reunió la sustancia conforme al hermoso diseño decretado por Dios. No habría templo sin haber victoria antes; tampoco habría templo sin labores pacientes y sabias.

            Nuestro Señor Jesucristo reúne las partes típicas de David y de Salomón. Es el Jehová fuerte y valiente, el Jehová poderoso en batalla, al decir del Salmo 24, y ante él alzan la cabeza las puertas eternas de los más altos cielos cuando regresa triunfante de su conquista en el Calvario. Sentado sobre el trono del Padre, Rey de justicia y Rey de paz, Él envió a su Espíritu Santo, cual Viceregente en la tierra, y por medio de él está construyendo su verdadero Templo: la Iglesia. Desde Pentecostés en adelante la obra está en progreso; regio el edificio, sabio el plan, costosísimos los materiales.

            Salomón obró con piedra buena, oro, plata y cedro labrado. Cristo obra con almas sin precio, en el material imperecedero de personalidades humanas. Salomón preparó su obra comenzando afuera y luego incorporándola a la estructura interna; véase proverbios 24.27. Las piedras fueron sacadas y labradas por obreros que hacían cada cual lo suyo en lugares lejanos de Moríah.

            Así, a lo largo de muchas generaciones los obreros de Cristo se han afanado en los dispersos rincones del mundo, buscando en las canteras de la humanidad las almas de sus semejantes. Estas “piedras vivas”, preparadas de antemano por las operaciones soberanas del Santo Espíritu de Dios, han sido puestas cada una en su lugar correspondiente en el Templo divino. En los días de Salomón las piedras ya acabadas fueron traídas desde su distancia nativa y ubicadas silenciosamente en sus posiciones respectivas. “Ni martillo ni hachas se oyeron en la casa, ni ningún otro instrumento de hierro”, 1 Reyes 6.7. Así también las piedras vivas de la casa espiritual, sin demostración ni clamor público, pero con aquel poder silencioso que caracteriza la obra de Dios, se están colocando de tal suerte que “todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor”, Efesios 2.21.

            Se han caído los pináculos resplandecientes de Salomón y han sido derrumbados sus muros masivos. Llegó el día triste cuando su “casa magnífica por excelencia” se sumó a las conquistas babilónicas, y el lamento de Isaías 64.11 fue: “La casa de nuestro santuario y de nuestra gloria, en la cual te alabaron nuestros padres, fue consumida al fuego ...” Desde hace siglos, ni una piedra se ha quedado sobre otra, pero el templo de Cristo no se caerá jamás ni prevalecerán contra él las puertas del Hades. Salomón construyó para el tiempo, Cristo para la eternidad. Salomón para la tierra, Cristo para los cielos.

            ¡He aquí Uno mayor que Salomón en este lugar!

J.B. Watson

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