domingo, 4 de julio de 2021

Ganando Almas a la manera bíblica (7)

 

El verdadero Evangelio

Para poder ser un obrero efectivo, el ganador de almas debe cono­cer el verdadero mensaje del evangelio, debe ser capaz de detectar a las variaciones del mismo y ser capaz de responder objeciones.

            En su Epístola a los Gálatas, Pablo insistió que existe un solo evan­gelio verdadero, y que la maldición de Dios está sobre cualquiera que predica otro (Gálatas 1:8-9). El verdadero evangelio, por supuesto, es la salvación por fe solo en el Señor Jesucristo (Juan 14:6).

            Todos los otros evangelios o religiones pueden estar clasificados bajo tres grandes encabezados:

            1. El hombre se salva por buenas obras, buen comportamiento o méritos humanos de algún tipo. Esto puede incluir:

a)    ritos religiosos y ceremonias como el bautismo, la confirma­ción, la comunión, la penitencia, las oraciones, etc.

b)    guardar los Diez Mandamientos o algún otro reglamento de vida.

c)    buenas obras, donaciones a obras de caridad, dar lo mejor de uno mismo.

d)    sinceridad, honestidad o un buen comportamiento moral.

            2. El hombre se salva por la fe en Cristo, a través de las buenas obras mencionadas anteriormente.

            3. El hombre es salvo solo por la fe en Cristo, pero, para permane­cer salvo, debe guardarse por hacer buenas obras.

            En conclusión, todos estos muestran ser contrarios a la Palabra de Dios en Romanos 4:5: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”. Lea además Gálatas 3:3,11; Efesios 2:8,9; Tito 3:5.

            El evangelio son las Buenas Nuevas de que Cristo murió para salvar a los hombres porque ellos no podían salvarse a sí mismos, que resucitó, volvió al cielo, y ahora le da vida eterna a todo aquel que Lo recibe por fe (1 Corintios 15:1-4).

            Cualquier idea en la que se exprese que el hombre tiene algún tipo de mérito o poder para ayudar en su propia salvación, queda total­mente excluida (Romanos 3:27). Dios ve al hombre como muerto (Efesios 2:1), y, por tanto, débil (Romanos 5:6). La idea de merecer la salvación es atractiva para el corazón del hombre, pero le roba la gloria a Cristo como único Salvador (Isaías 42:8).

            Ahora, al presentar el evangelio a los no salvos, hay ciertos puntos en los que el obrero debe ser claro.

            1. Todos los hombres son pecadores y por lo tanto están perdidos. Si una persona argumenta que no ha cometido los pecados viles que han cometido otros, probablemente tenga razón. Sin embar­go, hay dos hechos que son ciertos:

a)    Es capaz de cometer todos estos pecados. Entonces, lo que tal persona es realmente, es mucho peor que lo que ha hecho.

b)    Si rechaza a Cristo, pasará la eternidad con los pecadores más perversos.

            Entonces, argumentar que uno es bueno en comparación con otros es un completo disparate.

            2. “Sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22). El obrero hará bien en enfatizar que Cristo derramó Su sangre de infinito valor para que los pecados de las mayores pro­fundidades fueran perdonados (1 Juan 1:7). Destaque el valor de Su sangre preciosa.

            3. La resurrección y glorificación de Cristo son de tremen­da importancia. El evangelio no termina con Cristo en la cruz. El Sal­vador está vivo, y pronto volverá por Su pueblo; y es también Juez, que pronto vendrá a castigar a aquellos que no obedezcan el evangelio (2 Tesalonicenses 1:8).

            4. La salvación es dada por Dios por medio de la gracia (Efe­sios 2:8). Eso significa que el hombre no la merece, que no tiene derecho sobre Dios y que no puede hacer nada al respecto. Significa que Dios sal­va al hombre sin tener un motivo ulterior para hacerlo, sin tener la espe­ranza de ser recompensado por los hombres y sin precio de ningún tipo.

            El pecador entonces puede venir a Cristo, tal como es, con todo su pecado, y recibir perdón y paz. Dios no le pide que se reforme prime­ro, o que le dé vuelta a la página.

            5. La salvación es recibida por el hombre en el principio de la fe (Romanos 3:28). Eso significa que el hombre le toma la pa­labra a Dios. Él se pone del lado de Dios contra sí mismo. Rechaza la idea de poder salvarse a sí mismo o de mantenerse salvo y se aco­ge sobre la misericordia del Señor. La fe hace que Dios sea todo y el hombre sea nada.

            Aquí podemos ver que la fe no es el salvador. Solo una persona vi­va puede salvar. Pero la fe acepta la salvación como un regalo de parte de Dios.

            La fe no es un acto meritorio o una buena obra. Un hombre es ne­cio cuando no le cree a Dios. Por tanto, no puede jactarse de su fe. Es la única respuesta cuerda, lógica y razonable que puede tener respecto a la Palabra de Dios.

            6. Aunque las buenas obras no tienen parte en la obtención de nuestra salvación, tienen un rol prominente después de que somos salvos (Tito 2:14). No somos salvos por buenas obras, si­no para buenas obras. Compare los versículos 9 y 10 de Efesios 2. Solo los que son nacidos de nuevo pueden producir buenas obras a los ojos de Dios. No hacen estas buenas obras para ser salvos, o para per­manecer salvos, sino porque son salvos. Todas las buenas obras reali­zadas por los creyentes recibirán recompensas en el Tribunal de Cristo (1 Corintios 3:12-15).

            Santiago enfatiza en su epístola que la fe sin obras es muerta (Santia­go 2:17). Aquí vemos que la fe que salva es la fe que funciona. La verda­dera fe produce buenas obras. Son el resultado inevitable de la salvación. Si un hombre es verdaderamente salvo, este producirá buenas obras.

            7. Cuando una persona es salva, todos sus pecados son per­donados-pasados, presentes y futuros. Cristo murió por todos nuestros pecados. Los pecados cometidos después de la conversión interrumpen nuestra feliz comunión con Dios, pero no afectan nuestra relación como hijos de Dios. Estos deben confesarse y abandonarse para que la comunión pueda restaurarse.

            8. Desde el momento en que una persona se convierte, Dios mismo lo califica para el cielo. Su calificación depende del valor de la sangre de Cristo. No se puede agregar nada a esa sangre.

            9. El cristiano tiene una posición perfecta delante de Dios por­que Dios lo ve en Cristo. Su vida diaria debería ajustarse a su posición.

            Cuando decimos que un creyente es completo, santo y sin mancha delante de Cristo, no quiere decir que Dios no sea consciente de los pecados en su vida. Lo que en realidad quiere decir es que Dios nunca lo condenará por esos pecados porque el Señor Jesucristo ya ha paga­do la pena.

            Ahora, hay tres grandes objeciones contra el evangelio de la gracia de Dios, a las cuales el ganador de almas debería saber responder. La primera es esta:

            1. Si todo lo que tuviera que hacer para ser salvo fuera cre­er en Cristo, entonces podría ir y vivir de cualquier forma.

            La respuesta a esto es que cuando la persona es salva, quiere vivir una vida santa por amor a Quien murió por sus pecados. El amor es el motivo más fuerte de todos. Las personas harán por amor lo que ja­más harían bajo la ley. “Porque el amor de Cristo nos constriñe” (2 Corintios 5:14).

            Muchos predicadores bien intencionados han sentido la necesidad de enseñar que la continuidad de la salvación de los creyentes se con­diciona a una buena vida para mantenerlos en caminos de santidad. Sin embargo, Dios sabe más que el hombre. Él da la salvación como un regalo incondicional, para no volverlo a tomar, y luego les pide a las personas que respondan frente a ese amor teniendo vidas puras y de­dicadas. Los cristianos son llamados a “servir, en amorosa gratitud a Aquel que murió para asegurarles las bendiciones para ellos, y Quien vive para mantenerlos para bendición”.

            Luego, existe otra objeción contra el evangelio:

            2. Si todo lo que hay que hacer para ser salvo es creer en Cristo, ¿entonces cómo se puede saber si se tendrá la fuerza o el poder para vivir como se debe?

            Una pregunta así pasa por alto el hecho de que cuando una perso­na es salva, el Espíritu Santo de Dios hace morada en su vida. El Espíritu Santo es Quien lo capacita para ser libre del pecado que habita en él. El creyente siente una repulsión por el pecado la cual nunca antes había experimentado, y un nuevo amor por la santidad.

            Además, el Señor Jesús insiste en mantener al cristiano en comu­nión consigo mismo y separado del mal.

            La tercera objeción prominente es esta:

            3. Si la salvación es por fe, entonces en realidad me está di­ciendo que los Diez Mandamientos, dados originalmente por Dios, no tienen valor.

            ¡Claro que no! La ley prometía vida por obediencia, pero muerte por la desobediencia. Todos hemos violado la ley, entonces todos so­mos culpables de muerte. Las demandas de la ley deben satisfacerse.

            El Señor Jesús fúe a la cruz para pagar la pena de la ley que nosotros habíamos roto. Cuando Lo aceptamos por la fe, la ley ya no puede con­denamos porque sus demandas fueron pagadas por nuestro Sustituto.

            Por tanto, “el evangelio no nos habla de un Dios cuyo amor ha si­do expresado por ignorar el pecado, sino de un Dios cuyo amor por el pecador solo pudo expresarse donde Sus santas demandas contra el pecado fueran justamente satisfechas y su pena fuera exhaustivamente soportada” (George Cutting).

            En estos días de predicación confusa, es importante que el gana­dor de almas entienda completamente la doctrina del evangelio de la gracia. Solo en la medida en que pueda explicarlo claramente podrá consolidar a los recién convertidos en la fe.

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