Habiendo
considerado la parte esencial del mensaje del evangelio en sí, vamos a
concentrarnos ahora en lo que la Biblia dice respecto a su modo de
presentación. El principio básico, al que debemos aferrarnos, es que la obra de
Dios siempre se hace mejor en la manera de Dios.
El
discurso del Maestro
El Señor Jesucristo es nuestro
ejemplo perfecto en toda actividad cristiana (1 Corintios 11:1) y por lo tanto
será útil considerar cómo hablaba Él a la gente. Se destacan cuatro
características:
1. Autoridad “Cuando
terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les
enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7:28,29).
El Señor tenía en sus palabras un poder personal que asombraba a los judíos. Su
repetido “Yo os digo” indicaba una autoridad única. Aunque nosotros no poseemos
ese atributo distintivo del Hijo de Dios, sí llevamos un mensaje divino que
debe ser proclamado con confianza y convicción. “Si alguno habla, hable
conforme a las palabras de Dios” (1 Pedro 4:11). Así, cuando Pablo evangelizó
Tesalónica su evangelio fue recibido “no como palabra de hombres sino según es
en verdad, la palabra de Dios” (1 Tesalonicenses 2:13).
Pero la autoridad no debe ser
confundida con la arrogancia. Nuestro mensaje se ajusta y asienta enteramente
en la infalible Palabra pero nosotros somos solamente pecadores salvados por
gracia. Alguien dijo que la evangelización es sencillamente diciéndole a otro
mendigo dónde encontrar pan. ¡No tenemos en nosotros mismos de qué estar
orgullosos, pero sabemos dónde está ese pan de vida! Digámoslo con convicción
(Salmo 107:2).
2.
Sencillez Este es otro rasgo del método didáctico
del Señor, probando más allá de toda duda que la “profunda verdad” (o cómo
queremos llamarla) no tiene por qué ser ininteligible. El uso que el Maestro
hizo de parábolas, objetos y actividades comunes para arrojar luz sobre las
realidades espirituales es una lección para todo predicador. ¿No podemos
deducir que si la fe como la de un niño es el requisito para la entrada en el
reino de los cielos (Mateo 18:3), el evangelio por sí solo debe ser suficientemente
claro como para que un niño lo pueda asimilar? “Escondiste estas cosas de los
sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mateo 11:25).
Mantengamos nuestro mensaje sencillo de manera que el oyente menos instruido
puede entenderlo. Bien cantamos:
Claro hacedlo resonar:
Cristo salva al pecador.
3.
Sinceridad Se
sentía una evidente autenticidad dimanante del Señor Jesús. La profunda
realidad de su amor y compasión por las almas brillaba en todo cuanto Él decía
y hacía. “Al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban
desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36).
Nosotros podríamos haber visto aquella enorme multitud como una fastidiosa masa
de humanidad sin personalidad propia, quizá incluso como una amenaza. El Señor
los vio como ovejas perdidas, y el corazón del Buen Pastor respondió a sus
necesidades. No había nada en su ministerio a los hombres y mujeres que era
insensible o rutinario.
Aunque nuestro mensaje del
evangelio debe ser tan claro y práctico como las noticias difundidas por la
radio (en realidad, ¡más aun!), la forma de transmitirlo debe ser muy
diferente. La historia del amor de Dios por un mundo perdido no puede ser
presentada con la fría indiferencia de un conferencista académico. Debe
conmover el corazón del que habla, como sucedió con el del Señor (Mateo 23:37)
y el de Pablo (Hechos 29:31).
4. Urgencia
Toda la actividad del Salvador
puso de manifiesto un reconocimiento de la brevedad del tiempo (Juan 4:35,
9:4). El evangelio no es una palabra confortable para ser guardada hasta que
aparezca una mejor “oportunidad” (Hechos 24:25) al no tener otra cosa que
hacer. Es un reto directo e inmediato al corazón. Es por esto que el Señor
habló solemne y repetidamente acerca del juicio eterno que espera a los que le
rechazan.
Nuestro evangelismo ha de estar
marcado por la urgencia, “porque es el tiempo de buscar a Jehová” (Oseas
10:12). Una vez que el Señor nos haya llevado a estar con Él, no habrá más
oportunidad para alcanzar a los perdidos. Nos gozaremos grandemente en la eternidad,
pero al menos una bendición no será nuestra, y es la de llevar un pecador a
Cristo. Es una labor que debemos realizar ahora.
La
estrategia del Maestro
El Señor Jesús nos facilita no
sólo un ejemplo ideal del testimonio evangelístico sino también un detallado
plan de campaña a seguir por sus servidores mientras Él esté ausente personalmente.
Esta estrategia se esboza en Mateo 28:18 al 20:
1.
El plan divino “Por
tanto id”. Todo hijo de Dios está comisionado para ser un testigo del evangelio
por su comportamiento (Filipenses 1:27) y por sus palabras (Colosenses 4:6).
2.
El diseño divino “Haced discípulos,” bautizándolos e
instruyéndolos en todas las enseñanzas del Señor Jesucristo. A veces oímos a
cristianos decir que lo principal es ver la gente salvada. Esto puede parecer
razonable, pero no es toda la estrategia del evangelio de Dios. El diseño de
Dios es ver hombres y mujeres salvados, bautizados, añadidos a un grupo de
creyentes que se reúnen de acuerdo con los principios del Nuevo Testamento y
edificados constantemente en la verdad divina. Aquello que no tenga todo esto
por meta es desobediencia a la Gran Comisión. De manera que debemos evaluar
nuestro servicio a la luz de este modelo.
¿Tu actividad evangelística está
diseñada para conducir a los convertidos a formar parte de la asamblea local?
Conozco un matrimonio cristiano que trabaja concienzudamente entre la juventud,
pero, pesa decirlo, su esfuerza no está vinculado a ninguna asamblea. La
importancia de aquella iniciativa, por tanto, es cuestionable, porque no es
hacer la obra de Dios a la manera de Dios.
3. El poder divino “Yo estoy con vosotros todos
los días”. La fe del creyente no descansa en el carisma de un predicador
entusiasta, o en argumentos inteligentes, o en distracciones apasionantes o en
un ambiente emocional. Descansa exclusivamente en el poder de Dios. Al leer 1
Corintios 2:1 al 5 uno conoce el método evangelístico de Pablo. El evangelista
de Dios no necesita habilidades de ilusionista ni emplea espectacularidades. En
realidad, las tales cosas (sean interpretaciones dramáticas o interludios musicales)
en el mejor de los casos son innecesarias y en el peor de ellos son
perjudiciales, porque restan de la gloria que le pertenece sólo a Él.
Salgamos,
pues, decididamente con el evangelio de la gracia de Dios, pero asegurémonos
que lo hacemos de tal manera que le honre al Dios de nuestra salvación.
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