JUAN 14
Los discípulos en relación con el Padre Juan 14:4-14
El Señor nos ha presentado
el final del viaje, y ahora nos guiará para ver cuáles son nuestros privilegios
mientras dura. Los versículos que siguen nos dicen que tenemos una relación con
el Padre. Todavía no hemos llegado a la casa paterna, pero es nuestro el
privilegio de conocerle antes de entrar allí. Si somos llevados a conocer al
Padre en el momento presente es con motivo de que podamos tener acceso a Él
mientras cruzamos este mundo. El propósito de esta parte del discurso no es
otro que el de conocer, ver y venir al Padre, de modo que seamos capaces de
confesarle nuestras peticiones en el nombre de Cristo, lo mismo que si
tuviéramos la feliz confianza de un niño.
vv. 5-6. El
Señor hace la introducción de este tema con las palabras «sabéis adónde voy, y
sabéis el camino». Con una idea muy distinta
en la mente, Tomás comete el error de no entender el
significado de las palabras del Señor, y Él, contestando a su pregunta «¿cómo
podemos saber el camino?» le muestra claramente que está
hablando de la persona a la que va, y no simplemente de un lugar. Cristo es el
camino a esta Persona, el Padre. Él es también en quien se presenta la verdad
del Padre y la vida en la que esta verdad puede disfrutarse. No existe otro
camino al Padre, por eso dice el Señor: «Nadie viene al Padre, sino por medio
de mí». Unas palabras llenas de profundo significado en un tiempo en que los
hombres rechazan los derechos del Hijo al referirse a la paternidad de Dios.
Las palabras del Señor se adelantan a las palabras inspiradas del apóstol, que
tiempo después escribiría: «Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre»
(1ª Juan 2: 23).
v. 7. Es
igualmente cierto que conocer al Hijo es conocer al Padre. El Señor puede
decirles a los discípulos: «Si me conocieseis, también conoceríais a mi Padre;
y desde ahora le conocéis, y le habéis visto».
vv. 8-11.
Felipe, igual que Tomás, no puede pensar más que en lo terrenal. Tomás pensó en
un lugar material, y Felipe hace referencia a lo que se puede ver, por eso
dice: «Señor, muéstranos al Padre, y nos basta». La respuesta que se le da pone
de manifiesto que el Señor habla de la visión de la fe. Luego le pregunta para
probarle: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?»
Y afirma: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre». Poner la mirada más
allá de las formas exteriores y ver al Hijo por la fe es, en realidad, ver al
Padre, pues el Hijo es Su perfecta revelación.
El mundo descreído no quiso
ver al Hijo, todo lo que vieron fue al supuesto hijo de José, al Carpintero.
Solo la fe podía ver en aquel
Hombre humilde al Hijo Unigénito que vino a declarar al
Padre, el único que habitaba en su seno y que podía declararnos su corazón. Abraham
nos dice que Dios es todopoderoso; Moisés, que Dios es el eterno e inmutable YO
SOY. Pero ni él ni Abraham fueron lo bastante grandes para declararnos al
Padre. Solamente una Persona divina es lo suficientemente grande como para
revelar a otra Persona divina. Así es como el Señor acto seguido declara la
igualdad e identidad perfectas del Padre y del Hijo: «Yo estoy en el Padre y el
Padre en mí». El tránsito del Hijo por este mundo no consiste solo en una
simple historia del Padre y del Hijo, sino del Padre en el Hijo.
Una vez vista por la fe la
gloria del Hijo, todo se vuelve más fácil cuando se ve al Padre revelado en el
Hijo. Porque Él es quien dice ser, igual en identidad con el Padre, el Señor
puede pronunciar sus palabras y sus obras como la revelación que hace de Él. La
gracia, el amor, la sabiduría y el poder que brillaron en sus palabras y obras
nos declaran el corazón del Padre.
vv. 12-14.
Siendo esto así, si el Hijo ha glorificado al Padre en la Tierra dando a
conocer su corazón con sus palabras, tanto más glorificado ha de ser el Padre
por el Hijo cuando Él tome su lugar en lo alto y declare el corazón del Padre
mediante las «obras mayores» de los discípulos. Y también le glorificará al
responder a las peticiones hechas al Padre en el nombre de Cristo.
Llegados a este punto del
discurso, el Señor termina de hablar de las experiencias de sus palabras y
obras que los discípulos han podido disfrutar mientras ha permanecido con
ellos. Ahora pasará a hablarles de aquellas experiencias nuevas y profundas de
Su poder después de la partida al Padre. El cambio connotativo de este discurso
viene marcado por de cierto, de cierto, una expresión utilizada generalmente
para introducir una nueva verdad.
El Señor revela a sus
asombrados discípulos la verdad nueva de que, después de Su partida, el
creyente en Jesús hará las obras que Jesús hizo en persona, y lo más
sorprendente aún es que hará obras todavía mayores. El Señor hace una relación
de esta gran exhibición de poder con su partida al Padre. Al regresar al Padre,
Él lo hacía a la fuente de todo poder y bendición. Todos los recursos del cielo
estarán disponibles para el menor en la tierra que cree en Cristo y ruega en Su
nombre, gracias a la presencia intercesora de Cristo con el Padre.
Estos versículos son
transicionales. Nos introducen en la historia de una joven Iglesia en el
momento en que, terminado ya el ministerio de Jesús, llegaron a congregarse
miles de personas como fruto de la predicación de los apóstoles, que efectuaron
muchas señales y maravillas entre el pueblo y la propia sombra de Pedro pasaba
curando a los enfermos. Los muertos resucitaban y Dios realizaba milagros por
mano de Pablo, cuyas ropas sanaban a quienes se las ponían encima.
Este poder estaba presente
para que la fe se expresara por medio de rogativas hechas en Su nombre. Como
alguien dijo con acierto: «con las peticiones hechas en nombre de otro se
entiende que el que las expresa hace suyas sus demandas, sus méritos, y suyo el
derecho a ser escuchado». El Señor, al utilizar sus propias palabras, otorga
este privilegio a quienes están en una relación con Él a través de la fe. Era
algo nuevo para los discípulos pedir en el nombre de Cristo, así como el
resultado que estaba produciendo en medio de estos discursos la partida del
Señor. Pedir en Su nombre suponía el hecho de que Él está ausente. La frase
«pedir en mi nombre» sale cinco veces en estos discursos.
En las palabras y obras de
Jesús en la tierra nosotros conocemos el corazón del Padre, y continuamos
conociéndole a través de las «mayores obras» que los discípulos hicieron siendo
dirigidos por el Señor desde Su lugar en lo alto. Conocemos, pues, el amor del Padre
cuando vemos al Señor que actúa por nosotros en respuesta a nuestras peticiones
al Padre, hechas en el nombre de Cristo.
En un mundo apartado de
Dios, donde todos corrían en pos de sus intereses, Él estaba unido al Padre en
mente, propósito y afecto, hallando su deleite en hacer su voluntad. Convertido
en Varón de dolores por un mundo de pecado, halló en el amor del Padre un
motivo de gozo constante y descanso ininterrumpido. Él quiere llevarnos a esta
relación bendita con el Padre para que nosotros también tengamos nuestro
deleite, descanso y nos gocemos en el amor paternal.
H. Smith
No hay comentarios:
Publicar un comentario