En 2 Reyes 2 leemos del segundo milagro
del profeta Eliseo, nombre que significa “salvación de Dios”. Era sucesor de
Elías, que significa, “mi Dios es Jehová”. Este era el profeta de fuego, con un
santo celo por el nombre y la gloria de su Señor, pero después de él viene
Eliseo, quien más bien es el profeta de la gracia. Es una secuencia importante:
primero debe haber celo por la honra de nuestro Dios en juzgar el pecado, y
luego la gracia para con el alma contrita y arrepentida.
El hombre incestuoso
en la asamblea de Corinto tuvo que sufrir la disciplina, siendo apartado de la
comunión, en la primera epístola. Más tarde, en la segunda epístola, él fue
restaurado por recomendación del mismo apóstol, habiendo dado pruebas de verdadero
arrepentimiento.
El salmista escribió
que “sol y escudo es Jehová Dios”, Salmo 84.11. Aquel salmo era para los hijos
de Coré, quienes vieron primeramente la justicia de Dios castigando el pecado
de sus padres, y después la gracia de Dios para con ellos mismos. Hay los dos
lados de la naturaleza divina: luz y amor; justicia y paz.
Tierra
estéril
Ahora, el relato en nuestro capítulo es
éste: “Cuando volvieron a Eliseo, que se había quedado en Jericó, él les dijo:
¿No os dije yo que no fueseis? Y los hombres de la ciudad dijeron a Eliseo: He
aquí, el lugar en donde está colocada esta ciudad es bueno, como mi señor ve; más
las aguas son malas, y la tierra es estéril”. “Entonces él dijo: Traedme una
vasija nueva, y poned en ella sal. Y se la trajeron. Y saliendo él a los
manantiales de las aguas, echó dentro la sal, y dijo: Así ha dicho Jehová: Yo
sané estas aguas, y no habrá más en ellas muerte ni enfermedad. Y fueron sanas
las aguas hasta hoy, conforme a la palabra que habló Eliseo”, 2.18 al 22.
El profeta empieza su ministerio con
una obra de gracia. Los hombres de Jericó exponen delante de él su necesidad
urgente. La ubicación de la ciudad de Jericó era buena; era una ciudad de
palmas y su nombre significa “un lugar fragante”. La posición no presentó
problema, pero la condición era trágica.
Aquí tenemos un cuadro
de lo que puede pasar con una asamblea. En cuanto a su posición, los creyentes
están congregados al nombre del Señor Jesucristo, separados del mundo, dando
cabida a toda la Palabra de Dios y perseverando en la doctrina de los apóstoles.
Sin embargo, puede encontrarse sin fruto y sin crecimiento.
Tal fue el caso de la
iglesia local en Corinto: posicionalmente buena, “santificados en Cristo
Jesús”, pero condicionalmente muy mala. El apóstol les denunció, diciendo:
“Todavía sois carnales”, 3.3. Había entre ellos divisiones y contiendas,
capítulo 3; mundanalidad, capítulo 4; inmoralidad, capítulo 5; pleitos delante
de los tribunales, capítulo 6; idolatría, capítulo 8; murmuraciones, capítulo
10; abusos en la cena del Señor, capítulo 11; doctrina errónea en cuanto a la
resurrección, capítulo 15. ¿Es posible que estas raíces amargas existan entre
nosotros ahora?
Las aguas de aquella
ciudad eran malas; las fuentes estaban tapadas y contaminadas. Estas aguas nos
hablan de nuestro corazón: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque
de él mana la vida”, Proverbios 4.23. Cuando el pecado, el mundo o la carne
están escondidos en el corazón del creyente, la congregación sufrirá las
consecuencias negativas.
Además de las aguas
malas, la tierra estaba enferma. Abortaba sus frutos. En esto tenemos los
funestos resultados de aguas malas en las siembras, que tiene su aspecto
espiritual en las actividades de la asamblea en la obra del evangelio: la
escuela dominical, el reparto de tratados, las reuniones en el edificio de la
congregación o en las casas. A veces hay profesiones, pero son abortivas que no
permanecen, y parece como trabajo en vano.
Problema
resuelto
Ahora veremos el remedio divino para
aquel mal. El siervo de Dios no empezó a buscar remedios para la tierra enferma
ni para endulzar las aguas. Salió hasta donde manaba el chorro, porque allí
estaba la causa de todo. Del mismo modo, cuando no hay bendición en la
congregación, hay que buscar la causa, y allí mismo se debe aplicar el remedio.
El profeta pidió una
botija o vasija nueva, haciéndonos recordar las palabras de Gálatas 6.1:
“Vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con espíritu de mansedumbre”.
Es el nuevo hombre que Dios requiere para la obra de restauración. El hombre
carnal no sirve, porque en él predomina lo carnal, el hombre viejo.
Además, Eliseo mandó
poner sal en la botija. Bien conocidas son las propiedades sanativas y
saludables de la sal. Es útil para purificar una llaga, y es contrarrestante de
la corrupción en carne o pescado.
La sal nos habla de la
Palabra de Dios, como consta el apóstol en 2 Timoteo 3.16: “Toda la escritura
es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir,
para instruir en justicia”. Es el Espíritu Santo que aplica a nuestra conciencia
la Palabra, a veces por el ministerio y otras veces directamente por la lectura
privada. Como en el caso del salmista, la Palabra a veces es más dulce que la
miel a nuestra boca. En cambio, a veces es algo picante como la sal, molestando
la conciencia por el momento. Pero si la obedecemos, producirá resultados
saludables en nuestras vidas y el gozo del Señor en nuestras almas.
Es importante notar
que fue Dios quien habló la palabra en el versículo 21: “Así ha dicho Jehová:
Yo sané estas aguas, y no habrá más en ellas muerte ni enfermedad”. Lo que Dios
hace, El hace bien. Si dejamos en manos del Señor nuestros problemas, sean personales
o colectivos, y clamamos a él en oración, todo saldrá bien y seguro.
Santiago Saword
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