domingo, 23 de junio de 2024

LA COMPASIÓN Y LA GRACIA DE JESÚS

 

(Lea cuidadosamente Mateo 14:1-21 y Marcos 6:30-44)


En estos dos versículos paralelos nosotros nos presentamos con dos distintas condiciones del corazón en los cuales ambos encuentran su respuesta en la compasión y la gracia del Señor Jesús. ¡Permítanos examinarlo diligentemente y pueda el Espíritu Santo permitirnos tomar y llevar siempre su preciosa enseñanza!

Fue un momento de dolor profundo para los discípulos de Juan cuando su maestro cayó por la espada de Herodes, cuando era el único en quién ellos estaban habituados a apoyarse y de cuyos labios los cuales ellos se habían acostumbrado a beber la instrucción, se aferraron ellos igual como una costumbre. Esto era verdaderamente un momento de tristeza y desolación, a los seguidores del Bautista.

Pero había uno a quién ellos podían venir con su dolor y en cuyo oído ellos podrían verter su historia de dolor - El único de quién su maestro había hablado, a quién él había señalado y de quién él había dicho “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”. Recurrieron a Él los discípulos afligidos. Nosotros leemos "... los discípulos de Juan, tomaron el cadáver, y lo sepultaron; y yendo, se lo contaron a Jesús”. Esto era lo mejor que ellos pudieron haber hecho. No había otro corazón en la tierra en el que ellos pudieran encontrar una respuesta compasiva, del corazón amoroso de Jesús. Su compasión era perfecta. Él conoció todo el dolor de ellos. Él supo de su perdida y como ellos se estaban sintiendo. Estos discípulos actuaron sabiamente cuando "yendo, se lo contaron a Jesús”. Su oído estaba siempre abierto y su corazón siempre preparado a consolar, y ha compadecerse. Él ejemplifica perfectamente el mandato después incluidas en las palabras del Espíritu Santo, "Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran” (Romanos 12:15).

¿Quién puede decir algo sobre el valor de la compasión genuina?, ¿Quién puede declarar el valor de tener a aquel que puede realmente de tus gozos y dolores hacerlos propios? ¡Gracias a Dios! Nosotros tenemos al único al bendito Señor Jesucristo. Aunque nosotros no podemos verlo con los ojos de este cuerpo, no obstante, podemos usar la fe en Él en toda la preciosura y poder de su perfecta compasión. Nosotros podemos, sí únicamente nuestra fe es simple e infantil, venir desde la tumba donde nosotros hemos recientemente depositado los restos de algún ser querido a los pies de Jesús y allí verter la angustia de un acongojado y desolado corazón. Nosotros no encontraremos un duro rechazo allí, no habrá reproches crueles por nuestra necedad y debilidad en sentimientos tan profundos. Ni cualquier esfuerzo torpe por decir algo adecuado, algún esfuerzo sin sentido por dar alguna expresión de condolencias. ¡Ah! No; Jesús sabe cómo compadecerse de un corazón quebrado y agobiado bajo el peso del dolor. El suyo es un corazón humano perfecto. ¡Qué pensamiento! ¡Es un privilegio tener acceso en todo momento, en todo lugar y bajo todas las circunstancias a un perfecto corazón humano! Nos pudiera parecer en vano esto al estar aquí. En muchos casos, hay un deseo real hacia la compasión, pero una total carencia de capacidad. Yo podría encontrarme en momentos de dolor, en la compañía de alguien que no sabe nada acerca de mi dolor o del origen de este. ¿Cómo podría él compadecerse? Aunque debo decirle, su corazón podría estar tan ocupado con otras cosas, como para tener espacio y tiempo para mí.

No es así con el Hombre perfecto, Cristo Jesús. Él tiene ambas cosas espacio y tiempo, para cada uno y para todos. No importa cuando, como o conque tu vienes, el corazón de Jesús está siempre abierto. Él nunca desechará, nunca fallará, nunca defraudará. ¿Si nosotros estamos en el dolor, qué debemos hacer? Simplemente debemos hacer tal como los discípulos del Bautista hicieron, “ir y decir a Jesús”. Esto es lo correcto de hacer. Permitirnos ir directamente desde la tumba a los pies de Jesús. Él secará nuestras lágrimas, aliviará nuestros dolores, sanará nuestras heridas y llenará nuestro vacío. De esta manera nosotros podemos ser capaces de entrar en aquellas palabras verdaderas de Rutherford cuando él dice “intento poner todas mis obras buenas sobre Cristo y entonces una parte del ser irá en gran manera conmigo” Esta es una experiencia que nosotros podríamos bien anhelar. ¡Que el bendito Espíritu nos dirija más a esto!

Nosotros podemos ahora contemplar otra condición del corazón provista por los doce apóstoles en su retorno de su cumplida misión. “Y los apóstoles, reuniéndose con Jesús, le dieron cuenta de todo; de cuanto habían hecho, y de cuanto habían enseñado”. (Marcos 6:30 V.M.). Aquí nosotros no tenemos un caso de aflicción y desamparo, pero sí uno de regocijo y estimulo. Los doce avanzaron hacia Jesús para contarle de su buen resultado, así como los discípulos del Bautista se acercaron en el momento de su pérdida. Jesús fue igual con todos. Él podría encontrarse con un corazón que está quebrado por el dolor y Él podría encontrarse con un corazón que está lleno por la buenaventura. Él supo cómo controlar, calmar y dirigir, a los unos y a los otros. ¡Bendiciones por siempre sobre Su glorioso nombre!

“Y él les dijo: Venid vosotros mismos aparte a un lugar desierto, y descansad un poco. Porque eran muchos los que venían e iban; de manera que ni para comer tenían tiempo” (Marcos 6:31 V.M.). Aquí nosotros nos dirigimos a un punto en el cual las glorias morales de Cristo brillan con reflejo extraordinario y corrigen el egoísmo de nuestros pobres y estrechos corazones. Aquí nosotros somos enseñados con inequívoca claridad que hace a Jesús el depositario de nuestros pensamientos y sentimientos, lo cual nunca ha de producir en nosotros un espíritu de arrogante suficiencia e independencia, o un sentimiento de desprecio hacia otros. Por el contrario. Aún, es más, nosotros tenemos que ver con Jesús, el gran deseo es que nuestros corazones sean abiertos para encontrar las formas variadas de las necesidades humanas que puedan presentarse a nuestra vista de día en día. Esto es cuando nosotros venimos a Jesús y derramamos nuestros corazones completamente delante de Él, hemos de contarle a Él de nuestros sufrimientos y nuestros gozos, y dejar toda nuestra carga a sus pies, para que nosotros realmente aprendamos de que modo sentir por otros.

Hay gran belleza y poder en las palabras “Venid vosotros aparte”. Él no dice “Marchaos”. Esto nunca lo haría. Sería inútil irnos aparte a un lugar desierto si Jesús no ha de estar allí. Entrar en la soledad sin Jesús es para hacer de nuestros corazones fríos y estrechos, mucho más fríos y estrechos todavía. Yo podría retirarme de la escena que me rodea en mortificación y desilusión, y envolverme así en un egoísmo impenetrable. Yo puedo suponer que mis compañeros no han hecho bastante por mí y puedo retirarme para hacer mucho por mi mismo. Yo puedo hacerme el centro de todo mí ser y así puedo volverme a un corazón frío, estrecho, y miserable criatura. Pero cuando Jesús dice “Venid”, el caso es totalmente diferente. Nuestras finas lecciones morales son aprendidas solo con Jesús. Nosotros no podemos respirar la atmósfera de Su presencia sin tener nuestros corazones ensanchados. Si los apóstoles hubieran entrado en el desierto sin Jesús, ellos mismos se habrían comido los panes y los peces, más yendo con Jesús ellos aprendieron algo diferente. Él supo satisfacer la necesidad de una multitud hambrienta, tan favorablemente como el de la compañía de afligidos o regocijados discípulos. La compasión y la gracia de Jesús son perfectas. En Él puede encontrarse todo. Si uno está afligido, puede ir a Jesús; Si uno está contento, puede ir a Jesús; Si uno tiene hambre, puede ir a Jesús. Nosotros podemos traerle todo a Jesús, porque en Él mora toda la plenitud y bendito sea su nombre. Él nunca envía lejos a alguien estando vacío.

No así lamentablemente, son sus pobres discípulos ¡Cuán nefasto es su egoísmo cuando vieron en la luz de su magnífica gracia! “Y salió Jesús y vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas”. Él había ido a un lugar en el desierto para dar a sus discípulos descanso, más estos no consideran con prontitud en ninguno de ellos las necesidades humanas, como es el ser llevado en las profundas corrientes de una envolvente compasión delante de Su corazón tierno.

“Cuando ya era muy avanzada la hora, sus discípulos se acercaron a él, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya muy avanzada. Despídelos para que vayan...”. ¡Qué palabras de hombres que recién han retornado de la predicación del evangelio! “Despídelos para que se vayan” (“Envíalos afuera de aquí” AKJV). ¡Ah! Una cosa es predicar la gracia y otra cosa es obrar por ella. Es bueno predicar, pero también es bueno obrar en ella. De hecho, la predicación sufrirá si no es combinada con el obrar. Es bueno instruir al que ignora, pero también es bueno alimentar al que tiene hambre. Lo último puede involucrar una mayor abnegación que lo primero. Puede no costarnos nada el predicar, pero hay un mayor costo el alimentar y no nos gusta tener en nuestra provisión privada a intrusos. ¿Está el corazón listo para poner por delante diez mil objeciones “Qué haré yo por mí mismo” ?, ¿Quién se ocupará de mi familia? Nosotros debemos actuar juiciosamente. Nosotros no podemos hacer cosas que son imposibles. Estos y los argumentos similares al corazón egoísta pueden empujar a objetar cuando una necesidad es presentada a Él mismo.

“Despídelos para que se vayan” (VM). ¿Qué hizo a los discípulos decir esto?, ¿Cuál fue el origen real de esta egoísta demanda? Simplemente la incredulidad. Ellos tuvieron recuerdos que hubo en medio de ellos un anciano que había alimentado a “600.000 caminantes” durante cuarenta años en el desierto, ellos sabían que Él (Señor) no habría enviado lejos a una multitud hambrienta. Ciertamente la misma mano que había nutrido aquellas huestes por tan largo tiempo fácilmente podía proporcionar una sola comida para cinco mil. Así la fe razonaría, pero la incredulidad oscurece el entendimiento y constriñe el corazón. No hay nada tan absurdo como la incredulidad y nada que contraiga más las entrañas de compasión. La fe y el amor van siempre juntos, y en proporción del crecimiento de uno es el crecimiento del otro. La fe abre las compuertas del corazón y le permite conducir las corrientes de amor hasta lo último. Así el apóstol podía decir a los Tesalonicenses “...que crezcáis y abundéis en amor, los unos para con los otros, y para con todos”. Esta es la regla divina. Un corazón lleno de fe puede permitirse ser caritativo; un corazón inconverso no puede permitirse nada.

La fe pone al corazón en un contacto inmediato con Dios en sus inagotables tesoros y satisface con los afectos más benévolos. La incredulidad empuja al corazón sobre sí mismo y le llena con todas las formas del miedo egoísta. La fe nos dirige en el alma expandiendo la atmósfera de los cielos. La incredulidad nos deja envueltos en la atmósfera marchita de este mundo cruel. La fe nos permite escuchar las palabras de gracia de Cristo, “Dadles vosotros de comer”. La incredulidad nos hace expresar nuestras propias palabras crueles “Despídelos, para que se vayan” (V.M). En una palabra, no hay nada que ensanche el corazón como la simple fe y nada que lo contraiga tanto como la incredulidad. ¡Oh!, ¡Que nuestra fe pueda crecer muchísimo, para que nuestro amor pueda abundar más y más!, ¡Podamos nosotros cosechar ganancias de la contemplación a la compasión y la gracia de Jesús!

Es un contraste llamativo entre “despídelos, para que se vayan” y “Dadles vosotros de comer”. Así es en la vida. Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Es mirando sus caminos que nosotros aprendemos a juzgar nuestros caminos - mirándole a Él nosotros aprendemos a juzgarnos a nosotros mismos. Esta es una escena maravillosa donde Jesús corrige el egoísmo de sus discípulos. Primero haciendo de ellos instrumentos a través de los cuales Su gracia puede fluir a la multitud y segundo haciéndoles recoger “y alzaron doce cestos llenos de los pedazos de pan y de los peces” para ellos.

Ni es esto todo. No solamente es egoísmo reprendido, más el corazón instruido es sumamente bendecido. Naturalmente podría decirse “¿De qué pueden servir los cinco panes y los dos peces a todos? Ciertamente, el único que puede alimentar, puede fácilmente alimentarlos sin aquella mediación”. En lo natural podría defenderse así, pero Jesús nos enseña que nosotros no somos criaturas despreciables a Dios. Nosotros estamos para usar lo que tenemos con la bendición de Dios. Esta es una hermosa lección moral para el corazón. “¿Cuánto tiene Ud. en la casa?” Es la pregunta. Es licito aquello, y a ningún otro, Dios usara. Es fácil ser generoso con lo que nosotros no tenemos, pero la cosa es sacar lo que nosotros tenemos y con la bendición de Dios, aplíquelo a la necesidad presente.

También en especial en la recolección de los pedazos. El necio aquí podría decir, “¿Qué necesidad de recoger aquellas migajas esparcidas? Ciertamente el único que ha forjado tal milagro no tiene necesidad de las migajas”. Sí, pero nosotros no somos criaturas desechadas de Dios. Él usando los panes y los peces somos enseñados al no desprecio de ninguna criatura de Dios, más en la recolección de las migajas somos enseñados a no desperdiciarla. Los hombres en su necesidad se han reunido libremente, más Él no permitió que una sola miga fuera desperdiciada. ¡Cuán divinamente perfecto!, ¡Que diferente a nosotros! A veces nosotros somos tacaños y otras veces derrochadores. Jesús no fue ni lo uno ni lo otro. “Y comieron todos”. Más “Y recogieron de los pedazos doce cestas llenas, y de lo que sobró de los peces”. ¡Perfecta gracia!, ¡Perfecta sabiduría! ¡Podemos nosotros adorarle y aprender de esto! Podemos nosotros regocijarnos en la seguridad del bendito quién ha manifestado toda esta sabiduría y gracia en nuestras vidas. Cristo es nuestra vida y la manifestación de esta vida constituye un cristianismo práctico. Esto no es estar viviendo por reglas y regulaciones, sino simplemente teniendo a Cristo morando en el corazón por fe Cristo es la fuente de compasión perfecta y gracia perfecta.

C.H. MACKINSTOSH

Las últimas palabras de Cristo (6)

 

JUAN 14

Los discípulos en relación con el Espíritu Santo (Juan 14:15-31)-(continuación)


vv. 21-24. Los versículos 18 al 20 nos han presentado el efecto derivado de la venida del Espíritu. Los versículos que vienen a continuación presentan las credenciales espirituales que capacitarán al creyente para entrar a gozar de los privilegios que están a nuestra disposición en el poder del Espíritu. Aunque es cierto que ha habido un triste alejamiento de estas condiciones por parte de la cristiandad profesante, es maravilloso ver que lo que debería ser una realidad para la mayoría puede continuar disfrutándose a nivel individual. Es importante darse cuenta de que, llegados a este punto, las enseñanzas se dirigen al individuo. Hasta aquí el Señor utiliza tú y vosotros (18-20); a partir de este punto cambiará el uso de las palabras por él y un hombre (21-24).

Las credenciales que se exigen como entrada a estas profundas experiencias son el amor y la obediencia. Antes decía el Señor: «Si me amáis, guardad mis mandamientos», mas ahora dice: «El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama». Se ha comentado que las primeras palabras expresaban el amor como la fuente de la obediencia, mientras que las últimas eran la expresión de la obediencia como prueba del amor. Toda expresión de la mente del Padre era un mandamiento para Cristo, y de la misma manera cada expresión de la mente de Cristo es un mandamiento para aquel que le ama. Quien ama a Cristo será amado por el Padre y por Cristo. Dicha persona poseerá plena conciencia, y de manera especial, del amor de las Personas divinas, y a ella se le manifestará el Señor.

Llegados a este punto, Judas (no el Iscariote) irrumpe en la escena preguntando: «Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?» Judas, que pensaba como judío y tenía en la mente las esperanzas de un judío, queda totalmente confuso con estas comunicaciones. Ignorando que el cambio se produciría de un momento a otro, seguía aferrado a la idea de un reino visible a punto de ser establecido, y por eso no entendía que pudiera ser una realidad si el Señor no se manifestaba antes al mundo. Sus hermanos en la carne tienen pensamientos similares cuando en una ocasión le dicen «manifiéstate al mundo» (Juan 7:4). Y no obstante la ignorancia que se tiene hoy en día del llamamiento de la Iglesia y del carácter de los tiempos que nos ha tocado vivir, hay muchos cristianos sinceros que, bajo una variedad de formas, siguen pidiéndole al Señor que se manifieste al mundo. De buena gana querrían que su manifestación fuera como la de un líder filantrópico promoviendo grandes causas para mejorar este mundo, por lo que buscan con ello reintroducir a Cristo en el mundo sin caer en la cuenta de que el Espíritu de Dios ya vino para sacar a los creyentes fuera de él y guiarlos a Cristo en el cielo.

A primera vista, parece como si la respuesta que el Señor da a Judas no pudiera satisfacerle. La razón era que no había llegado el momento para la plena revelación del carácter celestial del cristianismo. De todos modos, la contestación del Señor sirve para corregir la idea equivocada en la mente de los discípulos. Judas había pensado en una exhibición pública ante el mundo, mientras que el Señor habla de una manifestación a un individuo; Judas habla del mundo, el Señor de un hombre. El mundo le había rechazado y el Señor ya no podía mantener ningún trato con él. Ahora se trata de una cuestión que afecta a individuos que serán sacados del mundo por el atractivo poder de Aquel al que están unidos sus corazones en amor y en afecto. El Señor da algunos detalles sobre esta verdad. No solamente guardará sus mandamientos quien sea que le ame, sino que además guardará las palabras del Señor, lo que viene a significar algo más que simplemente sus mandamientos. Estos son la expresión de su mente en cuanto a los detalles de nuestro camino. Tal como nos dice el siguiente versículo, su palabra no es solamente suya, sino la del Padre que le envió, y nos cuenta todo lo que Él vino a hacer para dar a conocer el corazón del Padre y sus consejos para el cielo y el mundo venidero. Sus mandamientos arrojan la luz que necesitamos en nuestro camino, y sus palabras iluminan el futuro glorioso revelando los consejos del corazón del Padre. Como muestra de aprecio por tales palabras, le concede un lugar al Padre, de manera que dice: «vendremos a Él, y haremos nuestra morada con Él».

vv. 25-26. Las dos palabras del inicio de estos versículos introducen una etapa nueva en esta parte del discurso. El Señor nos presenta hasta aquí las experiencias que todo creyente disfrutaría por el Espíritu (18-20), y luego las experiencias que están al alcance de todos los creyentes a nivel individual (21-24). Ahora habla de la venida del Espíritu Santo en relación con los once, concretamente. Por primera vez, se dice que el Consolador es fuera de toda duda el Espíritu Santo. Se refiere a Él como una Persona divina que viene a representar los intereses de Cristo mientras Él está ausente. No está aquí para exaltar a los creyentes y que parezcan grandes en esta escena, ni mucho menos que sus intereses mundanos prosperen. Su única tarea en un mundo que rechaza a Cristo es la de llevar hacia Él un pueblo que lo exalte. Durante el tiempo que duran estas últimas comunicaciones, veremos que el Espíritu da tres razones por las que deben mantenerse los intereses de Cristo. En primer lugar, con Juan 14 consigue atraer nuestros corazones a Cristo; después, en Juan 15 hace que se abran nuestros labios en testimonio para Cristo, y, por último, en Juan 16, nos sostiene en presencia de la oposición del mundo revelándonos los consejos del Padre para el mundo futuro.

La gran obra del Espíritu Santo en este apartado es la de mantenernos ocupados con Cristo. Hay dos maneras con las que despierta nuestros afectos por Él. Primero, el Señor dice a los once: «Él os enseñará todas las cosas». Todas las cosas del versículo 26 contrasta con estas cosas del versículo 25. El Señor habla en referencia a determinadas cosas, pero había algunas que pertenecen a la gloria de Cristo que en aquel momento los once no eran capaces de comprender, y dada su limitada capacidad espiritual el Señor tiene que acotar Sus comunicaciones. Con la venida del Espíritu habría un entendimiento espiritual amplio que posibilitaría que el Espíritu comunicara todas las cosas que se refieren a Cristo en la gloria. En segundo lugar, el Señor dice: «El Espíritu os recordará todo lo que yo os he dicho». No solo revelaría las cosas nuevas concernientes a Cristo en Su lugar nuevo —cosas que nos transportan a la gloria eterna—, sino que también traería a nuestra memoria las comunicaciones de gracia que Cristo hizo cuando pasaba por esta tierra. Todo lo que es de Cristo, pasado, presente y futuro, es infinitamente precioso. Nada que no sea de Cristo se perderá. Quienes iban a ser los responsables de instruir a los demás con sus palabras y escritos debían tener en cuenta las palabras que una Persona divina les recordaría. Al informarnos a nosotros de ellas, los discípulos no lo hacen partiendo de la base de sus fugaces e imperfectos recuerdos, sino que las palabras que nos cuentan llevan el sello de la perfección y nos son recordadas sin aditamentos de humana fragilidad.

vv. 27-31. El Señor concluye este ministerio de gracia con los versículos precedentes. Este ministerio de consuelo y aliento, que pone a su pueblo en relación con las Personas divinas y en comunión con ellas, prepara a los discípulos ante la partida de Aquel que aman. Por ello, en estos versículos finales el Señor habla con más libertad de la cercana partida.

Pero si Él se iba, dejaría antes su paz con los discípulos. Bajo el prisma de las circunstancias externas, Él era el Varón de dolores experimentado en quebranto. Debía hacer frente a la contradicción de pecadores, siempre desde el camino de la comunión con el Padre y sujeto a su voluntad y gozando de la paz de corazón. Una paz que sería la porción del creyente si este quería disfrutar de la comunión con las Personas divinas y dejaba su voluntad anulada bajo el control del Espíritu. Rodeado de un mundo convulso, el corazón del creyente sería protegido con la paz de Cristo, una paz que compartiría con Él. Al haber dado a los discípulos esta paz no la daba como el mundo la da, en partes fraccionadas.

Si el Señor partía de ellos, sería por un tiempo, para volver otra vez. En el ínterin, el amor que todo lo comparte se gozaría en que Su camino había terminado y que se iba con el Padre. Él les pone sobre aviso para que cuando sucediera Su partida no desfalleciera su fe.

A partir de este momento no hablaría mucho con ellos, pues el gobernante de este mundo ya venía. Esto significaba que iba a enfrentar el último gran conflicto que anularía el poder de Satanás. El triunfo sobre él estaba asegurado porque el diablo no podía nada contra Cristo. Su muerte no sería el resultado del poder de Satanás, sino el resultado del amor de Cristo al Padre. Su obediencia perfecta a los mandamientos del Padre, aun obedeciéndolos hasta la muerte, constituye la prueba eterna de su amor por Él.

Con estas palabras, el Señor pone fin a esta porción de sus discursos: «Levantaos, vámonos de aquí». En amor al Padre se levanta

para obedecer su mandato y se asocia con los discípulos. Llegaría el momento en que no le podrían seguir más, como el Señor ya les había dicho: «Adonde yo voy vosotros no me podéis seguir». Pero antes hay unos pasos más que pueden dar con Él, aunque sean vacilantes. Todos ellos salen del aposento alto al mundo de afuera.


Meditación

EL QUÍNTUPLE NOMBRE DEL MESÍAS EN ISAÍAS (4)

Porque un Niño nos es nacido, Hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Conse­jero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. (Isaías 9:6)


Príncipe de Paz.

¡Qué título de belleza y bendición, culminando así el deletreo divino de este quíntuple nombre! Es la corona, la brillarte diadema, que decora dignamente este majestuoso monumento de gloria; “¡Prín­cipe de paz!" ¡Qué final tan adecuado para tal nombre! Nuevamente viene a nuestro corazón el capítulo 1 de Colosenses. Allí leemos que Él hizo la paz por la sangre de su cruz; Aquel en quien habita toda la plenitud de la Deidad, ¡hizo la paz! Y, un día, por medio de Él, todas las cosas serán reconciliadas con aquella plenitud que habita en Él. ¡Qué bendita es la porción de aquellos que en la actualidad ya han sido reconciliados, ¡antes de aquel día de reconciliación universal! Jamás pudo ser dada una señal similar a esta, que va desde un Niño en un pesebre hasta las alturas infinitas del Dios fuerte.

“El principado sobre su hombro”. ¡Qué día tan alegre vendrá para este mundo! Él prosperará en el terreno que los políticos y gobernantes han fracasado tan tristemente. “Sobre su hombro” el gobierno estará seguro. Sin embargo, en Lucas 15 leemos que la oveja—el pecador perdido que Él busca y en cuenta—es puesta de forma segura sobre ambos “hombros". Un hombro bastará para el gobierno de la tierra, pero nada menos que ambos hombros para las ovejas que Él ama tanto. Él las llevará al hogar y su corazón amoroso se regocijará con un gozo profundo y divino. Bien podemos agradecer a Dios por tal Salvador, a quien conocemos y en quien confiamos antes que el reino de gloria venga sobre este mundo.

Cuatro aspectos del tribunal de Cristo

 

La evaluación futura de la vida del creyente


Aunque todos creemos rutinariamente que compareceremos ante el tribunal de Cristo para que sean juzgados nuestros actos, buenos o malos, y la responsabilidad imputable a nuestros cuerpos por concepto de contaminación resultantes, es necesario que sepamos con claridad y precisión que en dicho juicio se tomarán en cuenta cuatro aspectos distintos de nuestra actividad corporal durante la vida terrenal, para juzgarnos por la repercusión que hayan tenido estas obras. Estos aspectos a considerar están representados por: —

Lo que hemos hecho con el cuerpo, con fines prácticos, en la asamblea: 1 Corintios 3:9-17

Este aspecto se relaciona, según lo tratado en la cita, con la labranza y la edificación aplicadas a la asamblea. En la labranza se necesita poner en juego trabajo, vigilancia y paciencia. En la construcción de una edificación también se requieren tres cosas de suma interés: la conciencia de un buen ingeniero, la selección de un buen material y, sobre todo, la preparación de un buen fundamento, normas igualmente necesarias para la asamblea.

Si una asamblea no trabaja, es imposible que prospere; más bien, irá en retroceso. Por ejemplo, el caso de la abeja es elocuente, pues con esfuerzo y armoniosa actividad produce la miel. Pero, además, si el labrador no trabaja ni vigila su siembra, obtendrá el mismo resultado del hombre perezoso de Proverbios 24:30-34, porque la siembra tiene muchos enemigos, empezando por el monte que crece rápido y sin sembrarlo. Pues, igualmente ocurre en la asamblea, donde si no hay vigilancia o no “se riega” la planta, ni se arranca el monte, llegará a ser albergue de toda inmundicia, como ocurrió con muchas iglesias apostólicas que no existen porque los sucesores no vigilaron, y dejaron leudar toda la masa.

En cuanto a la semejanza de la Iglesia del Señor con una edificación, Pablo recibió del mismo Cristo los planos para la construcción de ese gran edificio y, “como perito arquitecto,” puso todo su corazón, alma y tiempo en la ejecución de la obra, hasta el punto de que todo aquello que había tenido por ganancia en su vida seglar, lo estimó como pérdida por el amor a Cristo y lo dejó a un lado.

En esas mismas condiciones él mismo echó el fundamento con los excelentes materiales de doctrina que recibió del Señor en Arabia, y cada creyente “edifica encima” en forma constante, “pero cada uno mira cómo sobreedifica” y el material a usar. ¿Con qué estamos edificando? ¿Con “heno, madera, hojarasca,” o con “oro, plata, piedras preciosas?” El tribunal de Cristo está por delante para juzgar la obra pública del creyente en la asamblea.

Lo que hemos hecho dentro del cuerpo, con fines personales, en la vida privada: 1 Corintios 4:2-5

Está escrito que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que prueba el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras”. (Jeremías 17:9,10) Y ciertamente, ¡cuántos perjuicios, malicias, codicias! ¡Qué de cosas ocultas y vergonzosas se encuentran allí cubiertas! Como dijo un poeta: “Nunca he visto pecho humano, de judío o de pagano, que no esconda un esqueleto y más adentro, un secreto.”

En vista de esta condición del corazón, los santos del pasado siempre tuvieron especial ejercicio en “consultarse” con el doctor divino, para mantenerse en alerta ante cualquiera de estas cosas que quisiera hacer presa de ellos y desarrollarse allí, y así curar el mal a tiempo. Por ejemplo, David dijo: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón: pruébame y conoce mis pensamientos; y ve su hay en mí perversidad, y guíame en el camino eterno”. (Salmo 139:23,24) Y Job se refirió a lo mismo así: “Si yo me justificare, me condenaría mi boca; si me dijere perfecto, esto me haría inicuo”. (Job 9:20)

Por eso es conveniente mantener esta actitud cuidadosa, examinando y limpiando nuestro corazón por medio de la palabra, porque son las cosas secretas las que ocasionan vergüenza y, de no ser arregladas en el momento oportuno, se agigantarán dentro de nosotros hasta hacernos fracasar: O se mantendrán allí ocultas a los demás, pero amargamente sabidas por nosotros y desnudas ante el Señor, como un lastre, estorbando toda nuestra actividad, y al final serán descubiertas públicamente en aquel día.

¿Debemos algo? ¿Tenemos algo que confesar? ¿algo que arreglar? ¿alguna inmundicia que limpiar? ¿Cuánto hemos dejado de hacer? ¿Hemos robado al Señor? Ahora es el momento de poner todo en claro y limpiarnos bien, porque es cierto que somos salvos en cuanto al alma, pero el tribunal de Cristo está por delante para juzgar la obra secreta o íntima del creyente.

Lo que hemos hecho con el cuerpo para la historia: Romanos 14:7-12

Se ha dicho con sobrada razón que, mientras permanece aquí, cada uno está haciendo, escribiendo “el libro de su vida”. Cada día que pasa es una página que añadimos a nuestro “libro”. Y cabría preguntar ¿cómo será un libro de 10.950 páginas? ¿O de 73.000?

Entiendo que el libro servirá como norma para el procedimiento a seguir en el tribunal de Cristo, pero como allí no habrá pecado, ocurrirá algo sorprendente. Ello es que las buenas obras hechas aquí serán cambiadas en páginas de oro en el libro de nuestra vida, en tanto que las páginas negras de las malas obras, o las obras dejadas de hacer, serán sustituidas por páginas en blanco, sin impresión alguna, como indicativa de la pérdida sufrida. Es decir, en aquel día habrá desmérito. Pero, además, cada obra hoja de nuestro libro tiene sus dos páginas; en un lado de va registrando lo que vivimos para los demás, el efecto para bien o para mal, de nuestra vida en los demás; y por el otro lado, lo que vivimos para el Señor, santo o profano.

Ahora bien, supongamos por ejemplo que la hermosa Trifena tiene en su libro la misma cantidad de páginas que el libro del hermano Demas, y que, cuando estén contemplando los libros, ella encontrará ochenta páginas de oro en el suyo, mientras que Demas estará repasando unas dieciséis mil páginas en blanco: pero la mayor sorpresa estará en notar que, de las ochenta páginas de oro del libro de Trifena, el Señor estará recibiendo mucha gloria, en tanto que no recibirá nada de las dieciséis mil blancas de Demas.

Por esa razón es que el apóstol aconseja “para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza en Dios”. (Filipenses 1:10,11). El tribunal de Cristo está por delante para juzgar la historia escrita por la obra del creyente.

Lo que hemos hecho con el cuerpo en general en el mundo: 2 Corintios 5:8-10

El día que recibimos a Cristo como nuestro Salvador, hubo en nuestra vida por efecto de la obra expiatoria una especie de borrón y cuenta nueva. No hay que creer que por ser salvos podemos vivir de cualquier manera. Al contrario, ahora es cuando más se requiere de todos nuestros actos que no oscilen fuera del haz de luz de nuestra conciencia, incluyendo nuestros pensamientos, miradas, andar, hechos, palabras (tanto oídas como habladas) y el tiempo invertido en la causa de Cristo. También debemos tener conciencia del dinero que Él nos prestó; ¿lo usamos en buenas obras o sólo para nosotros mismos? Y, ¿cuál es nuestro comportamiento como esposo, padre, hijo, esposa, madre o hermana en la carne y en el Espíritu? ¿cuál nuestra conducta como cristianos en el mundo? ¿cuál nuestro amor a la casa de Dios, a los cultos y a su obra en general?

“Si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios”. (1 Juan 3:20,21) Sea como fuere, puesto que Él sabe todas las cosas; tenemos por delante el tribunal de Cristo para el juicio de todas nuestras obras en general.

José Naranjo

Escudos de oro

 Sisac rey de Egipto ... tomó los tesoros de la casa de Jehová ... y en lugar de ellos hizo el rey Roboam escudos de bronce ... 2 Crónicas 12.9 al 1.1 Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno, Efesios 6.16 ... a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra, 2 Pedro 1.1.


El rey de Egipto robó los escudos de oro, pero Roboam hizo otros de bronce para disimular. Al irse a la casa de Dios, los estrenó, y luego mandó devolverlos a la cámara. Era una mera apariencia.

El rey de Egipto es un tipo de Satanás; Egipto, un tipo del mundo. Es posible cuando vamos al culto en la casa de Dios, estrenar una fe disimulada, y al regresar del mismo, poner a un lado nuestro escudo de bronce y seguir una vida sin fe. En Efesios 6.16 vemos que el escudo de la fe es nuestra defensa para apagar los dardos de fuego del maligno, Satanás.

La fe es el vínculo vital que nos une con Cristo. Es la capacidad con que podemos aplicar prácticamente la Palabra de Dios a nuestras vidas y actividades. Es la confianza con que apropiamos las promesas preciosas; 2 Pedro 1.4.

Cuando Abraham descendió a Egipto el diablo le había robado su escudo de oro. No tenía altar; había perdido contacto con Dios y su testimonio delante de los inconversos. En lugar de fe en Dios para protegerle, se amparó detrás de una mentira. Fue despachado como indeseado.

David perdió su escudo de oro delante del gigante Miedo, y cambió la sombra del Omnipotente por la protección del rey de los filisteos. Salió fracasado. El valiente Pedro fue robado de su escudo de oro y derrotado por las palabras de una muchacha.

Estos ejemplos son alertas para nosotros. Los tesalonicenses, en cambio, se caracterizaban, según el primer capítulo de su primera epístola, por la obra de su fe, que era su conversión, y por la extensión de su fe en el testimonio. Ellos estaban vestidos con la coraza de fe para proteger su corazón; 5.8.

En estos días de materialismo por todos lados, hay la tendencia de quitar la vista de nuestro Señor y de quitar el oído de su Palabra, interesándonos más en la prosperidad temporal que en la espiritual. Cambiamos a veces la vida de fe por una sensual, agradando la carne y no a Dios. ¡Que el Señor nos ayude a retener el escudo de oro! “No perdáis [botar] pues vuestra confianza, que tiene grande galardón”, Hebreos 10.35. En la antigüedad los gladiadores en el Coliseo de Roma y otras partes peleaban con espada hasta que el vencido botaba su escudo en señal de rendición.

            Romanos 12, que es el capítulo de la consagración, termina con dos clases: los que son vencidos de lo malo y los que vencen con el bien el mal. Queremos estar entre los vencedores cuando Cristo venga. “Ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados”, 1 Juan 2.28.
Santiago Saword

MUJERES DE FE DEL NUEVO TESTAMENTO (3)

Ana, la profetisa

"Era viuda… sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones". (Lucas 2:37)

La historia en Lucas 2:36-38

 


"Serán para mí especial tesoro", dijo Dios cuatrocientos años antes de la venida de Jesucristo al mundo en cuanto a ese grupo de fieles creyentes que honraban su nombre (Malaquías 3.17). Pero no hubo mensaje profético para la nación de Israel durante ese largo y oscuro período.

Cuando nació el Niño Jesús parece que solamente unos pocos israelitas humildes le reconocieron como el Salvador prometido, a pesar de que la nación esperaba a su Mesías. En Mateo y Lucas leemos de unos que sí se regocijaron, sabiendo que el Hijo de Dios había tomado cuerpo humano. Fueron María, José, Elisabet, Zacarías, los pastores, Simeón y Ana.

Solamente tres versículos en la Biblia hablan de Ana, pero hay suficiente para hacernos saber que era una mujer sobresaliente, una testigo fiel de su Redentor. Se dice que Ana era profetisa. Recordamos que los profetas y profetisas eran portavoces de Dios que le comunicaban al pueblo de Dios los mensajes dados por Él. Ana conocía las Escrituras y sabía que el Mesías habría de venir.

Era de la tribu de Aser, una de las tribus de Israel que habían sido evadas cautivas a Asiria muchos años antes. Pero Ana vivía en Jerusalén, y algunos piensan que tal vez ella dejó su tierra para servir a Dios en el templo allí. Como Ana estaba en comunión con Dios de noche y de día, seguramente oraba por su pueblo.

Era muy anciana cuando vio al Niño Jesús. Tal vez se casó a los dieciséis años, había vivido siete años con su marido cuando él murió y había sido viuda por 84 años. Entonces tendría unos 107 años. Su edad avanzada no le impedía su servicio para Dios. Mientras que el corazón guarde las esperanzas puestas en nuestro Señor nos mantendremos bien, porque el envejecimiento no viene por la ancianidad sino por un corazón sin esperanzas.

El anciano autor del Salmo 71 hizo esta oración: "Aun en la vejez y las canas, oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos los que han de venir". Dios no desampara a los creyentes de mayor edad, pero sería bueno pedir que Él nos ayude a dar testimonio de nuestro Señor aun en la vejez como lo hacía la viuda Ana.


Ella había experimentado el dolor de perder a su esposo cuando todavía era joven y parece que no tenía hijos. Pero en vez de sentir lástima por sí misma, ella recibía consolación sirviendo al Señor. Como aquel santo del Salmo 1, Ana meditaba en la ley de Dios de día y de noche y vivía en comunión con El.

Llegó el día cuando José y María llevaron al Niño Jesús al templo en Jerusalén para presentarlo al Señor como estaba escrito en la Ley. Simeón, un hombre espiritual, tomó a Jesús en sus brazos y alabó a Dios. Había visto la salvación de Dios, luz para los gentiles y la gloria de Israel, a Emanuel, y ya estaba listo para partir de este mundo. Ja y María estaban maravillados de todo lo que Simeón decía acerca d Jesucristo.

En ese momento se acercó Ana y vio al Niño. Este fue el momento más sublime de su vida. Se cumplió la profecía, sucedió el milagro aquel Niño era el Mesías, Él que iba a traer redención a su pueblo y ella lo vio. Ana dio gracias a Dios porque había nacido Emanuel

Como fiel testigo, aquella anciana fue la primera persona en proclamar la redención, la llegada del Hijo de Dios, a muchos en Jerusalén.

José y su madre estaban maravillados (Lucas 2.33), los pastores glorificaban a Dios (Lucas 2.20), Simeón bendijo a Dios (Lucas 2.28), Ana daba gracias a Dios y hablaba del Niño. Más tarde los magos lo adoraron (Mateo 2.1 1).

Da lo mejor al Maestro, dale la flor de tu edad,

 y haz de tus años maduros fruto de santa piedad.

Dale una noble obediencia, dale un ardiente fervor,

dale una limpia conciencia, dale tu heroico valor.
Rhoda Cumming

Viviendo por encima del promedio (12)

 

Devolviendo odio con amabilidad


Usted podría inclinarse a pensar que el nombre Cubas le pertenece a un cubano. Pero no es así. Oscar Cubas era un hondureño que servía al Señor a lo largo de la frontera con Nicaragua. Fue el primer nacional encomendado al servicio del Señor a tiempo completo en las iglesias hondureñas. Fue una buena encomendación. El Señor lo utilizó para plantar una iglesia neotestamentaria en un pueblo llamado Tauquil.

Oscar no tenía estudios, era sólo un cristiano sencillo. Uno de sus grandes bienes era que tenía una profunda fe en la Palabra de Dios y un profundo deseo de compartir la Palabra con otros. Además de esto, buscaba practicar lo que aprendía en la Biblia, y esto significaba que era humilde, paciente, amoroso y amable.

El pueblo de Tauquil, sin embargo, era un nido de comunistas. La simpatía y la lealtad de las personas estaban con los sandinistas. Pero a medida que más y más personas venían a Cristo y la iglesia crecía, se debilitaba la influencia comunista sobre la población. No era porque los creyentes se involucrarán en la política; no lo hacían. Era sólo porque eran sal y luz que su moral positiva e influencia espiritual comenzaron a hacer efecto.

En un momento, Oscar enfrentó un problema del tipo de los que anima a cada siervo verdadero del Señor. A medida que la obra crecía, la iglesia comenzó a necesitar un edificio. Hasta ese momento los hermanos se habían nido en los hogares, pero eso ya no era viable. Las de los creyentes eran demasiado pequeñas. Por eso, la iglesia compró parte de una propiedad, la mitad de la cual ría para la capilla y la otra mitad, una casa para Oscar y su familia.

En ese momento, los creyentes no se dieron cuenta de que su propiedad era adyacente al terreno de Santos, uno de los líderes comunistas del pueblo. Este hombre no era amigo de los evangélicos. No había duda de que resentía la manera en que el comunismo había perdido algo de su poder en Tauquil, Entonces comenzó a odiar a Oscar. Una vez incluso logró encerrarlo en la cárcel bajo el ridículo cargo de que había cortado un árbol seco. Cuando las autoridades investigaron y se dieron cuenta de cuán extraño era el caso, liberaron a Oscar.

¿Intentó Oscar tomar represalias? ¿Denunció a su vecino? ¿Buscó defenderse a sí mismo? No, a través de todo el maltrato que soportó, fue semejante a Cristo. Hizo que lo pueblerinos se maravillaran por su comportamiento extraordinario. Las personas de Tauquil no eran así.

Cuando la capilla quedó terminada, Oscar comenzó construir su casa. Estaba exactamente al lado de la cerca de Santos. La cocina era la habitación de la casa más cercana a la casa de Santos. ¡Perfecto! Esto le dio la oportunidad descontento vecino de hacer lo peor. Construyó una letrina al aire libre, cerca del cercado, haciendo que el hedor fuera hacia la cocina de Cubas, lo suficiente como para cualquier comida.

Oscar no dijo nada. Siempre saludó a Santos con simpatía y respeto. No pensaba en vengarse. En su sencilla fe, él creía que la batalla era de Dios. Estaba contento con quedarse quieto y ver la salvación del Señor.

La letrina no había sido una obra maestra de ingeniería. Un día, cuando Santos la estaba usando, colapsó por completo (aquí gentilmente cenamos el telón sobre el resto de ese escenario poco elegante). El humillado hombre se dio cuenta de que había estado peleando contra Dios y que estaba perdiendo seriamente. Al igual que Saulo de Tarso, estaba dando patadas contra el aguijón. Ciertamente, él no quería una repetición de ese día.

Entonces, ahora pasamos a las buenas noticias. El sórdido episodio tuvo un final feliz. Fue el medio para traer a Santos a Cristo. Quien compartió esta historia con nosotros dijo: "Lo maravilloso es que cuando Santos se rindió al Señor, se entregó completamente a Él. Ahora es un hermano cristiano comprometido en total fraternidad en la pequeña iglesia y le predica a otros activamente."

El salmista dijo: "Porque Jehová tiene contentamiento en Su pueblo" (Salmo 149:4). Es fácil ver cómo puede complacerse en un hombre como Oscar Cubas. Este creyente casero ejemplificó a Cristo. Soportó pacientemente mientras hacía lo bueno. Eligió ser perjudicado más que mantenerse en alto por sus derechos. Oró por aquellos que lo perseguían y dejó que el Señor hiciera el resto. Él no tomó revancha.

Habiendo dicho esto, preguntemos por qué es que los cristianos no deben tomar revancha. La razón es que perdemos nuestra credibilidad de ser una sociedad alternativa si nos comportamos exactamente como lo hacen otras personas. Parte de nuestro testimonio de Cristo y de Su gracia salvadora es una actitud de mansedumbre. En otras palabras, toda la misión de la Iglesia, el testimonio del evangelio, es afectada si los cristianos se rinden a la represalia o a la venganza

William Macdonald

¿Cómo he de prepararme para la cena del Señor?

 


No cabe duda que la reunión más importante de los creyentes en Cristo es cuando nos juntamos para recordar al Señor Jesús de la manera en la que Él lo solicitó específicamente. Realmente, aunque el Nuevo Testamento hace referencia a reuniones de oración (Hechos 12:12), enseñanza de la Biblia (19:9,10), informe misionero (14:26,27) y evangelismo (18:4), la única reunión para la que se dan instrucciones precisas es la cena del Señor (1 Corintios 11:2 al 14:40).

                Si esta sencilla conmemoración del Señor Jesús es tan importante que merece instrucciones precisas, y tan preciosa para el Señor mismo que Él deliberadamente la instituyó la noche antes de su muerte expiatoria, ¡cuán concienzuda y solemne ha de ser nuestra preparación para ella! Un principio general en la vida es que cuanto más aportamos a alguna empresa, más obtendremos de ella. Quizá una de las razones por la que no valuamos las reuniones sea que no asistimos con la debida disposición de corazón.

¿Cómo puede un joven prepararse para la fiesta de conmemoración? Podemos obtener algunas ideas de la enseñanza que Pedro nos da en su primera carta acerca del sacerdocio cristiano, llevando muy en mente que cada creyente es un sacerdote con todos los preciosos privilegios y responsabilidades que esto conlleva.

En el Antiguo Testamento una sola familia fue encargada del servicio a Dios en el tabernáculo. Hoy, aun el más nuevo o sencillo de los creyentes tiene acceso directo a la presencia de Dios por la obra perfecta del Calvario (Hebreos 10:19-25) porque todos nosotros somos sacerdotes merced al nuevo nacimiento (1 Pedro 1:23). Aunque el ejercicio de este sacerdocio en ninguna manera está restringido a los cultos de la asamblea, es cierto que como sacerdotes “ofrecemos sacrificios espirituales” a nuestro Dios. ¿Cuáles son los requisitos para un eficaz servicio sacerdotal?

1. El sacerdote debe estar preparado (1 Pedro 2:1) 

“Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones”. Esta es una receta divina para la salud espiritual. Uno no puede llegar apresuradamente a la presencia de Dios sin tener en cuenta su condición, pero confiando que Él aceptará su alabanza.

El Antiguo Testamento nos muestra en forma muy gráfica cuán importante es para el sacerdote estar debidamente preparado para sus obligaciones santas. En Levítico 8 él es lavado primeramente (v. 6), lo que nos habla de aquel “lavamiento de la regeneración” inicial (Tito 3:5) que recibimos con la conversión; seguidamente es vestido (v. 13), ilustración de que el creyente es hecho acepto para Dios en Cristo (Efesios 1:14); y finalmente es consagrado (v. 24). ¡No olvidemos el significado de la sangre! Cual evidencia de que un sacrificio había sido ofrendado, la sangre era puesta sobre la oreja, el pulgar de la mano y el pulgar del pie del sacerdote, enseñando que “nada debe entrar en su mente, ninguna acción llevada a cabo, nada encontrado en su mente por este mundo que no tenga como base la preciosa sangre de Jesús”.

No nos extraña, pues, que Pablo enfatice la importancia del examen propio antes de participar en la cena del Señor. “Sin discernir el cuerpo del Señor” (1 Corintios 11:29) evidencia un fallo a la hora de comprender el profundo significado de la cruz y sus demandas con respecto a la vida del creyente en todas sus facetas. El castigo por tal falta puede ser el más imponente: “por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen” (a saber, han muerto) (1 Corintios 11:30). Esto, por supuesto, es disciplina paterna y no condenación eterna. Nuestro Dios es tan inexpresablemente santo que Él no puede permitir a sus redimidos que se le acerquen sin haber juzgado el pecado.

Por su gracia Él nos proveyó el tabernáculo como una ayuda visual de esta necesidad del auto examen y limpieza. Cada vez que los sacerdotes entraban en el lugar santo para ministrar al Señor, tenían que lavarse en el lavacro, “para que no mueran” (Éxodo 30:20). Dediquemos tiempo con regularidad al lavacro de la Palabra de Dios para juzgarnos a nosotros mismos y atender a lo que esté fuera de orden antes que busquemos recordar al Señor en su cena (Mateo 5:23,24).

2. El sacerdote debe estar alimentado (1 Pedro 2:2) 

Si el versículo anterior habla de nuestra condición espiritual, éste habla de la comprensión escrituraria. Si nos alimentamos diariamente con la Palabra, estaremos preparados para recordar al Señor de forma aceptable.

Aquella reiterada frase sobre la completa obediencia, “como Jehová había mandado a Moisés” (Levítico 8:9,13,17, etc.) sufre un cambio trágico en el 10:1, “que él nunca les mandó”. Desde el principio del sacerdocio judío el fracaso está presente, ya que dos sacerdotes desobedecieron las instrucciones divinas. Nuestro ministerio sacerdotal está ineludiblemente unido a la obediencia a la Palabra, porque la adoración ha de ser “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24).

Como se dice a menudo, 1 Corintios 11 dirige nuestra atención en cinco direcciones. Hemos de mirar atrás a la muerte del Señor (v. 26), arriba hacia su exaltación ahora (v. 23) (porque Pablo recibió su instrucción directamente del Cristo resucitado), adelante hacia su venida (v. 26), adentro para comprobar nuestro estado espiritual (v. 28) y alrededor para persuadirnos de nuestra unidad con los santos que participan con nosotros en la conmemoración (v. 33).

Además, tenemos que dirigir la mirada a las Escrituras para alimentar la mente y corazón con verdades divinas. Cuando se trata de la adoración, o de cualquier actividad cristiana afín, sólo podemos ofrecer a Dios aquello que ya hemos recibido de Él (1 Crónicas 29:14). Esto conlleva estudio acompañado de oración. Nuestra apreciación de la cena del Señor está en función directa con nuestra atención a la Palabra durante la semana que precede. Joven, ¿qué haces los sábados por la noche? Ten por seguro que aquello con lo que llenemos la mente el sábado influirá en la adoración el domingo.

3. El sacerdote debe tener las manos llenas (1 Pedro 2:3 al 5) 

Pedro deja claro que nuestro centro de atención es el Señor Jesús, porque nuestra alabanza indica nuestra satisfacción con Cristo. Él es el Señor cuya benignidad gustamos (v. 3), la piedra preciosa del templo de Dios (v. 4) y el mediador que hace nuestra obra aceptable al Padre (v. 5). Al venir a partir el pan, nuestro objeto principal no es, ni ha de ser, el encontrarnos con los santos ni orar por los perdidos, ni siquiera sentarnos para escuchar el ministerio de la Palabra. Ante todo venimos a dar al Salvador su lugar de absoluta preeminencia.

Los sacerdotes del Antiguo Testamento se acercaban a Dios con sus manos llenas de aquello que hablaba de su amado Hijo (Levítico 8:25 al 27). Esto ilustra nuestra responsabilidad. Aunque Dios ha encomendado a los hombres la tarea de una alabanza audible (1 Timoteo 2:8), la dama cristiana es igualmente valiosa para el Señor en su adoración silenciosa y de hecho muchas apreciadas hermanas han alcanzado un nivel de adoración muy por encima de aquel conseguido por los hermanos (Juan 12:1 al 7). Así, no nos olvidemos, seamos hombres o mujeres, la condición de nuestro corazón y nuestro conocimiento bíblico influyen inestimablemente en el nivel espiritual del culto.

Al prepararnos, asegurémonos que estemos concentrados en Cristo, porque es a Él que anhelamos recordar. Los himnos adecuados pueden ser útiles para expresar la alabanza, si llevan nuestros pensamientos hacia las excelencias del Hijo de Dios, pero deben ser elegidos cuidadosamente. Recuerdo a un hermano en la asamblea donde me congrego que siempre tenía el himno apropiado para la ocasión, y era sí porque se había dedicado a estudiar y conocer el himnario.

Ahora, una palabra para los varones jóvenes. El levantarse por vez primera en su propia asamblea es algo que intimida, y todo anciano solícito lo aprecia. Sin embargo, algunos jóvenes que permanecen en silencio durante largo tiempo corren el peligro de engrosar las filas de los varones maduros y mudos. Un estudiante asistió fielmente a nuestra asamblea en Glasgow durante cinco años sin pronunciar palabra alguna en la cena del Señor, y con el tiempo le sugerí que (contrariamente a los hermanos que padecen del extremo opuesto) él venía al culto resuelto a no tomar parte. Un proceder mejor es éste: venir dispuesto, pero no resuelto a participar.

La adoración no es fácil, precisamente por ser la ocupación más sublime del creyente y exige de uno lo máximo en su preparación.

LEYENDO DIA A DIA 1 CORINTIOS (3)

 

Capítulo 3: Capacidad y construcción espiritual


Al cabo de tres años ellos eran todavía niños que requerían leche. Su capacidad era deficiente y por su disensión y división se manifestaban ser carnales, de manera que estaban fallando en su construcción.

Cual campo arado de Dios, han debido producir fruto, pero no había evidencia de tal cosa. El espíritu partidista les dejaba atrofiados. Los hombres preferidos eran sólo instrumentos para siembra y riego, y tan sólo Dios podía producir cosecha; ¡Él hace que semilla lleve fruto! El tipo de alimento espiritual que se asimila determina el ritmo de desarrollo, y el espíritu partidista lo descubre. Lamentamos la ausencia de apetito espiritual para las cosas profundas de Dios, tan evidente en estos días, y la manifiesta carencia de desarrollo que la acompaña. Oremos por apetitos robustos por una vianda que nos hará avanzar de la niñez y que nos hará hombres y mujeres de Dios.

No somos solamente niños en una familia cuyo desarrollo está bajo observación, sino también constructores de una asamblea empleada para la industria. “Vosotros sois … edificio de Dios”, y la expectativa es que construyan. Labranza es pasiva y edificio es activo, pero el fundamento (echado ya en parte) es uno mismo, Cristo Jesús, como afirma Él mismo en Mateo 16.16 al 18. En cuanto a Corinto, Pablo lo echó, y ahora instruye a los edificadores.

Si Dios vigila cuidadosamente mi desarrollo espiritual cual constructor, yo debo vigilar el desarrollo de mi servicio. Cualquiera nuestra capacidad o lugar en la asamblea, somos responsables por el progreso de la construcción, escogiendo los materiales con cuidado. ¿Nuestros materiales son costosos y duraderos, requiriendo sacrificio y atención (oro, plata y piedras preciosas), o baratos y de mala calidad, incorporados sin esfuerzo y de utilidad pasajera (madera, heno y hojarasca)?

¿Estoy construyendo al estilo de los antiguos, un templo digno de Dios, o un edificio moderno y provisional? Un día el gran Inspector de Obras lo va a revisar y probarlo contra incendio; ¡ojalá que no se reduzca a cenizas, aun cuando sé que yo, el constructor salvado, no seré consumido en las llamas!

Lección: Vivir a la luz del tribunal de Cristo.