La evaluación futura de la vida del creyente
Aunque
todos creemos rutinariamente que compareceremos ante el tribunal de Cristo para
que sean juzgados nuestros actos, buenos o malos, y la responsabilidad
imputable a nuestros cuerpos por concepto de contaminación resultantes, es
necesario que sepamos con claridad y precisión que en dicho juicio se tomarán
en cuenta cuatro aspectos distintos de nuestra actividad corporal durante la
vida terrenal, para juzgarnos por la repercusión que hayan tenido estas obras.
Estos aspectos a considerar están representados por: —
Lo que hemos hecho con el cuerpo, con
fines prácticos, en la asamblea: 1 Corintios 3:9-17
Este
aspecto se relaciona, según lo tratado en la cita, con la labranza y la
edificación aplicadas a la asamblea. En la labranza se necesita poner en juego
trabajo, vigilancia y paciencia. En la construcción de una edificación también
se requieren tres cosas de suma interés: la conciencia de un buen ingeniero, la
selección de un buen material y, sobre todo, la preparación de un buen
fundamento, normas igualmente necesarias para la asamblea.
Si
una asamblea no trabaja, es imposible que prospere; más bien, irá en retroceso.
Por ejemplo, el caso de la abeja es elocuente, pues con esfuerzo y armoniosa
actividad produce la miel. Pero, además, si el labrador no trabaja ni vigila su
siembra, obtendrá el mismo resultado del hombre perezoso de Proverbios
24:30-34, porque la siembra tiene muchos enemigos, empezando por el monte que
crece rápido y sin sembrarlo. Pues, igualmente ocurre en la asamblea, donde si
no hay vigilancia o no “se riega” la planta, ni se arranca el monte, llegará a
ser albergue de toda inmundicia, como ocurrió con muchas iglesias apostólicas
que no existen porque los sucesores no vigilaron, y dejaron leudar toda la
masa.
En
cuanto a la semejanza de la Iglesia del Señor con una edificación, Pablo
recibió del mismo Cristo los planos para la construcción de ese gran edificio
y, “como perito arquitecto,” puso todo su corazón, alma y tiempo en la
ejecución de la obra, hasta el punto de que todo aquello que había tenido por
ganancia en su vida seglar, lo estimó como pérdida por el amor a Cristo y lo
dejó a un lado.
En
esas mismas condiciones él mismo echó el fundamento con los excelentes
materiales de doctrina que recibió del Señor en Arabia, y cada creyente
“edifica encima” en forma constante, “pero cada uno mira cómo sobreedifica” y
el material a usar. ¿Con qué estamos edificando? ¿Con “heno, madera,
hojarasca,” o con “oro, plata, piedras preciosas?” El tribunal de Cristo está
por delante para juzgar la obra pública del creyente en la asamblea.
Lo que hemos hecho dentro del cuerpo,
con fines personales, en la vida privada: 1 Corintios 4:2-5
Está
escrito que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién
lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que prueba el corazón, para dar
a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras”. (Jeremías 17:9,10) Y
ciertamente, ¡cuántos perjuicios, malicias, codicias! ¡Qué de cosas ocultas y
vergonzosas se encuentran allí cubiertas! Como dijo un poeta: “Nunca he visto
pecho humano, de judío o de pagano, que no esconda un esqueleto y más adentro,
un secreto.”
En
vista de esta condición del corazón, los santos del pasado siempre tuvieron
especial ejercicio en “consultarse” con el doctor divino, para mantenerse en
alerta ante cualquiera de estas cosas que quisiera hacer presa de ellos y
desarrollarse allí, y así curar el mal a tiempo. Por ejemplo, David dijo:
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón: pruébame y conoce mis pensamientos; y
ve su hay en mí perversidad, y guíame en el camino eterno”. (Salmo 139:23,24) Y
Job se refirió a lo mismo así: “Si yo me justificare, me condenaría mi boca; si
me dijere perfecto, esto me haría inicuo”. (Job 9:20)
Por eso es conveniente
mantener esta actitud cuidadosa, examinando y limpiando nuestro corazón por
medio de la palabra, porque son las cosas secretas las que ocasionan vergüenza
y, de no ser arregladas en el momento oportuno, se agigantarán dentro de nosotros
hasta hacernos fracasar: O se mantendrán allí ocultas a los demás, pero
amargamente sabidas por nosotros y desnudas ante el Señor, como un lastre,
estorbando toda nuestra actividad, y al final serán descubiertas públicamente
en aquel día.
¿Debemos algo? ¿Tenemos
algo que confesar? ¿algo que arreglar? ¿alguna inmundicia que limpiar? ¿Cuánto
hemos dejado de hacer? ¿Hemos robado al Señor? Ahora es el momento de poner
todo en claro y limpiarnos bien, porque es cierto que somos salvos en cuanto al
alma, pero el tribunal de Cristo está por delante para juzgar la obra secreta o
íntima del creyente.
Lo que hemos hecho con el cuerpo para
la historia: Romanos 14:7-12
Se ha dicho con sobrada
razón que, mientras permanece aquí, cada uno está haciendo, escribiendo “el
libro de su vida”. Cada día que pasa es una página que añadimos a nuestro
“libro”. Y cabría preguntar ¿cómo será un libro de 10.950 páginas? ¿O de
73.000?
Entiendo
que el libro servirá como norma para el procedimiento a seguir en el tribunal
de Cristo, pero como allí no habrá pecado, ocurrirá algo sorprendente. Ello es
que las buenas obras hechas aquí serán cambiadas en páginas de oro en el libro
de nuestra vida, en tanto que las páginas negras de las malas obras, o las
obras dejadas de hacer, serán sustituidas por páginas en blanco, sin impresión
alguna, como indicativa de la pérdida sufrida. Es decir, en aquel día habrá
desmérito. Pero, además, cada obra hoja de nuestro libro tiene sus dos páginas;
en un lado de va registrando lo que vivimos para los demás, el efecto para bien
o para mal, de nuestra vida en los demás; y por el otro lado, lo que vivimos
para el Señor, santo o profano.
Ahora
bien, supongamos por ejemplo que la hermosa Trifena tiene en su libro la misma
cantidad de páginas que el libro del hermano Demas, y que, cuando estén
contemplando los libros, ella encontrará ochenta páginas de oro en el suyo,
mientras que Demas estará repasando unas dieciséis mil páginas en blanco: pero
la mayor sorpresa estará en notar que, de las ochenta páginas de oro del libro
de Trifena, el Señor estará recibiendo mucha gloria, en tanto que no recibirá
nada de las dieciséis mil blancas de Demas.
Por
esa razón es que el apóstol aconseja “para que aprobéis lo mejor, a fin de que
seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de
justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza en Dios”.
(Filipenses 1:10,11). El tribunal de Cristo está por delante para juzgar la
historia escrita por la obra del creyente.
Lo que hemos hecho con el cuerpo en
general en el mundo: 2 Corintios 5:8-10
El
día que recibimos a Cristo como nuestro Salvador, hubo en nuestra vida por
efecto de la obra expiatoria una especie de borrón y cuenta nueva. No hay que
creer que por ser salvos podemos vivir de cualquier manera. Al contrario, ahora
es cuando más se requiere de todos nuestros actos que no oscilen fuera del haz
de luz de nuestra conciencia, incluyendo nuestros pensamientos, miradas, andar,
hechos, palabras (tanto oídas como habladas) y el tiempo invertido en la causa
de Cristo. También debemos tener conciencia del dinero que Él nos prestó; ¿lo
usamos en buenas obras o sólo para nosotros mismos? Y, ¿cuál es nuestro
comportamiento como esposo, padre, hijo, esposa, madre o hermana en la carne y
en el Espíritu? ¿cuál nuestra conducta como cristianos en el mundo? ¿cuál
nuestro amor a la casa de Dios, a los cultos y a su obra en general?
“Si
nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe
todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos
en Dios”. (1 Juan 3:20,21) Sea como fuere, puesto que Él sabe todas las cosas;
tenemos por delante el tribunal de Cristo para el juicio de todas nuestras
obras en general.
José Naranjo
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