domingo, 23 de junio de 2024

¿Cómo he de prepararme para la cena del Señor?

 


No cabe duda que la reunión más importante de los creyentes en Cristo es cuando nos juntamos para recordar al Señor Jesús de la manera en la que Él lo solicitó específicamente. Realmente, aunque el Nuevo Testamento hace referencia a reuniones de oración (Hechos 12:12), enseñanza de la Biblia (19:9,10), informe misionero (14:26,27) y evangelismo (18:4), la única reunión para la que se dan instrucciones precisas es la cena del Señor (1 Corintios 11:2 al 14:40).

                Si esta sencilla conmemoración del Señor Jesús es tan importante que merece instrucciones precisas, y tan preciosa para el Señor mismo que Él deliberadamente la instituyó la noche antes de su muerte expiatoria, ¡cuán concienzuda y solemne ha de ser nuestra preparación para ella! Un principio general en la vida es que cuanto más aportamos a alguna empresa, más obtendremos de ella. Quizá una de las razones por la que no valuamos las reuniones sea que no asistimos con la debida disposición de corazón.

¿Cómo puede un joven prepararse para la fiesta de conmemoración? Podemos obtener algunas ideas de la enseñanza que Pedro nos da en su primera carta acerca del sacerdocio cristiano, llevando muy en mente que cada creyente es un sacerdote con todos los preciosos privilegios y responsabilidades que esto conlleva.

En el Antiguo Testamento una sola familia fue encargada del servicio a Dios en el tabernáculo. Hoy, aun el más nuevo o sencillo de los creyentes tiene acceso directo a la presencia de Dios por la obra perfecta del Calvario (Hebreos 10:19-25) porque todos nosotros somos sacerdotes merced al nuevo nacimiento (1 Pedro 1:23). Aunque el ejercicio de este sacerdocio en ninguna manera está restringido a los cultos de la asamblea, es cierto que como sacerdotes “ofrecemos sacrificios espirituales” a nuestro Dios. ¿Cuáles son los requisitos para un eficaz servicio sacerdotal?

1. El sacerdote debe estar preparado (1 Pedro 2:1) 

“Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones”. Esta es una receta divina para la salud espiritual. Uno no puede llegar apresuradamente a la presencia de Dios sin tener en cuenta su condición, pero confiando que Él aceptará su alabanza.

El Antiguo Testamento nos muestra en forma muy gráfica cuán importante es para el sacerdote estar debidamente preparado para sus obligaciones santas. En Levítico 8 él es lavado primeramente (v. 6), lo que nos habla de aquel “lavamiento de la regeneración” inicial (Tito 3:5) que recibimos con la conversión; seguidamente es vestido (v. 13), ilustración de que el creyente es hecho acepto para Dios en Cristo (Efesios 1:14); y finalmente es consagrado (v. 24). ¡No olvidemos el significado de la sangre! Cual evidencia de que un sacrificio había sido ofrendado, la sangre era puesta sobre la oreja, el pulgar de la mano y el pulgar del pie del sacerdote, enseñando que “nada debe entrar en su mente, ninguna acción llevada a cabo, nada encontrado en su mente por este mundo que no tenga como base la preciosa sangre de Jesús”.

No nos extraña, pues, que Pablo enfatice la importancia del examen propio antes de participar en la cena del Señor. “Sin discernir el cuerpo del Señor” (1 Corintios 11:29) evidencia un fallo a la hora de comprender el profundo significado de la cruz y sus demandas con respecto a la vida del creyente en todas sus facetas. El castigo por tal falta puede ser el más imponente: “por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen” (a saber, han muerto) (1 Corintios 11:30). Esto, por supuesto, es disciplina paterna y no condenación eterna. Nuestro Dios es tan inexpresablemente santo que Él no puede permitir a sus redimidos que se le acerquen sin haber juzgado el pecado.

Por su gracia Él nos proveyó el tabernáculo como una ayuda visual de esta necesidad del auto examen y limpieza. Cada vez que los sacerdotes entraban en el lugar santo para ministrar al Señor, tenían que lavarse en el lavacro, “para que no mueran” (Éxodo 30:20). Dediquemos tiempo con regularidad al lavacro de la Palabra de Dios para juzgarnos a nosotros mismos y atender a lo que esté fuera de orden antes que busquemos recordar al Señor en su cena (Mateo 5:23,24).

2. El sacerdote debe estar alimentado (1 Pedro 2:2) 

Si el versículo anterior habla de nuestra condición espiritual, éste habla de la comprensión escrituraria. Si nos alimentamos diariamente con la Palabra, estaremos preparados para recordar al Señor de forma aceptable.

Aquella reiterada frase sobre la completa obediencia, “como Jehová había mandado a Moisés” (Levítico 8:9,13,17, etc.) sufre un cambio trágico en el 10:1, “que él nunca les mandó”. Desde el principio del sacerdocio judío el fracaso está presente, ya que dos sacerdotes desobedecieron las instrucciones divinas. Nuestro ministerio sacerdotal está ineludiblemente unido a la obediencia a la Palabra, porque la adoración ha de ser “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24).

Como se dice a menudo, 1 Corintios 11 dirige nuestra atención en cinco direcciones. Hemos de mirar atrás a la muerte del Señor (v. 26), arriba hacia su exaltación ahora (v. 23) (porque Pablo recibió su instrucción directamente del Cristo resucitado), adelante hacia su venida (v. 26), adentro para comprobar nuestro estado espiritual (v. 28) y alrededor para persuadirnos de nuestra unidad con los santos que participan con nosotros en la conmemoración (v. 33).

Además, tenemos que dirigir la mirada a las Escrituras para alimentar la mente y corazón con verdades divinas. Cuando se trata de la adoración, o de cualquier actividad cristiana afín, sólo podemos ofrecer a Dios aquello que ya hemos recibido de Él (1 Crónicas 29:14). Esto conlleva estudio acompañado de oración. Nuestra apreciación de la cena del Señor está en función directa con nuestra atención a la Palabra durante la semana que precede. Joven, ¿qué haces los sábados por la noche? Ten por seguro que aquello con lo que llenemos la mente el sábado influirá en la adoración el domingo.

3. El sacerdote debe tener las manos llenas (1 Pedro 2:3 al 5) 

Pedro deja claro que nuestro centro de atención es el Señor Jesús, porque nuestra alabanza indica nuestra satisfacción con Cristo. Él es el Señor cuya benignidad gustamos (v. 3), la piedra preciosa del templo de Dios (v. 4) y el mediador que hace nuestra obra aceptable al Padre (v. 5). Al venir a partir el pan, nuestro objeto principal no es, ni ha de ser, el encontrarnos con los santos ni orar por los perdidos, ni siquiera sentarnos para escuchar el ministerio de la Palabra. Ante todo venimos a dar al Salvador su lugar de absoluta preeminencia.

Los sacerdotes del Antiguo Testamento se acercaban a Dios con sus manos llenas de aquello que hablaba de su amado Hijo (Levítico 8:25 al 27). Esto ilustra nuestra responsabilidad. Aunque Dios ha encomendado a los hombres la tarea de una alabanza audible (1 Timoteo 2:8), la dama cristiana es igualmente valiosa para el Señor en su adoración silenciosa y de hecho muchas apreciadas hermanas han alcanzado un nivel de adoración muy por encima de aquel conseguido por los hermanos (Juan 12:1 al 7). Así, no nos olvidemos, seamos hombres o mujeres, la condición de nuestro corazón y nuestro conocimiento bíblico influyen inestimablemente en el nivel espiritual del culto.

Al prepararnos, asegurémonos que estemos concentrados en Cristo, porque es a Él que anhelamos recordar. Los himnos adecuados pueden ser útiles para expresar la alabanza, si llevan nuestros pensamientos hacia las excelencias del Hijo de Dios, pero deben ser elegidos cuidadosamente. Recuerdo a un hermano en la asamblea donde me congrego que siempre tenía el himno apropiado para la ocasión, y era sí porque se había dedicado a estudiar y conocer el himnario.

Ahora, una palabra para los varones jóvenes. El levantarse por vez primera en su propia asamblea es algo que intimida, y todo anciano solícito lo aprecia. Sin embargo, algunos jóvenes que permanecen en silencio durante largo tiempo corren el peligro de engrosar las filas de los varones maduros y mudos. Un estudiante asistió fielmente a nuestra asamblea en Glasgow durante cinco años sin pronunciar palabra alguna en la cena del Señor, y con el tiempo le sugerí que (contrariamente a los hermanos que padecen del extremo opuesto) él venía al culto resuelto a no tomar parte. Un proceder mejor es éste: venir dispuesto, pero no resuelto a participar.

La adoración no es fácil, precisamente por ser la ocupación más sublime del creyente y exige de uno lo máximo en su preparación.

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