domingo, 23 de junio de 2024

Escudos de oro

 Sisac rey de Egipto ... tomó los tesoros de la casa de Jehová ... y en lugar de ellos hizo el rey Roboam escudos de bronce ... 2 Crónicas 12.9 al 1.1 Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno, Efesios 6.16 ... a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra, 2 Pedro 1.1.


El rey de Egipto robó los escudos de oro, pero Roboam hizo otros de bronce para disimular. Al irse a la casa de Dios, los estrenó, y luego mandó devolverlos a la cámara. Era una mera apariencia.

El rey de Egipto es un tipo de Satanás; Egipto, un tipo del mundo. Es posible cuando vamos al culto en la casa de Dios, estrenar una fe disimulada, y al regresar del mismo, poner a un lado nuestro escudo de bronce y seguir una vida sin fe. En Efesios 6.16 vemos que el escudo de la fe es nuestra defensa para apagar los dardos de fuego del maligno, Satanás.

La fe es el vínculo vital que nos une con Cristo. Es la capacidad con que podemos aplicar prácticamente la Palabra de Dios a nuestras vidas y actividades. Es la confianza con que apropiamos las promesas preciosas; 2 Pedro 1.4.

Cuando Abraham descendió a Egipto el diablo le había robado su escudo de oro. No tenía altar; había perdido contacto con Dios y su testimonio delante de los inconversos. En lugar de fe en Dios para protegerle, se amparó detrás de una mentira. Fue despachado como indeseado.

David perdió su escudo de oro delante del gigante Miedo, y cambió la sombra del Omnipotente por la protección del rey de los filisteos. Salió fracasado. El valiente Pedro fue robado de su escudo de oro y derrotado por las palabras de una muchacha.

Estos ejemplos son alertas para nosotros. Los tesalonicenses, en cambio, se caracterizaban, según el primer capítulo de su primera epístola, por la obra de su fe, que era su conversión, y por la extensión de su fe en el testimonio. Ellos estaban vestidos con la coraza de fe para proteger su corazón; 5.8.

En estos días de materialismo por todos lados, hay la tendencia de quitar la vista de nuestro Señor y de quitar el oído de su Palabra, interesándonos más en la prosperidad temporal que en la espiritual. Cambiamos a veces la vida de fe por una sensual, agradando la carne y no a Dios. ¡Que el Señor nos ayude a retener el escudo de oro! “No perdáis [botar] pues vuestra confianza, que tiene grande galardón”, Hebreos 10.35. En la antigüedad los gladiadores en el Coliseo de Roma y otras partes peleaban con espada hasta que el vencido botaba su escudo en señal de rendición.

            Romanos 12, que es el capítulo de la consagración, termina con dos clases: los que son vencidos de lo malo y los que vencen con el bien el mal. Queremos estar entre los vencedores cuando Cristo venga. “Ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados”, 1 Juan 2.28.
Santiago Saword

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