JUAN 14
Los
discípulos en relación con el Espíritu Santo (Juan 14:15-31)-(continuación)
vv. 21-24. Los versículos 18 al 20 nos
han presentado el efecto derivado de la venida del Espíritu. Los versículos que
vienen a continuación presentan las credenciales espirituales que capacitarán
al creyente para entrar a gozar de los privilegios que están a nuestra disposición
en el poder del Espíritu. Aunque es cierto que ha habido un triste alejamiento
de estas condiciones por parte de la cristiandad profesante, es maravilloso ver
que lo que debería ser una realidad para la mayoría puede continuar
disfrutándose a nivel individual. Es importante darse cuenta de que, llegados a
este punto, las enseñanzas se dirigen al individuo. Hasta aquí el Señor utiliza
tú y vosotros (18-20); a partir de este punto cambiará el uso de las palabras
por él y un hombre (21-24).
Las credenciales que
se exigen como entrada a estas profundas experiencias son el amor y la
obediencia. Antes decía el Señor: «Si me amáis, guardad mis mandamientos», mas
ahora dice: «El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me
ama». Se ha comentado que las primeras palabras expresaban el amor como la
fuente de la obediencia, mientras que las últimas eran la expresión de la
obediencia como prueba del amor. Toda expresión de la mente del Padre era un
mandamiento para Cristo, y de la misma manera cada expresión de la mente de
Cristo es un mandamiento para aquel que le ama. Quien ama a Cristo será amado
por el Padre y por Cristo. Dicha persona poseerá plena conciencia, y de manera
especial, del amor de las Personas divinas, y a ella se le manifestará el Señor.
Llegados a este punto,
Judas (no el Iscariote) irrumpe en la escena preguntando: «Señor, ¿cómo es que
te manifestarás a nosotros, y no al mundo?» Judas, que pensaba como judío y
tenía en la mente las esperanzas de un judío, queda totalmente confuso con
estas comunicaciones. Ignorando que el cambio se produciría de un momento a
otro, seguía aferrado a la idea de un reino visible a punto de ser establecido,
y por eso no entendía que pudiera ser una realidad si el Señor no se
manifestaba antes al mundo. Sus hermanos en la carne tienen pensamientos
similares cuando en una ocasión le dicen «manifiéstate al mundo» (Juan 7:4). Y
no obstante la ignorancia que se tiene hoy en día del llamamiento de la Iglesia
y del carácter de los tiempos que nos ha tocado vivir, hay muchos cristianos
sinceros que, bajo una variedad de formas, siguen pidiéndole al Señor que se
manifieste al mundo. De buena gana querrían que su manifestación fuera como la
de un líder filantrópico promoviendo grandes causas para mejorar este mundo,
por lo que buscan con ello reintroducir a Cristo en el mundo sin caer en la
cuenta de que el Espíritu de Dios ya vino para sacar a los creyentes fuera de
él y guiarlos a Cristo en el cielo.
A primera vista, parece como si la
respuesta que el Señor da a Judas no pudiera satisfacerle. La razón era que no
había llegado el momento para la plena revelación del carácter celestial del
cristianismo. De todos modos, la contestación del Señor sirve para corregir la
idea equivocada en la mente de los discípulos. Judas había pensado en una
exhibición pública ante el mundo, mientras que el Señor habla de una
manifestación a un individuo; Judas habla del mundo, el Señor de un hombre. El
mundo le había rechazado y el Señor ya no podía mantener ningún trato con él.
Ahora se trata de una cuestión que afecta a individuos que serán sacados del
mundo por el atractivo poder de Aquel al que están unidos sus corazones en amor
y en afecto. El Señor da algunos detalles sobre esta verdad. No solamente
guardará sus mandamientos quien sea que le ame, sino que además guardará las
palabras del Señor, lo que viene a significar algo más que simplemente sus
mandamientos. Estos son la expresión de su mente en cuanto a los detalles de
nuestro camino. Tal como nos dice el siguiente versículo, su palabra no es
solamente suya, sino la del Padre que le envió, y nos cuenta todo lo que Él vino
a hacer para dar a conocer el corazón del Padre y sus consejos para el cielo y
el mundo venidero. Sus mandamientos arrojan la luz que necesitamos en nuestro
camino, y sus palabras iluminan el futuro glorioso revelando los consejos del
corazón del Padre. Como muestra de aprecio por tales palabras, le concede un
lugar al Padre, de manera que dice: «vendremos a Él, y haremos nuestra morada con
Él».
vv. 25-26. Las dos palabras del inicio
de estos versículos introducen una etapa nueva en esta parte del discurso. El
Señor nos presenta hasta aquí las experiencias que todo creyente disfrutaría
por el Espíritu (18-20), y luego las experiencias que están al alcance de todos
los creyentes a nivel individual (21-24). Ahora habla de la venida del Espíritu
Santo en relación con los once, concretamente. Por primera vez, se dice que el
Consolador es fuera de toda duda el Espíritu Santo. Se refiere a Él como una Persona
divina que viene a representar los intereses de Cristo mientras Él está
ausente. No está aquí para exaltar a los creyentes y que parezcan grandes en
esta escena, ni mucho menos que sus intereses mundanos prosperen. Su única
tarea en un mundo que rechaza a Cristo es la de llevar hacia Él un pueblo que
lo exalte. Durante el tiempo que duran estas últimas comunicaciones, veremos
que el Espíritu da tres razones por las que deben mantenerse los intereses de
Cristo. En primer lugar, con Juan 14 consigue atraer nuestros corazones a
Cristo; después, en Juan 15 hace que se abran nuestros labios en testimonio
para Cristo, y, por último, en Juan 16, nos sostiene en presencia de la
oposición del mundo revelándonos los consejos del Padre para el mundo futuro.
La gran obra del
Espíritu Santo en este apartado es la de mantenernos ocupados con Cristo. Hay
dos maneras con las que despierta nuestros afectos por Él. Primero, el Señor
dice a los once: «Él os enseñará todas las cosas». Todas las cosas del
versículo 26 contrasta con estas cosas del versículo 25. El Señor habla en
referencia a determinadas cosas, pero había algunas que pertenecen a la gloria de
Cristo que en aquel momento los once no eran capaces de comprender, y dada su
limitada capacidad espiritual el Señor tiene que acotar Sus comunicaciones. Con
la venida del Espíritu habría un entendimiento espiritual amplio que
posibilitaría que el Espíritu comunicara todas las cosas que se refieren a
Cristo en la gloria. En segundo lugar, el Señor dice: «El Espíritu os recordará
todo lo que yo os he dicho». No solo revelaría las cosas nuevas concernientes a
Cristo en Su lugar nuevo —cosas que nos transportan a la gloria eterna—, sino
que también traería a nuestra memoria las comunicaciones de gracia que Cristo
hizo cuando pasaba por esta tierra. Todo lo que es de Cristo, pasado, presente
y futuro, es infinitamente precioso. Nada que no sea de Cristo se perderá.
Quienes iban a ser los responsables de instruir a los demás con sus palabras y
escritos debían tener en cuenta las palabras que una Persona divina les
recordaría. Al informarnos a nosotros de ellas, los discípulos no lo hacen
partiendo de la base de sus fugaces e imperfectos recuerdos, sino que las
palabras que nos cuentan llevan el sello de la perfección y nos son recordadas
sin aditamentos de humana fragilidad.
vv.
27-31. El Señor concluye este ministerio de gracia con los versículos
precedentes. Este ministerio de consuelo y aliento, que pone a su pueblo en
relación con las Personas divinas y en comunión con ellas, prepara a los
discípulos ante la partida de Aquel que aman. Por ello, en estos versículos
finales el Señor habla con más libertad de la cercana partida.
Pero si Él se iba,
dejaría antes su paz con los discípulos. Bajo el prisma de las circunstancias
externas, Él era el Varón de dolores experimentado en quebranto. Debía hacer
frente a la contradicción de pecadores, siempre desde el camino de la comunión
con el Padre y sujeto a su voluntad y gozando de la paz de corazón. Una paz que
sería la porción del creyente si este quería disfrutar de la comunión con las
Personas divinas y dejaba su voluntad anulada bajo el control del Espíritu.
Rodeado de un mundo convulso, el corazón del creyente sería protegido con la
paz de Cristo, una paz que compartiría con Él. Al haber dado a los discípulos
esta paz no la daba como el mundo la da, en partes fraccionadas.
Si el Señor partía de
ellos, sería por un tiempo, para volver otra vez. En el ínterin, el amor que
todo lo comparte se gozaría en que Su camino había terminado y que se iba con
el Padre. Él les pone sobre aviso para que cuando sucediera Su partida no
desfalleciera su fe.
A partir de este
momento no hablaría mucho con ellos, pues el gobernante de este mundo ya venía.
Esto significaba que iba a enfrentar el último gran conflicto que anularía el
poder de Satanás. El triunfo sobre él estaba asegurado porque el diablo no
podía nada contra Cristo. Su muerte no sería el resultado del poder de Satanás,
sino el resultado del amor de Cristo al Padre. Su obediencia perfecta a los
mandamientos del Padre, aun obedeciéndolos hasta la muerte, constituye la
prueba eterna de su amor por Él.
Con estas palabras, el Señor pone fin a
esta porción de sus discursos: «Levantaos, vámonos de aquí». En amor al Padre
se levanta
para
obedecer su mandato y se asocia con los discípulos. Llegaría el momento en que
no le podrían seguir más, como el Señor ya les había dicho: «Adonde yo voy
vosotros no me podéis seguir». Pero antes hay unos pasos más que pueden dar con
Él, aunque sean vacilantes. Todos ellos salen del aposento alto al mundo de
afuera.
EL QUÍNTUPLE NOMBRE DEL MESÍAS EN
ISAÍAS (4)
Porque un Niño nos es nacido, Hijo nos
es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable,
Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. (Isaías 9:6)
Príncipe
de Paz.
¡Qué
título de belleza y bendición, culminando así el deletreo divino de este
quíntuple nombre! Es la corona, la brillarte diadema, que decora dignamente
este majestuoso monumento de gloria; “¡Príncipe de paz!" ¡Qué final tan
adecuado para tal nombre! Nuevamente viene a nuestro corazón el capítulo 1 de
Colosenses. Allí leemos que Él hizo la paz por la sangre de su cruz; Aquel en
quien habita toda la plenitud de la Deidad, ¡hizo la paz! Y, un día, por medio
de Él, todas las cosas serán reconciliadas con aquella plenitud que habita en
Él. ¡Qué bendita es la porción de aquellos que en la actualidad ya han sido
reconciliados, ¡antes de aquel día de reconciliación universal! Jamás pudo ser
dada una señal similar a esta, que va desde un Niño en un pesebre hasta las
alturas infinitas del Dios fuerte.
“El principado sobre su hombro”. ¡Qué
día tan alegre vendrá para este mundo! Él prosperará en el terreno que los
políticos y gobernantes han fracasado tan tristemente. “Sobre su hombro” el
gobierno estará seguro. Sin embargo, en Lucas 15 leemos que la oveja—el pecador
perdido que Él busca y en cuenta—es puesta de forma segura sobre ambos
“hombros". Un hombro bastará para el gobierno de la tierra, pero nada
menos que ambos hombros para las ovejas que Él ama tanto. Él las llevará al
hogar y su corazón amoroso se regocijará con un gozo profundo y divino. Bien
podemos agradecer a Dios por tal Salvador, a quien conocemos y en quien
confiamos antes que el reino de gloria venga sobre este mundo.
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