domingo, 23 de junio de 2024

Las últimas palabras de Cristo (6)

 

JUAN 14

Los discípulos en relación con el Espíritu Santo (Juan 14:15-31)-(continuación)


vv. 21-24. Los versículos 18 al 20 nos han presentado el efecto derivado de la venida del Espíritu. Los versículos que vienen a continuación presentan las credenciales espirituales que capacitarán al creyente para entrar a gozar de los privilegios que están a nuestra disposición en el poder del Espíritu. Aunque es cierto que ha habido un triste alejamiento de estas condiciones por parte de la cristiandad profesante, es maravilloso ver que lo que debería ser una realidad para la mayoría puede continuar disfrutándose a nivel individual. Es importante darse cuenta de que, llegados a este punto, las enseñanzas se dirigen al individuo. Hasta aquí el Señor utiliza tú y vosotros (18-20); a partir de este punto cambiará el uso de las palabras por él y un hombre (21-24).

Las credenciales que se exigen como entrada a estas profundas experiencias son el amor y la obediencia. Antes decía el Señor: «Si me amáis, guardad mis mandamientos», mas ahora dice: «El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama». Se ha comentado que las primeras palabras expresaban el amor como la fuente de la obediencia, mientras que las últimas eran la expresión de la obediencia como prueba del amor. Toda expresión de la mente del Padre era un mandamiento para Cristo, y de la misma manera cada expresión de la mente de Cristo es un mandamiento para aquel que le ama. Quien ama a Cristo será amado por el Padre y por Cristo. Dicha persona poseerá plena conciencia, y de manera especial, del amor de las Personas divinas, y a ella se le manifestará el Señor.

Llegados a este punto, Judas (no el Iscariote) irrumpe en la escena preguntando: «Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?» Judas, que pensaba como judío y tenía en la mente las esperanzas de un judío, queda totalmente confuso con estas comunicaciones. Ignorando que el cambio se produciría de un momento a otro, seguía aferrado a la idea de un reino visible a punto de ser establecido, y por eso no entendía que pudiera ser una realidad si el Señor no se manifestaba antes al mundo. Sus hermanos en la carne tienen pensamientos similares cuando en una ocasión le dicen «manifiéstate al mundo» (Juan 7:4). Y no obstante la ignorancia que se tiene hoy en día del llamamiento de la Iglesia y del carácter de los tiempos que nos ha tocado vivir, hay muchos cristianos sinceros que, bajo una variedad de formas, siguen pidiéndole al Señor que se manifieste al mundo. De buena gana querrían que su manifestación fuera como la de un líder filantrópico promoviendo grandes causas para mejorar este mundo, por lo que buscan con ello reintroducir a Cristo en el mundo sin caer en la cuenta de que el Espíritu de Dios ya vino para sacar a los creyentes fuera de él y guiarlos a Cristo en el cielo.

A primera vista, parece como si la respuesta que el Señor da a Judas no pudiera satisfacerle. La razón era que no había llegado el momento para la plena revelación del carácter celestial del cristianismo. De todos modos, la contestación del Señor sirve para corregir la idea equivocada en la mente de los discípulos. Judas había pensado en una exhibición pública ante el mundo, mientras que el Señor habla de una manifestación a un individuo; Judas habla del mundo, el Señor de un hombre. El mundo le había rechazado y el Señor ya no podía mantener ningún trato con él. Ahora se trata de una cuestión que afecta a individuos que serán sacados del mundo por el atractivo poder de Aquel al que están unidos sus corazones en amor y en afecto. El Señor da algunos detalles sobre esta verdad. No solamente guardará sus mandamientos quien sea que le ame, sino que además guardará las palabras del Señor, lo que viene a significar algo más que simplemente sus mandamientos. Estos son la expresión de su mente en cuanto a los detalles de nuestro camino. Tal como nos dice el siguiente versículo, su palabra no es solamente suya, sino la del Padre que le envió, y nos cuenta todo lo que Él vino a hacer para dar a conocer el corazón del Padre y sus consejos para el cielo y el mundo venidero. Sus mandamientos arrojan la luz que necesitamos en nuestro camino, y sus palabras iluminan el futuro glorioso revelando los consejos del corazón del Padre. Como muestra de aprecio por tales palabras, le concede un lugar al Padre, de manera que dice: «vendremos a Él, y haremos nuestra morada con Él».

vv. 25-26. Las dos palabras del inicio de estos versículos introducen una etapa nueva en esta parte del discurso. El Señor nos presenta hasta aquí las experiencias que todo creyente disfrutaría por el Espíritu (18-20), y luego las experiencias que están al alcance de todos los creyentes a nivel individual (21-24). Ahora habla de la venida del Espíritu Santo en relación con los once, concretamente. Por primera vez, se dice que el Consolador es fuera de toda duda el Espíritu Santo. Se refiere a Él como una Persona divina que viene a representar los intereses de Cristo mientras Él está ausente. No está aquí para exaltar a los creyentes y que parezcan grandes en esta escena, ni mucho menos que sus intereses mundanos prosperen. Su única tarea en un mundo que rechaza a Cristo es la de llevar hacia Él un pueblo que lo exalte. Durante el tiempo que duran estas últimas comunicaciones, veremos que el Espíritu da tres razones por las que deben mantenerse los intereses de Cristo. En primer lugar, con Juan 14 consigue atraer nuestros corazones a Cristo; después, en Juan 15 hace que se abran nuestros labios en testimonio para Cristo, y, por último, en Juan 16, nos sostiene en presencia de la oposición del mundo revelándonos los consejos del Padre para el mundo futuro.

La gran obra del Espíritu Santo en este apartado es la de mantenernos ocupados con Cristo. Hay dos maneras con las que despierta nuestros afectos por Él. Primero, el Señor dice a los once: «Él os enseñará todas las cosas». Todas las cosas del versículo 26 contrasta con estas cosas del versículo 25. El Señor habla en referencia a determinadas cosas, pero había algunas que pertenecen a la gloria de Cristo que en aquel momento los once no eran capaces de comprender, y dada su limitada capacidad espiritual el Señor tiene que acotar Sus comunicaciones. Con la venida del Espíritu habría un entendimiento espiritual amplio que posibilitaría que el Espíritu comunicara todas las cosas que se refieren a Cristo en la gloria. En segundo lugar, el Señor dice: «El Espíritu os recordará todo lo que yo os he dicho». No solo revelaría las cosas nuevas concernientes a Cristo en Su lugar nuevo —cosas que nos transportan a la gloria eterna—, sino que también traería a nuestra memoria las comunicaciones de gracia que Cristo hizo cuando pasaba por esta tierra. Todo lo que es de Cristo, pasado, presente y futuro, es infinitamente precioso. Nada que no sea de Cristo se perderá. Quienes iban a ser los responsables de instruir a los demás con sus palabras y escritos debían tener en cuenta las palabras que una Persona divina les recordaría. Al informarnos a nosotros de ellas, los discípulos no lo hacen partiendo de la base de sus fugaces e imperfectos recuerdos, sino que las palabras que nos cuentan llevan el sello de la perfección y nos son recordadas sin aditamentos de humana fragilidad.

vv. 27-31. El Señor concluye este ministerio de gracia con los versículos precedentes. Este ministerio de consuelo y aliento, que pone a su pueblo en relación con las Personas divinas y en comunión con ellas, prepara a los discípulos ante la partida de Aquel que aman. Por ello, en estos versículos finales el Señor habla con más libertad de la cercana partida.

Pero si Él se iba, dejaría antes su paz con los discípulos. Bajo el prisma de las circunstancias externas, Él era el Varón de dolores experimentado en quebranto. Debía hacer frente a la contradicción de pecadores, siempre desde el camino de la comunión con el Padre y sujeto a su voluntad y gozando de la paz de corazón. Una paz que sería la porción del creyente si este quería disfrutar de la comunión con las Personas divinas y dejaba su voluntad anulada bajo el control del Espíritu. Rodeado de un mundo convulso, el corazón del creyente sería protegido con la paz de Cristo, una paz que compartiría con Él. Al haber dado a los discípulos esta paz no la daba como el mundo la da, en partes fraccionadas.

Si el Señor partía de ellos, sería por un tiempo, para volver otra vez. En el ínterin, el amor que todo lo comparte se gozaría en que Su camino había terminado y que se iba con el Padre. Él les pone sobre aviso para que cuando sucediera Su partida no desfalleciera su fe.

A partir de este momento no hablaría mucho con ellos, pues el gobernante de este mundo ya venía. Esto significaba que iba a enfrentar el último gran conflicto que anularía el poder de Satanás. El triunfo sobre él estaba asegurado porque el diablo no podía nada contra Cristo. Su muerte no sería el resultado del poder de Satanás, sino el resultado del amor de Cristo al Padre. Su obediencia perfecta a los mandamientos del Padre, aun obedeciéndolos hasta la muerte, constituye la prueba eterna de su amor por Él.

Con estas palabras, el Señor pone fin a esta porción de sus discursos: «Levantaos, vámonos de aquí». En amor al Padre se levanta

para obedecer su mandato y se asocia con los discípulos. Llegaría el momento en que no le podrían seguir más, como el Señor ya les había dicho: «Adonde yo voy vosotros no me podéis seguir». Pero antes hay unos pasos más que pueden dar con Él, aunque sean vacilantes. Todos ellos salen del aposento alto al mundo de afuera.


Meditación

EL QUÍNTUPLE NOMBRE DEL MESÍAS EN ISAÍAS (4)

Porque un Niño nos es nacido, Hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Conse­jero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. (Isaías 9:6)


Príncipe de Paz.

¡Qué título de belleza y bendición, culminando así el deletreo divino de este quíntuple nombre! Es la corona, la brillarte diadema, que decora dignamente este majestuoso monumento de gloria; “¡Prín­cipe de paz!" ¡Qué final tan adecuado para tal nombre! Nuevamente viene a nuestro corazón el capítulo 1 de Colosenses. Allí leemos que Él hizo la paz por la sangre de su cruz; Aquel en quien habita toda la plenitud de la Deidad, ¡hizo la paz! Y, un día, por medio de Él, todas las cosas serán reconciliadas con aquella plenitud que habita en Él. ¡Qué bendita es la porción de aquellos que en la actualidad ya han sido reconciliados, ¡antes de aquel día de reconciliación universal! Jamás pudo ser dada una señal similar a esta, que va desde un Niño en un pesebre hasta las alturas infinitas del Dios fuerte.

“El principado sobre su hombro”. ¡Qué día tan alegre vendrá para este mundo! Él prosperará en el terreno que los políticos y gobernantes han fracasado tan tristemente. “Sobre su hombro” el gobierno estará seguro. Sin embargo, en Lucas 15 leemos que la oveja—el pecador perdido que Él busca y en cuenta—es puesta de forma segura sobre ambos “hombros". Un hombro bastará para el gobierno de la tierra, pero nada menos que ambos hombros para las ovejas que Él ama tanto. Él las llevará al hogar y su corazón amoroso se regocijará con un gozo profundo y divino. Bien podemos agradecer a Dios por tal Salvador, a quien conocemos y en quien confiamos antes que el reino de gloria venga sobre este mundo.

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