“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” (Filipenses 3:7). ¡Qué cambio maravilloso! Saulo tenía muchas fuentes de “ganancia”. Había ganado fama, distinción y muchos honores alrededor de su nombre. Había hecho grandes progresos en el judaísmo como pocos de sus pares. Había logrado una justicia legal en la cual nadie podía hallar ninguna falta. Su celo, su conocimiento y su moralidad eran del orden más elevado. Pero desde el momento que Cristo le fue revelado, se produjo un giro de 180 grados. Todo cambió. Su justicia, su erudición, su elevada moral, todo aquello que, para Pablo, podía en algún sentido ser considerado ganancia, ahora pasó a ser basura. No habla de abiertos pecados, sino de aquellas cosas que él justamente podía estimar como ganancia. La gloria de Cristo que le fue revelada, había modificado tan sustancialmente la corriente de pensamientos de Pablo, que las mismas cosas que él en un tiempo estimaba como una positiva ganancia, ahora las consideraba una positiva pérdida.
¿Por qué? Simplemente porque había hallado su todo en Cristo. El bendito Hijo de Dios había reemplazado todo en el corazón de Pablo. Todo lo que pertenecía a Pablo, ahora lo ocupaba Cristo. Por eso, habría significado una verdadera pérdida poseer algún grado de justicia, de sabi-duría, de santidad o de moralidad propia, ahora que había hallado todas estas cosas en divina perfección en Cristo.
Si Cristo es hecho justicia de Dios para mí, ¿no es acaso una pérdida para mí tener una justicia propia? Seguramente que sí. Si he alcanzado lo que es divino, ¿tengo necesidad de aquello que es humano? Claramente que no. Cuanto más completamente pueda despojarme y vaciarme de todo aquello en lo cual el «yo» es capaz de gloriarse, o que pudiese ser “para mí ganancia”, tanto mejor, puesto que esto es lo único que me hace tanto más apto para tener a un Cristo pleno y absolutamente suficiente. Todo lo que tienda a exaltar el yo — ya sea religiosidad, moralidad, respetabilidad, riqueza, gloria, belleza personal, inteligencia o filantropía —, no constituye sino un positivo obstáculo para nuestro gozo de Cristo, tanto como el fundamento de la conciencia como el objeto del corazón. ¡Quiera el Espíritu de Dios hacer que Cristo sea más precioso para nuestros corazones!
Traducido del inglés por Flavio H. Arrué
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