domingo, 25 de septiembre de 2011

Acordaos

“¿No recordáis?” (Marcos 8:18). “Acordaos de que... estabais sin Cristo… Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efesios 2:11-13).
            Acostumbrados al ambiente cristiano, muchos de nosotros ¿no corremos el riesgo de perder de vista que “éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:3), y de olvidar la purificación de nuestros antiguos pecados? (véase 2 Pedro 1:9).
            Haber sido educado en un hogar cristiano no da la vida eterna. Es necesario el arrepentimiento, la fe personal, el nuevo nacimiento. Tal vez no haya mucho cambio en las costumbres exteriores cuando un hijo de padres cristianos se convierte, por la fe en el Señor Jesucristo, en hijo de Dios. Sin embargo, ¡qué cambio fundamental! Estaba en el camino de perdición y ahora se halla en la “senda de la vida” (Salmo 16:11). Ha pasado “de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios” (Hechos 26:18). “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
            Después de haber experimentado en nuestra alma el gozo de la luz, poco a poco nos acostumbramos a esta nueva vida. Y muy fácilmente olvidamos de dónde fuimos sacados, la gravedad de la deuda que nos fue perdonada. “Aquel a quien se le perdona poco, poco ama” (Lucas 7:47). ¿Realmente nos fue perdonado poco? ¡Oh, no! Para que fuéramos “hechos cercanos”, fue necesaria “la sangre de Cristo”. El precio pagado muestra la inmensidad de la deuda. Pero, olvidando lo que éramos por naturaleza, y considerándonos en lo más profundo de nosotros mejores que los demás, podemos subjetivamente estimar que se nos “perdonó poco”. Entonces no es de extrañar si amamos “poco”, si no estamos dispuesto a perdonar a nuestros hermanos, a “tener misericordia” de nuestro consiervo (Mateo 18:33).

“Acordaos de la mujer de Lot” (Lucas 17:32)
            No sabemos de dónde tomó Lot mujer. Ella no es mencionada antes de que Lot estuviera en Sodoma. ¿Era de esa ciudad? Lo ignoramos, pero en todo caso su corazón estaba allí. Por eso es puesta ante nosotros como una solemne advertencia: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21). El día que fue necesario “salir”, ella no pudo tomar la decisión de dejar lo que su corazón amaba. Unida por lazos muy fuertes a Sodoma, a sus bienes, a su casa, “miró atrás”. Como “estatua de sal”, se convirtió en testigo, para cada uno de nosotros, de las consecuencias de tal camino. Los hombres de Sodoma perecieron arrastrados en la ruina de su ciudad, pero ella, más responsable por haber tenido un esposo “justo” que seguramente le había hablado del Dios Todopoderoso, se destaca como un objeto particular del juicio de Dios.
            ¡Qué advertencia para nuestros jóvenes amigos que han escuchado hablar del Señor y todavía no le han entregado su corazón!

“Te acordarás de todo el camino” (Deuteronomio 8:2).
            Nuestra vida está marcada por etapas, largas o cortas. Tal vez hace solamente un año, o dos, que conocemos al Señor; pero sea lo que fuere, es bueno detenernos de vez en cuando y mirar el camino recorrido. Hasta es una exhortación que Dios nos dirige.
            Sin duda, al principio, para juzgar nuestros caminos. ¿Qué huellas hemos dejado en la arena del desierto? ¿Van ellas de un lado para otro, un poco a la derecha y un poco a la izquierda, o bien directamente hacia la meta? ¿O simplemente no se ve ninguna huella, porque hemos permanecido estáticos y no hemos hecho ningún progreso en las cosas de arriba? Tengamos cuidado, porque si éste es el caso, examinando las cosas más de cerca, descubriremos más bien huellas retrógradas. “Meditad bien sobre vuestros caminos” (Hageo 1:5). Y si es necesario bajar la cabeza y juzgarnos, vayamos a él, nuestro Salvador lleno de gracia, quien sabrá lavar nuestros pies y restaurar nuestras almas.
            En Deuteronomio 8 se trata más bien de acordarse de “todo el camino por donde te ha traído el Señor tu Dios” (v. 2). No se hace énfasis en las faltas, sino en los cuidados, la disciplina, las enseñanzas de Aquel que día tras día nos ha acompañado en el camino. Tal vez ha permitido que pasemos por pruebas, “para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón”, para al final hacernos bien. Pero también nos ha dado cada día el pan, el alimento espiritual que nuestras almas necesitan. Hizo salir “agua de la Roca”; dio la fuerza. ¿Lo olvidaremos? ¿No tomaremos un momento, en el silencio de su presencia, para pasar revista delante de él a la etapa recorrida? Hay ocasiones particularmente propicias para ello: fin de año, cumpleaños, una enfermedad, un accidente, vacaciones, etc. No perdamos la oportunidad que Dios nos da para hacerlo, aunque sea necesario renunciar a algún placer.

“Acuérdate de Jesucristo” (2 Timoteo 2:8).
            Objeto supremo de nuestros afectos, sobrepasando a cualquier otro, el Señor mismo es puesto ante nosotros para que nos acordemos de él. A pesar de la expresa recomendación, el jefe de los coperos, una vez liberado, “no se acordó de José, sino que lo olvidó” (Génesis 40:23). Cuando hubo pasado el peligro en la ciudad, “nadie se acordaba de aquel hombre pobre”, el cual la había librado con su sabiduría (Eclesiastés 9:15). ¿Somos de esos que olvidan? El Señor Jesús, la noche que fue entregado, dijo: “Haced esto en memoria de mí” (Lucas 22:19). ¿Respondemos al deseo de su corazón? Cuando tantas distracciones llaman nuestra atención, ¿sabemos darle el primer lugar en todas las cosas?
            Pronto lo veremos y el tiempo en que podemos acordarnos de él habrá pasado. Mientras aún estamos camino hacia la casa del Padre, deseemos acordarnos más a menudo, con más afecto y realidad, de aquel cuyos sufrimientos nos abrieron las puertas.

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