domingo, 25 de septiembre de 2011

El Verdadero Discipulado

Capítulo 9: EL DOMINIO DEL MUNDO

Dios nos ha llamado a dominar el mundo. No fue su intención que naciéramos hombres y muriéramos almaceneros. Su propósito no fue que ocupáramos nuestra vida siendo ofi­ciales de empresas intrascendentes.
Cuando Dios creó al hombre, le dio do­minio sobre toda la tierra. Le coronó de gloria y honra y puso todas las cosas bajo sus pies. El hombre fue investido de dignidad y soberanía poco menos que los ángeles. Cuando Adán pecó, perdió el dominio que había sido suyo por decreto divino. En vez de ejercer una su­premacía indiscutible, gobernó en forma ines­table sobre un reino incierto.
Hay un sentido en el Evangelio en el cual recuperar el dominio. Ahora no se trata del control que se pueda tener sobre perros gruñones o víboras venenosas, sino el pedir las naciones como nuestra herencia y los términos de la tierra como posesión nuestra. "El verdadero imperialismo constituye un imperio por la soberanía espiritual y moral; atracción y dominio por la fascinante radian­cia de una vida pura y santificada."
Realmente, la dignidad del llamamiento cristiano es algo que Adán jamás conoció. Somos coadjutores con Dios en la redención del mundo. "Este es nuestro mandato: que unjamos hombres en el nombre de Cristo para una vida real, para que sean soberanos sobre el yo, para servir en el reino."
Es una tragedia que muchos en el día de hoy no hayan podido comprender la alta digni­dad de nuestro llamamiento. Estamos conten­tos con pasar los años congratulando las baje­zas, ó destacándonos en cosas sin importancia. Nos arrastramos en vez de volar. Pocos han tenido la visión de pedir países para Cristo.
Spurgeon fue una excepción. Escribió el siguiente mensaje a su hijo: "No me gustaría que tú, siendo llamado por Dios para ser misionero, mueras millona­rio. No me gustaría que siendo apto para ser misionero fueras coronado rey.
¿Qué son los reyes, los nobles, las diade­mas, todo junto, cuando los comparas con la dignidad de ganar almas para Cristo, con el honor especial de edificar para Cristo, no sobre el fundamento de otro hombre, sino predicando el Evangelio de Cristo en regiones lejanas? "
Otra excepción fue Juan Mott. Cuando el Presidente Coolidge le pidió que fuera em­bajador en Japón, Mott contestó: "Señor Presidente, desde que Dios me llamó para ser Su embajador, ya no tengo oídos para otros llamamientos".
Billy Graham habló de otra excepción "Cuando la Standard Oil Co. buscaba hombre en el Lejano Oriente, escogieron un  misionero para que fuera su representante. Le ofrecieron 10.000 dólares al año, y él rehusó. Veinticinco mil. Rehusó. Cincuenta mil. Nuevo rechazo. Ellos le preguntaron: "¿Qué hay de malo?” El les contestó: "Su precio es muy bueno pero el trabajo insignificante. Dios me ha llamado para que sea misionero."
El llamamiento del cristiano es el más noble y si lo comprendemos, nuestra vida tendrá más altura. Ya no hablaremos de  de nosotros mismos como "llamados a ser plomeros", o médicos, o dentistas. Seremos uno de aquellos que ha sido llamado a ser apóstol de Jesucristo, y todo lo demás será solamente el medio por el cual obtenemos el sustento. Nos sentire­mos llamados a predicar el Evangelio a toda criatura, a hacer discípulos de entre todas las naciones, a evangelizar el mundo.
¿Dices que es una tarea inmensa? Sí, inmensa, pero no imposible. La inmensidad de la tarea está indicada por la siguiente visión gráfica del mundo en miniatura: Si reducimos el mundo imaginariamente a una población de mil, tendríamos que 290 de ellos serían cristia­nos profesantes y 710 no lo serían, 80 perso­nas serían comunistas con un dominio sobre 370 personas. De los 290 cristianos profesan­tes, 70 serían protestantes. La mitad de este pueblo no habría oído mencionar el nombre de Cristo, pero más de la mitad estaría en condiciones de oír acerca de Marx. Mientras tanto, un 35 por ciento de la riqueza de este pueblo estaría en manos de los protestantes, los cuales consumirían un 16 por ciento de los alimentos producidos (siendo ellos mismos un 7 por ciento de la población). Ellos se preocu­parían de hacer fuertes reservas para el futuro, mientras el resto de la población pasaría hambre.
¿Cómo va a ser ganado el mundo para Cristo en esta generación con estadísticas co­mo la citada? Imposible, a menos que haya hombres y mujeres que amen a Dios con todo su corazón, y que amen a su prójimo como a sí mismos. La tarea será cumplida solamente con la dedicación y devoción que brotan de un amor imperecedero.
Los que han sido constreñidos por el amor de Cristo considerarán que ningún sacri­ficio es demasiado grande para realizarlo por él. Harán por amor a El lo que jamás habrían hecho por una ganancia material. No contarán su vida preciosa para nada. Gastarán y se gas­tarán con tal que los hombres no perezcan sin haber oído el Evangelio.

Crucificado Señor,
dame un corazón como el tuyo.
Enséñame a amar las almas que perecen.
Que mi alma y corazón
el contacto contigo aprecien,
como el de Aquel que dio el Hijo suyo,
por dar a los perdidos salvación que no merecen.

La causa está perdida, a menos que el amor la motive. De otro modo, nada sirve. El ministerio cristiano entonces llega a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Pero cuando el amor es la estrella guiadora, cuando los hombres van inflamados con devoción a Cristo, ningún poder existe en la tierra que pueda detener el avance arrasador del Evange­lio.
Obsérvese entonces un grupo de discípu­los entregados enteramente a Cristo, atrave­sando océanos y tierras como portadores de un glorioso mensaje, incansables, siempre pro­curando entrar en nuevas áreas, encontrando en cada persona una vida por la cual Cristo murió y ambicionando que sean adoradores de Cristo por la eternidad. ¿Qué métodos usan estos hombres que no son de este mundo para dar a conocer a Cristo?
El Nuevo Testamento presenta dos méto­dos principales para alcanzar al mundo con el Evangelio. El primero era la proclamación pública. El segundo es la instrucción privada.
En cuanto al primer método fue usado por Jesucristo y sus discípulos. Donde quiera que se reúnan gentes, allí había una oportuni­dad para predicar las buenas nuevas. Así en­contramos que se proclamó el Evangelio en los mercados, prisiones, sinagogas, playas, y en las riberas de los ríos. La urgencia y el carácter superlativo del mensaje, hacía que fuera impo­sible pensar en lugares convencionales de re­unión.
El segundo método de propagación de la fe cristiana es la doctrinación de individuos. Este es el método que Jesús usó en la prepara­ción de los doce. Llamo a este pequeño grupo de hombres para que estuvieran con El y para poderlos enviar. Día a día los instruyó en la verdad de Dios. Les puso por delante la tarea para la cual estaban destinados. Les advirtió detalladamente los peligros y dificultades que encontrarían. Les introdujo a los consejos pri­vados de Dios y les hizo partícipes de los glo­riosos pero arduos planes de Dios. Los envió como a ovejas en medio de lobos. Los dotó del poder del Espíritu Santo y se lanzaron al mundo las nuevas del Salvador resucitado ascendido y glorificado. La efectividad de este método se ve en el hecho de que ese grupo, reducido a 11 por la defección del traidor, revolucionó el mundo para gloria del Señor Jesús.
El Apóstol Pablo no solamente practicó este método, sino que urgió a Timoteo a que lo practicará. "Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros". (2 Tim. 2:2) El primer paso es la se­lección cuidadosa y con oración de los hom­bres fieles. El segundo es el impartirles la gloriosa visión. El tercero es enviar a estos hombres que doctrinen a otros (Mateo 28:19).
A los que codician ver números y piden del Señor grandes multitudes este método, les parecerá tedioso y aburrido. Pero Dios sabe lo que El está haciendo y sus métodos son los mejores métodos. Dios puede hacer mucho más por medio de unos pocos discípulos dedi­cados a El que por medio de un ejército gigan­te de religiosos satisfechos.
Cuando estos discípulos salen en el nombre de Cristo ellos siguen ciertos principios básicos bosquejados en la Palabra de Dios. En primer lugar son astutos como serpientes, pero inofensivos como palomas. Su sabiduría la piden de Dios para poder seguir el difícil cami­no que tienen que transitar. Al mismo tiempo son mansos y humildes en sus contactos con sus semejantes. Nadie puede temer la violencia física de parte de ellos. Los hombres deben temer solamente a sus oraciones y a su inque­brantable testimonio.
Estos discípulos se mantienen libres de la política de este mundo. No se sienten llama­dos a luchar contra ninguna forma de gobier­no ni contra ideas políticas. Pueden trabajar bajo cualquier forma de gobierno y ser leales a tal gobierno mientras no se les exija com­prometer su testimonio o negar a su Señor. Entonces ellos rehúsan obedecer y se someten a las consecuencias. Pero ellos nunca conspiran contra un gobierno humano, ni se comprome­ten en luchas revolucionarias. ¿No dijo el Señor: "Si mi reino fuera de este mundo mis servidores pelearían?” Estos hombres son em­bajadores de un país celestial y pasan por este mundo como peregrinos y extranjeros.
Son absolutamente honestos en todos sus tratos. Evitan los subterfugios de cualquier tipo. Su sí es sí y su no es no. Rechazan la mentira popular de que "el fin justifica los medios". Bajo ninguna circunstancia hacen el mal para que venga algún bien. Cada uno es una conciencia encarnada que preferiría morir antes que pecar.
Otro principio invariablemente seguido por estos hombres es que su trabajo lo unen a una iglesia local. Salen al mundo a ganar almas para Cristo, pero ganadas las almas las ponen en comunión con la iglesia local donde pueden ser fortalecidas y edificadas en su santísima fe. El verdadero discípulo comprende que la iglesia local es la unidad de Dios puesta para propagar la fe y que el trabajo mejor y más duradero se edifica siguiendo esos delineamientos.
Los discípulos son prudentes y evitan el implicarse en alianzas de cualquier tipo. Fir­memente rehúsan permitir que sus movimien­tos sean dictados por organizaciones humanas. Reciben sus órdenes de marchar directamente del cuartel general en los cielos. Esto no signi­fica que operan sin la confianza y la recomen­dación de la iglesia local. Por el contrario, con­sideran tal recomendación como una confir­mación del llamamiento de Dios para el servicio. Pero insisten en la necesidad de servir a Cristo en obediencia a su Palabra y en que él les guíe.
            Ellos no buscan publicidad. Tratan de mantenerse en el segun­do plano. Su propósito es glorificar a Cristo y hacer que El sea conocido. No buscan gran­des cosas para sí, ni quieren revelar su estrate­gia al enemigo. De modo que trabajan silen­ciosamente sin ostentación, indiferentes a las alabanzas o las calumnias de los hombres. Sa­ben que el cielo será el mejor lugar y el más seguro para conocer los resultados de su labor.

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