domingo, 25 de septiembre de 2011

A LOS JOVENES: Firmes

"Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga" (1 Corintios 10:12)

            Cuando miramos a nuestro alrededor y vemos que fracasan muchos jóvenes que habían confesado amar y seguir al Señor, ¿qué reacción íntima sentimos? Sin duda alguna se impone la tristeza, la pena, sobre todo cuando hace falta una humillación colectiva; pero, ¿jamás hemos tenido, aun inconscien­temente, este pensamiento oculto: “esto no podría sucederme a mí?” Tal vez no hemos formulado nunca este pensamiento; pero, al sentir conmiseración por el culpable, o al juzgarle severamente, demostramos que en el fondo de nuestro corazón nos creemos incapa­ces de ser como el otro. "Te doy gracias porque no soy como los otros hombres" (Lucas 18:11).
            Sin embargo la Palabra nos dice: "El que piensa estar firme, mire que no caiga". Y en otra parte añade: "Pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme" (Ro­manos 11:20). Una caída grave no sobreviene en un día, sino que casi siempre es la conse­cuencia de una serie de extravíos, de faltas no reconocidas, que debilitan en nosotros el sentido de la santidad divina, entristecen al Espíritu Santo, e interrumpen la comunión.
            Y si Dios permite que seamos testigos de caídas dolorosas de parte de otros, ¿no es acaso para advertirnos del peligro que corre­mos? ¿Será para que nos examinemos bien, a su luz, si no estamos en el mismo camino, de duda, de incredulidad o de corrupción?
            El poder del enemigo es terrible, más de lo que nosotros podamos imaginarnos, ya que "el diablo, como león rugiente anda alrededor buscando a quien devorar" (1 Pedro 5:8).

"Por la fe estáis firmes" (2 Corintios 1:24)
            Pero contra este enemigo y contra sus arti­mañas hay un recurso, uno solo. No son las resoluciones de la carne, no es la sumisión a los mandamientos de la ley; es la fe. La fe que descansa en un poder que no es el nues­tro, sino que está a la vez dentro y fuera de nosotros. El apóstol Pedro en su primera epístola dice: "Sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser mani­festada en el tiempo postrero" (cap. 1:5). El apóstol Pablo también habla en términos semejantes: "Ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios" (Gálatas 2:20). La fe cree, entonces, en el poder de Dios para guardarnos, pero también nos hace comprender que Cristo está en nosotros y que "él permanece en nosotros por el Espí­ritu que nos ha dado" (1 Juan 3:24).
            Según Romanos 8, vemos que este Espíritu es el único poder mediante el cual podemos hacer morir las obras de la carne (v. 13). Gálatas 5:16 agrega: "Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne". Por lo cual debemos confesar y abandonar cuanto antes nuestros pecados (1 Juan 1:9), todo lo que le contrista (Efesios 4:30), a fin de que pueda obrar en nosotros el fruto que glori­ficará a Dios.
            Habiendo recibido la promesa del Espíritu por la fe (Gálatas 3:14), es por esta fe que nos mantenemos firmes. "Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe" (1 Juan 5:4).

"Poderoso es el Señor para hacerles estar firme"(Romanos 14:4)
            Si el enemigo es poderoso, lo es mucho más nuestro Señor. No solamente estamos firmes sino que El es poderoso para mantenernos firmes. Si tenemos que reconocer nuestras faltas a menudo; si con temor comprobamos nuestras caídas, no nos desanimemos. El peligro es para aquellos que "creen estar firmes". Pero, "yo decía: Mi pie resbala, tu misericordia, oh Jehová, me sustentaba" (Salmo 94:18). La mano que sin demora se extendió para socorrer a Pedro que se hundía en el agua (Mateo 14:31) es la misma que hoy está siempre dispuesta a socorrer a aquel que pida: "¡Señor, sálvame!" La misma gracia obra para restaurar a aquellos que han caído.
            Sentir su debilidad, pedir a Dios con fe, es hacer la experiencia maravillosa de su bondad y de su poder que quieren mantenernos firmes hasta que llegue el día en que la marcha de la fe haya terminado y estemos "sentados" en el reposo eterno, alrededor del Cordero inmolado, en la casa del Padre.
 Contendor por la Fe,  Nº 243-244

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