domingo, 12 de febrero de 2012

EL TABERNÁCULO

EL TABERNÁCULO PROPIAMENTE DICHO (Éxodo 26)

El tabernáculo, para poder ser transportado a tra­vés de las numerosas etapas del desierto, era desmonta­ble en diversas partes, aunque no dejaba de constituir un todo. Antes de cada partida los levitas desmontaban el tabernáculo y, luego, lo transportaban, parte sobre sus hombros, parte en carros. En cada nuevo lugar en que se acampaba se comenzaba por erigir el taberná­culo y luego el pueblo acampaba alrededor (Números 1 a 4).
El tabernáculo en sí mismo estaba compuesto por tablas, cortinas y velos. Él es, por un lado, una figura de Cristo, y, por otro lado, una figura de los rescatados, cuyo conjunto forma la Casa de Dios, la Iglesia.

Dimensiones: 1 1/2 codo de ancho por 10 de alto.
20 tablas al norte, 20 tablas al sur, 8 al oeste: total 48.
Cada tabla constituía, pues, una sola pieza ancha y larga que debía provenir de un árbol de gran talla. Había sido preciso cortar el árbol y trabajar la tabla antes de integrarla al tabernáculo. Así ocurre con el res­catado, quien ha sido sacado de este mundo y formado por Dios para volverse parte integrante de su Casa (comparar 1 Reyes 6: 7).
Pero una tabla, por ancha y grande que sea, no puede mantenerse parada por sí sola (Éxodo 26: 15). Por eso dos espigas en la base de cada tabla penetraban profundamente en dos basas de plata. Éstas represen­tan la redención (30: 11-16; 38: 25-27), la justificación por la fe, tal como nos es presentada en Romanos 3 a 5. Las dos basas hacen pensar en dos verdades fundamen­tales: la justicia y el amor de Dios, a las cuales respon­dió perfectamente la obra de Cristo. Como Cristo llevó sobre Él nuestros pecados y fue hecho pecado por nosotros, soportando en nuestro lugar el juicio, Dios es justo al perdonar al pecador, es decir, es "el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús" (Romanos 3 : 26). De tal manera su amor, que quería perdonar, está íntimamente ligado a su justicia. Dios no puede más que perdonar los pecados de aquel que por la fe se coloca bajo la sangre de Jesús, ya que ello es justicia de su parte para con Cristo.
Así, como una tabla parada en la arena del desierto, bien afirmada sobre su basa, el creyente resca­tado está de pie y su salvación está bien asegurada.
"Por la fe estáis en pie", nos dice 2 Corintios 1: 24 (V.M.). En efecto, el hecho de que podamos estar de pie no se debe a nuestra energía ni a nuestro conocimiento, sino únicamente a la fe en la obra cumplida por el Señor Jesús. Por eso, "el que piensa estar firme, mire que no caiga" (1 Corintios 10: 12). Hay quienes aparentan estar de pie: criados en un medio cristiano, han adquirido en la escuela dominical o en reuniones un bastante amplio conocimiento intelectual de las cosas de Dios; pero, si nunca hallaron al Salvador para sí mismos, si la palabra no ha sido mezclada en sus cora­zones con la fe, aparentan estar de pie, pero caerán por cierto. Esta advertencia se dirige también a los verdade­ros hijos de Dios en cuanto a su andar práctico. No pensemos nunca, cuando vemos que un hermano ha caído, que ello no nos acontecerá a nosotros (Gálatas 6:1); antes bien, pongamos nuestra confianza en la gracia y el poder del Señor, según está escrito: "Pode­roso es el Señor para hacerle estar firme" (Romanos 14:4).
            Pero una tabla, aunque esté bien asegurada sobre su basa, podría ser volteada por el viento del desierto si ella permaneciese sola; por eso las tablas debían estar unidas las unas a las otras. Es una lección digna de recordar a cualquier edad: nadie quiera permanecer solo como creyente, sino busque la comunión de los hijos de Dios. Ello es particularmente importante cuando un joven, a causa de sus estudios, de un apren­dizaje o de otras circunstancias, deja el hogar paterno para ir a la ciudad o a un país extranjero. "La amistad del mundo es enemistad contra Dios" (Santiago 4:4). Estemos atentos a no buscar amigos en el mundo, sino, por el contrario, estemos agradecidos por los amigos creyentes que Dios pone en nuestro camino, con los cuales podemos tener algo en común al mirar juntos un mismo objetivo. Ayudarse el uno al otro en el camino de la fe, orar juntos, comunicarse mutuamente las maravillas descubiertas en la Palabra de Dios y las experiencias que el Señor nos conduce a hacer en cuanto a su amor, son algunos de los goces que propor­ciona la amistad cristiana.
Pero hay aun más. No sólo algunas de las tablas debían estar agrupadas, sino que todas debían estar bien unidas y sujetas por cinco barras o "travesaños" (Éxodo 26: 26-28, V.M.). Se pueden ver en esos travesa­ños tres significados:
a)     El travesaño central, que corría en medio de las tablas a todo lo largo de ellas, podría hacer pensar en el Espíritu Santo, el cual, según 1 Corintios 12: 13, une a los rescatados en un solo Cuerpo (pero debe recordarse que la verdad del Cuerpo no estaba revelada en el Antiguo Testamento);
b)     Esos travesaños son también una figura del minis­terio por el Espíritu según Efesios 4: 11-14, cuya finalidad es, entre otras, "la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe... para que ya no seamos niños fluctuantes...". También es posible relacionarlos con Hechos 2:42;
c)     En un sentido moral, por último, los travesaños recuerdan Efesios 4: 1-3, donde la humildad, la mansedumbre, el sostén, la paciencia y el amor son indispensables para que prácticamente los cre­yentes permanezcan bien unidos.
            Las  tablas paradas, fijas a sus basas de plata y unidas por travesaños, estaban recubiertas de oro; los rescatados del Señor son nacidos de nuevo, son hechos "participantes de la naturaleza divina" (2 Pedro 1: 4) y cuando ellos son considerados en el santuario, como las tablas, no se ve más que el oro que los recubre. Así for­man hoy, como "piedras vivas", la Casa de Dios (1 Pedro 2: 5).

2.      El velo (Éxodo 26: 31-35)
Según Hebreos 10: 20, el velo que separaba el lugar santo del lugar santísimo representa a Cristo venido en carne. Él estaba hecho de azul (carácter de Aquel que vino del cielo), de púrpura (Aquel que por su sufrimiento recibirá el dominio universal), de carmesí (o escarlata; color de la sangre que recuerda sus sufrimientos, pero también su gloria como Mesías de Israel) y de lino fino (humanidad y perfecto andar de Jesús), caracteres del Señor Jesús que nos presentan de una manera particular los cuatro evangelios (cua­tro columnas), pero también todas las páginas de la Palabra.
Muchos no han discernido la gloria de la Palabra hecha carne. En efecto; el velo ocultaba el arca, pero ese velo fue rasgado de alto a bajo en la cruz. Por otra parte, Juan recuerda a aquellos que, con él, vieron "su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Juan 1:14).
Sobre el velo estaban bordados querubines que mostraban que el Señor lo discierne todo, lo conoce todo y lo juzga todo (véase Apocalipsis 1 a 3). Los que­rubines — que en un sentido recuerdan a los de Edén (Génesis 3: 24) — evidenciaban que el acceso al santuario estaba cerrado. Pero hoy, estando el velo rasgado, Jesús nos ha abierto el acceso a la presencia misma de Dios (Lucas 23: 45; Hebreos 10: 19-22).

a)     Las cortinas (Éxodo 26: 1-6)
Diez cortinas de 4 codos por 28 forman un conjunto de 40 codos por 28. Estas cortinas están hechas con el mismo material que el velo; pero, en tanto que en el velo el azul viene en primer término, en las cortinas es el lino fino el mencionado en primer lugar. En efecto, si las cortinas representan a Cristo (según el pensamiento de que el tabernáculo nos habla de Dios manifestado en Cristo), representan también a los creyentes tales como son vistos en Cristo, "hechos aceptos en el Amado" (Efesios 1: 6). Y, cuando se trata de los creyentes, la justicia práctica en su andar es ante todo la que debe caracterizarles, mientras que en el caso de Cristo correspondía poner en evidencia en primer término su carácter celestial.
Los hijos de Dios, tales como son vistos en el san­tuario — según nos les presenta la epístola a los Efesios y la dirigida a los Colosenses — llevan los caracteres de Cristo. Las cortinas estaban bien unidas entre sí por lazadas de azul y corchetes de oro, ya que los lazos que unen hoy a los rescatados son divinos y celestiales. Los creyentes no se agrupan porque les convenga hacerlo o porque se pongan de acuerdo sobre ciertos puntos para reunirse, sino que es Dios quien les ha unido indisolu­blemente. Al reunirse sencillamente en torno al Señor Jesús dan testimonio de lo que Dios hizo, o, como se ha dicho, expresan de hecho lo que ya existe por la fe. En un tiempo de ruina como el de ahora, tal reunión debe estar de acuerdo con 2 Timoteo 2:19 y 22 para ser según el pensamiento del Señor.
En la práctica, es importante que los creyentes manifiesten cuál es su posición en el santuario, que reproduzcan los caracteres de Cristo (lino fino, azul, púrpura y carmesí —"si sufrimos, también reinaremos con él" (2 Timoteo 2: 12) — y que revelen la realidad del hecho de que Dios les ha unido en uno.
Si bien el Enemigo ha conseguido dispersar y divi­dir a los cristianos en cuanto a su testimonio práctico en la tierra, no es menos cierto que en Cristo y para Dios ellos son uno, así como el conjunto de las cortinas unidas por los corchetes formaba un solo tabernáculo (Éxodo 26:6).

b)     La tienda (26: 7-13)
"Harás asimismo cortinas de pelo de cabra para una cubierta sobre el tabernáculo", las que constituían una protección contra toda influencia o mancha exte­rior.
Once cortinas de 4 codos por 30 formaban un conjunto de 44 codos por 30, el cual, por lo tanto, excedía de las primeras cortinas.
El pelo de cabra habla de la separación para Dios (vestimenta de los profetas), no por la severidad hacia los pecadores, sino la separación respecto de los peca­dores por severidad para con uno mismo, lo que por cierto puede estar ligado con la afabilidad y la bondad más perfectas, tales como han sido vistas en Cristo.
No puede haber semejanza con los caracteres de Cristo (cortinas) sin que haya separación del mundo. Las mujeres habían hilado el pelo de cabra (35: 26), lo que hace ver que el creyente, incluso el más humilde, está llamado a realizar prácticamente esta separación del mundo en su vida de todos los días, en su casa, en el trabajo, en su comportamiento. Si cada uno, allí donde se encuentra, "hila" el pelo de cabra, la separación de la Casa de Dios con respecto al mundo será una realidad, pero, si prác­ticamente faltan hilos, el propio tejido de la "tienda" no será ya una protección contra la mancha exte­rior.
Las cortinas de la tienda estaban unidas por laza­das y corchetes de bronce, lo que habla de la unidad de los creyentes en la separación y el juicio del mal.
c)     Cubiertas de pieles de carneros (26: 14)
      Carnero: ofrenda de la consagración (29: 19). Es la dedicación de los rescatados al Señor, a sus intereses y a su Casa, producida por la conciencia de la completa consagración de Cristo a Dios en favor de los rescata­dos, consagración que duró hasta la muerte ("teñidas de rojo"): 2 Corintios 5:15; Efesios 5: 2.
      La separación exterior sin devoción interior, de corazón, para el Señor, conduce al legalismo y a la pro­pia justicia (Lucas 18:9-14).
            Él quiere que le amemos Por entero y con ardor, Porque Él mismo —lo sabemos — Es esencia del amor.

d)     Cubierta de pieles de tejones (26: 14)
Era la cubierta exterior, lo único que se veía del tabernáculo, con el velo que servía de entrada al lugar santo. Para ver las cortinas y sus bordados, el oro de las tablas y los diversos objetos del lugar santo y del lugar santísimo era preciso penetrar en el santuario. Desde el exterior sólo se veía esta cubierta de pieles de tejones. Así era Cristo en este mundo: para descubrir sus distin­tas glorias hacía falta la fe que discernía en él al Hijo de Dios, pues para los demás no había en él atractivo que le hiciera deseable (Isaías 53: 2).
Estas pieles de tejones nos hablan también de la vigilancia indispensable para evitar las trampas y des­baratar los ataques del Enemigo. Es como una protec­ción moral de una completa eficacia. Sin vigilancia en el andar práctico, uno se deja arrastrar —por amigos mundanos o circunstancias— a situaciones en las cuales, salvo intervención particular del Señor, sólo se puede deshonrarle (1 Corintios 15:33-34; Proverbios 4: 20-27).
Las cuatro cosas, pues, están íntimamente ligadas: para reproducir prácticamente los caracteres de Cristo es indispensable que los hijos de Dios hagan una reali­dad de la separación del mundo y del mal, de la consa­gración a Cristo y de la vigilancia. Si en dependencia del Señor se siente la necesidad de servirle con amor, uno será guardado de muchas trampas, comprenderá mejor la necesidad de la separación del mundo y velará sobre aquello que podría empañar el testimonio y entorpecer la obra del Señor.

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