domingo, 12 de febrero de 2012

No vestirás ropa de lana y de lino juntamente

(Deuteronomio 22:11).

            Aparte de los casos de David, de Pedro y de los discípulos, quienes en Lucas 9, con un celo carente de inteligencia para con el Señor hu­bieran querido vengarle, empujados por un sincero afecto, la Palabra señala otra clase de personas que están fuera de los caminos de Dios, por causa de la incertidumbre de sus pensamientos. La huella de esta generación puede seguirse de un extremo al otro de las Escrituras. Son personas con principios mezclados, que llevan vestiduras tejidas con lana y lino, en oposición al llamamiento de Dios y las ordenan­zas de su casa. En algunos más que en otros, puede ser humillante reencontrar una tal generación; pero puede ser de provecho para el alma, y el momento actual nos parece oportuno para ocuparnos de esto.

ABRAHAM Y LOT
            Lot estaba asociado al llamamiento de Dios, igual que Abraham, su tío, dejó la Mesopotamia; luego, después de la muerte de Taré, su abuelo, fue con Abraham al país de Canaán; era un hombre justo; ninguna mancha manifiesta se encontraba en él. Abraham obedeció más de una vez a su voz natural, tuvo también que soltarse con ver­güenza de más de un "lazo" de Egipto, también de Abimelec. Lot no incurrió en nada semejante durante toda su estadía en Sodoma; todo lo que leemos de él, es que atormentaba cada día su alma justa por la conducta abominable de la gente. A pesar de esto, tristemente tenemos que decir que él pertenecía a la clase de personas de las que nos ocupamos.
            Si Abraham manchó muchas veces sus vestidos, éstos sin embargo, no estaban tejidos "con diversos hilos", mientras que el vestido de Lot lo estaba: "de lana y de lino juntamente". No fue fiel al llama­miento de Dios; llegó a ser un ciudadano allí donde debía ser un extranjero. Había escogido las llanuras bien regadas, y se había instalado en una ciudad, mientras Abraham, el testigo de Dios, recorría el país, errante, de tienda en tienda. Toda su vida, Lot fue una persona de principios mezclados, mientras que Abraham fue toda su vida fiel al llamamiento de Dios. La conducta de Lot, impregnada de falsos principios, tuvo como resultado las aflicciones que causaron su ver­güenza. Es pues por los reproches justos de la conciencia que la aflic­ción se vuelve amarga.
            Lot fue llevado en cautividad cuando habitaba las llanuras de Sodoma; luego, la destrucción estuvo a punto de alcanzarle cuando se instaló en la ciudad; de tal manera que ha sido siempre, y que lo es todavía, para la Iglesia, un ejemplo contundente de alguien que, siendo salvo, no lo es sino como "a través del fuego". Su alma nunca estuvo feliz y con holgura; le afligía cada día. No hay nada de bri­llante en un testimonio tal. Cuando se trata de Lot, no hay referen­cia de ningún gozo, ninguna fuerza, ningún triunfo de espíritu. Los ángeles tenían reservas en cuanto a él, mientras que el Señor de los ángeles quería conversar en la intimidad con Abraham. Lot debió escapar sin otro botín que su vida, mientras que Abraham, desde lo alto, contemplaba a distancia el juicio. Lo que llama la atención es que desde que Lot escogió su propio camino, como un hombre de principios mezclados, abandonó el camino donde el llamamiento de Dios le habría mantenido con Abraham y que desde entonces no hubo más comunión entre ellos.
            Abraham va en socorro suyo cuando sus principios le colocan en la dificultad y la tristeza; pero no hay comunión entre ellos. No podían encontrarse en espíritu. Todo hijo de Dios puede reconocer a Lot como su pariente, le puede prestar el servicio que Abraham le prestó, pero ninguna comunión hay entre ellos. No es raro en estos días en­contrar situaciones semejantes. Lot, en lugar de afirmar su llamamiento y su elección, está entre aquellos que los hijos de Dios reco­nocen como hermanos en el testimonio positivo de la Palabra, antes que sobre la preciosa y plena confianza de la vocación de Dios para con él, o como uno de aquellos a quienes Pablo podía decir: "cono­ciendo, amados hermanos, que vuestra elección es de Dios".

DAVID Y JONATAN
            La naturaleza prevalece tristemente y de una manera variada en to­dos los santos de Dios, de los cuales nos hablan las Escrituras; en unos más que en otros, precisamente según la medida de la abundan­cia de frutos del Espíritu en ellos, en las afecciones y en el servicio; aquí treinta, allí sesenta y en otros cien. Pero es completamente otra cosa que ser personas con principios mezclados. Es el caso de David. La naturaleza tuvo su reacción en él, pero jamás entró en asociación con propósitos deliberados, con personas que no vivían en armonía con el llamamiento de Dios. Su carácter se había formado sobre este llamamiento, y sus caminos eran conformes a él. No fue lo mismo con su amigo Jonatán; su vida no estuvo regulada por este llama­miento de Dios y por la energía del Espíritu trabajando en él. Se condujo a veces de una manera noble y llena de gracia, pero jamás fue un hombre separado de lo que Dios había rechazado. No fue fiel a los puros principios establecidos por Dios en esos días; fue un hom­bre de fe, manifestando los afectos espirituales más tiernos, adqui­riendo por esto un lugar muy marcado en el recuerdo de los santos; pero con todo esto, nunca ocupó la posición donde el llamamiento de Dios le quería.
            La corte de Saúl era entonces un lugar de deshonra y de apostasía. Dios estaba con David. La gloria estaba con él en el desierto, en las cuevas y en los agujeros de la tierra. David tenía consigo el efod, el sacerdote, la espada de la fuerza de Dios, testigo de su victoria. La flor y la promesa del país le seguían también. Los de la cueva de Adullam y los del día de la venganza de Siclag adquieren renombre con él. Todos esos hijos de Israel, todos los que resplandecerían más tarde en la corte y en el campo del reino se encontraban con David en ese momento.
            Dios llamó a los suyos en compañía del hijo de Isaí en las cuevas, allí donde operó la energía del Espíritu. Pero Jonatán no estaba allí, no se encontraba donde estaba la gloria, el sacerdote, el efod, y el hombre según el corazón de Dios, despreciado y desechado por los hombres; no se encontraba allí donde se reunían todas las promesas del reino al que sería introducido. He aquí el lado triste de su historia. Personalmente Jonatán era amable, había realizado algunos actos de valentía; muchos de sus afectos tenían un "perfume celestial", y podemos asegurar que hasta el fin, David vivió en su corazón. No dudamos que sufrió cruelmente por los caprichos y las injusticias de su padre. Podemos decir que Jonatán ocasionaba gozo a David, mientras que otros que le seguían, a menudo fueron para él ocasión de ver­güenza y tristeza, hasta en sus aflicciones.

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