lunes, 5 de marzo de 2012

La Biblia - Resumen de Sus 66 Libros

1 Corintios

“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:23-24).


            1 Corintios (Corinto significa «saciado») es una epístola escrita para corregir los desórdenes permitidos en Corinto en la temprana Iglesia.
            Esta epístola establece sólidos y prácticos principios de orden y gobierno de la iglesia, muy necesarios para la Iglesia de Dios en todo el mundo. Esta aplicación general de principios fundados en la autoridad de la Palabra resalta en los capítulos 1:2; 4:17; 11:16 y 14:33, 37.
            Corinto era un centro de filosofía griega, pero de corrupción moral. El capítulo 1 desecha la sabiduría del mundo, y el capítulo 2 la sustituye por la revelación de Dios mediante su Espíritu.
            La sabiduría humana no puede ordenar el camino que debe seguir la Iglesia de Dios; sólo la Palabra de Dios, aplicada por el Espíritu de Dios a los corazones y a las conciencias, es suficiente para mantener un orden completo conforme a los pensamientos de Dios. En los capítulos 1 y 2, el orgullo intelectual es rechazado; desde el capítulo 3 al 7, la corrupción carnal es plenamente juzgada; y los capítulos 8 al 10 previenen contra la comunión con cualquier influencia demoníaca por medio de la idolatría.
            La unidad del cuerpo de Cristo, pero en separación de asociaciones que no son según Dios, resalta a través de todo el libro. Sin embargo, la unidad se ve al ser mostrada en una preciosa diversidad de dones que se ejercen en la piedad.          La importancia de la sana doctrina es un asunto vital, también, y el capítulo 15 enfatiza fuertemente la verdad de la resurrección de Cristo, y la de sus santos en su venida, como cuestión fundamental para el testimonio de la Iglesia de Dios.
            1 Corintios es un libro valioso para estimular la apreciación y la preocupación por cada miembro del cuerpo de Cristo y para fortalecer el testimonio colectivo.


2 Corintios

“Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6).


            La segunda epístola a los Corintios trata, no del orden de la iglesia, sino del ministerio en relación con la iglesia, la manifestación en la vida práctica y el servicio del Espíritu presente en la iglesia. Pablo mismo es ejemplo de esta labor que implica una negación del «yo», renunciando uno a todo por amor a los santos de Dios.
            Las características siguientes referentes a Pablo resaltan en esta epístola:
·        sus sufrimientos a causa de su fidelidad al ministerio de Cristo,
·        su persecución por el mundo, los crueles ataques de parte de falsos hermanos,
·        el resentimiento incluso de parte de hermanos cuya bendición él había deseado,
·        la profunda angustia de su alma,
·        sus penas, sus angustias, sus tiernos afectos, su simpatía, sus misericordias.
            Pero su contentamiento proviene de Dios, el gran Dios, cuya luz había resplandecido en su corazón, manifestando la gloria trascendente de su Ser en la faz de Jesucristo. Aunque esté contenido en un vaso terrenal, éste es un tesoro que ha de ser manifestado en el ministerio a todos los que oirán. Este ministerio de la gloria de Cristo es de tan sobresaliente bendición para Pablo que él es llevado sobre alas de infinita gracia a través de todas las pruebas del camino, y dice: “Lleno estoy de consolación; sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones” (7:4).
            Maravilloso es, entonces, el estímulo que entrega este libro para perseverar firmemente en nuestro servicio para con otros, cualquiera que sean los esfuerzos de Satanás que puedan desalentar el corazón y debilitar las manos.

 

Gálatas

“Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14).



            La epístola a los Gálatas («blanco»), escrita a las iglesias que estaban en la región de Galacia, es una seria advertencia contra la falsa doctrina que enseña que las obras de la ley constituyen la norma para la conducta y el andar del creyente. A pesar de haber sido salvos por gracia por medio de la fe, ellos habían agregado la ley como el principio para no perder su salvación, y esta mezcla es abominable a los ojos de Dios, el Dios de toda gracia.
            El apóstol muestra que la bendita Persona de Cristo, y no la ley, es la regla de vida del creyente, y que el Espíritu de Dios es el poder para caminar con Dios. Presenta la cruz de Cristo poderosamente, como aquello que pone fin a toda expectativa de que algo bueno pueda salir del hombre bajo la ley. El creyente es crucificado al mundo por la cruz; por consiguiente, ha sido cortado de la esfera misma en que el legalismo constituye el principio gobernante. Es visto ahora en relación con una “nueva creación”, y, por lo tanto, no andando más en la carne, sino en el Espíritu (5:16).
            La muerte de Cristo también se ve en el capítulo 4 como nuestra redención de la esclavitud de la ley. Disfrutamos de la dignidad y la libertad de hijos delante de Dios, una posición que nunca podía haber sido conocida en el Antiguo Testamento, sino que es verdadera en todos los creyentes en esta dispensación de la gracia.
            Cuán necesario es este libro a los Gálatas para preservarnos del egoísmo, de la confianza en la carne y de innumerables males que son engendrados por una actitud legalista.

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