miércoles, 1 de junio de 2016

LA PRIMERA EPÍSTOLA DE JUAN (Parte VI)

Capítulo 4: Manifestación de la Vida Eterna en los Creyentes
(1 Juan 2:28 - 1 Juan 3:23)


Habiendo puesto ante nosotros las diferentes etapas del crecimiento en la vida Cristiana, el apóstol, manteniendo aún ante nosotros el gran tema de la vida, presenta la vida eterna contemplada en las prácticas del creyente. El apóstol ya había presentado la justicia y el amor como caracterizando la naturaleza de la vida eterna. Estos rasgos han sido perfectamente expresados en Cristo y ahora deben caracterizar la vida de los creyentes. Además, si la manifestación de esas cualidades es la prueba práctica de la posesión de la vida, la ausencia de estas cualidades pondrá al descubierto toda falsa pretensión de tener la vida.
En esta nueva porción de la Epístola, el apóstol trae, en primer lugar, ante nosotros la Manifestación de Cristo como aquello que debería gobernar nuestra vida práctica (2:28 al 3:3).
En segundo lugar, él presenta las características de la nueva vida que distingue a los hijos de Dios de los hijos del diablo -justicia y amor (1 Juan 3: 4-16).
En tercer lugar, él aplica estas verdades a la vida práctica del creyente (1 Juan 3: 17-23).

(a) Práctica en relación con la Manifestación de Cristo (2: 28 al 3:3)
 En la porción precedente de la Epístola, el apóstol ha mirado hacia atrás a lo que nosotros hemos oído "desde el principio". Él presenta esta nueva porción mirando hacia delante a la venida del Señor.

(Versículo 28). Este versículo forma un eslabón conector con lo que está antes y la porción que sigue. Resume la porción precedente apelando a toda la familia de Dios en las palabras, "Y ahora, hijitos, permaneced en él". La única gran salvaguardia contra el mundo, y los maestros anticristianos de quienes él ha estado hablando, se encuentra en permanecer en la verdad tan perfectamente presentada en Cristo "desde el principio". Esto, además, conduce al apóstol a mirar adelante a la venida de Cristo, ya que es igualmente importante permanecer en Él para que nuestra conducta pueda ser consistente con Su manifestación. De esta forma se presenta la venida de Cristo para regular y poner a prueba nuestra práctica.
El apóstol desea que el andar del creyente pueda ser de una carácter tal que no habrá nada en los santos de lo cual ellos se avergonzarán en la venida de Cristo, cuando al fin nuestras palabras y modos y andar se harán manifiestos, sea "cuál sea", y las intenciones ocultas de los corazones sean manifestadas (1 Corintios 3:13; 1 Corintios 4:5; 2 Juan 8). ¡Es lamentable! cuán a menudo hay muchas cosas en nuestras palabras y modos y andar que incluso buscaríamos defender o excusar, pero que deberíamos condenar inmediatamente si son juzgadas en la luz de la manifestación de la gloria de Cristo.
En los versículos siguientes (1 Juan 2:29 - 3:3), el apóstol pone ante nosotros nuestros privilegios y la provisión llena de gracia que Dios ha hecho, para que podamos andar de un modo que sea conveniente a Cristo y no nos avergoncemos en Su venida.

(Versículo 29). En primer lugar, el apóstol muestra que toda buena conducta Cristiana encuentra su origen en la nueva naturaleza que los creyentes han recibido por medio del nuevo nacimiento. Es la misma naturaleza que estaba en Cristo, produciendo los mismos frutos de justicia, demostrando así que el creyente es nacido de Dios.

(1 Juan 3:1). En segundo lugar, el apóstol nos recuerda que somos llamados a la relación de hijos, y, como tales, somos los objetos del amor del Padre. Se ha señalado que toda relación tiene su afecto especial, y que es el afecto peculiar a la relación lo que le da dulzura y carácter a la misma. Somos llamados a contemplar este amor que fue expresado perfectamente en Cristo en la tierra y ha sido dado al creyente. Cuando Cristo estuvo aquí, Él fue el Objeto del amor del Padre y del odio del mundo. Él se ha ido, pero ha dejado aquellos que ha colocado en Su propio lugar ante el Padre y ante el mundo. En Su oración el Señor pudo decir, "...los has amado a ellos como también a mí me has amado" (Juan 17:23). Otra vez, el Señor pudo decir, "Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros" (Juan 15:18). Cuán bueno es, entonces, buscar tener plena conciencia de que somos amados por el Padre así como Cristo fue amado, y que somos privilegiados al compartir con Cristo, Su lugar de rechazo de parte del mundo.

(Versículo 2). Una tercera gran verdad es la bendita esperanza unida a la relación en la que somos puestos. Cristo va a aparecer, y cuando Él se manifieste, "seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es." En la tierra, Cristo fue el Varón de dolores y experimentado en quebranto; fue desfigurada su apariencia más que la de cualquier hombre, y su aspecto más que el de los hijos de los hombres. Para nosotros, aún no se ha manifestado lo que habremos de ser, ya que llevamos las marcas de la edad y de la preocupación y del dolor, pero nosotros esperamos Su manifestación. Por un momento los apóstoles vieron Su gloria en el Monte de la Transfiguración, y nosotros, por medio de la fe, le vemos "tal como Él es", coronado de gloria y de honra, y "sabemos" que seremos semejantes a Él, no como Él fue, sino "como Él es."
Además, cuando seamos semejantes a Él, le veremos cara a cara. Mientras estamos en este cuerpo de nuestro estado de humillación, verle tal como Él es sería abrumador. El propio apóstol Juan cayó ante Sus pies cuando, en la Isla de Patmos, él vio al Señor en Su gloria. Pero cuando al final seamos semejantes a Él

¡Gozo sin par al ver su hermosa faz!
que en este mundo es luz y siempre paz.

(Versículo 3). Entonces, si nosotros andamos en justicia, según los instintos de la nueva naturaleza, si, como hijos, caminamos conscientes del amor del Padre, si nos guardamos separados del mundo que no conoció a Cristo, si caminamos en el goce de la esperanza de que cuando Cristo se manifieste nosotros seremos semejantes a Él, entonces, en efecto, no nos alejaremos de Él avergonzados en Su venida, ya que todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, como Cristo es puro.
Nuestra esperanza está en Cristo, ya que es solamente por medio de Su poder que al final llegaremos a ser "semejantes a él", cuando leemos, "el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aún para sujetar todas las cosas a sí mismo" (Filipenses 3:21 - LBLA). Nosotros no podemos prescindir de Su obra pasada para arreglar todo asunto entre nuestras almas y Dios; no podemos prescindir de Su obra presente en las alturas para mantenernos de día en día; no podemos prescindir de Él para que suceda el último gran cambio; y cuando estemos en la gloria, nosotros Le necesitaremos por toda la eternidad. Nuestra bendición, nuestro gozo, nuestro todo, están unidos con Cristo por los siglos de los siglos.

Además, esperando el último gran cambio, aquel que tiene esta esperanza en Cristo llegará a ser moralmente semejante a Él. Esta esperanza tendrá un efecto transformador. Nosotros aún no somos puros como Él es puro, pero el bendito efecto de esta esperanza será el de guardarnos del mal y purificarnos según la perfecta norma de pureza presentada en Él.

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