Capítulo 4: Manifestación de la Vida Eterna en los
Creyentes
(1 Juan 2:28
- 1 Juan 3:23)
Habiendo puesto ante nosotros las diferentes etapas
del crecimiento en la vida Cristiana, el apóstol, manteniendo aún ante nosotros
el gran tema de la vida, presenta la vida eterna contemplada en las prácticas
del creyente. El apóstol ya había presentado la justicia y el amor como
caracterizando la naturaleza de la vida eterna. Estos rasgos han sido
perfectamente expresados en Cristo y ahora deben caracterizar la vida de los
creyentes. Además, si la manifestación de esas cualidades es la prueba práctica
de la posesión de la vida, la ausencia de estas cualidades pondrá al
descubierto toda falsa pretensión de tener la vida.
En esta nueva porción de la Epístola, el apóstol
trae, en primer lugar, ante nosotros la Manifestación de Cristo como aquello
que debería gobernar nuestra vida práctica (2:28 al 3:3).
En segundo lugar, él presenta las características
de la nueva vida que distingue a los hijos de Dios de los hijos del diablo
-justicia y amor (1 Juan 3: 4-16).
En tercer lugar, él aplica estas verdades a la vida
práctica del creyente (1 Juan 3: 17-23).
(a) Práctica en relación con la Manifestación de
Cristo (2: 28 al 3:3)
En la porción precedente de la Epístola, el
apóstol ha mirado hacia atrás a lo que nosotros hemos oído "desde el
principio". Él presenta esta nueva porción mirando hacia delante a la
venida del Señor.
(Versículo 28). Este versículo forma un eslabón
conector con lo que está antes y la porción que sigue. Resume la porción
precedente apelando a toda la familia de Dios en las palabras, "Y ahora,
hijitos, permaneced en él". La única gran salvaguardia contra el mundo, y
los maestros anticristianos de quienes él ha estado hablando, se encuentra en
permanecer en la verdad tan perfectamente presentada en Cristo "desde el
principio". Esto, además, conduce al apóstol a mirar adelante a la venida
de Cristo, ya que es igualmente importante permanecer en Él para que nuestra
conducta pueda ser consistente con Su manifestación. De esta forma se presenta la
venida de Cristo para regular y poner a prueba nuestra práctica.
El apóstol desea que el andar del creyente pueda
ser de una carácter tal que no habrá nada en los santos de lo cual ellos se
avergonzarán en la venida de Cristo, cuando al fin nuestras palabras y modos y
andar se harán manifiestos, sea "cuál sea", y las intenciones ocultas
de los corazones sean manifestadas (1 Corintios 3:13; 1 Corintios 4:5; 2 Juan
8). ¡Es lamentable! cuán a menudo hay muchas cosas en nuestras palabras y modos
y andar que incluso buscaríamos defender o excusar, pero que deberíamos
condenar inmediatamente si son juzgadas en la luz de la manifestación de la
gloria de Cristo.
En los versículos siguientes (1 Juan 2:29 - 3:3),
el apóstol pone ante nosotros nuestros privilegios y la provisión llena de
gracia que Dios ha hecho, para que podamos andar de un modo que sea conveniente
a Cristo y no nos avergoncemos en Su venida.
(Versículo 29). En primer lugar, el apóstol muestra
que toda buena conducta Cristiana encuentra su origen en la nueva naturaleza
que los creyentes han recibido por medio del nuevo nacimiento. Es la misma
naturaleza que estaba en Cristo, produciendo los mismos frutos de justicia,
demostrando así que el creyente es nacido de Dios.
(1 Juan 3:1). En segundo lugar, el apóstol nos
recuerda que somos llamados a la relación de hijos, y, como tales, somos los
objetos del amor del Padre. Se ha señalado que toda relación tiene su afecto
especial, y que es el afecto peculiar a la relación lo que le da dulzura y
carácter a la misma. Somos llamados a contemplar este amor que fue expresado
perfectamente en Cristo en la tierra y ha sido dado al creyente. Cuando Cristo
estuvo aquí, Él fue el Objeto del amor del Padre y del odio del mundo. Él se ha
ido, pero ha dejado aquellos que ha colocado en Su propio lugar ante el Padre y
ante el mundo. En Su oración el Señor pudo decir, "...los has amado a
ellos como también a mí me has amado" (Juan 17:23). Otra vez, el Señor
pudo decir, "Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido
antes que a vosotros" (Juan 15:18). Cuán bueno es, entonces, buscar tener
plena conciencia de que somos amados por el Padre así como Cristo fue amado, y
que somos privilegiados al compartir con Cristo, Su lugar de rechazo de parte
del mundo.
(Versículo 2). Una tercera gran verdad es la
bendita esperanza unida a la relación en la que somos puestos. Cristo va a
aparecer, y cuando Él se manifieste, "seremos semejantes a él, porque le
veremos tal como él es." En la tierra, Cristo fue el Varón de dolores y
experimentado en quebranto; fue desfigurada su apariencia más que la de
cualquier hombre, y su aspecto más que el de los hijos de los hombres. Para
nosotros, aún no se ha manifestado lo que habremos de ser, ya que llevamos las
marcas de la edad y de la preocupación y del dolor, pero nosotros esperamos Su
manifestación. Por un momento los apóstoles vieron Su gloria en el Monte de la
Transfiguración, y nosotros, por medio de la fe, le vemos "tal como Él
es", coronado de gloria y de honra, y "sabemos" que seremos
semejantes a Él, no como Él fue, sino "como Él es."
Además, cuando seamos semejantes a Él, le veremos
cara a cara. Mientras estamos en este cuerpo de nuestro estado de humillación,
verle tal como Él es sería abrumador. El propio apóstol Juan cayó ante Sus pies
cuando, en la Isla de Patmos, él vio al Señor en Su gloria. Pero cuando al
final seamos semejantes a Él
¡Gozo sin par al ver su hermosa faz!
que en este mundo es luz y siempre paz.
(Versículo 3). Entonces, si nosotros andamos en
justicia, según los instintos de la nueva naturaleza, si, como hijos, caminamos
conscientes del amor del Padre, si nos guardamos separados del mundo que no
conoció a Cristo, si caminamos en el goce de la esperanza de que cuando Cristo
se manifieste nosotros seremos semejantes a Él, entonces, en efecto, no nos
alejaremos de Él avergonzados en Su venida, ya que todo aquel que tiene esta
esperanza en él, se purifica a sí mismo, como Cristo es puro.
Nuestra esperanza está en Cristo, ya que es
solamente por medio de Su poder que al final llegaremos a ser "semejantes
a él", cuando leemos, "el cual transformará el cuerpo de nuestro
estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria, por el ejercicio
del poder que tiene aún para sujetar todas las cosas a sí mismo"
(Filipenses 3:21 - LBLA). Nosotros no podemos prescindir de Su obra pasada para
arreglar todo asunto entre nuestras almas y Dios; no podemos prescindir de Su
obra presente en las alturas para mantenernos de día en día; no podemos
prescindir de Él para que suceda el último gran cambio; y cuando estemos en la
gloria, nosotros Le necesitaremos por toda la eternidad. Nuestra bendición,
nuestro gozo, nuestro todo, están unidos con Cristo por los siglos de los
siglos.
Además, esperando el último gran cambio, aquel que
tiene esta esperanza en Cristo llegará a ser moralmente semejante a Él. Esta
esperanza tendrá un efecto transformador. Nosotros aún no somos puros como Él
es puro, pero el bendito efecto de esta esperanza será el de guardarnos del mal
y purificarnos según la perfecta norma de pureza presentada en Él.
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