sábado, 10 de octubre de 2020

¿Para quién vivimos?

 

José Naranjo

Jonás en el barco


No debían ser muy gratas las impresiones que dejó Jonás en los marineros tripulantes del barco que partía para Tarsis. (Jonás 1:1-15).


            Jonás vivió para sí; parece ser de los hombres que piensan que agradando ellos a Dios, poco les importa si los demás se perdieren o se salvaren. Fuera del capítulo 2 con sus experiencias en el fondo del mar, su contrición y oración, se muestra huraño e irascible. No hizo nada para introducir el conocimiento del Dios vivo y verdadero a aquellos paganos idólatras. Jonás no se comportó como un embajador de Dios ante aquellos extranjeros; se entiende que su corazón no estaba bien con su Señor a causa de su desobediencia.

 

·         El hombre que debía estar firme estaba caído, v. 10.

·         El que debía reprender a otros fue reprendido, v. 6.

·         El que debía ser fiel a la ordenanza de su Dios, huía, v. 3.

·         El que debía estar orando, tenía a los paganos orando por él, v. 14.

·         El que debía traer bendición, trajo castigo, v.12.

·         El que debía ser honrado y puesto en alto, es echado abajo, v. 15.

           

            Una de las virtudes que ataca el pecado es la gracia del creyente para con los demás. Cuando hay mala conciencia el rostro se pone duro, las palabras ásperas; hay tendencias de aislarse de los demás; la humildad se aleja para dar cabida al orgullo.

            Es verdad que Dios ve integridad donde el humano ve flaqueza y extravío, pero no podemos cerrar las páginas de la historia y sentarnos a mascullar nuestras dudas, pues de nuestras meditaciones sacamos edificación provechosa. Jonás en el barco se aisló de los marineros (no para orar) y “se echó a dormir.” En Nínive, después de dar su austero mensaje, se aisló de los ninivitas, y debajo de una choza se sentó “hasta ver qué sería de la ciudad.”

            Hermanos, ninguno de nosotros vive para sí. (Romanos 14:7) Tenemos sobre los demás un influjo para bien o para mal. Algo pasa en el creyente que no está testificando para su Señor. Hay varias condiciones que pueden coadyuvar a su apatía:

 

·         que no está perfecto en el amor (1 Juan 4:17,18).

·         que hay reservas en su vida para el Señor; Pablo dijo: “Para mí el vivir es Cristo.” (Filipenses 1:21)

·         que el creyente está caído: “Tú pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? (Romanos 2:21).

·         que nunca ha experimentado el nuevo nacimiento.

            En ninguna parte de la Biblia el Señor acusa a su profeta Jonás. Su experiencia en el vientre del pez y en el fondo del mar es uno de los grandes tipos de la resurrección de Cristo (Mateo 12:39-41), prueba que su Dios era paciente con él. Así es el Señor con nosotros; por tanto, espera nuestra colaboración.

            La muchacha cautiva en Siria no se recluyó en silencio, ni a llorar su adversidad, ni tampoco a probar licencias porque estaba ausente de sus hermanos. Estaba testificando de su Dios. (2 Reyes 5:1-4) David y Jeremías, cada uno en su tiempo, pasaron grandes pruebas; cada uno resolvió cerrar la boca y no testificar del nombre de su Dios, pero no pudieron. Estaban sumamente ligados por el amor a su Redentor y a su pueblo. (Salmo 39:1-3, Jeremías 20:7-11)

            Hay un gran número de creyentes que están viviendo la vida para sí, y cuando son exhortados y llamados para ayudar en las cosas del Señor se tornan “respondones.” Sería bueno llevarlos al Médico y decirle: “Examínales, oh Dios, y conoce su corazón; pruébales y reconoce sus pensamientos: y ve si hay en ellos camino de perversidad, y guíales en el camino eterno.” (Salmo 139:23,24)

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