La
roca era Cristo. 1 corintios 10.4
La peña herida
En
Éxodo 17 tenemos la historia de la milagrosa providencia de Dios, cuando su
pueblo tenía sed, en hacer salir aguas de la peña. En el capítulo anterior se
relata la historia del maná en el desierto que es una figura de Cristo en su
humanidad como peregrino en este mundo. Ahora en Capítulo 17 la peña en Horeb
es una figura de Cristo en su divinidad; se le ve inmutable, perdurable,
estable, cual “Fuerte de Israel”, el único capaz de soportar la carga inmensa y
la terrible ira divina que nuestros pecados merecieron.
Moisés
llevó en su mano la vara de Jehová, símbolo de la justicia divina, y en
presencia de los ancianos de Israel hirió la peña. El acto fue profético del
Calvario cuando los representantes de la nación se juntaron para demandar la
crucifixión del Hijo de Dios. “Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra
el hombre compañero mío ... hiere al pastor ...”, Zacarías 13.7.
El
agua saliendo de la peña es tipo de la vida espiritual que emana de Cristo como
eterno Hijo de Dios, porque “en él estaba la vida, y la vida era la luz de los
hombres”, comunicada al creyente mediante el Espíritu Santo; véase Juan 7.39.
En el mismo acto fue cumplida la palabra, “Cuando el pecado abundó, sobreabundó
la gracia”. La vara de Dios debía haber caído sobre nosotros los pecadores,
pero Cristo por amor llevó el castigo que nuestros pecados merecieron; Isaías
53.5.
“Hablad a la peña”
En
Números 20 se habla de otra peña, en otra ocasión y otra localidad llamada
Meriba. La peña en Horeb significa en hebreo una peña chata y nos hace recordar
lo dicho en Filipenses 2.8: “... se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte”. En cambio, la palabra en Números 20 significa una peña
empinada, tipo de Cristo en su ensalzamiento a la diestra de Dios. “Dios
también le exaltó hasta lo sumo ...”
En
este último caso Dios no mandó a Moisés herir la peña sino, “Hablad a la peña”.
Moisés y Aarón cometieron un error terrible al herirla dos veces, porque en
realidad ya había sido herida, figurativamente, en Horeb, y este segundo caso
se trata de un tipo de Cristo quien en gloria no sufre más. Moisés actuó en
pugna contra los propósitos de Dios. Su desobediencia le costó el privilegio de
entrar en la tierra prometida: “Pecasteis contra mí en medio de los hijos de
Israel en las aguas de Meriba ...”, Deuteronomio 32.51.
Ahora,
nosotros tenemos el privilegio de hacer notorias nuestras peticiones
directamente a nuestro Señor Jesucristo como el gran sumo sacerdote de su
pueblo, y echar nuestra ansiedad sobre él, porque “Él tiene cuidado de
vosotros”. En cambio, si empezamos a murmurar y quejarnos con desconfianza, su
corazón estará herido y contristado, trayendo así sobre nosotros la disciplina
del Señor. Las aguas que salieron de la peña en Meriba son figura del
inagotable manantial espiritual que tenemos en el Cristo glorificado.
La
hendidura de la peña
El
tercer aspecto de la peña está en Éxodo 33, cuando Moisés pidió de Dios que le
mostrara su gloria como garantía de su presencia con su pueblo en toda la
travesía del desierto. Jehová le dijo: “He aquí un lugar junto a mí, y tú
estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura
de la peña y te cubriré con mi mano”. Así Dios proveyó un fundamento firme para
Moisés “sobre la roca” y también un refugio “en la peña”.
¡Qué
maravillosa comunión para Moisés, sintiendo la misma presencia y gloria de Dios
y a la vez protegido de aquel resplandor tan brillante! Nos hace pensar en el
privilegio tan sublime que nosotros los creyentes disfrutamos, porque nuestra
comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. La base es la obra de la
cruz (“sobre la peña”) y nuestra posición es la de “aceptos en el Amado”.
En
Cristo significa todo lo que somos y tenemos por soberana gracia. En el Cantar
de los Cantares 2.14 el amado se dirige a su amiga, diciendo: “Paloma mía, que
estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de escarpados parajes,
muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz, porque dulce es la voz tuya, y hermoso
tu aspecto”. Cristo anhela nuestra comunión, y nosotros debemos anhelar la
suya. Cuando las cosas mundanas empiezan a ocupar el corazón hay enfriamiento
de nuestro amor por él, como en el caso de la iglesia en Éfeso: “Tengo contra
ti, que has dejado tu primer amor”, Apocalipsis 2.4.
Fuego
en la peña
Jueces 6 relata la historia de Gedeón y su
encuentro con el ángel de Jehová. Él le preparó una ofrenda de un cabrito
cocido (de expiación), panes sin levadura (del presente) y caldo, símbolo de la
sangre. Luego el ángel le extendió el báculo que tenía en su mano, y al tocar
él estas cosas subió fuego de la peña y consumió todo.
Este
fuego significó que Dios había aceptado la ofrenda. Gedeón edificó un altar a
Jehová y lo llamó Jehová-Salom, o Jehová es Paz. El fuego no consumió a Gedeón,
sino que le trajo la paz. Así con nosotros: merecimos el fuego del juicio de
Dios, pero su Hijo hizo la paz por la sangre de su cruz, por lo cual tenemos
paz para con Dios, la paz de Dios y el Dios de la paz.
El
milagro sobre la peña
En
Jueces 13 el ángel de Jehová aparece a la pareja destinada a ser los padres de
Sansón. El varón, Manoa, pregunta al ángel por su nombre. La respuesta fue “que
es admirable”.
Esto
concuerda con Isaías 9.6: “Se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios
fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”, títulos que pertenecen exclusivamente
al Señor Jesucristo. Manoa tomó un cabrito y una ofrenda, y los ofreció sobre
una peña a Jehová. El ángel hizo un milagro ante los ojos de la pareja, porque
aconteció que cuando la llama subió del altar hacia el cielo, él subió en la
llama.
Se
trata de una figura profética de Cristo en resurrección. “Cristo, habiendo
ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado
a la diestra de Dios”, Hebreos 10.12. Nunca debemos separar los sufrimientos de
nuestro Salvador en la cruz — el fuego — del triunfo de su resurrección y la
gloria correspondiente. “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas,
y que entrara en su gloria?” Lucas 24.26.
La
peña más alta
En
el Salmo 61 el gran anhelo de David, clamando en oración a Dios, es: “Llévame a
la roca que es más alta que yo”.
Esto
nos habla de la preeminencia de nuestro Señor Jesucristo como está revelada en
Colosenses 1.18: “Él es antes de todas las cosas ... para que en todo él tenga
la preeminencia”. La epístola a los hebreos también presenta a Cristo como
supremo cual gran sumo sacerdote en su ministerio de amor mediante el trono de la
gracia, accesible a su pueblo en todo momento. Él se compadece de nuestras
debilidades y es la fuente de gracia para el oportuno socorro, Hebreos 4.16. El
traspasó los cielos, hecho más alto que los ángeles. Nos hizo sentar en los
lugares celestiales. La venida del Señor se acerca, cuando seremos cambiados en
su imagen para estar siempre en su presencia.
Miel de la peña
“Les
sustentaría Dios con lo mejor del trigo, y con miel de la peña les saciaría”,
Salmo 81.16. En el Salmo 78 vemos a Israel como un pueblo privilegiado: “Los
apacentó conforme a la integridad de su corazón, los pastoreó con la pericia de
sus manos”, 78.72. En el Salmo 80 Israel es un pueblo de oración resuelto a no
apartarse de su Dios: “No nos apartaremos de ti; vida nos darás, e invocaremos
tu nombre”, 80.18. Pero en el Salmo 81, ¡qué cambio! Ahora Israel es un pueblo
rebelde: “Mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me quiso a mí”, 81.11. Por esto
perdió las cosas preciosas que su Dios quería proporcionar a su pueblo, y entre
éstas la miel de la peña. “¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo! ... con miel de
la peña les saciaría”.
¿Qué
cosa más dulce que la miel? Cristo es la peña, y son más dulces que la miel su
amor, gracia, comunión y presencia. Dijo el salmista: “Dulce será mi meditación
en él; yo me regocijaré en Jehová”, 104.34. Dice la Palabra que en los últimos
días el amor de muchos se enfriará, y parece que muchos están tan
materializados que las cosas temporales tienen más lugar en sus pensamientos
del que tiene la persona de nuestro Señor Jesucristo.
S. J. Saword
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