“Justo parece el primero que aboga por su causa; pero
viene su adversario, y le descubre” (Proverbios 18:17).
La primera parte de este versículo señala una
debilidad que nos es común a todos; invariablemente presentamos la evidencia de
manera que nosotros quedemos lo mejor posible. Es una tendencia muy natural.
Por ejemplo, ocultamos aquello que podría dañarnos y nos concentramos en lo que
nos favorece. Nos comparamos con aquellos cuyas debilidades son más obvias.
Culpamos de nuestras acciones a los demás y a las acciones que son patentemente
erróneas les atribuimos motivos piadosos. Torcemos y distorsionamos los hechos
hasta que pierden todo parecido a la realidad. Utilizamos palabras coloreadas
de emoción para pintar un cuadro más favorable.
Adán culpó a Eva: “La mujer que me diste por
compañera me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:12). Eva culpó al Diablo: “La
serpiente me engañó, y comí” (Génesis 3:13).
Saúl defendió su desobediencia al perdonar las ovejas y los bueyes de
los amalecitas adjudicándole un motivo piadoso: “El pueblo tomó del botín...
para ofrecer sacrificios a Jehová tu Dios” (1 Samuel 15:21). Sin duda también
sugirió que alguien tenía la culpa, el pueblo y él.
David mintió a Ahimelec para conseguir armas,
diciendo: “La orden del rey era apremiante” (1Samuel 21:8). En realidad David
no estaba en los negocios del rey; estaba huyendo del rey Saúl. La mujer en el
pozo ocultó la verdad: “No tengo marido” (Juan 4:17). En realidad había tenido
cinco, y ahora vivía con un hombre con quien no se había casado.
¡Y así sucesivamente! A causa de nuestra
naturaleza caída que heredamos de Adán, es difícil ser completamente objetivos
al presentar nuestra versión de un asunto. Nuestra tendencia es mostrar nuestro
mejor lado a los demás. Somos condescendientes con nuestros propios pecados
mientras que los condenaríamos vigorosamente si otro se atreviera a cometerlos.
“Justo parece el primero que aboga por su causa;
pero viene su adversario, y le descubre”, es decir, cuando su adversario tiene
la oportunidad de testificar, presenta con más precisión los hechos. Expone
todos los sutiles intentos de encubrimiento y vindicación propia, contando la
historia sin distorsión.
A fin de cuentas Dios nos conoce profundamente;
y trae a la luz las cosas escondidas de las tinieblas y revela los pensamientos
e intenciones del corazón. Él es luz y no hay ningunas tinieblas en él. Si
queremos andar con él en franca y sincera comunión, debemos ser honestos y
honrados en todo nuestro testimonio, aun si esto resulta en nuestro propio daño.
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