viernes, 2 de junio de 2017

Doctrina: Cristología (Parte XVIII)

Jesús el Mesías


Su Ministerio Presente de Cristo[1]
a) Cristo está edificando su iglesia
Formación del cuerpo. 1 Corintios 12:13 indica que el Espíritu Santo está formando a la iglesia, el cuerpo de Cristo; no obstante, Cristo, como cabeza de la iglesia la guía y la controla. Hechos 2:47 indica que Cristo es Aquel que produce el crecimiento de ella. Tal cosa es consistente con Hechos 1:1, donde Lucas indica que el Evangelio por él escrito describe la obra que Jesús comenzó, lo cual sugiere que Él hoy continúa su obra de edificación de la iglesia.

Dirección del cuerpo. Cristo no es sólo la cabeza del cuerpo, sino que también lo dirige (Col. 1:18), le da dirección y gobierna sobre él soberana­mente (Ef. 5:23-24). Igual que la cabeza humana le da dirección a todo el cuerpo físico, así Cristo, como cabeza de la iglesia, la dirige a través de la Palabra de Dios (Ef. 5:26).

Alimentación del cuerpo. Cristo sustenta a la iglesia, tal como un in­dividuo alimenta su cuerpo humano; Él es el medio para alimentarla hasta alcanzar la madurez (Ef. 5:29-30). La obra presente de Cristo es llevar el cuerpo hacia la madurez.

Purificación del cuerpo. Cristo participa en la purificación del cuerpo. Induce la santificación del creyente (Ef. 5:25-27). Ello denótala santificación progresiva con la cual Cristo purifica a la iglesia.

Entrega de dones al cuerpo. Cristo es la fuente de los dones espirituales; el Espíritu Santo los administra (Ef. 4:8, 11-13). Los dones se entregan con el propósito de edificar a toda la iglesia y así hacerla crecer. Efesios 4:11-13 indica que los dones se entregan para llevar al cuerpo de Cristo, la iglesia, hacia la madurez.
b) Cristo está orando por los creyentes.
La intercesión de Cristo asegura nuestra salvación. El creyente sólo podría perder su salvación si Cristo no fuera efectivo en su rol de mediador (Ro. 8:34; He. 7:25). La intercesión de Cristo involucra (1) su presencia ante el Padre; (2) su palabra hablada (Lc. 22:32; Jn. 17:6-26); 3) su Intercesión continua (note el tiempo presente en los verbos).

La intercesión de Cristo restaura la comunión que se rompió con el pecado. A Cristo se le llama “Abogado” de los creyentes (gr., parakletos), cuyo significado es “abogado defensor” (1 Jn. 2:1). “En la literatura ra­bínica la palabra podría indicar a aquel que ofrece ayuda legal o quien intercede a favor de alguien más... Indudablemente, la palabra significaba abogado” o “abogado defensor” en un contexto legal”.

Cristo nos está preparando un domicilio celestial (Jn. 14:1-3). Cristo, en la gloria, está preparando muchas viviendas en el hogar del Padre. El retrato es el de un padre oriental rico que añade cuartos en su casa grande para acomodar a los hijos casados. Hay habitaciones para todos ellos.

Cristo está produciendo fruto en las vidas de los creyentes (Jn. 15:1-7). Como el pámpano está pegado a la vid y extrae su vida y alimento de ella para mantenerse vivo y producir fruto, así también el creyente se in­jerta en unión espiritual con Cristo para obtener alimento espiritual de Él. Todo ello da como resultado el fruto espiritual.

c) Obra futura de Cristo.
La esperanza que se exhibe en las Escrituras es la de restaurar final­mente todas las cosas bajo el Mesías. Por un lado, su venida cumplirá la esperanza gloriosa de la iglesia, un evento de resurrección y reunión (1 Co. 15:51-58; 1 Ts. 4:13-18; Tit. 2:13); por otro lado, su venida será de juicio sobre las naciones incrédulas y Satanás (Ap. 19:11-21), de rescate para su pueblo Israel y de inauguración del reino milenario (Mi. 5:4; Zac. 9:10).

5. Conclusión.
Podríamos estar llenando páginas y páginas sobre este tema, y el tema no se agotaría, y nosotros tan sólo hemos dado un pequeño esbozo, una muy pequeña pincelada, de la magnificencia de nuestro Señor. Esperamos que cada creyente pueda seguir estudiando, profundizando, y conociendo más al Señor en sus oficios.
Usando las palabras del escritor anteriormente citado, decimos que: “… podemos notar que los tres oficios de Jesús, coinciden, se sobreponen y se confunden en el oficio de Abogado. En Profeta que da a conocer la voluntad de Dios a los hombres, el Sacerdote divinamente comisionado para negociar con Dios a favor del hombre, y Él es el Rey cuyo poder es ilimitado y a cuya voluntad no puede haber oposición”.[2]
         Complementamos lo anterior con las palabras que escribió el teólogo Eric Sauer, en su obra  el Triunfo del Crucificado,  que concluye de esta forma su análisis de estos oficios que hemos estudiado:
«De esta ruina total el hombre se salva por la victoriosa obra de Cristo en los tres aspectos que hemos venido considerando.
Como Profeta hace resplandecer la luz del conocimiento de Dios que libra el entendimiento del hombre de la oscuridad del pecado, estableciendo de este modo un reino de paz y de gozo en el interior del hombre redimido.
Como Sacerdote presenta el sacrificio y anula la culpabilidad, aliviando así la conciencia (con los sentimientos asociados con ella) de la carga abrumadora de la tristeza. El creyente pasa de este modo a una esfera de paz y de gozo.
      Como Rey dirige la voluntad de los redimidos, guiándola por senderos de santidad, fundando un reino de amor y de justicia en el corazón.
            Así es que su título de "Cristo", el Ungido, al abarcar estos tres aspectos de la salvación, llega a ser la revelación y la explicación de su nombre "Jesús", el Salvador. El ejercicio de su triple cargo libra al hombre de la esclavitud del pecado con respecto a las tres poten­cias de su ser —el entendimiento, los sentimientos y la voluntad— introduciéndole en la esfera de una salvación plena, libre y comple­ta, que no puede ser más cabal de lo que en realidad ha llegado a ser. La triple miseria de la oscuridad, la desdicha y la pecaminosidad ha sido vencida por una triple salvación portadora de la ilumi­nación, la felicidad y la santidad al alma redimida, sin que su triple carácter mengüe su unidad orgánica. Notemos cómo la espiritualidad de Colosenses 3:10, la radiante felicidad de 2 Corintios 3:18 y la santidad de Dios que se expone en Efesios 4:24, brillan de nuevo en la criatura que fue hecha a la imagen de Dios. »




[1] Tomado  del Libro “Compendio Portavoz de Teología” de Paul Enns, editorial Portavoz
[2]  Harry Rimmer, La magnificencia de Jesús, página 254

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