Abraham, el patriarca
Por la fe Abraham,
siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir por herencia,
y salió sin saber adónde iba (Hebreos 11. 8).
Primera entrega: El plan de rebelión en la tierra de Shinar terminó con la confusión de
lenguas y el esparcimiento de todos los hombres (Génesis 11.8). Los
descendientes de los dispersos constructores de Babel. Se olvidaron muy pronto
al Dios que es Espíritu y Verdad y cayeron en la más baja idolatría. Según se
desprende de Jueces 24: 2, la parentela de Abraham no fue una excepción: todos
erraron.
De esta generación de idólatras, Dios en su misericordia escogió a un
hombre para bendecir por medio de él a todas las naciones. Este hombre fue
Abraham.
Abram era el primitivo nombre del venerado patriarca, padre de la nación
hebrea, nombre que le fue sustituido por el de Abraham (“padre de la
multitud”), en una memorable circunstancia de su vida. El nombre de Abraham
está enlazado con las más grandes esperanzas de los creyentes de todos los
siglos; el lugar en Hades donde los santos estaban en descanso, esperando el
advenimiento del Mesías, es llamado “el seno de Abraham”; muchas veces Dios se
nombra como la posesión de Abraham: “El Dios de Abraham”. El Nuevo Testamento
empieza con estas palabras: “Libro de la generación de Jesucristo, hijo de
David, hijo de Abraham”; y en otro lugar Cristo es llamado “la simiente de
Abraham”. Esto, unido a la descripción de su vida, que con detalles preciosos
de las antiguas costumbres orientales, nos da los capítulos 12 al 17 del
Génesis, y las otras muchas referencias que se hallan en los demás libros de la
Biblia, hacen de Abraham uno de los personajes bíblicos de mayor renombre, y
cuyo estudio no deja de abundar en enseñanzas espirituales para el creyente. El
nombre de Abraham se menciona más de trescientas veces en veinte y ocho de los
libros del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Abraham vivía en Ur de los Caldeos junto con su parentela, que, como
hemos dicho, había caído en la idolatría. Estando allí en esa triste condición,
resonó en sus oídos el llamamiento por gracia: “Vete de tu tierra y de tu
parentela, de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré”. Abraham
creyó a Dios, e, impulsado por esa fe, él obedeció; esto es “salió sin saber
adónde iba”. Abraham es el primer caso que la Escritura nos presenta de un
hombre que abandonó “la religión de sus padres;” y esto lo hizo a una edad bastante
avanzada. Según el concepto de muchos de nuestro tiempo, Abraham fue un
apóstata, un disociador. Ellos en su caso hubieran continuado en Ur de los
Caldeos con sus ídolos y sus costumbres tradicionales, por la poderosa razón de
haber sido la religión en que nacieron.
Siendo imposible en este corto artículo seguir a Abraham en su
peregrinación por la tierra de Canaán, resumiremos su interesante vida en estas
pocas palabras: “Salió para Canaán, y a la tierra de Canaán llegó”, las cuales
encierran el principio de su fe y la completa realización de ella. Esto nos
recuerda de la posición y privilegio del creyente. El pecador, desde el mismo
momento que cree, tiene vida eterna, nace de nuevo, es trasladado de la
potestad de las tinieblas al reino del amado Hijo de Dios, o en las palabras de
Pablo: “está sentado en los cielos en Cristo Jesús”. Como Abraham, salió y
llegó.
“¿Qué, pues, diremos que halló Abraham nuestro padre según la carne? Que
si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse; mas no para
con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Y creyó Abraham a Dios, y le fue
atribuido a justicia”, Romanos 4.1 al 3.
Segunda entrega: Han pensado
algunos de aquellos que poco saben de la Santa Biblia, que ella tiene que
contener la historia de todos los primitivos habitantes del mundo. En esto se
equivocan. Con la mira de llevarnos a Cristo, la mayor parte del Antiguo
Testamento se relaciona con la nación de Israel, de la cual vino el Salvador, y
con los padres de esa nación.
El llamamiento de Abraham, de entre la gente idólatra de Ur de los
Caldeos, para ser peregrino en la tierra de Canaán y con promesa de dársela
Dios a él y a sus descendientes, ocupa un lugar importante en la historia
bíblica.
Dios había dicho a Abram: “Sal de tu tierra, y de tu parentela, y de la
casa de tu padre, a una tierra que yo te mostraré, y yo te haré una nación
grande, y serás bendición”, Génesis 12.1 al 3. ¡Cuánto se escandalizan algunos
al ver que uno deja la religión de sus padres! Creen que es un pecado grande.
Sin embargo, la Santa Escritura abunda en ejemplares, aprobados por Dios. ¡Cómo
se escandalizaron los habitantes de Ur al ver a Abram, como entonces se
llamaba, dando espaldas a su parentela y religión para salir! Y ¿a dónde iba?
Él mismo no sabía.
En la lista de los fieles notables (Epístola a los Hebreos capítulo 11),
Abraham ocupa lugar señalado. Dice que “por la fe” salió a la llamada de Dios;
que “por la fe” permaneció como peregrino, sin mezclarse con las gentes de la
tierra a donde fue; que “por la fe” llegó a tener al hijo Isaac; que “por la
fe” ofreció ese hijo para holocausto, recibiéndolo otra vez como de la muerte.
¿Por la fe en qué? En la Palabra del Dios vivo.
Durante toda una larga vida esperó Abraham sin ver cumplida la promesa
de Dios en cuanto a la tierra como posesión. En ciertas ocasiones, mientras
andaba en comunión con Dios, recibió palabras de aliento y repetición de las
promesas para él y su simiente después de él, la cual simiente, dice San Pablo
a los gálatas, era el Cristo.
Hay quienes hoy día hablan mucho de su fe. Uno tiene fe en el poder de
una imagen, otros en otra. Uno afirma que tiene fe ciega en su iglesia, otro en
alguna tradición. Pero pocos han puesto su fe en la Palabra de Dios. Al no
haberle hablado Dios de ello, hubiera sido presunción de parte de Abraham creer
que él y su simiente poseerían la tierra, pero oyéndolo de boca de Dios, era fe
creerlo aunque no se veía, ni aun señal de ello. ¿En qué estás poniendo tu
confianza, amigo? ¿En las tradiciones y supersticiones de los hombres, o en la
Palabra de Dios?
Hemos pecado contra
Dios y no merecemos sino su condenación. Con todo, Él nos ha amado y ha dado a
su Hijo a morir por nuestros pecados. Su Evangelio nos dice que si creemos en
ese bendito Salvador, seremos salvos de la ira. “De tal manera amó Dios al
mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se
pierda, más tenga vida eterna”, Juan 3.16. “Justificados pues por la fe,
tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”, Romanos 5.1.
La persona justificada es aquella que goza de la limpieza de todos sus
pecados y por lo tanto es tenida por justa ante Dios. Abraham fue justificado
primero por la fe, después por las obras. Por la fe fue justificado ante Dios
cuando creyó su Palabra. Fue justificado por las obras ante los hombres cuando,
como fruto de aquella fe, ofreció a su hijo Isaac para holocausto.
Dice Pablo: “Que si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué
gloriarse, mas no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Y creyó Abraham
a Dios y le fue contado por justicia. Empero al que obra, no se le cuenta el
salario por gracia, sino por deuda. Más al que no obra, pero cree en Aquel que
justifica al impío, la fe le es contada por justicia” (Romanos 4.2).
Si crees en una
imagen, confías en aquello que abandonó Abraham cuando dejó la tierra de su
natividad. Si crees en las ceremonias de tu iglesia, en el bautismo, la
confirmación, etcétera, o en tus obras de caridad como medio de ganar el cielo,
estás edificando sobre una base falsa. Cree en Cristo y su obra redentora, y la
Palabra de Dios dice que serás salvo.
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