“Y
ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo
hablen tu palabra” (Hechos 4:29).
Cuando los primeros cristianos padecían persecución,
no esperaron a que cambiaran sus circunstancias. Más bien glorificaban a Dios
por las circunstancias.
Es muy triste
comprobar que a menudo no seguimos su ejemplo. Damos largas a la acción hasta
que las condiciones se muestran más favorables. Vemos las barricadas como
obstáculos en vez de verlas como trampolines. Disculpamos nuestras tardanzas
argumentando que nuestras circunstancias no son ideales.
Los estudiantes no
se comprometen activamente en el servicio cristiano hasta que se gradúan. Pero
apenas esto ocurre, casi de inmediato se ocupan del romance y el matrimonio.
Más tarde, las presiones del empleo y la vida familiar les mantienen entregados
a sus labores y deciden esperar hasta la jubilación. Para entonces, dicen, se
verán libres por el resto de su vida para servir al Señor. Pero cuando llega
ese momento su energía y visión se han esfumado y sucumben a una vida de ocio.
O puede ser que nos encontremos trabajando en la
iglesia local con gente que tiene posiciones de liderazgo pero que no nos caen
bien. Aunque son fieles y esforzados, los encontramos desagradables y molestos.
¿Qué hacemos entonces? Nos incomodamos e irritamos con el trabajo, esperando a
que llegue algún funeral de primera clase. Pero tampoco esto funciona, pues
algunas de estas personas tienen una longevidad sorprendente. Esperar funerales
no es productivo.
José en Egipto no esperó hasta salir de la prisión
para hacer que su vida fuera útil; tenía un ministerio de Dios en la prisión.
Daniel llegó a ser un hombre poderoso en Dios durante la cautividad babilónica.
Si hubiera esperado hasta que el exilio terminase habría sido demasiado tarde.
Fue durante los días en que Pablo estuvo en prisión que escribió las epístolas
a los Efesios, Filipenses, Colosenses y a Filemón. No esperó a que las
circunstancias mejoraran.
La realidad es que las circunstancias nunca son
ideales en esta vida. Y para el cristiano, no hay promesa de que vayan a mejorar.
Así que, en el servicio como en la salvación, hoy es el tiempo aceptable.
Lutero decía: “El que espera hasta que la ocasión
parezca favorable por completo para empezar a hacer su obra, nunca la
encontrará”. Y Salomón nos advierte que: “El que al viento observa, no
sembrará; y el que mira a las nubes, no segará” (Eclesiastés 11:4).
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