martes, 3 de abril de 2018

EL CRISTIANO VERDADERO (Parte IV)


LA SEGURIDAD DE LA SALVACIÓN (continuación)



El Señor Jesucristo prometió en Juan 5: 24, “El que oye mi palabra, y cree... tiene vida eterna, y no vendrá a con­denación, más pasó de la muerte a la vida.” Ciertamente, si has puesto tu fe en el Hijo de Dios como tu Salvador, y ahora estás confiando en él, fundado en la base de su propia promesa, tienes vida eterna ahora mismo, y por la misma promesa, nunca vendrás a condenación. Y no importa que “te sientas” salvado o no. No es la sensación lo que importa, sino lo que dice la Palabra de Dios. Siempre puedes confiar en ella, mientras que no siempre puedes confiar en tus sensa­ciones y sentimientos.
Muchos dudan acerca de su salvación y de su relación con Dios simplemente por razón de sentimientos personales, mientras que deben aceptar la seguridad de la salvación sobre la base de las promesas de Dios. Lo único que debemos pre­guntarnos es si hemos cumplido con la condición de que acom­paña a dicha promesa. La condición es tener FE en la obra consumada de Cristo. Si confías en la obra consumada de Cristo para tu salvación, entonces Dios dice que eres sal­vado. ¿Puedes tener alguna base mejor de seguridad que la Palabra de Dios?
Cuando Jesús le dijo a la mujer pecadora en la casa de Simón el Leproso, “Tus pecados te son perdonados” (Lucas 7: 48), ¿hubiera sido presuntuoso que ella saliera a decir “sé que todos mis pecados han sido perdonados”? Más bien hu­biera sido presuntuoso salir diciendo que dudaba del perdón de sus pecados. Y en el día de hoy tampoco es presuntuoso que un cristiano diga, “Mis pecados están perdonados, y sé que poseo la salvación”, ya que Dios lo dice claramente en su Palabra. “En el cual tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados por las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7). Acerca de los cristianos de Éfeso, dijo San Pa­blo: “Dios os ha perdonado en Cristo” (Efesios 4: 32). El Apóstol Juan dice a las personas a quienes dirige su epístola: “Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os son perdonados por su nombre” (1 Juan 2: 12). La promesa de Dios contenida en el evangelio es que “todo el que in­vocare el nombre del Señor será salvo.” Si has invocado el nombre del Señor Jesucristo para que te salve, solo caben dos alternativas: o te ha salvado, o la promesa de Dios no vale nada.
En 1 Juan 5: 11-12 leemos: “Y éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; y el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida.” ¿Has recibido al Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, en tu corazón? ¿Le has pedido que entre en tu vida y que sea tu Salvador? ¿Estás ahora mismo aferrándote a él, con fe sencilla? Si es así, según la Palabra de Dios, tienes vida eterna.
Así que, si alguna vez Satanás susurra alguna duda diciéndote que tus pecados no han sido perdonados en absoluto, muéstrale la Palabra de Dios y dice: “Dios afirma que mis pecados han sido perdonados, porque he creído en el Señor Jesucristo; y yo creo lo que dice Dios.” Luego, si Satanás te hiciera pensar que quizás no has creído en Cristo, contéstale: “Si nunca creí en él antes, creo en él aquí y ahora mismo.” Y seguirás tu camino gozoso, sabiendo que tus pecados han sido perdonados y que eres hijo de Dios, porque así lo dicen las promesas escritas por Dios mismo.
Dice el Dr. R. A. Torrey: Supongamos que te hayan sentenciado a presidio, y que tus amigos te han conseguido un indulto. Se te muestra el documento legal. Lo lees y sabes que has sido indultado, porque el documento lo afirma; pero la noticia es tan buena y ha venido en forma tan súbita, que te encuentras atónito. No te das cuenta de que te ha llegado el perdón. Entonces entra alguien y te pregunta: ¿Has sido indultado? ¿Qué le contestas? Le dices: —Sí; he sido indultado. Luego te pregunta:
—¿Tienes la sensación de estar indultado?
Y le contestas: -—No, en realidad no me siento indultado. Todo ha sido tan repentino y tan maravilloso, que hasta ahora no me convenzo.
Luego te dice: —Entonces, ¿cómo puedes saber que has sido indultado?
Y por respuesta, le extiendes el documento, diciendo: —Aquí lo dice.
Llegaría el momento, después de haber leído el documento vez tras vez y de haberlo creído, en que no solo sabrías que habías sido indultado, sino que también lo sentirías. La Biblia es el documento autorizado de Dios, que declara que todo el que cree en el Hijo tiene la vida eterna, que todo el que recibe a Jesús es un hijo de Dios. Y si alguien te pregunta si tus pecados han sido todos perdonados, contéstale sencillamente: “Sí, sé que han sido perdonados, porque Dios así lo dice”. Si te preguntan si sabes que eres hijo de Dios, responde: “Sí; sé que soy hijo de Dios, porque Dios lo dice”. Y si te preguntan si tienes la vida eterna, respóndeles: “Sí; sé que tengo la vida eterna porque Dios lo dice.” Tal vez hasta ahora no tengas la sensación, pero si sigues meditando en las declaraciones de Dios y creyendo lo que él dice, vendrá el día cuando has de sentir la vida eterna.
Hay además un tercer testigo de la seguridad de la salvación del creyente: La Presencia Interior y la Voz del Espíritu Santo. La Biblia dice: “Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu, que somos hijos de Dios” (Rom. 8: 16). En realidad, aquello que algunos denominan la “sensación” o “sentimiento” de la salvación, no es cosa humana. Es la voz interior del Espíritu Santo de Dios que testifica a nuestros espíritus de que somos hijos de Dios. No es una sensación humana, sino una impresión divina. El Espíritu Santo lleva a nuestra conciencia interior la absoluta seguridad de que somos salvos.
Es claro que el Espíritu Santo nos trae esa seguridad principalmente por medio de la Palabra de Dios misma. Sin embargo, con frecuencia en las tierras paganas en donde la gente ni sabe leer ni escribir, de una manera notable, el Espíritu Santo, ha llevado la bendita seguridad de la salvación a gente ignorante y analfabeta. Fue enviado a nuestros corazones para ser nuestro Consolador, y uno de sus principales mensajes de consuelo es el de nuestra salvación. Mientras el creyente lee la Palabra de Dios y medita en ella con el corazón abierto, el Espíritu Santo toma las verdades de esa Palabra y las arraiga con firmeza en el alma, testificando de que ésta pertenece a Cristo.
Este testimonio interior del Espíritu Santo es fortalecido y profundizado mientras tenemos comunión con Dios en oración. La oración no es sólo petición, sino también comunión. No sólo hablamos con Dios, sino que Dios, por medio de su Espíritu Santo, nos habla a nosotros. Así pues, si tienes dudas acerca de tu salvación, no sólo debes escudriñar la Palabra de Dios, sino también buscarle en oración. Mientras oras a Dios, el Espíritu Santo hablará a tu corazón trayéndote la bendita seguridad de que eres su hijo. Un cristiano que no ora puede fácilmente perder la seguridad de su salvación, pues es cuando oramos que el Espíritu Santo nos comunica dicha seguridad.
Cuando tu corazón esté apesadumbrado, y no te sientas con energías, ve al Señor en oración, y deja que el Espíritu Santo te consuele mediante su mensaje de seguridad y de esperanza. El hecho mismo de que encuentres consuelo y seguridad cuando oras, es una prueba de que eres hijo de Dios, ya que sólo a los hijos de Dios habla el Espíritu Santo.
No pienses que tienes que vivir preguntándote continuamente si eres salvado o perdido. El cambio en tu corazón y en tu vida, el testimonio de la Palabra de Dios, y el testi­monio interior del Espíritu Santo, todos se unen para lle­varle al verdadero creyente una seguridad clara de que es salvo por el tiempo y por la eternidad. Cuando persisten las dudas, mira de nuevo al Cristo de la Cruz y di: “El mu­rió por mis pecados. Pagó mis culpas. Prometió que, si yo confiase en él como mi Sustituto, me salvaría. He confiado en él. Ahora confío en que ha de cumplir su promesa.”
Algunos recién convertidos cuando parece decrecer el fer­vor de su primer amor a Cristo, cometen el error de caer en un estado de abatimiento, y se apodera de ellos la sen­sación de que están perdidos. Es bueno recordar que nuestros cuerpos y sentimientos y afectos pueden variar de acuerdo con el estado de nuestra salud, o del tiempo, o de las circunstan­cias en que nos encontramos, o por muchas otras causas; pero Jesucristo no cambia nunca. Es el mismo ayer, hoy, y por los siglos.
Robert Boyd ha dicho: “Hemos conocido a algunas per­sonas que nunca creían estar disfrutando de la religión si no se encontraban en medio de emociones violentas. La reunión evangélica que no hacía que se derritieran en lágrimas o que se elevaran a las alturas del éxtasis místico, no era para ellos una buena reunión. La exposición tranquila de la verdad di­vina, el estudio sincero de la Biblia para conocer la voluntad de Dios, las oraciones y las vigilias de la cámara, todas pare­cen, a las tales personas, aburridas y sin interés. Son personas parecidas a los lectores habituales de las novelas sensaciona­les; no gustan ya de lo sólido y edificante.” Mi querido lec­tor: ahora que estás iniciando tu carrera cristiana, evita estos males, deja que Jesús quien es el autor, sea también el con­sumador de tu fe.

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