El
Señor Jesucristo prometió en Juan 5: 24, “El que oye mi palabra, y cree...
tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, más pasó de la muerte a la
vida.” Ciertamente, si has puesto tu fe en el Hijo de Dios como tu Salvador, y
ahora estás confiando en él, fundado en la base de su propia promesa, tienes
vida eterna ahora mismo, y por la misma promesa, nunca vendrás a condenación. Y
no importa que “te sientas” salvado o no. No es la sensación lo que importa,
sino lo que dice la Palabra de Dios. Siempre puedes confiar en ella, mientras
que no siempre puedes confiar en tus sensaciones y sentimientos.
Muchos
dudan acerca de su salvación y de su relación con Dios simplemente por razón de
sentimientos personales, mientras que deben aceptar la seguridad de la
salvación sobre la base de las promesas de Dios. Lo único que debemos preguntarnos
es si hemos cumplido con la condición de que acompaña a dicha promesa. La
condición es tener FE en la obra consumada de Cristo. Si confías en la obra
consumada de Cristo para tu salvación, entonces Dios dice que eres salvado.
¿Puedes tener alguna base mejor de seguridad que la Palabra de Dios?
Cuando
Jesús le dijo a la mujer pecadora en la casa de Simón el Leproso, “Tus pecados
te son perdonados” (Lucas 7: 48), ¿hubiera sido presuntuoso que ella saliera a
decir “sé que todos mis pecados han sido perdonados”? Más bien hubiera sido
presuntuoso salir diciendo que dudaba del perdón de sus pecados. Y en el día de
hoy tampoco es presuntuoso que un cristiano diga, “Mis pecados están
perdonados, y sé que poseo la salvación”, ya que Dios lo dice claramente en su
Palabra. “En el cual tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados
por las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7). Acerca de los cristianos de
Éfeso, dijo San Pablo: “Dios os ha perdonado en Cristo” (Efesios 4: 32). El
Apóstol Juan dice a las personas a quienes dirige su epístola: “Os escribo a
vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os son perdonados por su nombre” (1
Juan 2: 12). La promesa de Dios contenida en el evangelio es que “todo el que
invocare el nombre del Señor será salvo.” Si has invocado el nombre del Señor
Jesucristo para que te salve, solo caben dos alternativas: o te ha salvado, o
la promesa de Dios no vale nada.
En
1 Juan 5: 11-12 leemos: “Y éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida
eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; y el
que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida.” ¿Has recibido al Señor
Jesucristo, el Hijo de Dios, en tu corazón? ¿Le has pedido que entre en tu vida
y que sea tu Salvador? ¿Estás ahora mismo aferrándote a él, con fe sencilla? Si
es así, según la Palabra de Dios, tienes vida eterna.
Así
que, si alguna vez Satanás susurra alguna duda diciéndote que tus pecados no
han sido perdonados en absoluto, muéstrale la Palabra de Dios y dice: “Dios
afirma que mis pecados han sido perdonados, porque he creído en el Señor
Jesucristo; y yo creo lo que dice Dios.” Luego, si Satanás te hiciera pensar
que quizás no has creído en Cristo, contéstale: “Si nunca creí en él antes,
creo en él aquí y ahora mismo.” Y seguirás tu camino gozoso, sabiendo que tus
pecados han sido perdonados y que eres hijo de Dios, porque así lo dicen las
promesas escritas por Dios mismo.
Dice
el Dr. R. A. Torrey: Supongamos que te hayan sentenciado a presidio, y que tus
amigos te han conseguido un indulto. Se te muestra el documento legal. Lo lees
y sabes que has sido indultado, porque el documento lo afirma; pero la noticia
es tan buena y ha venido en forma tan súbita, que te encuentras atónito. No te
das cuenta de que te ha llegado el perdón. Entonces entra alguien y te
pregunta: ¿Has sido indultado? ¿Qué le contestas? Le dices: —Sí; he sido
indultado. Luego te pregunta:
—¿Tienes la
sensación de estar indultado?
Y
le contestas: -—No, en realidad no me siento indultado. Todo ha sido tan
repentino y tan maravilloso, que hasta ahora no me convenzo.
Luego
te dice: —Entonces, ¿cómo puedes saber que has sido indultado?
Y
por respuesta, le extiendes el documento, diciendo: —Aquí lo dice.
Llegaría
el momento, después de haber leído el documento vez tras vez y de haberlo
creído, en que no solo sabrías que habías sido indultado, sino que también lo
sentirías. La Biblia es el documento autorizado de Dios, que declara que todo
el que cree en el Hijo tiene la vida eterna, que todo el que recibe a Jesús es
un hijo de Dios. Y si alguien te pregunta si tus pecados han sido todos
perdonados, contéstale sencillamente: “Sí, sé que han sido perdonados, porque
Dios así lo dice”. Si te preguntan si sabes que eres hijo de Dios, responde:
“Sí; sé que soy hijo de Dios, porque Dios lo dice”. Y si te preguntan si tienes
la vida eterna, respóndeles: “Sí; sé que tengo la vida eterna porque Dios lo
dice.” Tal vez hasta ahora no tengas la sensación, pero si sigues meditando en
las declaraciones de Dios y creyendo lo que él dice, vendrá el día cuando has
de sentir la vida eterna.
Hay
además un tercer testigo de la seguridad de la salvación del creyente: La
Presencia Interior y la Voz del Espíritu Santo. La Biblia dice: “Porque el
mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu, que somos hijos de Dios” (Rom.
8: 16). En realidad, aquello que algunos denominan la “sensación” o
“sentimiento” de la salvación, no es cosa humana. Es la voz interior del
Espíritu Santo de Dios que testifica a nuestros espíritus de que somos hijos de
Dios. No es una sensación humana, sino una impresión divina. El Espíritu Santo
lleva a nuestra conciencia interior la absoluta seguridad de que somos salvos.
Es
claro que el Espíritu Santo nos trae esa seguridad principalmente por medio de
la Palabra de Dios misma. Sin embargo, con frecuencia en las tierras paganas en
donde la gente ni sabe leer ni escribir, de una manera notable, el Espíritu
Santo, ha llevado la bendita seguridad de la salvación a gente ignorante y
analfabeta. Fue enviado a nuestros corazones para ser nuestro Consolador, y uno
de sus principales mensajes de consuelo es el de nuestra salvación. Mientras el
creyente lee la Palabra de Dios y medita en ella con el corazón abierto, el
Espíritu Santo toma las verdades de esa Palabra y las arraiga con firmeza en el
alma, testificando de que ésta pertenece a Cristo.
Este
testimonio interior del Espíritu Santo es fortalecido y profundizado mientras
tenemos comunión con Dios en oración. La oración no es sólo petición, sino
también comunión. No sólo hablamos con Dios, sino que Dios, por medio de su
Espíritu Santo, nos habla a nosotros. Así pues, si tienes dudas acerca de tu
salvación, no sólo debes escudriñar la Palabra de Dios, sino también buscarle
en oración. Mientras oras a Dios, el Espíritu Santo hablará a tu corazón
trayéndote la bendita seguridad de que eres su hijo. Un cristiano que no ora
puede fácilmente perder la seguridad de su salvación, pues es cuando oramos que
el Espíritu Santo nos comunica dicha seguridad.
Cuando
tu corazón esté apesadumbrado, y no te sientas con energías, ve al Señor en
oración, y deja que el Espíritu Santo te consuele mediante su mensaje de
seguridad y de esperanza. El hecho mismo de que encuentres consuelo y seguridad
cuando oras, es una prueba de que eres hijo de Dios, ya que sólo a los hijos de
Dios habla el Espíritu Santo.
No
pienses que tienes que vivir preguntándote continuamente si eres salvado o
perdido. El cambio en tu corazón y en tu vida, el testimonio de la Palabra de
Dios, y el testimonio interior del Espíritu Santo, todos se unen para llevarle
al verdadero creyente una seguridad clara de que es salvo por el tiempo y por
la eternidad. Cuando persisten las dudas, mira de nuevo al Cristo de la Cruz y
di: “El murió por mis pecados. Pagó mis culpas. Prometió que, si yo confiase
en él como mi Sustituto, me salvaría. He confiado en él. Ahora confío en que ha
de cumplir su promesa.”
Algunos
recién convertidos cuando parece decrecer el fervor de su primer amor a
Cristo, cometen el error de caer en un estado de abatimiento, y se apodera de
ellos la sensación de que están perdidos. Es bueno recordar que nuestros
cuerpos y sentimientos y afectos pueden variar de acuerdo con el estado de
nuestra salud, o del tiempo, o de las circunstancias en que nos encontramos, o
por muchas otras causas; pero Jesucristo no cambia nunca. Es el mismo ayer,
hoy, y por los siglos.
Robert
Boyd ha dicho: “Hemos conocido a algunas personas que nunca creían estar
disfrutando de la religión si no se encontraban en medio de emociones
violentas. La reunión evangélica que no hacía que se derritieran en lágrimas o
que se elevaran a las alturas del éxtasis místico, no era para ellos una buena
reunión. La exposición tranquila de la verdad divina, el estudio sincero de la
Biblia para conocer la voluntad de Dios, las oraciones y las vigilias de la
cámara, todas parecen, a las tales personas, aburridas y sin interés. Son
personas parecidas a los lectores habituales de las novelas sensacionales; no
gustan ya de lo sólido y edificante.” Mi querido lector: ahora que estás
iniciando tu carrera cristiana, evita estos males, deja que Jesús quien es el
autor, sea también el consumador de tu fe.
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