José, el amado
De los doce hijos de Jacob, se dice que el padre amaba
más a José que a los otros, porque le había tenido en su vejez. Pero si su
padre le amaba, sus hermanos le aborrecían, y no le podían hablar
pacíficamente. Sin duda le tenían celos y había otras razones por el odio que
le guardaban. Él noticiaba a su padre la mala fama de ellos. A menudo los
escuchaba contar las inmoralidades que habían cometido entre los vecinos, y por
la noticia que de José recibía, el padre les reprendía.
Mientras los otros hijos trataban a su padre con
desconfianza y le manifestaban poco cariño, José todo lo confiaba, buscando su
parecer, ganando así las manifestaciones del amor paternal que tanto les
inspiraba envidia en los otros. En vez de reconocer que la falta era de parte
de ellos mismos, buscaban causa contra José por su popularidad con el padre.
Otra razón dada en las Escrituras porque los hermanos
odiaban a José fue la de los sueños. En uno de ellos se vio entre sus hermanos
atando manojos en un campo de trigo, y mientras se paraba el manojo de José los
demás se inclinaban a él. Otra vez soñó y vio que el sol y la luna y las once
estrellas se inclinaban a él. Al confesar este sueño, aun su padre le
reprendió, pero a la vez se hizo pensativo, guardando qué sería el significado de
eso.
Como los hijos mayores de Jacob siguieron el trabajo de
su padre, se apartaron lejos del lugar de su habitación en busca de pastos para
sus ovejas. En una de estas ocasiones Jacob llamó a su hijo José para enviarle
a saber de ellos y de las ovejas. José contestó: “Heme aquí”, y salió pronto
para una parte por él desconocida. Tuvo dificultad en hallar a sus hermanos,
pero su fidelidad a su padre no le dejó volver atrás antes de cumplir su
misión.
Pero ¿cómo le recibieron? Al verlo de lejos proyectaron
contra él para matarle. Burlándose de él, dijeron: “He aquí viene el soñador”.
Propusieron matarle y echarlo en una cisterna vacía. Luego al pasar algunos
mercaderes ismaelitas en camino a Egipto, le sacaron de la cisterna y lo
vendieron. Cuando José salió de la presencia de su padre para buscar a sus
hermanos, él anduvo un camino que jamás había atravesado. Los hermanos se
habían extraviado del lugar a donde Jacob los había enviado, y José tuvo que
buscarlos.
Así nuestro Señor Jesús, en su parábola de la oveja
perdida, describe el pastor dejando a las noventa y nueve en lugar seguro para
ir en busca de la perdida. No cesó hasta encontrarla.
Como José fue acusado falsamente en la cárcel, apartado
por un tiempo de la vista de todo el mundo, y después fue sacado y levantado
por el rey de Egipto al segundo puesto en el reino, así nuestro Señor sin culpa
fue muerto y enterrado. A los tres días fue resucitado, y al cabo de cuarenta
días fue levantado a la diestra del Padre Dios y coronado de gloria y honra.
Él se ocupa ahora, como Pontífice de su pueblo, en
ofrecer a Dios las oraciones y alabanzas de los salvos. Vendrá el día en que le
serán dadas también las glorias terrenales, pero ahora no las busca, ni inspira
a su pueblo buscarlas, sino las cosas de arriba donde Él está.
La sabiduría de José en interpretar los sueños de otros presos
hizo que fuese llamado por el rey de Egipto para interpretar un sueño
importante que éste tuvo. Le hizo saber al rey que habría siete años de
abundancia, seguidos por siete de hambre. Dio consejo de hacer preparativos
enseguida contra tan terrible suceso.
Le hizo caso el rey y, creyendo que ninguno podría con
más sabiduría atender al asunto de juntar el trigo necesario, nombró a José por
mayordomo. Así José fue exaltado y vino a ser el salvador del pueblo egipcio.
También el ahorro de trigo llegó a salvar las vidas de otras gentes de naciones
en derredor. Veremos más adelante cómo esto resultó en el cumplimiento del
sueño de José acerca del sol, luna y estrellas inclinados
ante él.
Hubo mucha alegría en Egipto durante los años de
abundancia, y seguramente algunos pensaban que así sería siempre, pero José
hacía preparativos contra el mal tiempo profetizado. Pronto llegó el fatal año
del principio del hambre, y no había otra cosa que hacer sino ir al rey en
busca de socorro. Para todos Faraón tenía una sola respuesta: “Id a José y
haced lo que él os dijere”.
En esto él prefigura a nuestro Señor Jesús, de quien
Pedro dice en Hechos 4.12: “En ningún otro hay salvación, porque no hay otro
nombre bajo el cielo dado a los hombres, en que podemos ser salvos”. A uno solo
ha dado Dios el honor de salvarnos, y es a su bendito Hijo. Ningún santo puede
compartir con él esa gloria, pues Él sólo ha muerto por nosotros, y es la
sangre suya que tiene virtud para quitar nuestros pecados.
Los devotos del así llamado San José, esposo de María la
madre de Jesús, quizás habrán visto imágenes con la inscripción siguiente: “Id
a José, y haced lo que él os dijere”. Cuentan los fabricantes de estos ídolos
con la ignorancia del pueblo acerca de las Sagradas Escrituras, y hacen creer
que estas palabras tienen su aplicación a José el marido de María, cuando de
hecho fueron pronunciadas siglos antes del día de nuestro Señor, y se
relacionan del todo con otro José.
Amigo lector, prepárate para el día malo. Pronto tendrás
que ir de aquí a la eternidad. Si no has hecho preparativos, te irá mal. Piensa
en el futuro de tu alma; acude a Jesucristo para el perdón de tus pecados;
creyendo en él, y sólo en él, serás salvo. Si sigues hasta la muerte sin
arrepentimiento, tu preciosa alma irá a la perdición y tormento del infierno.
“La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”, 1 Juan 1.7.
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