martes, 3 de abril de 2018

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO.(Parte XIX)

José, el amado





De los doce hijos de Jacob, se dice que el padre amaba más a José que a los otros, porque le había tenido en su vejez. Pero si su padre le amaba, sus hermanos le aborrecían, y no le podían hablar pacíficamente. Sin duda le tenían celos y había otras razones por el odio que le guardaban. Él noticiaba a su padre la mala fama de ellos. A menudo los escuchaba contar las inmoralidades que habían cometido entre los vecinos, y por la noticia que de José recibía, el padre les reprendía.
Mientras los otros hijos trataban a su padre con desconfianza y le manifestaban poco cariño, José todo lo confiaba, buscando su parecer, ganando así las manifestaciones del amor paternal que tanto les inspiraba envidia en los otros. En vez de reconocer que la falta era de parte de ellos mismos, buscaban causa contra José por su popularidad con el padre.
Otra razón dada en las Escrituras porque los hermanos odiaban a José fue la de los sueños. En uno de ellos se vio entre sus hermanos atando manojos en un campo de trigo, y mientras se paraba el manojo de José los demás se inclinaban a él. Otra vez soñó y vio que el sol y la luna y las once estrellas se inclinaban a él. Al confesar este sueño, aun su padre le reprendió, pero a la vez se hizo pensativo, guardando qué sería el significado de eso.

Como los hijos mayores de Jacob siguieron el trabajo de su padre, se apartaron lejos del lugar de su habitación en busca de pastos para sus ovejas. En una de estas ocasiones Jacob llamó a su hijo José para enviarle a saber de ellos y de las ovejas. José contestó: “Heme aquí”, y salió pronto para una parte por él desconocida. Tuvo dificultad en hallar a sus hermanos, pero su fidelidad a su padre no le dejó volver atrás antes de cumplir su misión.
Pero ¿cómo le recibieron? Al verlo de lejos proyectaron contra él para matarle. Burlándose de él, dijeron: “He aquí viene el soñador”. Propusieron matarle y echarlo en una cisterna vacía. Luego al pasar algunos mercaderes ismaelitas en camino a Egipto, le sacaron de la cisterna y lo vendieron. Cuando José salió de la presencia de su padre para buscar a sus hermanos, él anduvo un camino que jamás había atravesado. Los hermanos se habían extraviado del lugar a donde Jacob los había enviado, y José tuvo que buscarlos.
Así nuestro Señor Jesús, en su parábola de la oveja perdida, describe el pastor dejando a las noventa y nueve en lugar seguro para ir en busca de la perdida. No cesó hasta encontrarla.
A pesar de la benignidad de la misión de José, él fue rechazado y vendido a esos mercaderes. Los mercaderes en el caso de nuestro Señor Jesús fueron los mismos jefes de la religión de ese día, los sacerdotes. Judas, el traidor, vendió a nuestro Señor a ellos por treinta piezas de plata, el precio de un esclavo, y Jesús fue condenado como reo a la más horrorosa muerte de crucifixión.
Como José fue acusado falsamente en la cárcel, apartado por un tiempo de la vista de todo el mundo, y después fue sacado y levantado por el rey de Egipto al segundo puesto en el reino, así nuestro Señor sin culpa fue muerto y enterrado. A los tres días fue resucitado, y al cabo de cuarenta días fue levantado a la diestra del Padre Dios y coronado de gloria y honra.
Él se ocupa ahora, como Pontífice de su pueblo, en ofrecer a Dios las oraciones y alabanzas de los salvos. Vendrá el día en que le serán dadas también las glorias terrenales, pero ahora no las busca, ni inspira a su pueblo buscarlas, sino las cosas de arriba donde Él está.
La sabiduría de José en interpretar los sueños de otros presos hizo que fuese llamado por el rey de Egipto para interpretar un sueño importante que éste tuvo. Le hizo saber al rey que habría siete años de abundancia, seguidos por siete de hambre. Dio consejo de hacer preparativos enseguida contra tan terrible suceso.
Le hizo caso el rey y, creyendo que ninguno podría con más sabiduría atender al asunto de juntar el trigo necesario, nombró a José por mayordomo. Así José fue exaltado y vino a ser el salvador del pueblo egipcio. También el ahorro de trigo llegó a salvar las vidas de otras gentes de naciones en derredor. Veremos más adelante cómo esto resultó en el cumplimiento del sueño de José acerca del sol, luna y estrellas inclinados ante él.
Hubo mucha alegría en Egipto durante los años de abundancia, y seguramente algunos pensaban que así sería siempre, pero José hacía preparativos contra el mal tiempo profetizado. Pronto llegó el fatal año del principio del hambre, y no había otra cosa que hacer sino ir al rey en busca de socorro. Para todos Faraón tenía una sola respuesta: “Id a José y haced lo que él os dijere”.
En esto él prefigura a nuestro Señor Jesús, de quien Pedro dice en Hechos 4.12: “En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en que podemos ser salvos”. A uno solo ha dado Dios el honor de salvarnos, y es a su bendito Hijo. Ningún santo puede compartir con él esa gloria, pues Él sólo ha muerto por nosotros, y es la sangre suya que tiene virtud para quitar nuestros pecados.
Los devotos del así llamado San José, esposo de María la madre de Jesús, quizás habrán visto imágenes con la inscripción siguiente: “Id a José, y haced lo que él os dijere”. Cuentan los fabricantes de estos ídolos con la ignorancia del pueblo acerca de las Sagradas Escrituras, y hacen creer que estas palabras tienen su aplicación a José el marido de María, cuando de hecho fueron pronunciadas siglos antes del día de nuestro Señor, y se relacionan del todo con otro José.
Amigo lector, prepárate para el día malo. Pronto tendrás que ir de aquí a la eternidad. Si no has hecho preparativos, te irá mal. Piensa en el futuro de tu alma; acude a Jesucristo para el perdón de tus pecados; creyendo en él, y sólo en él, serás salvo. Si sigues hasta la muerte sin arrepentimiento, tu preciosa alma irá a la perdición y tormento del infierno. “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”, 1 Juan 1.7.

No hay comentarios:

Publicar un comentario