martes, 3 de abril de 2018

LA ORACIÓN DEL SEÑOR:


Mateo 6: 9 al 13
"Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. no nos metas en tentación, más líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén."


Esta oración se entrelaza con algunos de nuestros más santos recuerdos y asociaciones. ¡Cuántas personas, de hecho, fueron enseñadas primeramente a balbucear sagradas peticiones sobre las rodillas de una madre! Dicha oración se apegó así a los afectos — un apego que se profundizó en años posteriores cuando, día del Señor tras día del Señor, era repetida una y otra vez, en conjunto con cientos de personas en la iglesia o capilla. Entonces, ella vincula también, en la imaginación, el presente con el pasado, y raza con raza; ya que la imaginación ama pensar obsesivamente que el hecho de que esta misma oración, dada por nuestro Señor a Sus discípulos, ha encontrado un lugar en las liturgias de cada sección de la Cristiandad, y ha sido usada así por siglos, y es repetida semana tras semana, casi simultáneamente, por miles de personas en diferentes regiones y lenguas. No es de extrañar, por tanto, que se la considere con especial reverencia, y como poseyendo una santidad peculiar a ella misma.
Esto ha encontrado una expresión sorprendente en relación con la versión revisada del Nuevo Testamento publicada últimamente. Los revisores se han aventurado a alterar ligeramente su fraseología, y a omitir, debido a la insuficiencia de la evidencia de la inspiración de ellas, las palabras finales — "porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén." Se ha encontrado falla con esto, sobre el terreno de que «la antigua forma en la que las oraciones de los ingleses han sido pronunciadas por tantas generaciones debería haber sido respetada.» Independientemente de lo que se pueda pensar acerca de este veredicto, la pregunta planteada en nuestra mente es, ¿Debería esta oración ser usada por Cristianos? En otras palabras, ¿Fue la intención de nuestro Señor que ella fuese adoptada por los creyentes después del descenso del Espíritu Santo en Pentecostés? Es a la respuesta a esta pregunta que nosotros invitamos a la seria atención de nuestros lectores.
Antes que nada, se puede tener como premisa, y el hecho es patente, que hay muchas oraciones registradas antes de la muerte y resurrección del Señor Jesús, especialmente en el Antiguo Testamento, que serían totalmente inadecuadas para este período de la gracia. Tomen algunas peticiones registradas en los Salmos — peticiones imprecatorias, como se las denomina. Vayan, por ejemplo, al Salmo 69: 22 al 28, y se percibirá, de inmediato, que el espíritu de tales oraciones es completamente ajeno a la inculcada al Cristiano. Así también con muchas de las oraciones encontradas en Jeremías (Jeremías 10: 24 y 25; Jeremías 18: 19 al 23, etc.), y en otras Escrituras del Antiguo Testamento. Esto será suficiente para demostrar que una oración compuesta por el Espíritu de Dios, en una dispensación, no es necesariamente adecuada para el pueblo de Dios de todas las épocas. Conservando este principio en mente, nosotros podemos examinar la oración que el Señor dio a Sus discípulos.
Cabe señalar que, desde el principio, ella no contiene ningún indicio de redención. Puede decirse que ello se asume; y, no obstante, difícilmente puede ser así, si nosotros recordamos el rasgo distintivo de la redención, tal como es presentada en la epístola a los Efesios: "En quien” (es decir, en Cristo), dice el apóstol, "tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia." (Efesios 1:7). Es muy cierto que la oración podía ser usada sólo por quienes estaban en el terreno del pueblo de Dios, tal como estaban los Judíos, quienes tenían el modo y los medios designados de acceso a Dios; pero hablamos ahora de redención, tal como fue consumada por la muerte y resurrección de Cristo. Entonces, lejos de que el perdón por medio de la sangre preciosa de Cristo fuese conocido, es decir, que ya no hay más conciencia de pecados por Su sacrificio único (Hebreos 10), los discípulos son dirigidos a clamar, "perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores." (Mateo 6:12). Por tanto, la eficacia de la sangre preciosa de Cristo no estaba anticipada aquí, ni tampoco se suponía que la conocían los que debían acercarse a Dios con estas peticiones en sus labios. No hay punto más importante sobre el que se deba insistir, especialmente en la actualidad, que el perdón de pecados conocido es, por todas partes en las epístolas, considerado como la herencia común de todo creyente. El apóstol Juan escribe así: "Os escribo a vosotros, hijitos (y el término "hijitos” en este lugar incluye a toda la familia de Dios), porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre." (1a. Juan 2:12). Es así muy evidente que esta oración no se eleva a la altura, en este particular, de la que puede ser llamada 'la bendición inicial Cristiana'.

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