miércoles, 1 de agosto de 2018

VIDA DE AMOR (Parte VIII)


VICTORIA DEL AMOR


Recordemos nuevamente por un momento como el apóstol está tratando este gran tema. En los versículos 1-3 habla de la preeminencia y el valor del amor; en los versículos 4-7, de las prerrogativas y virtud del amor; y en los versículos 8-13 de la permanencia y victoria del amor.
Estamos considerando ahora la última de estas di­visiones: la permanencia y victoria del amor. A este res­pecto observamos nuevamente que se llega a un clímax en el versículo 8; se presenta un contraste en los versícu­los 8-12; una comparación es hecha en el versículo 13; y una norma es preceptuada en el capítulo XIV 1.
Consideremos ahora el versículo 13 en el cual se hace una comparación.
“Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; mas el mayor de ellos es el amor”.
El apóstol termina su cántico con la nota más alta. Ha dejado el acorde más espléndido para lo último.
Tres cosas pasan, dice; la profecía, las lenguas y el conocimiento; y tres cosas permanecen: la fe, la espe­ranza y el amor.
En el párrafo anterior la grandeza suprema del amor ha sido demostrada por vía de contraste (v. v. 8-12), pero aquí se demuestra por vía de comparación, no con los dones, sino con las virtudes compañeras del amor: la fe y la esperanza. Consideremos, pues, tres cosas: la ex­celencia, la permanencia y la grandeza de las tres virtudes.
La excelencia de las tres virtudes, la fe, la esperan­za y el amor. Debemos recordar cómo están asociadas éstas en los escritos del apóstol. En Romanos 5 versículos 1-5 leemos, “Justificados pues por la fe, nos gloriamos en la esperanza, porque el amor de Dios está derramado en nuestros corazones”. En Col. I 4,5, “Habiendo oído vuestra fe en Cristo Jesús, y el amor que tenéis a todos los santos, a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos”. En 1 Te. I 3, “Sin cesar acordándonos delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, y del trabajo de amor y de la tolerancia de la espe­ranza del Señor nuestro Jesucristo”. En 1 Tes. 5 versículo 8, “Vestidos de cota de fe y de amor, y la esperanza de salud por yelmo”.
El amor no es magnificado si disminuimos la gran­deza de la fe y la esperanza. Considerad por un momen­to la grandeza de la fe. La fe es la confianza, por causa de la evidencia, que conduce a la acción y que es humana y divina. La fe humana es una posesión universal que entra en todas nuestras relaciones con nuestros semejan­tes. Es la cualidad sobre la cual reposa todo el edificio de nuestra estructura social, comercial y gubernamental. Sin ella la vida civilizada sería imposible. La fe divina es una dependencia absoluta de Dios y una feliz confianza en El, y es poseída solamente por cristianos. Es tan sólo por la fe que se puede llegar a ser un hijo de Dios; “A todos los que le recibieron dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre”. La reli­gión misma depende de la fe, pues “es menester que el que a Dios se allega, crea que le hay, y que es el galardonador de los que le buscan”. En el Antiguo Testamen­to tenemos el hecho de la fe ilustrado y en el Nuevo Testamento la doctrina de la fe expuesta.
Ahora pensad un momento en la grandeza de la es­peranza. La esperanza es una perspectiva del bien futuro, que abrigamos con gozo y firmeza. ¡Qué cualidad im­portante es la esperanza humana! Imaginaos un mundo de seres sin expectativas, sin miras al porvenir, sin espe­ranzas. Si bien toda esperanza terrenal es acompañada de incertidumbre y experimenta desilusiones, no obstante, continuamos esperando, y si la esperanza nos faltara la lámpara de la vida se apagaría. Una cualidad mucho más grande es la esperanza divina. La esperanza huma­na, en el mejor de los casos, es limitada a este mundo y sus cosas, pero la esperanza divina alcanza mucho más allá de las circunstancias temporales y ve horizontes más brillantes que el sol. Sin semejante esperanza el Cristia­nismo sería imposible, porque en esperanza fuimos sal­vos y si lo que no vemos esperamos, por paciencia espe­ramos. La esperanza cristiana no es un obscuro “quizás” sino una brillante seguridad. No es una vaga suposición, sino una alegre certeza.
¿Y qué puede decirse de la grandeza del amor? Esa es la substancia de todo el capítulo, en el cual se demues­tra que todos los dones, sin amor, no son nada, que el amor aun sin los dones es suficiente, y mientras que los dones son transitorios el amor permanece. Lo menos que se puede decir del amor es que es una de las tres cosas más grandes del mundo.
Cuán grande, pues, son estas tres cosas y cuán vi­talmente relacionadas. La fe es el tema preeminente de Pablo; la esperanza es el tema preeminente de Pedro; y el amor es el tema preeminente de Juan. La fe posee el pasado; la esperanza reivindica el futuro; el amor go­bierna el presente. La fe ve al Cristo que ha venido; la esperanza ve al Cristo que vendrá; el amor ve al Cristo siempre permaneciente.
Aunque separados en la representación, la fe, la es­peranza y el amor son en realidad compañeros insepara­bles, estrechamente unidos, no tan sólo a cada cristiano, sino también entre sí. ¿Qué, en realidad, es la fe sin la esperanza y el amor? Una convicción gozosa del intelec­to, pero sin un poder vital en el corazón ni fruto ma­duro en la vida. Sin la esperanza, la fe nunca vería el cielo, pero aun si pudiese entrar en él, el cielo carecería de su mayor ventura. ¿Y qué es la esperanza sin fe y amor? Cuando mucho un sueño fútil, del cual pronto tendremos el triste despertar, una fragante flor en el jar­dín, que se marchita antes de producir fruto. ¿Y qué es el amor sin la esperanza y la fe? El surgir de un senti­miento natural, quizás, pero de ninguna manera un prin­cipio espiritual de la vida. Si el amor no cree, tiene que morir; si no espera en la misma medida que ama, es en­tonces una fuente de sufrimiento sin par. De manera que, cualquiera de estas tres hermanas que quisiéramos separar de las otras, al hacerlo suscribiríamos su sentencia de muerte. Aun si dos de ellas permanecen unidas, el ful­gor de su hermosura es menguado cuando la tercera haya desaparecido.
Ahora pensemos en segundo lugar de la permanen­cia de las tres virtudes. Esto es indicado por dos palabras, “Ahora permanecen”, siendo ambas de suma importan­cia. Aquí tenemos una declaración, una ilación y una re­velación.
Aquí tenemos una declaración: “Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor”. Todas las tres permane­cen. Toda una escuela de comentaristas, empezando con Crisóstomo, ha interpretado la palabra “ahora” en este pasaje, como refiriéndose al tiempo, como en el ver­sículo 12, pero indudablemente la palabra no es emplea­da en un sentido temporal, sino lógico. Es el equivalente de “así que”. No se usa en contraste con el “entonces” del versículo 12, sino que indica una conclusión del asun­to. Los corintios habían pensado que los dones eran lo permanente, pero Pablo les demuestra que éstos pasarán, y luego dice, en conclusión, “en realidad esto es lo que permanece y de ninguna manera lo que vosotros supo­néis”. Es curioso que este significado ha sido tan gene­ralmente pasado por alto por lectores del pasaje; tanto doctos como indoctos han dejado de notarlo. Con fre­cuencia notaréis que se presume en himnos — y la poesía sagrada no es siempre teología — y otra literatura reli­giosa, que la fe y la esperanza, en lugar de estar asocia­das al amor en esta cualidad de permanencia, como Pa­blo declara que son, están puestos en contraste con él, siendo que ellos son transitorios, mientras que el amor es eterno. Eso a veces resulta buena rima, pero es mala teología. Tal lenguaje es lo bastante plausible para ser generalmente aceptado, pero está en desacuerdo con las convicciones expuestas aquí. El pasaje que estamos con­siderando no es de significado dudoso. Ningún intér­prete competente podría dudar de que el propósito de Pablo es decir que la fe, la esperanza y el amor todos permanecen, y que al decir “permanecen” quiere indicar que no tienen el carácter mudable y transitorio que co­rresponden a las otras cosas de que ha estado hablando. Es cierto que está afirmando la gloria suprema del amor; es más grande, dice, que la fe y la esperanza, pero estas dos gracias hermanas comparten con ella la descripción singular que todas permanecen. El punto principal que debe notarse, pues, en esta declaración, es la permanen­cia que atribuye a estas gracias de las cuales habla. Re­presenta a la fe, la esperanza y el amor, estas tres, como siendo todas igualmente permanecientes. Por lo tanto “ahora” en nuestro pasaje, no significa “ahora” en tiem­po, pues entonces estas tres en nada diferirían de los dones. “Y ahora permanecen— a esta palabra debe dársele toda su fuerza. Es igual al “nunca fenece” del versículo 8a, y está en contraste con el “acabarán” del 8b. Lo que se dice del amor, pues, se dice también de la fe y la esperanza.
Cuando Pablo toma tres palabras y las junta con un verbo en singular[1], no ha hecho un error de plu­ma ni cometido una falta gramatical que un niño po­dría corregir, pero aquella aparente irregularidad grama­tical contiene una gran verdad, porque la fe, la esperan­za y el amor para los cuales no tiene sino un verbo en singular, se declaran por ello ser en su profundidad y esencia una sola cosa, y ello, la triple estrella, continúa brillando. Los tres colores primarios son uno en el rayo blanco de luz. No corrijáis la gramática y perdáis la ver­dad, más discernid lo que significa cuando dice “Ahora permanece la fe, la esperanza y el amor”, pues esto es lo que quiere decir: que las dos últimas provienen de la primera, y que sin ella no existen, y que ella sin las otras es muerta. La fe, la esperanza y el amor constituyen una trinidad en unidad; por lo tanto, son coextensivas unas con otras.
¿Pero es cierto que la fe y la esperanza permane­cen? ¿No será reemplazada la fe por la vista y la espe­ranza por la fruición? Las Escrituras no lo afirman en ningún lugar, y es seguro que no será así, si la continui­dad de la vida es una verdad. De manera que, después de esta declaración y encerrada en ella se halla una ila­ción (nexo); precisamente porque la fe y la esperanza, a la par del amor, son condiciones vitales de nuestras relaciones con Dios, deben existir mientras duren esas relaciones. La fe y la esperanza no son meros complementos de la vida humana, pero son condiciones fundamentales de nues­tra existencia personal, y por lo tanto deben permane­cer mientras existan Dios y el alma. Justamente porque continuaremos siendo eternamente finitos dependientes del infinito, la fe y la esperanza junto con el amor, que son condiciones de nuestra vida espiritual, deben perma­necer. Y en esta declaración e ilación se halla una reve­lación, una revelación de al menos dos cosas de gran sig­nificado e importancia. La primera de estas es que la vida futura será progresiva. Como por la fe y la espe­ranza adquirimos lo que es divino, y como nunca po­drá llegar el tiempo cuando no tengamos ya necesidad de adquirirlo, nunca podremos pasar sin la fe y la es­peranza. La fe continuará eternamente poseyendo a Dios más plenamente y la esperanza nunca cesará de ver nue­vas perspectivas de gloria. Debemos tener cuidado de no confundir lo eterno con lo final. Alcanzar lo final signi­ficaría no llegar a la eternidad. En el cielo habrá perfec­ción, pero habrá diferencia de desarrollo, así como una estrella es diferente de otra en gloria. Cada uno tendrá toda la bienaventuranza que podrá recibir, pero habrá diferencia en las capacidades y en cada caso habrá pro­greso de un plano a otro. “En la casa de mi Padre mu­chas moradas hay”, es decir, lugares de descanso, una figura que se refiere a aquellas estaciones sobre las gran­des carreteras, donde los viajeros podían obtener des­canso y alimento antes de continuar su viaje. La pala­bra contiene la idea tanto de progreso como de reposo, pero éstos, en el cielo como en la tierra, dependen de la fe y la esperanza.
Digamos nuevamente que no es más una idea bí­blica que la esperanza se pierde en la fruición (gozo), que lo es que la fe se pierda en la vista, sino más bien que el pro­greso futuro nos presenta, a éstas como las comunica­ciones continuas de un Dios inagotable a las capacida­des progresivas de nuestros espíritus. En esa comunica­ción continua hay progreso continuo; doquier haya pro­greso tiene que haber esperanza, y así la bella visión que tan a menudo ha flotado ilusiva ante nuestra vista, y nos ha conducido a pantanos y lugares cenagosos, es­fumándose luego, moverá ante nosotros por la larga ave­nida del progreso interminable, y una y otra vez volverá a decirnos de glorias invisibles que nos esperan más allá, para invitarnos a penetrar más en las profundidades del cielo y la plenitud de Dios, la esperanza permanece. Ca­da nueva adquisición de Dios hará posible una adquisi­ción más amplia, cada nuevo pináculo de gloria que escalamos revelará pináculos aún más gloriosos más allá, y el medio eterno de nuestro progreso allá, como aquí, será la fe, la esperanza y el amor. Tan solo éstas, de las cosas presentes, permanecen para siempre, porque son los elementos esenciales del carácter cristiano.


[1] Parece que, en el original griego, como también en las traducciones inglesas, el verbo está en singular — “permanece”.


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