VICTORIA DEL AMOR
Recordemos
nuevamente por un momento como el apóstol está tratando este gran tema. En los versículos
1-3 habla de la preeminencia y el valor del amor; en los versículos 4-7, de las
prerrogativas y virtud del amor; y en los versículos 8-13 de la permanencia y
victoria del amor.
Estamos considerando
ahora la última de estas divisiones: la permanencia y victoria del amor. A
este respecto observamos nuevamente que se llega a un clímax en el versículo
8; se presenta un contraste en los versículos 8-12; una comparación es hecha
en el versículo 13; y una norma es preceptuada en el capítulo XIV 1.
Consideremos ahora
el versículo 13 en el cual se hace una comparación.
“Y ahora permanecen
la fe, la esperanza y el amor, estos tres; mas el mayor de ellos es el amor”.
El apóstol termina
su cántico con la nota más alta. Ha dejado el acorde más espléndido para lo
último.
Tres cosas pasan,
dice; la profecía, las lenguas y el conocimiento; y tres cosas permanecen: la
fe, la esperanza y el amor.
En el párrafo
anterior la grandeza suprema del amor ha sido demostrada por vía de contraste
(v. v. 8-12), pero aquí se demuestra por vía de comparación, no con los dones,
sino con las virtudes compañeras del amor: la fe y la esperanza. Consideremos,
pues, tres cosas: la excelencia, la permanencia y la grandeza de las tres
virtudes.
La excelencia de las
tres virtudes, la fe, la esperanza y el amor. Debemos recordar cómo están
asociadas éstas en los escritos del apóstol. En Romanos 5 versículos 1-5
leemos, “Justificados pues por la fe, nos gloriamos en la esperanza, porque el
amor de Dios está derramado en nuestros corazones”. En Col. I 4,5, “Habiendo
oído vuestra fe en Cristo Jesús, y el amor que tenéis a todos los santos, a
causa de la esperanza que os está guardada en los cielos”. En 1 Te. I 3, “Sin
cesar acordándonos delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, y
del trabajo de amor y de la tolerancia de la esperanza del Señor nuestro
Jesucristo”. En 1 Tes. 5 versículo 8, “Vestidos de cota de fe y de amor, y la
esperanza de salud por yelmo”.
El amor no es
magnificado si disminuimos la grandeza de la fe y la esperanza. Considerad por
un momento la grandeza de la fe. La fe es la confianza, por causa de la
evidencia, que conduce a la acción y que es humana y divina. La fe humana es
una posesión universal que entra en todas nuestras relaciones con nuestros semejantes.
Es la cualidad sobre la cual reposa todo el edificio de nuestra estructura
social, comercial y gubernamental. Sin ella la vida civilizada sería imposible.
La fe divina es una dependencia absoluta de Dios y una feliz confianza en El, y
es poseída solamente por cristianos. Es tan sólo por la fe que se puede llegar
a ser un hijo de Dios; “A todos los que le recibieron dióles potestad de ser
hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre”. La religión misma depende
de la fe, pues “es menester que el que a Dios se allega, crea que le hay, y que
es el galardonador de los que le buscan”. En el Antiguo Testamento tenemos el
hecho de la fe ilustrado y en el Nuevo Testamento la doctrina de la fe
expuesta.
Ahora pensad un
momento en la grandeza de la esperanza. La esperanza es una perspectiva del
bien futuro, que abrigamos con gozo y firmeza. ¡Qué cualidad importante es la
esperanza humana! Imaginaos un mundo de seres sin expectativas, sin miras al
porvenir, sin esperanzas. Si bien toda esperanza terrenal es acompañada de
incertidumbre y experimenta desilusiones, no obstante, continuamos esperando, y
si la esperanza nos faltara la lámpara de la vida se apagaría. Una cualidad
mucho más grande es la esperanza divina. La esperanza humana, en el mejor de
los casos, es limitada a este mundo y sus cosas, pero la esperanza divina
alcanza mucho más allá de las circunstancias temporales y ve horizontes más
brillantes que el sol. Sin semejante esperanza el Cristianismo sería
imposible, porque en esperanza fuimos salvos y si lo que no vemos esperamos,
por paciencia esperamos. La esperanza cristiana no es un obscuro “quizás” sino
una brillante seguridad. No es una vaga suposición, sino una alegre certeza.
¿Y qué puede decirse
de la grandeza del amor? Esa es la substancia de todo el capítulo, en el cual
se demuestra que todos los dones, sin amor, no son nada, que el amor aun sin
los dones es suficiente, y mientras que los dones son transitorios el amor
permanece. Lo menos que se puede decir del amor es que es una de las tres cosas
más grandes del mundo.
Cuán grande, pues,
son estas tres cosas y cuán vitalmente relacionadas. La fe es el tema
preeminente de Pablo; la esperanza es el tema preeminente de Pedro; y el amor
es el tema preeminente de Juan. La fe posee el pasado; la esperanza reivindica
el futuro; el amor gobierna el presente. La fe ve al Cristo que ha venido; la
esperanza ve al Cristo que vendrá; el amor ve al Cristo siempre permaneciente.
Aunque separados en
la representación, la fe, la esperanza y el amor son en realidad compañeros
inseparables, estrechamente unidos, no tan sólo a cada cristiano, sino también
entre sí. ¿Qué, en realidad, es la fe sin la esperanza y el amor? Una
convicción gozosa del intelecto, pero sin un poder vital en el corazón ni
fruto maduro en la vida. Sin la esperanza, la fe nunca vería el cielo, pero
aun si pudiese entrar en él, el cielo carecería de su mayor ventura. ¿Y qué es
la esperanza sin fe y amor? Cuando mucho un sueño fútil, del cual pronto
tendremos el triste despertar, una fragante flor en el jardín, que se marchita
antes de producir fruto. ¿Y qué es el amor sin la esperanza y la fe? El surgir
de un sentimiento natural, quizás, pero de ninguna manera un principio
espiritual de la vida. Si el amor no cree, tiene que morir; si no espera en la
misma medida que ama, es entonces una fuente de sufrimiento sin par. De manera
que, cualquiera de estas tres hermanas que quisiéramos separar de las otras, al
hacerlo suscribiríamos su sentencia de muerte. Aun si dos de ellas permanecen
unidas, el fulgor de su hermosura es menguado cuando la tercera haya
desaparecido.
Ahora pensemos en
segundo lugar de la permanencia de las tres virtudes. Esto es indicado por dos
palabras, “Ahora permanecen”, siendo ambas de suma importancia. Aquí tenemos
una declaración, una ilación y una revelación.
Aquí tenemos una
declaración: “Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor”. Todas las tres
permanecen. Toda una escuela de comentaristas, empezando con Crisóstomo, ha
interpretado la palabra “ahora” en este pasaje, como refiriéndose al tiempo,
como en el versículo 12, pero indudablemente la palabra no es empleada en un
sentido temporal, sino lógico. Es el equivalente de “así que”. No se usa en
contraste con el “entonces” del versículo 12, sino que indica una conclusión
del asunto. Los corintios habían pensado que los dones eran lo permanente,
pero Pablo les demuestra que éstos pasarán, y luego dice, en conclusión, “en
realidad esto es lo que permanece y de ninguna manera lo que vosotros suponéis”.
Es curioso que este significado ha sido tan generalmente pasado por alto por
lectores del pasaje; tanto doctos como indoctos han dejado de notarlo. Con frecuencia
notaréis que se presume en himnos — y la poesía sagrada no es siempre teología
— y otra literatura religiosa, que la fe y la esperanza, en lugar de estar
asociadas al amor en esta cualidad de permanencia, como Pablo declara que
son, están puestos en contraste con él, siendo que ellos son transitorios,
mientras que el amor es eterno. Eso a veces resulta buena rima, pero es mala
teología. Tal lenguaje es lo bastante plausible para ser generalmente aceptado,
pero está en desacuerdo con las convicciones expuestas aquí. El pasaje que
estamos considerando no es de significado dudoso. Ningún intérprete
competente podría dudar de que el propósito de Pablo es decir que la fe, la
esperanza y el amor todos permanecen, y que al decir “permanecen” quiere
indicar que no tienen el carácter mudable y transitorio que corresponden a las
otras cosas de que ha estado hablando. Es cierto que está afirmando la gloria
suprema del amor; es más grande, dice, que la fe y la esperanza, pero estas dos
gracias hermanas comparten con ella la descripción singular que todas
permanecen. El punto principal que debe notarse, pues, en esta declaración, es
la permanencia que atribuye a estas gracias de las cuales habla. Representa a
la fe, la esperanza y el amor, estas tres, como siendo todas igualmente
permanecientes. Por lo tanto “ahora” en nuestro pasaje, no significa “ahora” en
tiempo, pues entonces estas tres en nada diferirían de los dones. “Y ahora
permanecen— a esta palabra debe dársele toda su fuerza. Es igual al “nunca
fenece” del versículo 8a, y está en contraste con el “acabarán” del 8b. Lo que
se dice del amor, pues, se dice también de la fe y la esperanza.
Cuando Pablo toma
tres palabras y las junta con un verbo en singular[1],
no ha hecho un error de pluma ni cometido una falta gramatical que un niño podría
corregir, pero aquella aparente irregularidad gramatical contiene una gran
verdad, porque la fe, la esperanza y el amor para los cuales no tiene sino un
verbo en singular, se declaran por ello ser en su profundidad y esencia una
sola cosa, y ello, la triple estrella, continúa brillando. Los tres colores
primarios son uno en el rayo blanco de luz. No corrijáis la gramática y perdáis
la verdad, más discernid lo que significa cuando dice “Ahora permanece la fe,
la esperanza y el amor”, pues esto es lo que quiere decir: que las dos últimas
provienen de la primera, y que sin ella no existen, y que ella sin las otras es
muerta. La fe, la esperanza y el amor constituyen una trinidad en unidad; por
lo tanto, son coextensivas unas con otras.
¿Pero es cierto que
la fe y la esperanza permanecen? ¿No será reemplazada la fe por la vista y la
esperanza por la fruición? Las Escrituras no lo afirman en ningún lugar, y es
seguro que no será así, si la continuidad de la vida es una verdad. De manera
que, después de esta declaración y encerrada en ella se halla una ilación
(nexo); precisamente porque la fe y la esperanza, a la par del amor, son
condiciones vitales de nuestras relaciones con Dios, deben existir mientras
duren esas relaciones. La fe y la esperanza no son meros complementos de la
vida humana, pero son condiciones fundamentales de nuestra existencia
personal, y por lo tanto deben permanecer mientras existan Dios y el alma.
Justamente porque continuaremos siendo eternamente finitos dependientes del
infinito, la fe y la esperanza junto con el amor, que son condiciones de
nuestra vida espiritual, deben permanecer. Y en esta declaración e ilación se
halla una revelación, una revelación de al menos dos cosas de gran significado
e importancia. La primera de estas es que la vida futura será progresiva. Como
por la fe y la esperanza adquirimos lo que es divino, y como nunca podrá
llegar el tiempo cuando no tengamos ya necesidad de adquirirlo, nunca podremos
pasar sin la fe y la esperanza. La fe continuará eternamente poseyendo a Dios
más plenamente y la esperanza nunca cesará de ver nuevas perspectivas de
gloria. Debemos tener cuidado de no confundir lo eterno con lo final. Alcanzar
lo final significaría no llegar a la eternidad. En el cielo habrá perfección,
pero habrá diferencia de desarrollo, así como una estrella es diferente de otra
en gloria. Cada uno tendrá toda la bienaventuranza que podrá recibir, pero
habrá diferencia en las capacidades y en cada caso habrá progreso de un plano
a otro. “En la casa de mi Padre muchas moradas hay”, es decir, lugares de
descanso, una figura que se refiere a aquellas estaciones sobre las grandes
carreteras, donde los viajeros podían obtener descanso y alimento antes de
continuar su viaje. La palabra contiene la idea tanto de progreso como de
reposo, pero éstos, en el cielo como en la tierra, dependen de la fe y la
esperanza.
Digamos nuevamente
que no es más una idea bíblica que la esperanza se pierde en la fruición
(gozo), que lo es que la fe se pierda en la vista, sino más bien que el progreso
futuro nos presenta, a éstas como las comunicaciones continuas de un Dios
inagotable a las capacidades progresivas de nuestros espíritus. En esa
comunicación continua hay progreso continuo; doquier haya progreso tiene que
haber esperanza, y así la bella visión que tan a menudo ha flotado ilusiva ante
nuestra vista, y nos ha conducido a pantanos y lugares cenagosos, esfumándose
luego, moverá ante nosotros por la larga avenida del progreso interminable, y
una y otra vez volverá a decirnos de glorias invisibles que nos esperan más
allá, para invitarnos a penetrar más en las profundidades del cielo y la
plenitud de Dios, la esperanza permanece. Cada nueva adquisición de Dios hará
posible una adquisición más amplia, cada nuevo pináculo de gloria que
escalamos revelará pináculos aún más gloriosos más allá, y el medio eterno de
nuestro progreso allá, como aquí, será la fe, la esperanza y el amor. Tan solo
éstas, de las cosas presentes, permanecen para siempre, porque son los
elementos esenciales del carácter cristiano.
[1] Parece que, en el original griego, como también en las traducciones
inglesas, el verbo está en singular — “permanece”.
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