miércoles, 1 de agosto de 2018

LA ORACIÓN DEL SEÑOR (Parte V)



Las dos peticiones que siguen, "Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra", son dos peticiones que todos nosotros podríamos también adoptar. Se trata, como se percibirá, del reino del Padre. Se encontrará una referencia a esto en este mismo evangelio. "Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre." (Mateo 13:43). Resulta claro, del contexto, que esto mira hacia adelante, al tiempo cuando Cristo habrá regresado con Sus santos, y habrá tomado Su Reino para Sí mismo (Mateo 13:41); y cuando los santos serán exhibidos en Su gloria en el reino del Padre — la escena celestial del gobierno del Padre. Por lo tanto, la petición expresa el deseo por la llegada del tiempo cuando Cristo vendrá para ser glorificado en Sus santos (2a. Tesalonicenses 1:10).
"Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra", va aún más allá en su plena realización. Jamás hasta ahora, excepto una vez, se ha visto esto en la tierra, y eso fue en la vida y muerte del Señor Jesús — el Único que pudo alguna vez decir, "Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese." (Juan 17:4). Sólo Él ha hecho perfectamente la voluntad del Padre en la tierra. Tampoco será hecha en el milenio, excepto por Él mismo, como el Rey que reinará en justicia. Habrá aproximaciones a ella, mayores o menores, por los santos en aquel tiempo, pero excepto por Él, la voluntad del Padre no será hecha en la tierra como en el cielo, ni por un solo santo. Ello debe señalar, ciertamente, a los cielos nuevos, y a la tierra nueva, cuando el tabernáculo de Dios estará con los hombres, y Él morará con ellos, y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. (2a. Pedro 3:13; Apocalipsis 21:3). Entonces la voluntad del Padre será hecha en la tierra (la tierra nueva) así como en el cielo, y nunca antes. Las dos peticiones juntas, abarcan así dos dispensaciones sucesivas, es decir, el milenio y el estado eterno. ¡Cuán vastos y exhaustivos son los pensamientos de Dios! ¡Y son estos pensamientos, y estos deseos, los que Él quiere que nosotros compartamos con Él!
"El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” es una petición más sencilla y no presenta dificultad alguna, cuando se la considera como la expresión de nuestra entera dependencia de Dios para nuestro alimento diario, y, al mismo tiempo, no dejará de recordarnos lo que se les enseñó a los Israelitas en el desierto: que el maná, Cristo como el pan que descendió del cielo, debe ser recogido, y uno se debe alimentar de Él, diariamente (Éxodo 16; Juan 6).
Nosotros hemos comentado ya acerca de, "perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores", de modo que sólo queda, "Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal." Este clamor será siempre adecuado para nosotros, mientras estamos en este mundo con el sentido de absoluta debilidad, y sabiendo que no podríamos estar firmes, ni por un momento, en la tentación, si somos dejados a nosotros mismos. Tampoco hay incongruencia alguna entre una petición tal, y la entera confianza en Dios; porque habrá confianza en Dios justo en proporción a la manera en que hemos aprendido que, en nuestra carne, no mora el bien (Romanos 7:18). Temerosos de nosotros mismos, clamaremos siempre, "no nos metas en tentación", y esto dará lugar a que haya en nosotros un mayor deseo de ser librados del mal. Esta fue, de hecho, la petición del propio Señor para los Suyos — "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. (Juan 17:15). Si las palabras restantes, la doxología, tal como se las denomina, "porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén", son, o no son, parte de la Escritura, ellas expresan, indudablemente, una verdad que todo cristiano se deleita en conocer y convertir en alabanza.
Entonces, en resumen, no podemos sino concluir, a partir de la enseñanza de la Escritura, que nuestro Señor dio esta oración como una forma para el uso de Sus discípulos sólo hasta Pentecostés. Pero, a la vez que afirmamos esto, es muy evidente que, cuando nosotros hemos sido llevados a la plena luz del cristianismo, donde las formas de oración ya no son consistentes con la actividad libre del Espíritu Santo en el creyente, podemos, como siendo guiados por el Espíritu, adoptar y presentar delante de Dios, muchos de los bienaventurados deseos y peticiones que esta oración personifica y expresa. Puede ser que, en un día postrero, cuando Dios tendrá, una vez más, Su pueblo terrenal, la 'Oración del Señor' será usada otra vez como un todo. Pero, no obstante, es de la mayor importancia percibir, entre tanto, que el Judaísmo, en su expresión más pura, no es Cristianismo; y por eso es que ese lenguaje, que pudo ser usado adecuadamente en oración antes de la muerte de Cristo, no es, necesariamente, el vehículo apto, o destinado, para expresar los deseos del Cristiano. El Señor quiere que entremos en Sus pensamientos más plenos de bendición para Su pueblo, y que nos sintamos satisfechos con nada más que Sus propios deseos para nosotros. Que Él pueda darnos el ojo ungido para percibir, y la gracia y el poder para ocupar, el lugar al cual hemos sido llevados ahora, por medio de la muerte y resurrección de nuestro bendito Señor y Salvador.

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