Las dos peticiones que siguen, "Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el
cielo, así también en la tierra", son dos peticiones que todos
nosotros podríamos también adoptar. Se trata, como se percibirá, del reino del
Padre. Se encontrará una referencia a esto en este mismo evangelio.
"Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su
Padre." (Mateo 13:43). Resulta claro, del contexto, que esto mira hacia
adelante, al tiempo cuando Cristo habrá regresado con Sus santos, y habrá
tomado Su Reino para Sí mismo (Mateo 13:41); y cuando los santos serán exhibidos
en Su gloria en el reino del Padre — la escena celestial del gobierno del
Padre. Por lo tanto, la petición expresa el deseo por la llegada del tiempo
cuando Cristo vendrá para ser glorificado en Sus santos (2a.
Tesalonicenses 1:10).
"Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también
en la tierra",
va aún más allá en su plena realización. Jamás hasta ahora, excepto una vez, se
ha visto esto en la tierra, y eso fue en la vida y muerte del Señor Jesús — el
Único que pudo alguna vez decir, "Yo te he glorificado en la tierra; he
acabado la obra que me diste que hiciese." (Juan 17:4). Sólo Él ha hecho
perfectamente la voluntad del Padre en la tierra. Tampoco será hecha en el
milenio, excepto por Él mismo, como el Rey que reinará en justicia. Habrá
aproximaciones a ella, mayores o menores, por los santos en aquel tiempo, pero
excepto por Él, la voluntad del Padre no será hecha en la tierra como en el
cielo, ni por un solo santo. Ello debe señalar, ciertamente, a los cielos
nuevos, y a la tierra nueva, cuando el tabernáculo de Dios estará con los
hombres, y Él morará con ellos, y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará
con ellos como su Dios. (2a. Pedro 3:13; Apocalipsis 21:3). Entonces la
voluntad del Padre será hecha en la tierra (la tierra nueva) así como en el
cielo, y nunca antes. Las dos peticiones juntas, abarcan así dos dispensaciones
sucesivas, es decir, el milenio y el estado eterno. ¡Cuán vastos y exhaustivos
son los pensamientos de Dios! ¡Y son estos pensamientos, y estos deseos, los
que Él quiere que nosotros compartamos con Él!
"El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” es una petición más
sencilla y no presenta dificultad alguna, cuando se la considera como la
expresión de nuestra entera dependencia de Dios para nuestro alimento diario,
y, al mismo tiempo, no dejará de recordarnos lo que se les enseñó a los
Israelitas en el desierto: que el maná, Cristo como el pan que descendió del
cielo, debe ser recogido, y uno se debe alimentar de Él, diariamente (Éxodo 16;
Juan 6).
Nosotros hemos comentado ya acerca de, "perdónanos nuestras deudas, como también nosotros
perdonamos a nuestros deudores", de modo que sólo queda, "Y no nos metas en tentación, más líbranos del
mal."
Este clamor será siempre adecuado para nosotros, mientras estamos en este mundo
con el sentido de absoluta debilidad, y sabiendo que no podríamos estar firmes,
ni por un momento, en la tentación, si somos dejados a nosotros mismos. Tampoco
hay incongruencia alguna entre una petición tal, y la entera confianza en Dios;
porque habrá confianza en Dios justo en proporción a la manera en que hemos
aprendido que, en nuestra carne, no mora el bien (Romanos 7:18). Temerosos de
nosotros mismos, clamaremos siempre, "no nos metas en tentación", y esto dará
lugar a que haya en nosotros un mayor deseo de ser librados del mal. Esta fue,
de hecho, la petición del propio Señor para los Suyos — "No ruego que los
quites del mundo, sino que los guardes del mal. (Juan 17:15). Si las palabras
restantes, la doxología, tal como se las denomina, "porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por
todos los siglos. Amén", son, o no son, parte de la Escritura, ellas
expresan, indudablemente, una verdad que todo cristiano se deleita en conocer y
convertir en alabanza.
Entonces, en resumen, no podemos sino
concluir, a partir de la enseñanza de la Escritura, que nuestro Señor dio esta
oración como una forma para el uso de Sus discípulos sólo hasta Pentecostés.
Pero, a la vez que afirmamos esto, es muy evidente que, cuando nosotros hemos
sido llevados a la plena luz del cristianismo, donde las formas de oración ya
no son consistentes con la actividad libre del Espíritu Santo en el creyente,
podemos, como siendo guiados por el Espíritu, adoptar y presentar delante de
Dios, muchos de los bienaventurados deseos y peticiones que esta oración
personifica y expresa. Puede ser que, en un día postrero, cuando Dios tendrá,
una vez más, Su pueblo terrenal, la 'Oración del Señor' será usada otra vez
como un todo. Pero, no obstante, es de la mayor importancia percibir, entre
tanto, que el Judaísmo, en su
expresión más pura, no es Cristianismo; y por eso es que ese lenguaje, que
pudo ser usado adecuadamente en oración antes de la muerte de Cristo, no es,
necesariamente, el vehículo apto, o destinado, para expresar los deseos del
Cristiano. El Señor quiere que entremos en Sus pensamientos más plenos de
bendición para Su pueblo, y que nos sintamos satisfechos con nada más que Sus
propios deseos para nosotros. Que Él pueda darnos el ojo ungido para percibir,
y la gracia y el poder para ocupar, el lugar al cual hemos sido llevados ahora,
por medio de la muerte y resurrección de nuestro bendito Señor y Salvador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario