La siguiente corona
que consideraremos es la corona de vida, acerca de la cual hablan dos pasajes.
Santiago 1:12 nos dice:
“Bienaventurado el
varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba,
recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman”.
Y en Apocalipsis
2:10 el Señor conforta así a la iglesia en Esmirna:
“No temas en nada lo que vas a padecer, he
aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis
probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo
te daré la corona de la vida”.
Es digno de notar
que en cada uno de estos pasajes se trata de unos santos de Dios que sufren;
hijos de Dios expuestos a pruebas amargas, hasta el punto de intensiva y
maligna persecución por los emisarios de Satanás. Dios fácilmente podría
impedir a estos enemigos crueles; podría volver atrás estas inundaciones de
tristeza. Pero en lugar de esto, elige dar fuerza a los Suyos que están siendo
probados, para que resistan y venzan en el día de la prueba, en lugar de
librarles de ella. Y esto no es porque le plazca la angustia de Su pueblo atribulado,
sino porque esta misma tribulación es un medio de disciplina que resulta en
bendición duradera “a los que en ella han
sido ejercitados” (He. 12:11). Él se sienta como el afinador y purificador
de plata, y mira hasta ver Su propia semejanza reflejada en el metal fundido.
Él camina con los Suyos en el horno de persecución, aunque se haya calentado
siete veces más. Y da más gracia, para que aquellos que miran a Él puedan
sufrir y aguantar.
Entonces, cuando
llegue el día de Su manifestación, Él con Su mano una vez traspasada les dará
una corona de vida, a todos los que han luchado y vencido.
Cuando Pablo fue
afligido por un aguijón en la carne, un “mensajero de Satanás”, enviado para
abofetearle (para que no se enalteciera sobremanera después de ser arrebatado
al tercer cielo donde oyó palabras inefables), nos dice que rogó al Señor tres
veces que lo quitara de él. Pero vino la respuesta, diciendo en efecto: “No te
quitaré el aguijón en la carne, Pablo, pero haré algo mejor para ti; te daré
gracia para soportarlo, y para glorificarme en medio de ello”.
“Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la
debilidad”
(2 Co. 12: 9a).
En seguida Pablo
cesa de clamar pidiendo alivio, y exclama con nueva confianza:
“Por tanto, de buena
gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder
de Cristo"
(2 Co. 12:9b).
Simplemente él
estaba poniendo en práctica en su propia vida lo que en otro lugar dice a sus
hermanos cristianos:
“Y no sólo esto,
sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la
tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza;
y al esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro. 5:3-5).
Nuestro corazón
inquieto nos haría huir de la prueba, esperando hallar mejores condiciones en
otro lugar, pero somos llamados a ser fuertes en la gracia de la perseverancia,
a sufrir en la carne en lugar de ceder al pecado, a ser perseguidos hasta la
muerte en lugar de ser desobedientes a la visión celestial, a ser contado como
la escoria del mundo, el desecho de todos, antes de buscar el favor de los
hombres mediante infidelidad a Cristo.
“Si ganamos del
mundo aplauso,
Si evitamos su
fruncida frente,
Si rehusamos dar por
Ti la cara,
Y hacer nuestra la
suerte de Tu pueblo,
¡Qué vergüenza nos
llenaría aquel día,
Cuando se manifiesta
Tu gloria!”
Entonces, habrá
valido la pena sufrir en paciencia aquí, cuando resplandecemos con Él en Su
venida, llevando la corona de vida, la señal de ser apreciados y aprobados por
Él. Y si es posible tener remordimientos en el cielo, los tendremos por cada
intento cobarde de escapar el vituperio, o por cada vez que en debilidad
cedemos a la tentación, habiendo preferido el placer o la comodidad del momento
en lugar de la gloria futura.
Pero la esperanza de
la corona no es en sí suficiente incentivo para guardarnos de la infidelidad a
Cristo en esta escena de pruebas. Sólo cuando Él mismo sea el gozo de nuestro
corazón y la porción presente de nuestra alma, podremos resistir las voces y
atracciones sirenas de este mundo falso, e ir adelante en verdadera devoción,
contando todo como pérdida para que Él sea magnificado en nosotros. Sólo cuando
nuestro corazón está apegado a Él donde Él está, allí en la gloria de Dios,
podremos despreciar la gloria hueca de este mundo. Alguien ha dicho que nadie
puede poner al mundo debajo de sus pies correctamente hasta que haya visto un
mejor mundo por encima de su cabeza. Si andamos en la luz de ese mundo,
verdaderamente podremos cantar de corazón:
“Te esperamos,
contentos a compartir,
Con paciencia, los
días de prueba aquí,
Manso, Tú la cruz
llevaste,
Nuestro pecado,
negación y reproche.
¿No hemos de tomar
contigo, Señor,
La copa de
vergüenza, tristeza y dolor,
Hasta el mañana
prometido?”
Aquel día feliz se
avecina. Pronto terminará la única oportunidad que tenemos para sufrir “por
causa de Él”. Estemos firmes en las horas finales de la edad de la gracia,
asegurados que Él a quien esperamos está a la puerta, y que el gozo será Suyo y
nuestro cuando, si somos fieles hasta la muerte, recibimos la corona de vida.
La vida eterna es dádiva de Dios, y es
nuestro por medio de la fe, cuando creemos. La corona de vida es la recompensa
de la fidelidad, aunque cueste la muerte física.
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