miércoles, 1 de agosto de 2018

SALVACIÓN Y RECOMPENSA (Parte V)



La siguiente corona que considerare­mos es la corona de vida, acerca de la cual hablan dos pasajes. Santiago 1:12 nos dice:

“Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prue­ba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman”.

Y en Apocalipsis 2:10 el Señor conforta así a la iglesia en Esmirna:

“No temas en nada lo que vas a padecer, he aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribu­lación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”.

Es digno de notar que en cada uno de estos pasajes se trata de unos santos de Dios que sufren; hijos de Dios expues­tos a pruebas amargas, hasta el punto de intensiva y maligna persecución por los emisarios de Satanás. Dios fácilmente podría impedir a estos enemigos crueles; podría volver atrás estas inundaciones de tristeza. Pero en lugar de esto, elige dar fuerza a los Suyos que están siendo probados, para que resistan y venzan en el día de la prueba, en lugar de librarles de ella. Y esto no es porque le plazca la angustia de Su pueblo atribulado, sino porque esta misma tribulación es un me­dio de disciplina que resulta en bendición duradera “a los que en ella han sido ejer­citados” (He. 12:11). Él se sienta como el afinador y purificador de plata, y mira hasta ver Su propia semejanza reflejada en el metal fundido. Él camina con los Suyos en el horno de persecución, aunque se haya calentado siete veces más. Y da más gracia, para que aquellos que miran a Él puedan sufrir y aguantar.
Entonces, cuando llegue el día de Su manifestación, Él con Su mano una vez traspasada les dará una corona de vida, a todos los que han luchado y vencido.
Cuando Pablo fue afligido por un aguijón en la carne, un “mensajero de Satanás”, enviado para abofetearle (para que no se enalteciera sobremanera después de ser arrebatado al tercer cielo donde oyó palabras inefables), nos dice que rogó al Señor tres veces que lo quitara de él. Pero vino la respuesta, diciendo en efecto: “No te quitaré el aguijón en la carne, Pablo, pero haré algo mejor para ti; te daré gracia para soportarlo, y para glorificarme en medio de ello”.

Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co. 12: 9a).

En seguida Pablo cesa de clamar pidiendo alivio, y exclama con nueva confianza:

“Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo" (2 Co. 12:9b).

Simplemente él estaba poniendo en práctica en su propia vida lo que en otro lugar dice a sus hermanos cristianos:

“Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y al espe­ranza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derrama­do en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro. 5:3-5).

Nuestro corazón inquieto nos haría huir de la prueba, esperando hallar mejo­res condiciones en otro lugar, pero somos llamados a ser fuertes en la gracia de la perseverancia, a sufrir en la carne en lugar de ceder al pecado, a ser perseguidos hasta la muerte en lugar de ser desobedientes a la visión celestial, a ser contado como la es­coria del mundo, el desecho de todos, antes de buscar el favor de los hombres mediante infidelidad a Cristo.

“Si ganamos del mundo aplauso,
Si evitamos su fruncida frente,
Si rehusamos dar por Ti la cara,
Y hacer nuestra la suerte de Tu pueblo,
¡Qué vergüenza nos llenaría aquel día,
Cuando se manifiesta Tu gloria!”

Entonces, habrá valido la pena sufrir en paciencia aquí, cuando resplan­decemos con Él en Su venida, llevando la corona de vida, la señal de ser apreciados y aprobados por Él. Y si es posible tener remordimientos en el cielo, los tendremos por cada intento cobarde de escapar el vituperio, o por cada vez que en debilidad cedemos a la tentación, habiendo preferido el placer o la comodidad del momento en lugar de la gloria futura.
Pero la esperanza de la corona no es en sí suficiente incentivo para guardarnos de la infidelidad a Cristo en esta escena de pruebas. Sólo cuando Él mismo sea el gozo de nuestro corazón y la porción presente de nuestra alma, podremos resis­tir las voces y atracciones sirenas de este mundo falso, e ir adelante en verdadera devoción, contando todo como pérdida para que Él sea magnificado en nosotros. Sólo cuando nuestro corazón está ape­gado a Él donde Él está, allí en la gloria de Dios, podremos despreciar la gloria hueca de este mundo. Alguien ha dicho que nadie puede poner al mundo debajo de sus pies correctamente hasta que haya visto un mejor mundo por encima de su cabeza. Si andamos en la luz de ese mun­do, verdaderamente podremos cantar de corazón:

“Te esperamos, contentos a compartir,
Con paciencia, los días de prueba aquí,
Manso, Tú la cruz llevaste,
Nuestro pecado, negación y reproche.
¿No hemos de tomar contigo, Señor,
La copa de vergüenza, tristeza y dolor,
Hasta el mañana prometido?”
Aquel día feliz se avecina. Pronto terminará la única oportunidad que tene­mos para sufrir “por causa de Él”. Estemos firmes en las horas finales de la edad de la gracia, asegurados que Él a quien esperamos está a la puerta, y que el gozo será Suyo y nuestro cuando, si somos fieles hasta la muerte, recibimos la corona de vida.
La vida eterna es dádiva de Dios, y es nuestro por medio de la fe, cuando cree­mos. La corona de vida es la recompensa de la fidelidad, aunque cueste la muerte física.

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