sábado, 8 de diciembre de 2018

EL CRISTIANO VERDADERO (Parte XII)

EL TESTIMONIO A LOS DEMÁS

Una Confesión Abierta


Es imposible vivir la vida cristiana en secreto, por más que haya quienes equivocadamente tratan de hacerlo. La vida tiene obligadamente que manifestarse, donde quiera que esté y sea lo que fuere su naturaleza. La nueva vida impartida a todo creyente cuando acepta a Cristo como Salvador, tiene que manifestarse inmediatamente. La única manera de lle­var una vida cristiana de éxito es vivirla abiertamente, sin vergüenza y sin temor. Si deseas llevar una vida cristiana verdadera, confiesa a tu Salvador y tu fe en él y tu amor hacia él, abiertamente ante el mundo. No trates de escon­der tu cristianismo. Ponlo sobre el candelero, para que no esté oculto, y se asemeje a “una ciudad asentada sobre el monte, que no se puede esconder” (Mat. 5: 14-15). No solamente tienes que mostrar a Cristo en tu vida delante de los hombres, sino debes también confesarlo abiertamente1 con tus labios.
¿Por qué debe confesarse a Cristo en forma audible? En primer lugar, Cristo mismo nos mandó que lo confesáramos de este modo. He aquí lo que Él dijo: “Cualquiera, pues, que me confesare delante de los hombres, le confesaré yo también delante de mi Padre que está en los cielos” (Mat. 10: 32). Cristo nos exige una confesión pública. Esta es la senda de la bendición, pues es mientras él nos confiesa delante del trono de Dios el Padre, lo cual depende de nuestra confesión de Cristo en la tierra, que llega para nosotros la plenitud de bendición. Así vemos que en realidad es para beneficiarnos a nosotros que él exige esta confesión de nuestra parte. En Romanos 10:9, 10, el Espíritu dice: “Si confesares con tu boca al Señor Jesús y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo; porque con el corazón se cree para justicia, más con la boca se hace confesión para salud.” Así vemos que es muy importante confesar al Salvador en voz alta. No hacerlo es desobedecer y no cumplir con el Señor. Es perder la plenitud de la salvación.
En segundo lugar, debemos confesar públicamente a Cristo, porque el hacerlo es una fuente de ayuda y fuerza en nuestras propias vidas cristianas. Cada vez que un cristiano confiesa a Cristo, es fortalecido espiritualmente. Un cristiano que testifica no está en mucho peligro de retrogradar, pero en cambio el no testificar es una frecuente causa de las caídas. El testimonio público fortifica y es además una fuente de gozo genuino. Aunque al comienzo pueda parecer algo difícil dar un testimonio público de tu fe cristiana, este testimonio siempre ha de resultar en un gozo inefable. Muchos recién convertidos que temblaban de ti­midez y miedo cuando ensayaron sus primeros testimonios de Cristo, rebosaban de gozo una vez que los hubieron dado. Es una verdadera fuente de gozo y fortaleza interior.
Además, la confesión clara de la fe a los demás, resuelve una cantidad de problemas. Cuando las personas mundanas e incrédulas saben que una persona es cristiana, dejarán de pedirle que vaya a diversiones no cristianas o que participe en actividades contrarias a su fe. Hazles saber desde el primer momento lo que eres, y te ahorrarás muchas incomodidades y penas. Quizás el mundo no ame a un cristiano hecho y derecho, pero siempre ha de respetarlo. Por el contrario, los cristianos incoloros e indecisos nunca son tomados en serio y siempre reciben invitaciones a lugares profanos y a hacer cosas del mundo que sabe no son correctas para un verda­dero cristiano. Por lo tanto, una confesión pública es un medio de obtener la victoria en la vida cristiana.
¿No te parece lógico, más aún, inevitable, que confieses sin vergüenza delante de los hombres a un Salvador que ha hecho tan grandes cosas por ti? Cuando un amigo nos demuestra gran bondad o nos hace un gran favor, no mos­tramos ni vergüenza ni indecisión en hacerlo saber. No te­nemos vergüenza de reconocerlo delante de los demás, sino por el contrario, nos sentimos orgullosos de poseer tal amigo. ¿No crees que debe suceder lo mismo con nuestro Amigo que puso su vida para salvarnos de nuestros pecados y del infierno? Si un niño tiene un padre fiel, amante y ab­negado, ¿sería natural que tuviese vergüenza de él o que evitara confesarlo como su padre? Los niños por lo general están orgullosos de hacerlo. ¿Debe una esposa tener ver­güenza decir quién es su esposo? Si es un buen marido, ella ha de estar feliz y orgullosa de reconocerlo como suyo y ha de hablar a las demás personas acerca de él. Nosotros, como cristianos, recibimos en la Biblia el nombre de “esposa” de Cristo. ¿Tenemos vergüenza de él o temor de confesar a Cristo?
La gente que sabe que tú eres cristiano, espera que has de tener un testimonio para Cristo. Si se dan cuenta de que tienes vergüenza de tu cristianismo, por cierto, que nunca han de respetarte como cristiano verdadero. Considerarán que tu fe cristiana es débil y que tu experiencia cristiana es irreal. No sabrán cómo catalogarte. Pero, en cambio, saben en qué categoría colocar a un cristiano valiente que testifica. También saben dónde colocar al no cristiano. Sí quieres que se te considere como cristiano, pero temes confesar abiertamente tu fe, el mundo no sabrá en qué casillero colocarte. ¿Por qué darle esta dificultad? ¿Por qué producir este tropiezo para ti mismo y al mismo tiempo causar pena a tu Señor?
¿Cómo debe confesarse a Cristo delante de los hombres? Ante todo, toma una posición pública en alguna reunión cristiana, ya sea en uno de los cultos regulares de la iglesia o en alguna reunión de predicación del evangelio. Si aceptaste a Cristo cuando estabas solo, o en tu casa o en el lugar donde trabajas, y no diste un testimonio público inmediatamente, debes hacerlo en la primera oportunidad que se te presente. Levantarte en alguna reunión cristiana pública y testificar abiertamente por Cristo, son una parte esencial de tu confesión.
No basta hacer esta confesión una sola vez. Debes confesar a Cristo constantemente. No tengas nunca vergüenza de hablar por él en público, ya sea en la vida privada o en las reuniones de testimonio público, haciendo que la gente sepa a quién perteneces. En la iglesia, en el hogar, en el tra­bajo, durante el descanso, siempre haz saber a la gente, cuál es tu posición. Desde luego, tu testimonio debe siempre ir acompañado de humildad. Cualquier pequeño orgullo ha de malograrlo. Mi esposa, cuando era una niña menor de veinte años, prometió en su corazón que nunca estaría en una reu­nión de testimonio sin dar su testimonio personal acerca de la salvación, y lo que Cristo es para ella. Me permito sugerir que tú tomes una determinación parecida ahora mismo.
El bautismo es, en primer lugar, una confesión pública de que hemos experimentado limpieza de nuestros pecados. Las aguas del bautismo, que solamente tocan la superficie exterior de nuestro ser físico, nunca tuvieron el propósito de lavar el pecado que está dentro del corazón. Toda la ceremonia es un símbolo glorioso de nuestra muerte a la vieja vida de pecado y nuestra resurrección a una nueva vida en Cristo y a la limpieza por su sangre (Heb. 9: 14; Rev. 1:5). (Para un estudio bíblico acerca del verdadero signi­ficado del bautismo, debe examinarse Romanos 6). Según las Escrituras, las personas no se bautizan para salvarse, sino porque ya son salvados.
El Señor ordenó a sus discípulos que bautizaran a todos los que aceptaban su mensaje (Mat. 28: 19). En la iglesia primitiva, desde el comienzo en Pentecostés, todos los que aceptaron a Cristo como Salvador, fueron bautizados. Era por medio del bautismo que significaban o confesaban su identidad con Jesucristo y sus discípulos.
Siendo el bautismo el mandato personal de Cristo y la práctica original de todos los que le seguían, a lo que puede agregarse que es una confesión pública de Cristo como Salvador, no es una cosa insignificante, carente de im­portancia. Es obligatoria para el creyente y no es un asunto que se deja a la elección personal sino un mandato divino. Así, a todos los creyentes, aún a aquellos que se sometieron a esta ordenanza antes de convertirse, les decimos: presénten­se ante un pastor o una iglesia de sana doctrina y pidan el bautismo cristiano público. Yo creo que el bautismo según las Escrituras debe ser por inmersión.
El ser miembro de una iglesia debe lógicamente acompa­ñar al bautismo y a la confesión. Ya que hemos de tratar este tema más adelante, baste por ahora la simple enunciación de él. Los hijos de Dios no deben desempeñar el papel del lobo solitario o de la oveja perdida.
Confiesa a Cristo con fidelidad, primero a tus parientes y amigos. Comienza en tu Jerusalén, es decir en el círculo de tu propio hogar. ¿Cómo puedes vivir una vida cristiana verdadera si no les haces saber a aquellos que están más cerca tuyo, que ahora perteneces a Cristo? Deja que oigan de tus labios acerca de Cristo, y que vean a Cristo en tu vida. Si fracasas en el círculo de aquéllos que están más allegados, no has de ser fuerte en el Señor en otras partes. Si el hablar acerca de Cristo a tus amistades más íntimas tiene por re­sultado la pérdida de su amistad, ello prueba que dichas per­sonas no son verdaderos amigos. ¿Cómo puede ser amigo verdadero una persona que obstaculiza tu bienestar espiritual?
Confiesa a Cristo en forma clara, entre todos tus conocidos y compañeros. Nunca tengas temor ni vergüenza. Haz co­nocer al Señor a todos aquéllos con los cuales te relacionas. Que todos sepan que amas y sirves a Cristo. Que ninguna de tus relaciones pueda decir de ti, ni en esta vida ni en la eternidad: “¡Nunca me habló acerca de Jesús!” Que nunca se te pueda hacer esta acusación a ti, mi amigo cristiano.
Jesús les dijo claramente a sus discípulos que debían ser sus “testigos” (Lucas 24:48; Hechos 1:8). Ellos se consi­deraban tales, y desempeñaron su papel con fidelidad (He­chos 5: 29-39; 10: 39). El título es un término legal, em­pleado en los tribunales. A la luz de este hecho, ¿cuál es el verdadero significado del término? ¿Qué es un testigo?
Un testigo es una persona que sabe algo. A una persona que no tiene algún conocimiento del asunto que se está ventilando, no se la ha de llamar a declarar como testigo. Tiene que saber algo positivo, claro, y saberlo personal­mente. Su conocimiento tiene que ser directo y personal, a través de uno de sus cinco sentidos. Debe haber visto algo, oído algo, tocado algo, gustado algo, u olido algo. Un testigo no puede dar sus opiniones u ofrecer deducciones. Debe relatar los hechos que él sabe que son verdad a través de sus sen­tidos, por la experiencia y por el contacto personal. Para ser un testigo de Cristo, se debe conocer algo por contacto personal.
1.  Debes saber por experiencia personal que eres salvado, antes de que puedas testificar a los demás acerca de la ver­dad de que Jesús salva. Recuerda que las declaraciones de cualquier testigo pueden ser examinadas mediante algunas preguntas bien claras. ¿Testificas de que Jesús salva porque te ha salvado a ti? ¿Es personal, positivo y real tu conoci­miento de su salvación? Si tu testimonio es inseguro y poco claro, no ha de convencer a nadie.
2.  Debes saber, por medio de la experiencia personal, que Dios contesta las oraciones, si has de testificar a los demás acerca de este hecho. ¿Ha contestado Dios peticiones tuyas personales y bien definidas? ¿Puedes recordar casos de ora­ciones contestadas, casos que nadie puede contradecir? Si no puedes hacerlo, ¿cómo piensas convencer a los demás? Si afirmas que tu pastor o tu iglesia lo enseñan, o meramente que los cristianos siempre lo han creído, nunca has de con­vencer a tus amigos de que Dios contesta las oraciones. Pero si puedes relatar experiencias personales, han de constituir un testimonio positivo y de peso, que ha de convencer al alma ansiosa de la verdad. (Nadie puede convencer a un escéptico discutidor).
3.  Debes saber, por experiencia propia, que Cristo puede satisfacer los anhelos más íntimos del corazón humano, antes de que puedas llevar un testimonio firme de esta verdad a los demás. Tal vez ellos no crean en las bellas frases del himnario y quizás ni acepten las promesas de la Biblia, tales como Mateo 11:28-30 y Juan 7:37-39, pero es posible que te crean si puedes testificarles acerca de tu experiencia personal. ¿Ha satisfecho Cristo todos tus anhelos? ¿Puedes testificarlo de tu propia experiencia? Si es así, tu testimonio ha de con­vencer a los demás. Si no es así, ha de valer bien poco. Pero, puedes estar seguro de que, si aprendes a confiar en Cristo y a llevarle todos tus problemas a medida que surgen, pronto has de saber que él puede satisfacer y satisface al alma an­helante, dándole paz, gozo y descanso perfecto.
4.  Debes saber personalmente que Cristo da la victoria sobre el pecado, si deseas convencer a tus amigos acerca de esta verdad. ¿Has encontrado la victoria sobre el pecado por me­dio de él, por la oración y la fe? ¿Te ha dado él victorias bien claras sobre vicios dominantes y estás disfrutando ahora de esas victorias? Cuando tratas de llevar un alma a Cristo, a menudo oyes que dice: “Tengo miedo de no poder permanecer fiel. ¿Puedes tú en un caso asi presentar un tes­timonio claro, valiente, sin vacilaciones, acerca del poder de Cristo para darte la victoria en tu vida? Dicho testimonio ha de tener un peso mucho mayor que un sermón predicado desde el pulpito, por brillante y elocuente que fuere.
Un testigo es un hombre que está dispuesto a decir lo que sabe. Una persona que no esté dispuesta a contar lo que sabe, por bien que lo sepa o por importante que sean sus conocimientos, no puede ser testigo. Un testigo tiene que hablar. Debe estar dispuesto a declarar lo que sabe personal­mente y también a contestar las preguntas que se le formulen. Es trágico permanecer en silencio cuando es imperativo ha­blar. Imaginémonos a un hombre que guarda silencio mientras que es condenado a muerte, cuando conoce hechos que obtendrían la absolución del condenado. Ninguna persona decente, por cierto, adoptaría una actitud tan trágica.
En Ezequiel 33: 8 leemos lo que sigue: “Diciendo yo al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, más su sangre yo la demandaré de tu mano”. Esta es una advertencia solemne. Como testigos de la gracia salvadora de Dios para los pecadores perdidos, no podemos, no nos atrevemos, a callar. Quiera Dios que todos los cristianos que leen estas líneas hablen con valentía, como verdaderos testigos de Jesucristo, y cuenten a los demás lo que han llegado a conocer en sus propios corazones y vidas. Un testigo tiene que hablar. Debe decir lo que sabe. ¿Eres tú uno de los testigos de Cristo?
Un testigo debe vivir de modo que su testimonio no pueda ser puesto en tela de juicio. La integridad personal de todo testigo es lo que determina el valor y el peso de su testimonio ante el jurado. Si el testigo es conocido por la colectividad como un hombre no digno de confianza, el jurado no ha de atribuir gran importancia a su testimonio. Pero si es un hombre cuya rectitud y honradez son bien conocidas por toda la comunidad y por todas sus relaciones, sus palabras han de gravitar con un peso tremendo. En los tribunales, los abo­gados de la oposición buscan todas las oportunidades para encontrar defectos en el carácter del testigo, llamando la atención a cualquier caso anterior de fallas, para de esta manera socavar su testimonio. Y así sucede con el cristiano en el mundo. Nuestro andar debe corresponder con nuestras palabras. No podemos profesar una cosa y vivir otra. Nues­tras vidas deben ser veraces si deseamos que nuestras pala­bras sean consideradas veraces.
En cierta ocasión, en una reunión de avivamiento, un cristiano profesante se acercó a un hombre no convertido para pedirle que aceptara a Cristo. El pecador dijo en forma cáus­tica y burlona: “Dime, Jaime, ¿qué hay de ese negocio tuyo con la viejita Brown?” (Había estafado a una viuda anciana). Jaime se ruborizó y respondió: "Bueno, es que eso era asunto de negocios. Estamos hablando de religión”. Por supuesto, el hombre no fue ganado para Cristo.
Trata de mantenerte puro y limpio. Cuando pecas, ve a Cristo inmediatamente en busca de perdón y limpieza. Si ofendes a alguna persona, ve a hablar con él, pídele disculpa y busca su perdón. Si obras de este modo, la gente te respe­tará y creerá en tu testimonio. Busca en tu Biblia ahora mismo los siguientes pasajes: Tito 2:7, 8; I Pedro 2:11, 12, 15: I Pedro 3: 15, 16; Hechos 4: 13. Medita en estos versículos y procura llevarlos a la práctica en tu vida.
Un testigo nunca desmiente su testimonio. Luego de haber testificado, se mantiene firme en lo que ha expresado. Nunca modifica su palabra ni compromete su testimonio. El hacerlo sería fatal, ya que anularía su efectividad y sería objeto de desprecio e incredulidad. La palabra griega “testigo” en el Nuevo Testamento, es aquélla de la cual se deriva nuestra palabra castellana “Mártir”. Un testigo verdadero, si es necesario, está dispuesto a morir por su testimonio. Nunca ha de modificarlo o retractarse.
Muchos miles de cristianos del pasado han muerto por el testimonio de Jesús. Fueron quemados en la hoguera, arroja­dos en el alquitrán hirviente, fueron entregados a las bestias en las grandes arenas, fueron crucificados, desmembrados; les sacaron las lenguas, les quemaron los ojos con hierros can­dentes, les quebraron los huesos sobre el potro; pero no flaquearon en su testimonio, y murieron cantando las alabanzas de Cristo.
En las tierras musulmanas, aún en nuestra época hay con­vertidos a Cristo que mueren como consecuencia de su testi­monio. Los cristianos sufren en los países comunistas y en muchas tierras paganas. Y aquí en nuestros países, hay cris­tianos que están listos para ocultar su fe no bien se encuen­tran con un poco de burla. ¡Qué vergüenza! Que seamos fieles testigos de Cristo, como él, cuando estuvo en la tierra fue un fiel testigo para nosotros, y como lo es ahora a la diestra del trono de Dios (Revelación 1:5).
(del libro “Cristianismo Verdadero”, por G. Christian Weiss)

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