sábado, 8 de diciembre de 2018

SALVACIÓN Y RECOMPENSA (Parte IX)



Ahora, para terminar, me gustaría exhortar encarecidamente al lector cris­tiano, empleando las palabras solemnes del Señor en Su advertencia a la iglesia de Filadelfia:
“He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Ap. 3:11).
Observemos: nadie puede robarme mi salvación. De esto hay evidencia abun­dante en las Escrituras. Pero otro puede tomar mi corona si me muestro infiel a lo que me ha sido confiado.
Cada creyente, además de ser un hijo, también es un siervo. A cada uno le es dado algún don particular y alguna línea de servicio. Puede que sea de naturaleza pública o privada, pero es una mayordomía que el Señor ha confiado a esta persona. “Ahora bien, se requiere de los adminis­tradores, que cada uno sea hallado fiel” (1 Co. 4:2). Si no ejerzo el ministerio que me ha sido dado, humildemente y depen­diendo del Espíritu Santo para que pueda cumplirlo fielmente, puedo ser marginado como siervo, y el Señor puede llamar a otro para terminar mi trabajo. Si esto sucede, perderé mi corona.
Hemos oído del hermano que distri­buía tratados, pero que llegó a desanimarse debido a que aparente nadie apreciaba lo que hacía. Abandonó su servicio, y veinte años más tarde supo que alguien se había convertido por medio de un tratado que repartió el último día. Aquel nuevo creyen­te había tomado para sí ese ministerio de repartir tratados. Después de largo tiempo encontró un día a su bienhechor en la calle al presentarle un tratado. Surgió una con­versación entre ellos, en la cual el hermano viejo aprendió que aquel joven creyente había tomado su lugar y ministerio. “Así que”, dijo, “¡parece que te he dejado tomar mi corona!”
Recordemos, hermanos, que Dios llevará a cabo Su obra de alguna manera empleando algún instrumento. Aprenda­mos a no esquivar nuestra responsabilidad, sino decir (y hacer) con Isaías: “Heme aquí, envíame a mí”.
(del libro “Salvación y Recompensa, dos líneas distintas de la verdad”, H.A. Ironside)

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