sábado, 8 de diciembre de 2018

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (Parte XXVII)


La casa de Dios
Los adeptos a las diferentes religiones del mundo han comprendido la necesidad de un edificio en donde guardar los objetos de su adoración y en que reunirse para realizar sus cultos.
La Biblia no cuenta de ninguna casa para el Dios del cielo, hasta que no saliesen los israelitas de la esclavitud de Egipto. Salvos ya, pensaron en honrar al Señor haciéndole una casa.
El pueblo no era rico, pero sentía un profundo amor para con el Señor por su grande redención. No les era permitido solicitar la ayuda de las naciones incircuncisas de alrededor, y nadie entre ellos mismos fue obligado a dar un tanto, sino que cada uno dio según le movía el corazón.
Si necesitaban maderas, los jóvenes robustos las cortaban y las traían; si era oro, los príncipes dieron libremente; y si eran pieles para las cubiertas, lo más pobres podían conseguir y traerlas. Cada uno ofrecía voluntariamente y de corazón. Así, en poco tiempo fue terminada una especie de tienda, con el arca y su propiciatorio, los alteres, la mesa, etc. Era de muy humilde apariencia aunque muy adecuada a las necesidades de un pueblo peregrino.
¡Cuán diferente es la costumbre de las religiones mundanas! Resuelven edificar un templo suntuoso donde lucir el orgullo humano. Recogen dinero de todos, sin distinción, sean cristianos o no. Si el dinero ha sido ganado por traficar en licores u otros vicios, poco importa. Hacen listas de los nombres de personas a visitar, y al lograr que un rico dé una buena suma, lo divulgan para presionar a quienes han aportado menos.
Cuando llegamos a leer en la Biblia de las actividades de los apóstoles, vemos que los cristianos primitivos se reunían en casas, y en cierta escuela. Nada se dice de un tiempo material. La razón se encuentra en las palabras de Esteban en Hechos 7.48: “El Altísimo no habita en templos hechos de mano”. Pedro habla del templo donde Él sí habita hoy en día: “Como piedras vivas sed edificados una casa espiritual, y un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo”, 1 Pedro 2.5.
Las personas a quienes escribía Pedro habían oído el Evangelio y, convencidos de su culpa, habían creído en el Señor Jesús. El Espíritu Santo vino a morar en sus corazones, y así fueron hechos piedras vivas en la casa espiritual de Dios. El fruto del Espíritu Santo en las vidas de estos verdaderos cristianos es la gloria de esta casa espiritual.
Poco importa si por su pobreza se reúnen en una choza o una cueva, porque su culto es al Dios del cielo, por medio del Cristo glorificado. La cosa importante es ser piedra edificada en la casa espiritual. Las almas que confían en sus buenas obras, o en las ceremonias de su iglesia, o cosa alguna de ellos mismos, no están edificadas en Cristo, y no forman parte de la casa de Dios, el templo vivo donde Él habita.

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