La casa de Dios
Los adeptos a las diferentes religiones del mundo han comprendido la
necesidad de un edificio en donde guardar los objetos de su adoración y en que
reunirse para realizar sus cultos.
La Biblia no cuenta de ninguna casa para el Dios del cielo, hasta que no
saliesen los israelitas de la esclavitud de Egipto. Salvos ya, pensaron en
honrar al Señor haciéndole una casa.
El pueblo no era rico, pero sentía un profundo amor para con el Señor por
su grande redención. No les era permitido solicitar la ayuda de las naciones
incircuncisas de alrededor, y nadie entre ellos mismos fue obligado a dar un
tanto, sino que cada uno dio según le movía el corazón.
Si necesitaban maderas, los jóvenes robustos las cortaban y las traían; si
era oro, los príncipes dieron libremente; y si eran pieles para las cubiertas,
lo más pobres podían conseguir y traerlas. Cada uno ofrecía voluntariamente y
de corazón. Así, en poco tiempo fue terminada una especie de tienda, con el
arca y su propiciatorio, los alteres, la mesa, etc. Era de muy humilde
apariencia aunque muy adecuada a las necesidades de un pueblo peregrino.
¡Cuán diferente es la costumbre de las religiones mundanas! Resuelven
edificar un templo suntuoso donde lucir el orgullo humano. Recogen dinero de
todos, sin distinción, sean cristianos o no. Si el dinero ha sido ganado por
traficar en licores u otros vicios, poco importa. Hacen listas de los nombres de
personas a visitar, y al lograr que un rico dé una buena suma, lo divulgan para
presionar a quienes han aportado menos.
Cuando llegamos a leer en la
Biblia de las actividades de los apóstoles, vemos que los
cristianos primitivos se reunían en casas, y en cierta escuela. Nada se dice de
un tiempo material. La razón se encuentra en las palabras de Esteban en Hechos
7.48: “El Altísimo no habita en templos hechos de mano”. Pedro habla del templo
donde Él sí habita hoy en día: “Como piedras vivas sed edificados una casa
espiritual, y un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales,
agradables a Dios por Jesucristo”, 1 Pedro 2.5.
Las personas a quienes escribía Pedro habían oído el Evangelio y,
convencidos de su culpa, habían creído en el Señor Jesús. El Espíritu Santo
vino a morar en sus corazones, y así fueron hechos piedras vivas en la casa
espiritual de Dios. El fruto del Espíritu Santo en las vidas de estos
verdaderos cristianos es la gloria de esta casa espiritual.
Poco importa si por su pobreza se reúnen en una choza o una cueva, porque
su culto es al Dios del cielo, por medio del Cristo glorificado. La cosa
importante es ser piedra edificada en la casa espiritual. Las almas que confían
en sus buenas obras, o en las ceremonias de su iglesia, o cosa alguna de ellos
mismos, no están edificadas en Cristo, y no forman parte de la casa de Dios, el
templo vivo donde Él habita.
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