sábado, 8 de diciembre de 2018

EL LADRÓN EN LA CRUZ


Lucas 23:32-46.


Ha sido dicho por alguien, refiriéndose a esta escena, «No hay más que un solo caso de arrepentimiento en el lecho de muerte en la Biblia, para que el hombre no se desespere; pero hay sólo uno, para que el hombre no pueda presumir.» Pero, cuánto el hedor del corazón humano farisaico se delata a sí mismo en estas palabras. La justicia propia latente del corazón humano, a la cual le agradaría añadir alguna pizca de sus miserables 'obras', a la obra perfecta de Cristo para el alma. Y sin embargo, cuando llegamos a examinar esta escena maravillosa, nosotros encontramos que ¡todos deben ser salvados como lo fue este ladrón! Yo no hablo ahora del período en el cual una obra tal es llevada a cabo en el alma, sino del hecho de que todos deben ser salvados tal como él. Y si este es el caso, ¿Por qué no ahora, mi lector? ¿Por qué no creer, y conocer el gozo y bienaventuranza de un interés en la obra salvadora de Cristo, antes que transcurra otro día, para que su alma pueda llenarse de todo gozo y paz en el creer, para que usted pueda abundar en esperanza por el poder del Espíritu Santo (Romanos 15:13)?
         Hay una necesidad absoluta de un cambio total y completo en el pecador antes de que él pueda ver el Reino de Dios. Un hombre puede estar en el apogeo de una reputación religiosa en el mundo; su nombre puede embellecer las listas de beneficencia — él puede ser mostrado como un modelo a ser imitado por los demás; y aun así, puede no haber experimentado nunca este poderoso cambio. Es un hecho triste y humillante, que posea como él puede, piedad, o más bien aquello que se parece a ella, delante de sus semejantes; y la erudición más profunda, una naturaleza amable, una mente benevolente, todas estas cualidades, y muchas más por añadidura; y sin embargo él ni siquiera puede haber visto nunca el Reino de Dios. Esta es una dura expresión, ¿quién puede soportarla? No obstante, es una absoluta necesidad el hecho de que el hombre debe nacer de nuevo. Él debe ser renovado desde las fuentes mismas de su naturaleza, sus pensamientos, sus afectos, sus sentimientos, su corazón, su conciencia, sus acciones. Él debe ser lo que el Señor Jesús dijo al hombre de los Fariseos — el maestro en Israel — el principal entre los Judíos — Nicodemo; él debía "nacer de nuevo." En el caso de este hombre, la lección sólo fue aprendida con lentitud. Él tuvo que renunciar a mucho. Para él fue doloroso que se le dijese que toda su vida era incorrecta; sus esfuerzos y energías, sinceras como indudablemente lo eran, habían brotado de una mala base; y que el hombre completo debía ser transformado desde las raíces mismas, antes de que él pudiese entrar en el Reino que Dios estaba estableciendo. Debió haber sido doloroso pensar en que lo que le daba importancia y autoridad, y por lo cual él era tenido en estima por parte de sus semejantes, caía bajo la aplastante condena por parte del divino Escudriñador de corazones, "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios." (Juan 3:3). Fue para él doloroso saber que si él entraría al Reino de Dios, él debía consentir hacerlo como el pecador más vil, despojado de todo lo que le pondría en ventaja con respecto de los demás, y le daría prioridad allí. Y aun así, esta transformación total y completa es absolutamente necesaria para entrar en el Reino de Dios; necesario para el más vil, necesario para todos. Ello nivela todas las diferencias; coloca a los hombres, a la luz de esta solemne verdad, en un terreno parejo delante de Dios, para que ninguna carne pueda gloriarse en Su presencia. Querido lector, ¿ha experimentado o ha pasado usted por esa transformación poderosa? ¿O usted ocupa el mismo estrado sobre el cual usted fue introducido entre los pecadores de este mundo? ¡Importante pregunta! ¡Que el Señor le permita responderla honestamente en Su presencia!
El caso del ladrón es una ilustración notablemente hermosa de esta obra poderosa en un alma — esta transformación total en el hombre. Y además de esto, nosotros tenemos en esta escena la obra poderosa de Cristo por él, la cual le permitió tomar este lugar — con Cristo aquel mismo día dentro del velo. La obra que hace aptos a todos los que creen en ella para tomar su lugar, por medio de la fe, con Jesús, en el mismo momento, en la presencia de Dios, dentro del velo.
         El caso del compañero del ladrón es, asimismo, verdadera y profundamente solemne. Un alma pasando de este mundo a otro; acercándose a los portales de una eternidad, de la cual no hay retorno, con una burla en su labio, y el insulto para el Bendito en su boca, " Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros." (Lucas 23:39). Profundamente solemne es una hora final semejante de la oscura vida de un hombre aquí, sin Cristo, sin fe, pecando contra su propia alma. Bien se dice acerca del inicuo, "Pues no hay para ellos dolores de muerte; más bien, es robusto su cuerpo. No sufren las congojas humanas, ni son afligidos como otros hombres." (Salmo 73: 4 y 5 – RVA).
Consideremos la misma hora en la vida del otro — la más brillante que jamás había conocido. "Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios?", espléndida ilustración de la obra de Dios en un alma (Lucas 23:40). Ella comenzó con solo una palabra, pero una palabra mediante la cual uno desentraña un corazón que ha sido enseñado en los caminos de la sabiduría. Porque, "El principio de la sabiduría es el temor de Jehová." (Proverbios 1:7). Nosotros tenemos en esta pequeña palabra una preciosa obra de Dios en su alma. De los inicuos se dice, "No hay temor de Dios delante de sus ojos." (Romanos 3:18). Dios no está en todos los pensamientos de ellos. "¿Ni aun temes tú a Dios?" Aquí estuvo la raíz de este cambio poderoso en este hombre: el santo temor de Dios. Dios tuvo Su lugar correcto en sus pensamientos, aunque él no Le conocía aún como Salvador. El temor de Dios fue la palabra de Abraham a los hombres de Gerar, "Ciertamente no hay temor de Dios en este lugar, y me matarán por causa de mi mujer." (Génesis 20:11) Fue el temor de Dios el que guardó el corazón de José, cuando estuvo en la tierra de su exilio — "¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?" (Génesis 39:9). Es eso lo que guarda el corazón en un mundo de pecado. La ausencia de este santo temor brinda espacio para las actividades de la corrupta e inicua voluntad del hombre. Dicho santo temor es el principio de la sabiduría.
         ¿Cómo está usted con respecto a ello, mi lector? ¿Puede usted decir que este santo temor de Dios ha sido la guía y el modelador de todos los pensamientos e intenciones de su corazón, de las acciones de su vida, y de los motivos que han gobernado sus modos de obrar? ¿Han sido todos estos gobernados por el temor del Señor? ¿Ha tenido Dios Su lugar correcto en su corazón?; y este temor, ¿ha refrenado su voluntad? Job fue un hombre "temeroso de Dios y apartado del mal." (Job 1:1); Cornelio fue un varón "temeroso de Dios con toda su casa" (Hechos 10:2). "Los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre." Malaquías 3). El temor de Dios fue la demostración de la fe de Abraham, "ya conozco que temes a Dios" (Génesis 22). Ahora bien, " El temor de Jehová es manantial de vida para apartarse de los lazos de la muerte." (Proverbios 14:27). El temor de Dios "conduce a la vida" (Proverbios 19:23 – VM); y nosotros vemos esto de manera tan notable en este hombre. El temor de Dios le llevó a tomar su lugar verdadero delante de Dios. "¿Tú ni siquiera temes a Dios, aunque estás en la misma condenación? y nosotros a la verdad justamente" (Lucas 23:40 – VM). ¿Puede usted decir con él, "nosotros a la verdad justamente"? ¿Puede usted, tal como él hizo, asumir la merecida y justa sentencia de muerte, para su propia alma; y reconocer, en plena honestidad de corazón, la Equidad de su sentencia? "Nosotros a la verdad justamente; porque recibimos la pena debida a nuestros hechos" (Lucas 23:40 – VM). ¿Reconoce usted la equidad de la sentencia; en efecto, la ha transferido usted a usted mismo, como la pena debida a sus pecados que usted merece? Bendita paz; reconocer en su totalidad su verdadera y correcta condición delante de Dios, y que su alma tenga claridad acerca de la sentencia de muerte, ¡tal como él! De qué manera la obra de Dios se hizo más y más resplandeciente, hasta que él estuvo con Cristo en el Paraíso. ¡Dios tuvo Su verdadero lugar en su alma, y él estuvo en su verdadero lugar delante de Dios! La Equidad de su sentencia pronunciada por sus propios labios; no excusándose, me atrevería a decir, como usted ha hecho a menudo; alegando circunstancias — una naturaleza maligna, para paliar sus pecados. Un pecador convicto estuvo allí no presentando excusa alguna por sus pecados y su sentencia, sino reconociendo que Dios era verdadero. Justificando a Dios, y condenándose a sí mismo, como uno de los hijos de la Sabiduría. "Yo reconozco mis transgresiones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo, he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; lo confieso, a fin de que seas justo en tu sentencia, y exento de culpa en tu juicio." (Salmo 51: 3 y 4 – VM).
Ya hemos hablado bastante de la obra en el alma de este hombre.
Nosotros debemos considerar otra cosa ahora— la obra para él—para todos, en la cruz junto a él.
Colgaba allí a su lado el Señor de Gloria: y de la boca del hijo de la Sabiduría, mientras la luz se hacía más resplandeciente en su alma, nosotros tenemos el testimonio de dos cosas— la impecabilidad y el Señorío de Cristo. "Éste ningún mal hizo." (Lucas 23:41). Y el Cristo inmaculado, y el pecador que se condenó a sí mismo, ¡estuvieron lado a lado! ¡Impresionante y solemne escena, la cual no será jamás contemplada nuevamente! Hermoso testimonio de aquel hombre moribundo, que le llevó a tomar su lugar con Jesús allí, en aquel momento, y en medio de la agitación de una escena como la que rodeaba la cruz. Un momento cuando el mundo se unió contra un hombre que "ningún mal hizo." Cuando incluso aquellos que Le habían amado y habían confiado en Él durante Su vida, Le abandonaron en la hora de su mayor dolor. Y sin embargo el alma de aquel hombre estaba absorta con Cristo, el cual colgaba allí. La visión completa de su alma estaba llena con Cristo; y él se olvidó de sí mismo. Una transformación completa y total había tenido lugar en el hombre; y, olvidando su agonía, todo su pensamiento fue, "Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino." (Lucas 23:42). ¿Cómo sería en su caso, mi lector, si usted estuviese muriendo en su confortable lecho, rodeado de sus amigos afligidos? ¿O qué sucede con usted ahora? ¿Sería Cristo tan precioso para su alma entonces? ¿Es Él tan precioso para usted ahora, como para absorber todos sus pensamientos, y colmar su alma con Él mismo? El terrible padecimiento de aquel momento no tuvo poder alguno para desagregar su corazón de Cristo. Y su única petición fue: Señor, ¡"acuérdate de mí."!
Pero, ¿cuál fue la respuesta? La luz en su alma terminó de manera distinta de lo que él pensaba. En lugar de ser recordado cuando Jesús regresara en Su Reino, ¡él obtuvo un lugar aquel mismo día en el Paraíso con Cristo! La obra fue hecha por Jesús allí, la cual permitió a aquel hombre tener un lugar con Él ese mismo día; tal como es adecuado para toda alma que cree en ella, tomar su lugar en aquel momento ¡con Jesús dentro del velo!
Querido lector, ¿ha contemplado usted con un corazón creyente, adorador, esa obra de Cristo, como aquello que lo ha librado a usted de la ira venidera? Y creyendo, ¿ha tomado usted su lugar, en virtud de ella, dentro del velo? ¿Dónde está usted, si no lo ha hecho? ¿Qué es usted? ¡Fuera del velo, un incrédulo, aún en sus pecados! Solemne lugar, solemne condición. No descanse ni por un momento, entonces. El mismo golpe que rasgó el velo, expuso la iniquidad del corazón del hombre, en la muerte de Cristo; y reveló el amor del corazón de Dios, al perdonar a Su Hijo; y ha quitado para siempre los pecados de Su pueblo creyente. No descanse ni por un momento hasta que usted tome su lugar, por medio de la fe, dentro del velo. Que ningún falso raciocinio del enemigo, o la incredulidad de su propio corazón, le prive a usted de esta alegría. Feliz realmente, si usted tiene, al igual que el ladrón salvado, el temor de Dios en su corazón: más feliz aún si usted ha reconocido su verdadero estado y condición delante de Dios — su propia alma ha asimilado la sentencia de muerte; y más feliz si usted se ha olvidado de usted mismo del todo tal como él, y que la visión de su alma esté absorta con Aquel que estuvo allí consumando Su amor al hacer una obra que le da a usted un nítido derecho a tomar su lugar en este momento ¡dentro del velo con Jesús! ¡Hoy...  conmigo en el paraíso!
  De la revista "Word of Truth" Vol. 1 – 1866, editor: F G. Patterson
Traducido del Inglés al español por: B. R. C. O.- mayo 2017.-

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