sábado, 6 de junio de 2020

EL MUNDO: UN REINO DE TINIEBLAS

Cuando hablamos del mundo en este sentido, no nos referimos al planeta tierra, el cual Dios nos ha dado como morada temporal. Ni tampoco nos referimos al mundo de la naturaleza, el cual Dios nos ha dado para que lo disfrutemos. Y, ciertamente, no nos referimos a la humanidad, a la cual Dios quiere que amemos igual que Él (Jn. 3:16). Entonces, ¿a qué nos referimos?

El mundo es la civilización que el hombre ha construido para satisfacer sus deseos sin contar con Dios. No sólo es independiente de Dios, sino totalmente opuesto a Él. El sistema del mundo está fundado sobre principios erróneos y promueve valores falsos. Es egocéntrico. La riqueza, el sexo y el poder son elementos claves en su cultura. “Toda civilización sin Dios, desde el principio, ha sido sellado con maldición; y todo lo que el hombre, sin Dios, llama avance, invento y progreso, tan sólo se asemeja a la construcción de la torre de Babel, esencialmente idólatra, y centro de vanagloria”.

Satanás es quien otorga inspiración y energía a la sociedad. Como los santos ángeles guardan al pueblo de Dios, así las potestades diabólicas están siempre activas en los asuntos del imperio de maldad.

Un Espectáculo Hueco

En realidad, el mundo es algo vacío. Es una fachada irreal. Como un chiste que carece de gracia, el mundo carece de sentido y valor. Nada de lo que ofrece puede satisfacer al corazón humano. Hay un libro de la Biblia, Eclesiastés, enteramente dedicado a exponer la vanidad del mundo, de la vida debajo del sol. Malcolm Muggeridge, al darse cuenta de esto, escribió: “He llegado al punto de ver que la vida humana, en todas sus manifestaciones, ya sean públicas o colectivas, no es más que un teatro, y el drama es uno barato y de muy mal

gusto”.

Y otra persona dijo: “El camino de mundo es pura imaginación; pero el reino [de Dios] es realidad eterna”. La gente intenta obtener del mundo más de lo que realmente hay en él.

Aun así, resulta muy atractivo. Se presenta a sí mismo como el summum bonum, el bien supremo. Sus luces psicodélicas, música contemporánea y atuendos sensuales deslumbran por doquier. Todo habitante del “país de Marlboro” es bien guapo, tiene un caballo, y aparece recostado en el asiento de un descapotable, seduciendo o siendo seducido por una mujer bella. Es un mundo de ensueño—una sociedad artificial. Es chapa resplandeciente que carece de sustancia y valor.

¿Qué es Mundano?

Mundanalidad es amar cosas pasajeras. Es todo aquello que arrastra y aleja a un creyente del Señor. Una persona mundana es aquella cuyos planes terminan en la tumba. Jowett supo poner los puntos sobre las íes cuando dijo: “La mundanalidad es un espíritu, un carácter. No es tanto un acto sino una actitud. Es una pose, una postura... La mundanalidad es toda actividad humana que mantiene fuera a Dios. La mundanalidad es una vida sin llamamiento celestial, sin ideales, sin alturas. La mundanalidad no reconoce nada en absoluto del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. No tiene montes; es una vida plana, horizontal. La mundanalidad no tiene dimensión vertical. Tiene ambición, pero no tiene aspiración. Su lema es el éxito, no la santidad. Siempre dice: “adelante”, pero nunca dice: “asciende”. La persona mundana es la que nunca dice: ‘alzaré mis ojos a los montes’”.

En algunos círculos, la definición de mundanalidad se ha limitado principalmente a cuestiones de beber, fumar, apostar, bailar, jugar a las cartas, ir al cine y actividades similares. Pero abarca mucho más. El Dr. Dale escribió: “Ser mundano es abandonar la ley suprema a la que debemos lealtad, las glorias y terrores del universo invisible que se revela a la fe, y nuestra trascendente relación con el Padre de los espíritus por medio de Cristo Jesús nuestro Señor, para ser llevado por intereses inferiores”.

“Hermano, si dieras la vuelta para vivir una vida mundana, tendrás que volver a través de la tumba, pues ésta yace entre el cuerpo de Cristo, del cual tú formas parte, y el mundo que le rechazó. El mundo le echó fuera de sí, y nosotros hemos sido sepultados en Cristo por el mundo que aborrece a la iglesia”.

La paciencia divina tiene un límite para el que intenta obtener lo mejor de los dos mundos.

William Macdonald, Mundos Opuestos, Capítulo 1 

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