lunes, 2 de septiembre de 2019

EL CRISTIANO VERDADERO (20)



Cuando te convertiste, ¿se convirtió también tu cartera? Espero que sí. Si has llegado a conocer y a amar al Señor, es natural que uno de los deseos de tu corazón sea el de hacer todo lo que puedas para el adelanto de su causa en el mundo, no sólo mediante tu servicio sino mediante contribuciones que permitan el servicio de otros creyentes. ¡Es trágico que existan en los bolsillos de los cristianos, tantas carteras “inconversas”! Resulta difícil entenderlo, ya que uno de los ejercicios más comunes cuando se ama, es el de dar. Cuando amas a una persona, en forma instintiva le haces regalos. Cuando un joven empieza a noviar con una niña, comienza a comprarle bombones, flores y otros obsequios que cree han de agradarle. El día de Navidad, damos regalos a nuestros parientes y a otras personas que nos son queridas. Lo mismo hacemos para sus cumpleaños y otros aniversarios. El dar regalos es una de las formas más comunes en que se expresa el amor. Fue porque Dios nos amó tanto, que nos dio el don inefable, su Hijo unigénito.
Resulta natural que aquellas personas que no aman a Dios no muestren ningún interés en entregar dinero para la causa de Dios. Pero por cierto que quien ama al Señor de todo corazón, ha de considerar que es un deber y un privi­legio dar de su dinero para la causa de Cristo. Si amamos verdaderamente a Dios, hemos de querer darle parte de nuestro dinero.
La Biblia tiene mucho que decirnos acerca del dar. Du­rante la dispensación del Antiguo Testamento, llamada la Dispensación de la Ley, al pueblo de Dios tenía que entregar un diezmo de todos sus ingresos al Señor. Esta décima parte
era obligatoria para todos, y además de ella, debían añadir presentes.
¿Es obligatorio el diezmo según el Nuevo Testamento? Muy a menudo hay cristianos que formulan la pregunta. Personalmente, no sostenemos que el diezmo sea una ley del Nuevo Testamento, pero sí creemos que la gracia de Dios, presente en un cristiano de hoy, no puede esperar menos de él que lo que debía dar por ley en los días del Antiguo Testamento. Ya que la ley exigía un diezmo de todo, la gracia no pide menos. En realidad, la gracia debe sobreabundar, mucho más arriba y más allá de la ley. Lo cierto es que algunos, quizás muchos, cristianos, deberían tener vergüenza por el hecho de que sólo dan una décima parte de lo que poseen al Señor. Dios les ha bendecido en forma tan abun­dante que deben dar mucho más, y sin embargo se aferran al mínimo exigido por el Antiguo Testamento, antes de que la gracia fuese revelada al hombre en toda su plenitud.
La regla establecida por la gracia en el Nuevo Testamento es dar según Dios “haya prosperado" (1 Cor. 16: 2 V. M.). El versículo dice: “El primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo, para guardarlo según haya pros­perado.” En estas palabras podemos ver dos principios gene­rales. Uno es el de dar con regularidad, “el primer día de la semana”; el otro es el de dar “según haya prosperado”, o como dice la Versión Valera Reina, “guardando lo que por la bondad de Dios pudiere”. En el Nuevo Testamento no hay ningún requisito mínimo, ni tampoco se establece má­ximo alguno. Pero todo cristiano debe dar de acuerdo con la cantidad de dinero que Dios le haya confiado.
Otro pasaje del Nuevo Testamento sobre este mismo asunto se encuentra en 2 Corintios 9: 7, que dice: “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, o por necesidad; porque Dios ama al dador alegre.” Y el versículo anterior a éste, dice en forma gráfica: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra en bendiciones, en bendiciones también segará.” El Señor Jesús dijo en Lucas 6:38: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida, y rebosando darán en vuestro seno. Por' que con la misma medida que midiereis, os será vuelto a medir.”
Parece que se nos señalara en estos textos, un círculo victorioso. Primeramente, das como Dios te haya prosperado. Luego, a medida que das, Dios te prospera más, de modo que puedas dar más aún, recibiendo nuevas bendiciones, y así sucesivamente. Amigo cristiano: ¿no quieres poner a prue­ba esta promesa de Dios y ley de la gracia? ¿No quieres pro­bar a Dios por medio de ella?
Ciertos amigos estaban hablando acerca de un conocido de iodos ellos, predicador del evangelio. Es un hombre que pre­dica con lealtad la Palabra de Dios, pero por alguna razón u otra, siempre ha estado en aprietos económicos. Sus proble­mas financieros parecen estar en contraste con lo que uno esperaría en la vida de un hombre como él. Mientras se discutían las posibles causas, un hermano sugirió que el predicador aludido tal vez no había sido más bendecido finan­cieramente, porque había sido tan mezquino con su dinero. Era un hombre tacaño. Hay muchos cristianos tacaños y el resultado es que son completamente indigentes en lo espiri­tual. Sé un cristiano generoso, y Dios te ha de bendecir generosamente. Lo hace siempre.
En el capítulo 47 de Ezequiel, tenemos el relato de una de las gloriosas visiones que recibió el profeta del Señor. En ella ve un río que sale del templo, figura de la gracia de Dios. Un ángel que le acompaña lo hace entrar al agua. Es llevado más y más adentro del río, y el agua se eleva más y más, hasta que, según leemos en el versículo 4, le llegaba hasta la cintura. Para mí, esto representa al cristiano cuyos bolsillos han sido sumergidos en la gracia de Dios y han recibido una buena dosis de salvación, pues los bolsillos siempre están a la altura de la cintura. ¿Qué de ti, amigo lector? ¿Ya han sido sumergidos tus bolsillos en la gracia de Dios? ¿Ya se convirtió a Cristo tu billetera? ¿Gobierna el Espíritu de Dios el abrir y cerrar de tu cartera?
Como ya lo hemos expresado, no creemos que el diezmo sea ley del Nuevo Testamento, pero sí creemos que todo cristiano debe tener algún plan determinado para dar en forma sistemática. Si honradamente crees delante del Señor que él no espera de ti más que el diezmo de tus ingresos, entonces ten mucho cuidado de darle por lo menos el diezmo. Hazlo en forma sistemática. La mejor manera es la de apartar la porción de Dios antes que ninguna otra cosa, cuando recibas tu cheque de sueldo o seas pagado de cualquier otra manera. Es bueno tener en el hogar alguna alcancía o lugar especial para colocar en él “la porción del Señor.” Y una vez que hayas separado dicha porción, ella debe ser sagrada, y no considerada ya como tuya, sino como de Dios. Si sigues este plan, siempre tendrás dinero para dar, cuando se pre­senten las necesidades en la obra del Señor.
Es evidente que el Apóstol Pablo conocía el valor del dar sistemático, y por eso señaló que cada hombre debía, el primer día de la semana, apartar su ofrenda para el Señor. Si pones a un lado la porción del Señor semanalmente, encontrarás que resulta mucho más fácil dar a Dios. Llegará a ser un hábito, de tal modo que nunca se te ha de ocurrir dejar de darle lo que le corresponde.
Pero no pienses que, porque le has dado a Dios un diezmo, le has dado todo lo que te pide. Algunos creyentes podrían darle a Dios la mitad de sus ingresos, y deberían hacerlo. Algunas personas pueden dar una proporción aún mayor. ¡Recuerda que Dios mira no solamente lo que le has dado a él, sino también lo que has retenido para ti mismo! Dios sabe cuanto dinero te hace falta para cuidar en forma adecuada de tu familia, y hacer frente a tus obligaciones. Sabe, también, cuando gastas tu dinero en forma egoísta y necia. El yo-ismo es la esencia misma del pecado, y si has sido salvado de tus pecados debes perder todo afecto a dicho espíritu pecaminoso. Tu único deseo en la vida, tanto en lo que haces como en lo que ganas, debe ser el de glorificar el nombre de Cristo y promover su obra.

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