Cuando los israelitas estaban por entrar a la tierra que
les había sido prometido, el Señor les dio mandamiento de apartar seis de
aquellas ciudades de su posesión como lugares de refugio. Tres de aquellas se
hallaban de la parte más allá del Jordán, hacia el desierto, mientras que las
otras tres eran de la parte de acá. Esta provisión era para que el hombre que,
por equivocación, matase a su prójimo pudiera correr allí y refugiarse del
peligro de ser muerto.
Cuando sucedía una desgracia entre los hombres, como si un hombre trabajaba
con un hacha y el hacha caía del cabo y daba contra el prójimo, causándole la
muerte, el responsable del hecho podía salvarse de la venganza del pariente por
correr a la ciudad de refugio más cercana.
La nación era responsable de mantener caminos reales en toda dirección de
estas ciudades para facilitar la huida de tales individuos, y al llegar uno de
éstos a una ciudad de refugio los ancianos debían acogerlo con voluntad y
protegerlo hasta probar el caso para ver si en verdad era cosa premeditada o
una equivocación. Si era culpable de homicidio, debía morir; si inocente debía
recibir su protección.
Estas cosas son figuras de las cuales podemos aprender lecciones
importantes. Las ciudades de refugio figuran para nosotros la salvación que hay
en Cristo. Cuán alegremente cantamos a veces: “Cristo, refugio de mí, pecador,
vengo a ti, vengo a ti”. Por su muerte en la cruz, sufriendo por nuestros
pecados, Él nos abrió camino a la eterna salvación, y la Palabra de Dios, la Santa Biblia , asegura
que creyendo en él somos salvos para siempre. Él mismo invitó: “Venid a mí,
todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar”, Mateo
11. 28.
Había una amplia provisión para todos, y las ciudades no se hallaban lejos,
pues eran seis. Se encontraba una de ellas cerca de cualquiera que estuviera en
apuro. No había que hacer un refugio propio, sino sólo correr a donde había un
lugar preparado. Gracias a Dios, el pecador no tiene que proveer su propia
salvación, Cristo lo ha hecho todo. Dijo en la cruz: “Consumado es”, y la obra
de nuestra salvación quedó terminada una vez para siempre. Lo que queda para
ti, como para mí, es aprovecharte de ella.
El que había caído en esta desgracia debía venir confesando la verdad. Tú
serás salvo sólo como pecador, y no como bueno. Estas ciudades eran una
provisión especial para el que había caído en desgracia. Cristo es el refugio
de los que han caído en la desgracia de ser pecadores por naturaleza y por
práctica.
Imagínate un individuo de éstos a quien le había
acontecido esta desgracia, quien, después de darse cuenta de lo sucedido, y
sabiendo que pronto le alcanzaría el vengador de sangre, se sienta al lado del
camino a descansar, o pierda el tiempo discutiendo con algún transeúnte la
sabiduría de Dios en proveer de esta manera, para estos desgraciados. ¿No debía
más bien ir a todo correr a refugiarse? Tú estás en peligro de alcanzarte el
juicio de Dios. ¿Por qué no corres a Cristo, sin demora?
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