lunes, 2 de septiembre de 2019

EL HOGAR CRISTIANO

“Estas palabras que Yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón: y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes: y has de atarlas por señal en tu mano, y estarán por frontales entre tus ojos: y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus portales” (Deuteronomio 6:6-9).


¡Cuán importante lugar ha ocupado, y siempre ocupará, la Palabra de Dios! Los israelitas debían mostrar su aprecio de ella, según el mandamiento arriba citado. Aquellas partes de las Santas Escrituras que para entonces poseían los hebreos, debían ser aprendidas de memoria hasta quedar escritas sobre su corazón, figurativamente hablando. No solamente esto: debían enseñarlas a sus hijos, para que ellos también supiesen el temor de Dios. Por el amor que tuvieran al Señor aquella gente debía hablar de su Palabra a toda hora y en cualquier circunstancia.
Además, esos mandamientos debían ser atados a su mano, que es igual a decir que debían gobernar sus hechos. Debían ser por frontales entre sus ojos, que equivale decir que ellos debían ver todas las cosas en la luz de la Palabra de Dios. El escribirlas en los postes de su casa significa que sus hogares serían conducidos según esa regla de justicia; y el ponerlas en sus portadas era un testimonio a los de fuera que la familia en la casa temía al Dios vivo y verdadero.
Hoy día ha placido a Dios darnos un tesoro aún más grande. La revelación de la divina voluntad ha sido ensanchada grandemente, con la adición de los Profetas, los Salmos, los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas apostólicas, y el Apocalipsis. Por lo tanto, nosotros mismos debemos tener un aprecio, aún más que aquella gente, de aquel precioso libro llamado la Biblia.
En ella vemos revelada la caída del hombre en el pecado, los frutos de la cual están a la vista por todos lados. También aprendemos que Dios, contra quien hemos pecado, es el Dios de justicia, que demanda el pago del pecado; pero a la vez que Él es Dios de amor y gracia, y en sí mismo ha encontrado el medio de rescatar al hombre arruinado, y salvarle de terminar con el diablo, que desde el principio le ha tentado a revelar y pecar contra Dios.
El apóstol Pablo recalca en Romanos 15.4 que mucho de lo que leemos en el Antiguo Testamento en cuanto al trato de Dios con los israelitas, además de ser historia, ha sido escrito para nuestra enseñanza. Es por esto, por ejemplo, que presentamos esta serie de Escenas Bíblicas.
En la manera de ser redimido aquel pueblo por la sangre del cordero pascual vemos una figura de la redención de nuestras almas por la sangre preciosa de Cristo. En el oficio del sumo sacerdote de Israel vemos tipificado el oficio de nuestro Señor Jesús, y en el de los hijos de Aarón aprendemos cuáles son los privilegios de los que hoy día son salvos por la fe en Cristo.
No hay otro libro en el mundo de igual importancia a la Palabra de Dios. Dijo Jesús: “Escudriñad las Escrituras, porque … ellas son las que dan testimonio de mí”, Juan 6.39.
Es por la Palabra de Dios que los que creen de corazón en Jesús saben que sus almas son salvas, y que tienen vida eterna, porque dice: “El que cree al Hijo tiene vida eterna; más el que es incrédulo al Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”, Juan 3.36.
No están las tradiciones de ninguna iglesia a la par con la Palabra de Dios, la Santa Biblia. Esas tradiciones pueden incluir algunos preceptos provechosos, pero son conceptos humanos. La Biblia, aunque escrita por hombres, ha sido indudablemente inspirada por el Espíritu Santo.
En vez de obedecer el consejo del clero romano, o de sectas y herejías de estos últimos tiempos, debemos leer continuamente la Palabra de Dios, hasta saberla de memoria. Debemos enseñarla a nuestros hijos a diario, usarla como regla para nuestras vidas, mostrarla y propagarla para que sean iluminados los demás. En verdad, debe ser ella la Carta Magna del cristiano. El hogar que es realmente cristiano se conoce por el lugar que en ella se le da a la Palabra de Dios.
Si no la posees, procúrate un ejemplar de la Santa Biblia. Aprenderá en ella cuál es la vía de salvación mediante la fe en Cristo y su obra de redención. Obedece sus principios y enséñelos a sus hijos. Si llegas a recibir de veras al Cristo de la Biblia, serás verdaderamente feliz aquí y en la eternidad.

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