“Estas palabras que Yo te mando hoy, estarán
sobre tu corazón: y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en
tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes: y has
de atarlas por señal en tu mano, y estarán por frontales entre tus ojos: y las
escribirás en los postes de tu casa, y en tus portales” (Deuteronomio 6:6-9).
¡Cuán importante
lugar ha ocupado, y siempre ocupará, la Palabra de Dios! Los israelitas debían mostrar su
aprecio de ella, según el mandamiento arriba citado. Aquellas partes de las
Santas Escrituras que para entonces poseían los hebreos, debían ser aprendidas
de memoria hasta quedar escritas sobre su corazón, figurativamente hablando. No
solamente esto: debían enseñarlas a sus hijos, para que ellos también supiesen
el temor de Dios. Por el amor que tuvieran al Señor aquella gente debía hablar
de su Palabra a toda hora y en cualquier circunstancia.
Además, esos
mandamientos debían ser atados a su mano, que es igual a decir que debían
gobernar sus hechos. Debían ser por frontales entre sus ojos, que equivale
decir que ellos debían ver todas las cosas en la luz de la Palabra de Dios. El
escribirlas en los postes de su casa significa que sus hogares serían
conducidos según esa regla de justicia; y el ponerlas en sus portadas era un
testimonio a los de fuera que la familia en la casa temía al Dios vivo y
verdadero.
Hoy día ha
placido a Dios darnos un tesoro aún más grande. La revelación de la divina
voluntad ha sido ensanchada grandemente, con la adición de los Profetas, los
Salmos, los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas apostólicas,
y el Apocalipsis. Por lo tanto, nosotros mismos debemos tener un aprecio, aún
más que aquella gente, de aquel precioso libro llamado la Biblia.
En ella vemos
revelada la caída del hombre en el pecado, los frutos de la cual están a la
vista por todos lados. También aprendemos que Dios, contra quien hemos pecado,
es el Dios de justicia, que demanda el pago del pecado; pero a la vez que Él es
Dios de amor y gracia, y en sí mismo ha encontrado el medio de rescatar al
hombre arruinado, y salvarle de terminar con el diablo, que desde el principio
le ha tentado a revelar y pecar contra Dios.
El apóstol Pablo
recalca en Romanos 15.4 que mucho de lo que leemos en el Antiguo Testamento en
cuanto al trato de Dios con los israelitas, además de ser historia, ha sido
escrito para nuestra enseñanza. Es por esto, por ejemplo, que presentamos esta
serie de Escenas Bíblicas.
En la manera de ser redimido aquel pueblo por la sangre del cordero pascual
vemos una figura de la redención de nuestras almas por la sangre preciosa de
Cristo. En el oficio del sumo sacerdote de Israel vemos tipificado el oficio de
nuestro Señor Jesús, y en el de los hijos de Aarón aprendemos cuáles son los
privilegios de los que hoy día son salvos por la fe en Cristo.
No hay otro
libro en el mundo de igual importancia a la Palabra de Dios. Dijo Jesús: “Escudriñad las
Escrituras, porque … ellas son las que dan testimonio de mí”, Juan 6.39.
Es por la Palabra de Dios que los
que creen de corazón en Jesús saben que sus almas son salvas, y que tienen vida
eterna, porque dice: “El que cree al Hijo tiene vida eterna; más el que es
incrédulo al Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”,
Juan 3.36.
No están las
tradiciones de ninguna iglesia a la par con la Palabra de Dios, la Santa Biblia. Esas
tradiciones pueden incluir algunos preceptos provechosos, pero son conceptos
humanos. La Biblia ,
aunque escrita por hombres, ha sido indudablemente inspirada por el Espíritu
Santo.
En vez de
obedecer el consejo del clero romano, o de sectas y herejías de estos últimos
tiempos, debemos leer continuamente la Palabra de Dios, hasta saberla de memoria.
Debemos enseñarla a nuestros hijos a diario, usarla como regla para nuestras
vidas, mostrarla y propagarla para que sean iluminados los demás. En verdad,
debe ser ella la Carta
Magna del cristiano. El hogar que es realmente cristiano se
conoce por el lugar que en ella se le da a la Palabra de Dios.
Si no la posees,
procúrate un ejemplar de la
Santa Biblia. Aprenderá en ella cuál es la vía de salvación
mediante la fe en Cristo y su obra de redención. Obedece sus principios y
enséñelos a sus hijos. Si llegas a recibir de veras al Cristo de la Biblia , serás
verdaderamente feliz aquí y en la eternidad.
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