lunes, 2 de septiembre de 2019

LA OBRA DE CRISTO (7)


EN EL PASADO, EN EL PRESENTE Y EN EL PORVENIR




Su Obra Presente
La gran obra que vino a cumplir nuestro Señor Jesucristo, el amantísimo Hijo de Dios, fue la de redimirnos del pecado por su propio sacrificio. Su obra consumada en la cruz es la base de su obra presente y de su obra futura, Y ¿qué mente podría calcular el valor y la preciosidad de su obra en la cual el Santísimo, por medio del Espíritu eterno, se ofreció sin tacha a Dios? Jesús alcanzó la redención del hombre por su muerte en la cruz. En su obra del presente, y mucho más todavía por su obra del porvenir, Jesús está laborando esta gran redención hasta lograr resolverla.


Los cristianos no se forman una concepción bien definida de la obra presente de Cristo, ni de su obra en el porvenir. Muchos hablan del Señor en el sentido de que es ahora el Rey de los reyes y el Señor de los señores, reinando sobre la tierra; hablan co­mo si Cristo estuviera ya ocupando el trono de su padre David en los cielos. La Iglesia, según esa teo­ría, es su reino, el cual se va gradualmente ensan­chando bajo su reino espiritual hasta que el mundo todo se haya consolidado en tal reino. Lo cual es un completo error. Nuestro Señor Jesucristo reinará sobre la tierra; tendrá en la tierra un reino de gloria, de paz y de justicia; las naciones de la tierra ten­drán que someterse a su gobierno; mas todo eso está todavía por venir. Ello todo se realizará con SU VUELTA visible a la tierra, y entonces será cuando El, como la segunda persona que es, reclame el do­minio de la tierra. Su poder reinante pertenece al porvenir; su obra presente es de diferente naturaleza.

I.—La Presencia Corporal de Cristo es la Gloria
El Señor bendito nos legó en la cruz el cuerpo que había tomado al encarnarse. Ese cuerpo murió; era la única parte perecedera de su ser. Pero aquel cuerpo tan infamado por el hombre, flagelado y en­clavado en la cruz, no podía desintegrarse y se le­vantó de entre los muertos. La virtud poderosa de Dios abrió aquel sepulcro y le levantó de entre los muertos. Esta virtud poderosa de Dios, que lo sacó de la tumba, es la grandeza sobre excelente de su poder para con nosotros los que creemos. Los cre­yentes gozamos de esa grandeza, Ef. 1:19. Y Dios no solamente le resucitó de entre los muertos, sino que le ha dado gloria, 1 P. 1:21.
Si yo fuese a disertar sobre la resurrección de Jesucristo, demostraría dos cosas. Primeramente, que El en efecto se levantó de entre los muertos; es decir, el hecho indisputable de que El, que había muerto real y corporalmente, se levantó en cuerpo de la tumba; y, en segundo lugar, el significado de su resurrección, que tan importantísimo es.
El apóstol Pablo escribe en aquel gran capítulo de su primera epístola a los Corintios; “Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aun estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo son perdidos” 1 Co. 15.17.18. En otras pala­bras; si nuestro Señor Jesucristo no salió de la tumba en la que fue depositado su sagrado cuerpo, y en la cual descansó tres días, si no dejó la tumba en for­ma corporal, su muerte en la cruz no tendría más significación que la de cualquier otro ser humano, en cuyo caso la sangre por El derramada no podría nunca redimir nuestros pecados ni tranquilizar la conciencia del culpable. Todavía más; los innumera­bles seres que han dejado esta vida confiados en Cristo, habrían perecido todos ellos. Pero Cristo, sí, se levantó de entre los muertos; de eso no puede caber duda alguna; los testigos de este suceso son irrecusables.

Su Resurrección Física
Su resurrección de entre los muertos es la respuesta dada por Dios a sus súplicas ofrecidas con gran clamor y lágrimas. “El cual, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído por su reverencial miedo” He. 5.7.
Esto pasó en Getsemaní. La respuesta a las súplicas y lágrimas de Cristo se la dio Dios en la mañana del primer día. Su  resurrección fue el “Amén” de Dios a su      triunfante exclamación en la cruz, “Consumado es”. Dios, al levantar a Cristo de entre los muertos, selló la obra de Este en la cruz y atestiguó por ese acto que la obra exigida por su santidad y justicia había quedado satisfactoriamente acabada. Ya los culpables pueden ser justamente perdonados porque la justicia eterna de Dios fue mantenida enhiesta y satisfecha por su propio Hijo, por cuanto El pagó la pena.
Dios, aun antes de levantar la lápida, había demostrado que la obra estaba consumada a su satis­facción. Tal parece que Dios no podía esperar hasta el tercer día; su mano asió el velo que ocultaba el Santo de los santos de la vista del hombre, y lo ras­gó de arriba abajo, con lo cual demostraba que ya podía el Santísimo salir, derramando sus bendiciones sobre el hombre, y que el hombre, comprado a tal precio, quedaba en condiciones de presentarse ante Dios y morar con El, el Padre amantísimo. Los pecadores salvados por la gracia pueden entrar en el lugar Santísimo por la nueva y viviente senda abierta por Cristo con su preciosa sangre.
¿Y cómo se levantó de su sepulcro? Ya se ha dicho antes. Se levantó con el cuerpo que había to­mado en la encarnación, con aquel cuerpo que no podía desintegrarse. Dejó la tumba en forma corpo­ral; no era un fantasma, sino un cuerpo tangible; todavía llevaba en las manos y en los pies las marcas hechas por los clavos; en el costado se veía la he­rida producida por la lanza. Apareció en ese cuerpo ante sus discípulos y les hizo ver cómo tenía las manos y el costado. Y cuando en otra ocasión se asombraron, profiriendo exclamaciones inspiradas por el miedo, les dijo: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy: palpad, y ved; que el espíritu ni tiene carne ni huesos como veis que yo tengo” Le. 24.39,40. Y como la emoción no les dejaba creer, les pa­tentizó su estado corporal, comiendo de un pescado asado y de un panal de miel. Mas, aunque el cuerpo era el mismo, era un cuerpo ya glorificado. Un cuerpo idéntico a ese mismo cuerpo glorificado lo re­cibiremos nosotros algún bienhadado día, en cambio del cuerpo de humillación que nos aprisiona ahora.
Esta redención del cuerpo la esperamos nosotros asimismo como la esperan los que reposan en el seno de Jesús.

La Ascensión por los Cielos
En ese cuerpo dejó la tierra y ascendió por los cielos hasta llegar al cielo propio, ¡Qué espectáculo debía haber sido ese! ¡Qué cosas no debieron haber sucedido después que se levantó y desapareció de la vista de los asombrados discípulos! Contemplábanle éstos llenos de asombro conforme iba ascendiendo, su Jesús mismo, hasta que la nube de gloria, el Shekinah, se lo llevó a los cielos, fuera del alcance de la mirada de ellos. ¡Cuán triunfante debía haber sido su entrada en los cielos! Tal vez el arcángel del poder acompañaba al Conquistador del pecado, de la muerte, de la tumba, y de Satanás, puesto que el arcángel lo acompañará algún día cuando descienda de los cielos a la tierra. “Subió Dios con júbilo” Sal. 47.5. El volverá a nosotros con el júbilo del victorio­so; cuando retorne vendrá escoltado por un ejército de ángeles poderosos. ¿No le escoltarían asimismo estos ángeles celestiales en su marcha hacia los cie­los? Y así que el Cristo Dios y Hombre pasaba en su ascensión por el territorio del dominio de Satanás, el príncipe del poder en los aires, los seres malvados que habitan con él retrocedieron, llenos de espanto y temblorosos. El Hombre glorificado continuaba avanzando, siempre ascendiendo, subiendo más y más; nada podía detenerle en su progreso; era que el Señor todopoderoso le alzaba hacia sí. Pasó por el segundo cielo donde las maravillosas estrellas creadas por su propio poder describen sus órbitas al­rededor de los soles de fuego. Todavía le escoltan ángeles, y los ejércitos angélicos le admiraban, pues fueron ellos los mismos que presenciaron sus sufri­mientos, su muerte y su resurrección. Por fin llega­ron a un lugar donde todos los ángeles se detuvieron; aun el mismo arcángel se cubrió allí la faz excla­mando: “¡Santo! ¡Santo!” Más allá, quedaba el ter­cer cielo, que es donde está el trono glorioso de Dios. El Hombre glorificado se adelantó solo, ascendió a un lugar más alto, hasta llegar a la inmediata pre­sencia de Dios, que es nuestro Dios, su Padre y nuestro Padre. La divina voz de Dios le dio la bien­venida, y después sentóle a su diestra, donde per­manecerá hasta que tenga a sus enemigos por estra­do de sus pies. ¡Qué grandioso debía haber sido el retorno del Unigénito de Dios a su mansión eternal, en aquel momento sublime en que Dios mismo, y también su Hijo, contemplaban el ejército de peca­dores redimidos que Cristo trajo consigo a la gloria!
A El, que había muerto en la cruz, se le colocó en el pináculo de la gloria, y allí está por encima de los principados y señoríos, de las potestades y dominios, de todas las jerarquías, y en la gloria permanece en su estado humano. Permitidme que lo repita; nuestro Señor Jesucristo está en forma cor­poral en el cielo. Eso es la base de todo. Si se negara su resurrección física y su presencia corporal en el cielo altísimo, su obra presente y futura sería una imposibilidad, que nos privaría de la tranquilidad, del regocijo y de la paz. Y, además, habría que admitir en ese caso que su obra de expiación en la cruz carece de todo significado.

La Negación de una Verdad Fundamental
En estos tiempos de sectarismo se niega de­masiado a menudo la gran verdad de la presencia corporal de Cristo en el cielo. Predican que su resu­rrección fue espiritual, que Él vive solamente por su Palabra. La negación de la resurrección literal de nuestro Señor bendito y su presencia en el cielo, se ha propagado por todo el mundo; la niegan principal­mente tres sectas erradas, y, por erradas, perniciosas.
1. UNITARIANISMO, Esta denominación, como secta, es pequeña; más la influencia del Unitarianismo está viciando al cristianismo. La crítica de la Biblia, la teología moderna, la religión más liberal, que tienden a combatir la deidad esencial de nuestro bendito Señor, y su encarnación y resurrección de entre los muertos, originan de la influencia perniciosa de esta secta. En una reunión recientemente celebrada por las asociaciones Unitarias británicas y extranjeras, el presidente observó, que “hombres serios y pensadores, que ocupan púlpitos que estuvieron una vez dedicados a la propagación de doctrinas estrictamente ortodoxas, están ahora predicando un evangelio, que, en cuanto a liberalidad y tolerancia EXCEDÍA HASTA AL MISMO UNITARIANISMO DE HACE TRES O CUATRO GENERACIONES.”
2.    LA CIENCIA CRISTIANA. Esta ciencia no es nueva, es simplemente una restauración (ins­pirada por Satanás) del antiguo Gnosticismo; es una negación de los artículos de la fe que una vez y para siempre se revelaron a los santos. Prominente en este sistema de religión figura la negación de la re­surrección física y de la presencia corporal de nues­tro Señor Jesús en la gloria. Es la obra maestra de Satanás; su crecimiento fenomenal atrae a sus filas a aquellos de la profesión cristiana que jamás se salvaron y que poseen un conocimiento insuficiente de la verdad de Dios. Esta teoría engañosa no men­guará, sino que continuará creciendo y se irá hacien­do cada vez más poderosa, a medida que se vaya negando el evangelio y refutando el Verbo de Dios.
3. EL ALBA MILENARIA.      He aquí otro sistema grande y extenso. En este sistema Satanás juega un papel aún más importante que en la Cien­cia cristiana, representando la parte del ángel de luz. Esta teoría se ofrece en todas partes del mun­do como “Alimento para los cristianos,” y pasa bajo el nombre de “Estudiantes de la Biblia.” Se le en­cuentra en todas partes. ¿Pero en qué consiste tal sistema? Pues es una amalgama de varias de las fa­laces teorías respecto a la persona de Cristo, que niega, como lo niegan el Unitarianismo y la Ciencia Cristiana, la absoluta deidad de nuestro Señor. El “Pastor” Russell también niega en sus libros la re­surrección física de Cristo. Según este sistema de religión, el cuerpo de nuestro Señor se ha disuelto en sus gases naturales, o bien se le conserva en alguna parte, como un recuerdo conmemorativo; lo cual, na­turalmente, significa la negación de su presencia corporal en el cielo. Pero ¡qué disparate el decir que el cuerpo de nuestro Señor se disolvió en sus gases naturales, siendo así que el Verbo tan claramente declaró que no podía desintegrarse!

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