EN EL PASADO, EN EL PRESENTE Y EN EL PORVENIR
Su
Obra Presente
La gran obra que vino a cumplir nuestro Señor
Jesucristo, el amantísimo Hijo de Dios, fue la de redimirnos del pecado por su
propio sacrificio. Su obra consumada en la cruz es la base de su obra presente
y de su obra futura, Y ¿qué mente podría calcular el valor y la preciosidad de
su obra en la cual el Santísimo, por medio del Espíritu eterno, se ofreció sin
tacha a Dios? Jesús alcanzó la redención del hombre por su muerte en la cruz.
En su obra del presente, y mucho más todavía por su obra del porvenir, Jesús
está laborando esta gran redención hasta lograr resolverla.
Los cristianos no se
forman una concepción bien definida de la obra presente de Cristo, ni de su
obra en el porvenir. Muchos hablan del Señor en el sentido de que es ahora el
Rey de los reyes y el Señor de los señores, reinando sobre la tierra; hablan como
si Cristo estuviera ya ocupando el trono de su padre David en los cielos. La
Iglesia, según esa teoría, es su reino, el cual se va gradualmente ensanchando
bajo su reino espiritual hasta que el mundo todo se haya consolidado en tal
reino. Lo cual es un completo error. Nuestro Señor Jesucristo reinará sobre la
tierra; tendrá en la tierra un reino de gloria, de paz y de justicia; las
naciones de la tierra tendrán que someterse a su gobierno; mas todo eso está todavía
por venir. Ello todo se realizará con SU VUELTA visible a la tierra, y entonces
será cuando El, como la segunda persona que es, reclame el dominio de la
tierra. Su poder reinante pertenece al porvenir; su obra presente es de
diferente naturaleza.
I.—La
Presencia Corporal de Cristo es la Gloria
El Señor bendito nos
legó en la cruz el cuerpo que había tomado al encarnarse. Ese cuerpo murió; era
la única parte perecedera de su ser. Pero aquel cuerpo tan infamado por el
hombre, flagelado y enclavado en la cruz, no podía desintegrarse y se levantó
de entre los muertos. La virtud poderosa de Dios abrió aquel sepulcro y le
levantó de entre los muertos. Esta virtud poderosa de Dios, que lo sacó de la
tumba, es la grandeza sobre excelente de su poder para con nosotros los que
creemos. Los creyentes gozamos de esa grandeza, Ef. 1:19. Y Dios no solamente
le resucitó de entre los muertos, sino que le ha dado gloria, 1 P. 1:21.
Si yo fuese a
disertar sobre la resurrección de Jesucristo, demostraría dos cosas.
Primeramente, que El en efecto se levantó de entre los muertos; es decir, el
hecho indisputable de que El, que había muerto real y corporalmente, se levantó
en cuerpo de la tumba; y, en segundo lugar, el significado de su resurrección,
que tan importantísimo es.
El apóstol Pablo
escribe en aquel gran capítulo de su primera epístola a los Corintios; “Si
Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aun estáis en vuestros pecados. Entonces
también los que durmieron en Cristo son perdidos” 1 Co. 15.17.18. En otras palabras;
si nuestro Señor Jesucristo no salió de la tumba en la que fue depositado su
sagrado cuerpo, y en la cual descansó tres días, si no dejó la tumba en forma
corporal, su muerte en la cruz no tendría más significación que la de cualquier
otro ser humano, en cuyo caso la sangre por El derramada no podría nunca
redimir nuestros pecados ni tranquilizar la conciencia del culpable. Todavía
más; los innumerables seres que han dejado esta vida confiados en Cristo,
habrían perecido todos ellos. Pero Cristo, sí, se levantó de entre los muertos;
de eso no puede caber duda alguna; los testigos de este suceso son
irrecusables.
Su
Resurrección Física
Su resurrección de
entre los muertos es la respuesta dada por Dios a sus súplicas ofrecidas con
gran clamor y lágrimas. “El cual, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y
súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue
oído por su reverencial miedo” He. 5.7.
Esto pasó en Getsemaní.
La respuesta a las súplicas y lágrimas de Cristo se la dio Dios en la mañana
del primer día. Su resurrección fue el
“Amén” de Dios a su triunfante
exclamación en la cruz, “Consumado es”. Dios, al levantar a Cristo de entre los
muertos, selló la obra de Este en la cruz y atestiguó por ese acto que la obra
exigida por su santidad y justicia había quedado satisfactoriamente acabada. Ya
los culpables pueden ser justamente perdonados porque la justicia eterna de
Dios fue mantenida enhiesta y satisfecha por su propio Hijo, por cuanto El pagó
la pena.
Dios, aun antes de levantar la lápida, había
demostrado que la obra estaba consumada a su satisfacción. Tal parece que Dios
no podía esperar hasta el tercer día; su mano asió el velo que ocultaba el
Santo de los santos de la vista del hombre, y lo rasgó de arriba abajo, con lo
cual demostraba que ya podía el Santísimo salir, derramando sus bendiciones
sobre el hombre, y que el hombre, comprado a tal precio, quedaba en condiciones
de presentarse ante Dios y morar con El, el Padre amantísimo. Los pecadores
salvados por la gracia pueden entrar en el lugar Santísimo por la nueva y
viviente senda abierta por Cristo con su preciosa sangre.
¿Y cómo se levantó de su sepulcro? Ya se ha
dicho antes. Se levantó con el cuerpo que había tomado en la encarnación, con
aquel cuerpo que no podía desintegrarse. Dejó la tumba en forma corporal; no
era un fantasma, sino un cuerpo tangible; todavía llevaba en las manos y en los
pies las marcas hechas por los clavos; en el costado se veía la herida
producida por la lanza. Apareció en ese cuerpo ante sus discípulos y les hizo
ver cómo tenía las manos y el costado. Y cuando en otra ocasión se asombraron,
profiriendo exclamaciones inspiradas por el miedo, les dijo: “Mirad mis manos y
mis pies, que yo mismo soy: palpad, y ved; que el espíritu ni tiene carne ni
huesos como veis que yo tengo” Le. 24.39,40. Y como la emoción no les dejaba
creer, les patentizó su estado corporal, comiendo de un pescado asado y de un
panal de miel. Mas, aunque el cuerpo era el mismo, era un cuerpo ya
glorificado. Un cuerpo idéntico a ese mismo cuerpo glorificado lo recibiremos
nosotros algún bienhadado día, en cambio del cuerpo de humillación que nos
aprisiona ahora.
Esta redención del cuerpo la esperamos
nosotros asimismo como la esperan los que reposan en el seno de Jesús.
La
Ascensión por los Cielos
En ese cuerpo dejó
la tierra y ascendió por los cielos hasta llegar al cielo propio, ¡Qué
espectáculo debía haber sido ese! ¡Qué cosas no debieron haber sucedido después
que se levantó y desapareció de la vista de los asombrados discípulos!
Contemplábanle éstos llenos de asombro conforme iba ascendiendo, su Jesús
mismo, hasta que la nube de gloria, el Shekinah, se lo llevó a los cielos,
fuera del alcance de la mirada de ellos. ¡Cuán triunfante debía haber sido su
entrada en los cielos! Tal vez el arcángel del poder acompañaba al Conquistador
del pecado, de la muerte, de la tumba, y de Satanás, puesto que el arcángel lo
acompañará algún día cuando descienda de los cielos a la tierra. “Subió Dios
con júbilo” Sal. 47.5. El volverá a nosotros con el júbilo del victorioso;
cuando retorne vendrá escoltado por un ejército de ángeles poderosos. ¿No le
escoltarían asimismo estos ángeles celestiales en su marcha hacia los cielos?
Y así que el Cristo Dios y Hombre pasaba en su ascensión por el territorio del
dominio de Satanás, el príncipe del poder en los aires, los seres malvados que
habitan con él retrocedieron, llenos de espanto y temblorosos. El Hombre
glorificado continuaba avanzando, siempre ascendiendo, subiendo más y más; nada
podía detenerle en su progreso; era que el Señor todopoderoso le alzaba hacia
sí. Pasó por el segundo cielo donde las maravillosas estrellas creadas por su
propio poder describen sus órbitas alrededor de los soles de fuego. Todavía le
escoltan ángeles, y los ejércitos angélicos le admiraban, pues fueron ellos los
mismos que presenciaron sus sufrimientos, su muerte y su resurrección. Por fin
llegaron a un lugar donde todos los ángeles se detuvieron; aun el mismo
arcángel se cubrió allí la faz exclamando: “¡Santo! ¡Santo!” Más allá, quedaba
el tercer cielo, que es donde está el trono glorioso de Dios. El Hombre
glorificado se adelantó solo, ascendió a un lugar más alto, hasta llegar a la
inmediata presencia de Dios, que es nuestro Dios, su Padre y nuestro Padre. La
divina voz de Dios le dio la bienvenida, y después sentóle a su diestra, donde
permanecerá hasta que tenga a sus enemigos por estrado de sus pies. ¡Qué
grandioso debía haber sido el retorno del Unigénito de Dios a su mansión
eternal, en aquel momento sublime en que Dios mismo, y también su Hijo,
contemplaban el ejército de pecadores redimidos que Cristo trajo consigo a la
gloria!
A El, que había muerto
en la cruz, se le colocó en el pináculo de la gloria, y allí está por encima de
los principados y señoríos, de las potestades y dominios, de todas las
jerarquías, y en la gloria permanece en su estado humano. Permitidme que lo
repita; nuestro Señor Jesucristo está en forma corporal en el cielo. Eso es la
base de todo. Si se negara su resurrección física y su presencia corporal en el
cielo altísimo, su obra presente y futura sería una imposibilidad, que nos
privaría de la tranquilidad, del regocijo y de la paz. Y, además, habría que
admitir en ese caso que su obra de expiación en la cruz carece de todo
significado.
La Negación de una
Verdad Fundamental
En estos tiempos de sectarismo se niega demasiado
a menudo la gran verdad de la presencia corporal de Cristo en el cielo.
Predican que su resurrección fue espiritual, que Él vive solamente por su
Palabra. La negación de la resurrección literal de nuestro Señor bendito y su
presencia en el cielo, se ha propagado por todo el mundo; la niegan principalmente
tres sectas erradas, y, por erradas, perniciosas.
1. UNITARIANISMO, Esta denominación,
como secta, es pequeña; más la influencia del Unitarianismo está viciando al
cristianismo. La crítica de la Biblia, la teología moderna, la religión más
liberal, que tienden a combatir la deidad esencial de nuestro bendito Señor, y
su encarnación y resurrección de entre los muertos, originan de la influencia perniciosa de esta secta. En una reunión recientemente celebrada por las
asociaciones Unitarias británicas y extranjeras, el presidente observó, que
“hombres serios y pensadores, que ocupan púlpitos que estuvieron una vez
dedicados a la propagación de doctrinas estrictamente ortodoxas, están ahora
predicando un evangelio, que, en cuanto a liberalidad y tolerancia EXCEDÍA HASTA AL MISMO UNITARIANISMO DE HACE TRES O CUATRO GENERACIONES.”
2. LA CIENCIA CRISTIANA. Esta ciencia no
es nueva, es simplemente una restauración (inspirada por Satanás) del antiguo
Gnosticismo; es una negación de los artículos de la fe que una vez y para
siempre se revelaron a los santos. Prominente en este sistema de religión
figura la negación de la resurrección física y de la presencia corporal de
nuestro Señor Jesús en la gloria. Es la obra maestra de Satanás; su
crecimiento fenomenal atrae a sus filas a aquellos de la profesión cristiana
que jamás se salvaron y que poseen un conocimiento insuficiente de la verdad de
Dios. Esta teoría engañosa no menguará, sino que continuará creciendo y se irá
haciendo cada vez más poderosa, a medida que se vaya negando el evangelio y
refutando el Verbo de Dios.
3. EL ALBA
MILENARIA. He aquí otro sistema
grande y extenso. En este sistema Satanás juega un papel aún más importante que
en la Ciencia cristiana, representando la parte del ángel de luz. Esta teoría
se ofrece en todas partes del mundo como “Alimento para los cristianos,” y
pasa bajo el nombre de “Estudiantes de la Biblia.” Se le encuentra en todas
partes. ¿Pero en qué consiste tal sistema? Pues es una amalgama de varias de
las falaces teorías respecto a la persona de Cristo, que niega, como lo niegan
el Unitarianismo y la Ciencia Cristiana, la absoluta deidad de nuestro Señor.
El “Pastor” Russell también niega en sus libros la resurrección física de
Cristo. Según este sistema de religión, el cuerpo de nuestro Señor se ha
disuelto en sus gases naturales, o bien se le conserva en alguna parte, como un
recuerdo conmemorativo; lo cual, naturalmente, significa la negación de su
presencia corporal en el cielo. Pero ¡qué disparate el decir que el cuerpo de
nuestro Señor se disolvió en sus gases naturales, siendo así que el Verbo tan
claramente declaró que no podía desintegrarse!
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