lunes, 2 de septiembre de 2019

CRISTO, LA ÚLTIMA CLAVE


La clave final de todas las Escrituras es Cristo mismo. En el camino a Emaús el Señor Jesús les dio calor a los corazones de dos de sus discípulos al mostrarles en todas las Escrituras “lo que de Él decían” (Lc. 24:27). Todo se centra en Él. Dios no tiene programas, ni planes ni propósitos para este planeta que no vayan a descansar finalmente en la persona de su amado Hijo. Él está oculto en los tipos del Antiguo Testamento. Él es el tema de cientos de profecías. Él es la gran figura central de la Biblia.


Una vez vi en una tienda de regalos una copia de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica. Había sido escrita a mano por un artista. Sin embargo, los espacios entre pala­bras eran poco usuales. Algunas de las palabras y letras estaban apretadas. Otras estaban espa­ciadas y algunas muy alejadas unas de otras. No parecía haber motivo para la forma azarosa en la que el escriba había escrito las palabras. Es decir, parecía haber poco sentido hasta que uno se alejaba un poco del documento, y entonces el propósito del artista quedaba claro. Había escrito de este modo la copia de la Constitución para que las áreas atiborradas proporcionaran zonas de sombra en el papel y las palabras espaciadas brindaran zonas de luz. El resultado era que no sólo había escrito una copia de la Constitución, sino que también había dibujado un retrato de George Washington. Era una obra muy eficaz.
Así es cómo el Espíritu Santo ha escrito la Biblia. ¿Por qué, por ejemplo, expresó la creación de todos los soles y estrellas del espacio en cuatro breves palabras - “hizo también las estrellas”- y sin embargo dedicó aproximadamente cincuenta capítulos a hablar sobre el Ta­bernáculo? La historia de unos 1.500 años está dispuesta en nueve versículos de Génesis (4:16­24), y sin embargo un tercio del libro del Génesis se dedica a la historia de José, un hombre que ni siquiera estaba en la línea mesiánica. Casi no se menciona el ascenso y la caída de grandes imperios mundiales, sin embargo, Dios se detiene con detalle y amor en las historias de hombres como Abraham, Jacob y Moisés. Las grandes figuras del mundo que llenaron las páginas de la historia son ignoradas en su mayoría o son mencionadas de pasada y sólo cuando sus carreras se conectaron con la historia de Israel. No obstante Dios dedicará capítulo tras capítulo a escribir los requisitos de las ofrendas, con cada pequeño detalle, hasta diciendo lo mismo una y otra vez. Debe haber un motivo. ¡Lo hay! Dios está escribiendo en las páginas de su Palabra un retrato de cuerpo entero de su Hijo.
Haremos bien, al interpretar las Escrituras, en mantener los ojos abiertos ante los deta­lles que hablan de Cristo. Lo vemos en Génesis como el Creador, como la simiente de la mujer, como el león de Judá. Lo vemos en la historia de la oveja de Abel, en el arca de Noé, en lo que sucedió en el monte Moriáh, en la historia de José. Lo vemos en Éxodo en el cordero pascual, en cada parte del Tabernáculo, en la nube de gloria de la Shekiná, en el maná y en la roca gol­peada. Lo vemos en Levítico, en las ofrendas y como el gran sumo sacerdote, en el ritual para purificar al leproso, en los machos cabríos del Día de la expiación, en todas las fiestas anuales. Lo vemos en Números en la vaca alazana, en la serpiente levantada sobre la asta, como la estre­lla que se elevará de Jacob (en las profecías de Balaam), en las ciudades de refugio.
En Deuteronomio Él es el profeta como Moisés. En Josué Él es el capitán de nuestra salvación. En Jueces Él es el libertador de los suyos. En Rut Él es el redentor de los parientes. En Samuel Él es el arca de la alianza y el rey rechazado, finalmente llevado al trono. En Reyes y Crónicas Él reina como Salomón en esplendor y gloria. En Esdras Él es el escriba. En Nehemías a Él se le ve en cada puerta de la ciudad. En Ester Él es el que proporciona la salvación.
Él será visto en casi todos los salmos. Él es el hombre bienaventurado del salmo 1, el Hijo en el salmo 2, el pastor en el salmo 23. Él es el Salvador sufriente del salmo 22 y salmo 69. Él es el rey de la gloria en el salmo 24. Él es el hombre perfecto del salmo 8 y el poderoso Dios del salmo 45. Casi todos los salmos tienen un significado profético sugerido, muchos de ellos completamente mesiánicos. En Proverbios Él es la encarnación de la sabiduría. En Eclesiastés, ese libro triste de sabiduría mundana, Él es el hombre sabio olvidado que salvó a la ciudad. En Cantar de los Cantares Él es el pastor que se ganó el corazón de la sulamita y que triunfa sobre toda la zalamería del mundo.
En Isaías es el Cordero llevado al matadero en el capítulo 53 y el que pisa el lagar en el capítulo 63; Él es el Mesías glorioso de un centenar de esperanzas y ansias paso a paso en el libro. En Jeremías Él es el gran sufriente y Jehová nuestra justicia. En Lamentaciones, nueva­mente es el que conoce la congoja. En Ezequiel se sienta en el trono. En Daniel Él es el Mesías a quien se le quitará la vida y la piedra cortada, no con mano humana.
En Oseas, Él es el esposo que perdona y tiene paciencia y un rey mucho más grande que David. En Joel, vierte su Espíritu sobre toda carne. En Amós está de pie sobre el altar, escudriña la casa de Israel y trae por fin una bendición milenaria. En Abdías, Él anuncia el temido Día del Señor y está de pie en el Monte Sion. En Jonás, es prefigurado en su muerte, entierro y resurrec­ción. En Miqueas, se le ve como el que va a nacer en Belén y quien traerá la bendición milena­ria a toda la humanidad; también es el gran pastor y el que perdona la iniquidad. En Nahúm, Él es el gran vengador ante quien las montañas tiemblan, pero una fortaleza y un refugio para los suyos. En Habacuc, Él es el Santo de Israel y la fuerza y la canción de su pueblo. En Sofonías trae consigo la bendición del reino. En Hageo, Él vuelve a construir el templo del Señor, agita las naciones, es el elegido del Señor. En Zacarías, Él trae el Apocalipsis, es el gran sumo sacer­dote, vierte el Espíritu del Señor sobre los hombres, es la piedra angular del rincón. Él es el gran Juez. Llega a Jerusalén montado en un pollino, es vendido por el precio de un esclavo, abre una fuente para la inmundicia en Jerusalén, es el pámpano y el rey de reyes por venir. En Malaquías su venida es anunciada por un heraldo y Él es el sol de la justicia.
En Mateo, Él es el rey de los judíos; en Marcos, Él es el siervo de Jehová; en Lucas, Él es el Hijo del Hombre; y en Juan es el Hijo de Dios. En Hechos, Él es la cabeza ascendida de la Iglesia. En Romanos, Él es nuestra justicia; en Corintios, Él es la primicia proveniente de los muertos. En Gálatas, Él es el fin de la ley y en Efesios, Él es todo con su Iglesia: fundación para la construcción, cabeza del cuerpo, novio de nuestros corazones. En Filipenses, Él está en la forma de Dios y es el que provee todas nuestras necesidades. En Colosenses, Él es el Creador, sustentador y dueño del universo, preeminente por encima de todo. En 1 de Tesalonicenses, Él regresa por su Iglesia, en 2 Tesalonicenses, viene a juzgar al mundo. En 1 Timoteo, Él es el único mediador entre Dios y el hombre; en 2 Timoteo Él es el juez de los vivos y los muertos.
En Hebreos, Él es el gran antitipo de todos los tipos: hijo, sacerdote, sacrificio, herede­ro, más grande que Aarón o Melquisedec, más grande que Moisés o Josué, más grande que los ángeles, Hijo de Dios e Hijo del Hombre. En Santiago Él es el Señor de los ejércitos y el que sana. En 1 Pedro Él es nuestra herencia y el pastor de nuestras almas; en 2 Pedro Él es el que proviene de la gloria excelente. En 1 de Juan es la Palabra encarnada; en 2 de Juan, Él es quien enriquece nuestras almas y a favor de cuyo nombre avanza el evangelio. En Judas, Él es el pre- servador, el único Señor Dios, el único Dios sabio, nuestro Salvador, glorioso en majestad. En Apocalipsis, Él es el rey que vendrá pronto, que incluso hoy día sostiene todas las cosas por la palabra de su poder, el que está a horcajadas de todos los factores y fuerzas del espacio y del tiempo y que hace que todas las cosas tomen la dirección de su voluntad soberana.
Lo encontramos en PROFECÍA. La primera profecía en la Biblia se refiere a Él y habla de sus dos venidas. La última profecía en la Biblia habla de Él y de su regreso. Los profetas hablaron de su nacimiento virginal, un descendiente de la casa real de David, de la tribu de Judá, en Belén. Hablaron de su precursor, hablaron de su vida sin pecado, de que fue traicionado por treinta piezas de plata, de su muerte por crucifixión, de su entierro en el sepulcro de un hombre rico, de su resurrección y de su nueva venida para reinar con poder y gloria.
Lo encontramos en IMÁGENES. En muchas historias del Antiguo Testamento se pre­senta su imagen en tipo y sombra. Un ejemplo es la historia del arca de Noé. Dios ofreció salva­ción, plena y libre, a todos los que tomaran la decisión y entraran en el arca por fe. Todo lo que se requería era un paso de fe. El arca iba a ser un refugio de la ira por venir. Fue el arca la que soportó el impacto y la furia de la tormenta. Los que aceptaron la salvación que Dios había pro­visto se salvaron. Ni una sola gota del agua del juicio cayó sobre ellos. El arca los llevó seguros a las orillas de otro mundo en el otro lado del juicio. Todo esto, por supuesto, describe a Cristo como dice el autor del himno:

Se oyó la terrible voz de la tempestad,
oh Cristo, cayó sobre Ti.
Tu pecho abierto fue mi protección,
enfrentó la tormenta por mí.

La pascua, las diversas ofrendas, las historias de la vida de David, de Rut, de innumera­bles otras historias del Antiguo Testamento, todas contienen esas imágenes de Él.
Lo conocemos en PERSONA. Leemos los Evangelios y rastreamos la historia de su venida, de su carácter, de su carrera, de su cruz. Lo vemos como Dios manifestado en la carne, nunca menos que Dios, pero por siempre y para siempre Hombre, como Dios tuvo intención de que fuera: un hombre habitado por Dios. Vemos sus milagros, escuchamos sus parábolas, nos maravillamos ante su bondad, nos estremecemos ante su amor. Lo vemos como Profeta, Sacer­dote y Rey.
Lo hallamos en la PARÁBOLA, en historia tras historia que Él nos contó sobre sí mis­mo. Él es el Buen Pastor en la historia de las ovejas que se descarriaron y el Rey en la parábola de las ovejas y los machos cabríos. Él es el esposo en la historia de las vírgenes prudentes e insensatas y el sembrador en la historia de la semilla que cayó en buena tierra. Él es el mercader que bus-ca perlas buenas, el hombre que encontró un tesoro oculto en su campo, el hijo enviado a negociar con los que cuidaban la viña. Él es el buen samaritano en el camino a Jericó y el rey que fue hasta una orilla distante para recibir un reino.
Lo encontramos en el MENSAJE de Pedro, Santiago y Juan, en la predicación de Juan el Bautista, en el mensaje del apóstol Pablo y en su propia predicación. Él es la verdadera Vid, la Puerta, el Camino, la Verdad y la Vida. Él es la luz del mundo, el Pan del cielo. Suyo es el único nombre bajo el cielo dado a los hombres para que podamos ser salvos. Él es la piedra que desecharon los edificadores. Él es el cordero conducido al matadero, el que intrigó tanto al eu­nuco etíope. Él es el Dios no conocido de los atenienses. Él es el Señor del cielo que se reunió con Pablo en el camino de Damasco y a quien creyó el carcelero filipense.
Lo encontramos en PODER en el Apocalipsis que del inicio al fin es la “revelación de Jesucristo” (Ap. 1:1). A Él se le ve de pie en medio de los candeleros, parándose en el foco de luz de la eternidad para recibir el rollo de los siete sellos. Él es quien cabalga por los caminos cruzados de estrellas de la eternidad en un gran caballo blanco para que el hombre se reúna con su Hacedor en Meguido. Él es el que se sienta en el Gran Trono Blanco y sostiene el Último Juicio. Él es el Cordero, el cual es toda la gloria de la tierra de Emmanuel. Él es la raíz y la des­cendencia de David, la estrella brillante y la matutina.
Mire donde sea en la biblioteca sagrada y el Espíritu Santo le apuntará hacia Jesús. Así que busque a Cristo en la Biblia. Reunirse con Él cuando recorra una de las carreteras amplias y bien abiertas de la Palabra, llegar hasta Él mientras se explora un sendero de la verdad poco recorrido, será la experiencia más gratificante de todas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario