4.
Advertencias contra la Carne Religiosa y Enseñanza en la Piedad (1 Timoteo 4)
(b) La
piedad o confianza en el Dios viviente (versículos 6-10)
(V. 6). El apóstol nos ha presentado ciertos peligros contra los cuales
el Espíritu nos advierte expresamente. Timoteo tenía que enseñar estas cosas a
los hermanos, y al hacer esto demostraría ser un buen siervo de Jesucristo,
nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina de la cual él estaba
plenamente enterado. Los espíritus engañadores, de los que el Espíritu Santo
habla, buscaban exaltar al hombre con un sentido de importancia y santidad
religiosas. El siervo verdadero busca exaltar a Cristo ministrando la verdad.
Ser un buen siervo
de Jesucristo no es suficiente para conocer la verdad, y mantener la verdad; necesitamos
nutrirnos con la verdad y, en la práctica, seguir plenamente la verdad.
Nuestras almas deben ser alimentadas si hemos de alimentar a otros. Debemos
nutrirnos, no simplemente con las palabras de los maestros, por verdaderas que
ellas sean, sino "con las palabras de la fe" que nos comunican
"la buena doctrina" del cristianismo y, si se siguen, producirán un
efecto práctico en nuestras vidas, preservándonos de los males de los últimos
tiempos.
(V.
7). Habiéndonos exhortado a seguir la verdad, el apóstol nos advierte que
rechacemos todo lo que está fuera de "las palabras de la fe". Las
imaginaciones de los hombres tenderán siempre a la profanidad y a la
insensatez, las cuales el apóstol caracteriza con desprecio como
"fábulas... de viejas". Nuestro gran 'ejercicio' debería ser que se
nos hallara caminando en la piedad. Podemos poner el servicio en primer lugar;
pero existe siempre el grave peligro de estar activos en el servicio,
descuidando la piedad personal. El buen siervo se ejercitará en la piedad para
que él pueda ser "útil para el Señor, preparado para toda buena
obra." (2 Timoteo 2:21 - LBLA). Nosotros podemos, a veces, como los santos
Corintios, estar muy activos en el servicio y jactarnos en nuestros dones y, al
igual que ellos, ser muy poco espirituales por no ejercitarnos en la piedad.
(v.
8). Para enfatizar la importancia del ejercicio espiritual en cuanto a la
piedad, el apóstol lo contrasta con el "ejercicio corporal". La
alusión es, probablemente, a los juegos públicos, como en 1 Corintios 9: 24,
25, donde, al hablar de las carreras públicas, él dice, "todo el que
compite en los juegos se abstiene de todo" (1 Corintios 9:25 - LBLA), o,
"Todo aquel que lucha, en todo ejercita el dominio propio". (1
Corintios 9:25 - RVR1977). Él continúa advirtiéndonos en ese pasaje que tal
ejercicio de dominio propio tiene solamente una ventaja pasajera; a lo más
obtiene sólo una "corona corruptible", en contraste con la
"incorruptible" que el cristiano tiene en mente. De igual modo aquí,
él dice, que el ejercicio corporal sólo es provechoso para muy pocas cosas;
pero el ejercicio espiritual de la piedad es provechoso para todo, siendo rico
en bendiciones en esta vida, así como en la venidera.
(Vv.
9, 10). El apóstol insiste acerca de la importancia de este ejercicio en cuanto
a la piedad declarando, "Palabra fiel es esta, y digna de ser recibida por
todos". Fue debido a su piedad que el apóstol pudo decir, "por esto
mismo trabajamos y sufrimos oprobio". Nosotros podemos estar preparados
para trabajar y ser prominentes ante los hombres, y de este modo trabajar y
ganar el aplauso, o trabajar para exaltar el yo. Pero si la piedad está detrás
de nuestro trabajo, significará inevitablemente trabajo y oprobio.
El
apóstol procede a demostrar que la fuente de la piedad es la confianza en Dios.
Nosotros confiamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los
hombres, especialmente de los que creen. La piedad es esa confianza individual
en Dios que toma cada circunstancia de la vida como estando relacionada con
Dios. El hombre no regenerado deja a Dios fuera de su vida; el creyente Le
reconoce en todos los detalles de la vida y recibe y usa agradecidamente cada
misericordia que Él pone a su alcance sin abusar de las misericordias. De este
modo, la piedad es el antídoto contra todas las malas influencia de los
postreros días, ya sea que el mal tome la forma de ascetismo, de celibato, de
abstinencia de alimentos (1 Timoteo 4:3), de abandono del hogar propio y de
vivir en hábitos de autoindulgencia (1 Timoteo 5: 4-6), o de dar importancia a
la ventaja mundana y al dinero (1 Timoteo 6: 3-10).
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