lunes, 2 de septiembre de 2019

EXTRACTOS

LOS ORÍGENES DEL PELIGRO EN LA IGLESIA

Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. Salmos 18:1-2

El letargo espiritual ha llevado a la iglesia evangélica al borde de la apostasía, poniendo al cristiano medio en una posición extre­madamente vulnerable y complicada. Es prácticamente imposi­ble ayudar a una persona hasta que esta llegue al punto de darse cuenta que necesita ayuda, y descubra en qué áreas de la vida la necesita. Por lo tanto, el primer paso es conocer cuáles son los peligros y, tras ello, hay que saber decididamente cómo abordar los peligros presentes.
Primero necesitamos discernimiento espiritual. Necesi­tamos a cristianos que hayan abierto sus ojos para detectar el estado traicionero al que se enfrenta hoy la Iglesia, y para mos­trar cómo escapar de él. Además de discernimiento necesitamos valor para denunciar esos peligros y llamar a la Iglesia de vuelta a su roca, que es Jesucristo.
En su época, el rey David entendió la gravedad de los peli­gros del camino. Los peligros a los que se enfrentó fueron bási­camente los mismos que nos encontramos hoy; y la manera que David los gestionó es la misma a la que debemos recurrir en nuestros tiempos. Los salmos de David son un reflejo de la vida cristiana. En los salmos encontramos todas las experien­cias de la vida: sus peligros, alegrías, tristezas, victorias, trabajos y derrotas. En ellos descubrirás la noche y el día de la vida, las sombras y la luz del sol; incluso las propias vida y muerte.
El libro de Salmos es un espejo de la vida espiritual. En el Salmo 18 encontramos unas palabras que apuntan a varios peli­gros evidentes en el caminar cristiano, peligros de los que debe­mos huir o que debemos saber cómo afrontar y superar. Dado que existen peligros reales para la vida espiritual, es necesario que el pueblo de Dios esté alerta a ellos. Todo pastor que desee ser fiel debería indicarlos a las personas a las que ministra, y señalarles una vía de escape. Si no tienes una cura, no sirve de nada examinar al paciente. No sirve de nada avisar sobre el peli­gro de un ataque si no tienes un búnker. No sirve de nada saber que se acerca tu enemigo si no sabes cómo hacerle frente.
El peligro se acerca a la vida cristiana desde tres direcciones: el mundo por el que viajamos, el dios de este mundo y nuestra carne no mortificada. Por este motivo necesitamos una roca, una fortaleza, un libertador, un escudo, una torre alta a la que huir: Dios es todas estas cosas.
A.W.Tozer, Los peligros de la fe superficial, pág., 87-88.
(Continuará.)

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