LOS ORÍGENES DEL PELIGRO EN LA IGLESIA
Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío,
y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la
fuerza de mi salvación, mi alto refugio. Salmos
18:1-2
El letargo espiritual ha llevado a la
iglesia evangélica al borde de la apostasía, poniendo al cristiano medio en una
posición extremadamente vulnerable y complicada. Es prácticamente imposible
ayudar a una persona hasta que esta llegue al punto de darse cuenta que
necesita ayuda, y descubra en qué áreas de la vida la necesita. Por lo tanto,
el primer paso es conocer cuáles son los peligros y, tras ello, hay que saber
decididamente cómo abordar los peligros presentes.
Primero necesitamos discernimiento
espiritual. Necesitamos a cristianos que hayan abierto sus ojos para detectar
el estado traicionero al que se enfrenta hoy la Iglesia, y para mostrar cómo
escapar de él. Además de discernimiento necesitamos valor para denunciar esos
peligros y llamar a la Iglesia de vuelta a su roca, que es Jesucristo.
En su época, el rey David entendió la
gravedad de los peligros del camino. Los peligros a los que se enfrentó fueron
básicamente los mismos que nos encontramos hoy; y la manera que David los
gestionó es la misma a la que debemos recurrir en nuestros tiempos. Los salmos
de David son un reflejo de la vida cristiana. En los salmos encontramos todas
las experiencias de la vida: sus peligros, alegrías, tristezas, victorias,
trabajos y derrotas. En ellos descubrirás la noche y el día de la vida, las
sombras y la luz del sol; incluso las propias vida y muerte.
El libro de Salmos es un espejo de la vida
espiritual. En el Salmo 18 encontramos unas palabras que apuntan a varios peligros
evidentes en el caminar cristiano, peligros de los que debemos huir o que
debemos saber cómo afrontar y superar. Dado que existen peligros reales para la
vida espiritual, es necesario que el pueblo de Dios esté alerta a ellos. Todo
pastor que desee ser fiel debería indicarlos a las personas a las que ministra,
y señalarles una vía de escape. Si no tienes una cura, no sirve de nada
examinar al paciente. No sirve de nada avisar sobre el peligro de un ataque si
no tienes un búnker. No sirve de nada saber que se acerca tu enemigo si no
sabes cómo hacerle frente.
El peligro se acerca a la vida cristiana
desde tres direcciones: el mundo por el que viajamos, el dios de este mundo y
nuestra carne no mortificada. Por este motivo necesitamos una roca, una
fortaleza, un libertador, un escudo, una torre alta a la que huir: Dios es
todas estas cosas.
A.W.Tozer, Los
peligros de la fe superficial, pág., 87-88.
(Continuará.)
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