Samuel el profeta
En los días en
que el pueblo de Israel era gobernado por “jueces” —gobernadores con
responsabilidades civiles y religiosas a la vez— la nación entró en una gran
decadencia espiritual, moral y económica. Cada uno hacía según les parecía bien
a sus propios ojos, y no conservaba el temor del Señor ni el respeto del
prójimo: dos cosas que siempre están en pie o caen juntos.
Los sinceros del
pueblo clamaban al Señor que les enviara un juez piadoso y santo que les guiara
de nuevo en los senderos divinos. Entre estos había Ana, mujer de Elcana. Ella
rogaba al Señor en cuanto al apuro de su pueblo, ofreciéndose como la sierva de
Dios, si en algo le sirviera a ese fin, pero no tenía hijos que pudiera dedicar
al servicio del Señor.
Con todo el
corazón de esta piadosa mujer se puso a orar a Dios, pidiéndole un hijo varón.
Fue oída, y al nacer le dio al niño el nombre de Samuel, que significa
“demandado de Dios”. ¡Cuán contenta estaba al recibir tal respuesta a sus
ruegos! En una alabanza espontánea dijo:”
Samuel, cuando
todavía niño, fue llevado al templo de Israel y consagrado al servicio de Dios,
pero los sacerdotes, hijos de Elí, eran hombres impíos, y no tenían
conocimiento del Señor. Su avaricia y vida inmoral causaban bastante escándalo
en Israel. Sin embargo, a aquellos impíos les llegó su día de castigo. ¿Cuántas
veces desde ese entonces han hecho tropezar a los sencillos los sacerdotes
impíos y sin el verdadero conocimiento del Señor? Se atreven a representar al
Señor sin conocerle de corazón por medio de su revelación divina, la Santa Biblia.
Llegó la hora en
que Dios llamara al joven Samuel. Hasta entonces él tampoco conocía al Señor.
Dormido en su lugar, oyó una voz que decía: “¡Samuel!” y respondió: “Heme
aquí”. Corriendo a Elí, el sumo sacerdote, le preguntó por qué le había
llamado. Pero Elí le mandó volver a acostar, diciendo no haberle llamado. Esto
sucedió tres veces, y ya Elí comprendió que el Señor le llamaba al niño. A la
cuarta vez Samuel, instruido por Elí, dijo: “Habla, que tu siervo oye”. El niño
Samuel llegó a conocer al Señor, no por una ceremonia religiosa, sino por la Palabra de Dios. Hoy día
es lo mismo.
Desde aquella
hora Samuel conocía y servía al Señor. Él era el último de los jueces y el
primero de los profetas de Israel, llenando el oficio de ambos en el temor de
Dios, y con sumo provecho espiritual y temporal a la nación. En su vejez
accedió al clamor de su pueblo para tener un rey como las demás naciones, y
ungió a Saúl para llenar el cargo. Cuando éste no era fiel en cumplir el
mandamiento de Dios, ungió a David para ocupar su puesto, aunque no llegó éste
al trono sino después de la muerte de Samuel.
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