viernes, 13 de diciembre de 2019

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (39)

Samuel el profeta



En los días en que el pueblo de Israel era gobernado por “jueces” —gobernadores con responsabilidades civiles y religiosas a la vez— la nación entró en una gran decadencia espiritual, moral y económica. Cada uno hacía según les parecía bien a sus propios ojos, y no conservaba el temor del Señor ni el respeto del prójimo: dos cosas que siempre están en pie o caen juntos.
Los sinceros del pueblo clamaban al Señor que les enviara un juez piadoso y santo que les guiara de nuevo en los senderos divinos. Entre estos había Ana, mujer de Elcana. Ella rogaba al Señor en cuanto al apuro de su pueblo, ofreciéndose como la sierva de Dios, si en algo le sirviera a ese fin, pero no tenía hijos que pudiera dedicar al servicio del Señor.
Con todo el corazón de esta piadosa mujer se puso a orar a Dios, pidiéndole un hijo varón. Fue oída, y al nacer le dio al niño el nombre de Samuel, que significa “demandado de Dios”. ¡Cuán contenta estaba al recibir tal respuesta a sus ruegos! En una alabanza espontánea dijo:”
Samuel, cuando todavía niño, fue llevado al templo de Israel y consagrado al servicio de Dios, pero los sacerdotes, hijos de Elí, eran hombres impíos, y no tenían conocimiento del Señor. Su avaricia y vida inmoral causaban bastante escándalo en Israel. Sin embargo, a aquellos impíos les llegó su día de castigo. ¿Cuántas veces desde ese entonces han hecho tropezar a los sencillos los sacerdotes impíos y sin el verdadero conocimiento del Señor? Se atreven a representar al Señor sin conocerle de corazón por medio de su revelación divina, la Santa Biblia.
Llegó la hora en que Dios llamara al joven Samuel. Hasta entonces él tampoco conocía al Señor. Dormido en su lugar, oyó una voz que decía: “¡Samuel!” y respondió: “Heme aquí”. Corriendo a Elí, el sumo sacerdote, le preguntó por qué le había llamado. Pero Elí le mandó volver a acostar, diciendo no haberle llamado. Esto sucedió tres veces, y ya Elí comprendió que el Señor le llamaba al niño. A la cuarta vez Samuel, instruido por Elí, dijo: “Habla, que tu siervo oye”. El niño Samuel llegó a conocer al Señor, no por una ceremonia religiosa, sino por la Palabra de Dios. Hoy día es lo mismo.
Si usted desea conocer al Señor y entrar en viva comunión con él, consiga una Biblia como primer paso. Lea primeramente los cuatro Evangelios de Jesucristo, por quien Dios se manifiesta a los hombres, y llegará a ver que su sangre fue derramada para pagar nuestra deuda a Dios y traernos una perfecta redención. Si desecha la justicia propia, la confianza en sus buenas obras y las ceremonias religiosas que le hayan hecho algunos, y acepta para sí personalmente la obra redentora de Cristo en el Calvario, tendrá la salvación. Dice el apóstol Pablo en Romanos 4.4: “Al que obra no se le cuenta el salario por gracia, sino por deuda. Mas al que no obra, pero cree en Aquel que justifica al impío, la fe le es contada por justicia”.
Desde aquella hora Samuel conocía y servía al Señor. Él era el último de los jueces y el primero de los profetas de Israel, llenando el oficio de ambos en el temor de Dios, y con sumo provecho espiritual y temporal a la nación. En su vejez accedió al clamor de su pueblo para tener un rey como las demás naciones, y ungió a Saúl para llenar el cargo. Cuando éste no era fiel en cumplir el mandamiento de Dios, ungió a David para ocupar su puesto, aunque no llegó éste al trono sino después de la muerte de Samuel.

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