viernes, 13 de diciembre de 2019

TRES PELIGROS


(Léase Deuteronomio 13)
“Vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a… vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma. En pos de Jehová vuestro Dios anda­réis; a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él seguiréis”. Deuteronomio 13:3-4

Al leer este capítulo, podríamos preguntarnos si verdadera­mente concierne a los hijos de Dios que viven en la época de la gracia. Pero la afirmación del apóstol Pablo en 1 Timo­teo 3:16-17, nos saca de toda duda: “Toda escritura es ins­pirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. Intentaremos, con la ayuda del Espíritu de Dios, sacar de este capítulo una enseñanza para el tiempo actual.
En este capítulo 13 de Deuteronomio, Moisés nos presen­ta tres peligros a los cuales los hijos de Israel iban a estar expuestos. El primero ocupa los versículos 1 al 5, el segundo va del 6 al 11 y el tercero del 12 al 18. Cada uno de ellos se considerará por separado. En resumen, estos tres peligros se encuentran en:
1.   Una señal o milagro (v. 1);
2.   Las relaciones de familia o amistad (v. 6);
3.   El rechazo de la solidaridad entre las ciudades de Israel (v. 12-18).
Primer peligro: La señal o el milagro
La Palabra de Dios emplea tres términos, reunidos en Hechos 2:22 y en otros pasajes, los que vamos a definir brevemente:
Señal: Atestación, prueba visible de algo que no se ve. La señal puede ser natural o sobrenatural. Génesis 9:13, menciona una señal natural y 2 Reyes 20:8-11, una señal sobrenatural. Por su parte, el prodigio es una señal sola­mente sobrenatural o milagrosa (véase Éxodo 11:10; Nehemías 9:10).
Milagro: Hecho extraordinario porque no obedece a las leyes de la naturaleza, por ejemplo, vea 2 Reyes 6:5-7.
En Deuteronomio 13 hay instrucciones para cuando un profeta se levantaba en Israel, y anunciaba un mensaje que iba destinado a desviar a sus oyentes del camino del Señor. Como prueba del valor de su mensaje daba una señal o un milagro, y cosa extraordinaria, lo que había anunciado se producía. El israelita no precavido habría estado tentado a escuchar a tal hombre e ir en pos de dio­ses ajenos. Pero en el versículo 3 se le da una solemne advertencia: “No darás oído a las palabras de tal profeta, ni a tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis... a vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma”. Por lo tan­to el israelita debía rechazar a tal hombre; de lo contrario, era culpable.
En nuestros días, ¿no deseamos también, muchas veces con intenciones loables, que se produzcan manifestacio­nes externas de potencia? Sin embargo, la Palabra de Dios nos dice: “Tienes poca fuerza” (Apocalipsis 3:8). Cier­tos queridos hijos de Dios han sido arrastrados fuera del camino de la obediencia porque han constatado una demostración de poder. Es verdad que Dios puede hacer milagros; y muy a menudo los hace, incluso sin que nos demos cuenta de ello; pero no debemos buscarlos noso­tros ni mucho menos exigírselos (1 Corintios 1:22; Mateo 12:38-42). La certidumbre de la fe no reposa, loado sea el Señor, en los milagros. ¡Cuán preciosa es la palabra que Jesús dirigió a Tomás: “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29).
Segundo peligro: Las relaciones de familia o amistad
A menudo nos es difícil resistir la influencia de un pariente o de un amigo íntimo. No obstante, la Palabra de Dios nos enseña que la obediencia a Dios debe prevalecer a los afectos naturales, aunque estos, por supuesto, no pueden ser suprimidos. Los hijos de Leví fueron bendecidos por­que colocaron la gloria de Dios por encima de sus legíti­mos sentimientos (Éxodo 32:26-29; Deuteronomio 33:9-11).
¡Qué terrible reproche hizo Dios al piadoso anciano Eli!: “Has honrado a tus hijos más que a mí” (1 Samuel 2:29). Y más tarde el mismo Señor se expresó en estos términos: “El que ama padre o madre más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37).
Tercer peligro: Rechazo de la solidaridad
En los versículos 12 a 14 leemos: “Si oyeres que se dice de alguna de tus ciudades que Jehová tu Dios te da para vivir en ellas, que han salido de en medio de ti hombres impíos que han instigado a los moradores de su ciudad, diciendo: Vamos y sirvamos a dioses ajenos, que vosotros no conocisteis; tú inquirirás, y buscarás y preguntarás con diligencia...”. El israelita, al saber que los habitantes de una ciudad que no era la suya se habían rebelado contra Dios, podría haber pensado: Este no es asunto mío. Sin embargo, su obligación era la de informarse con certeza y no fiarse ni de los chismosos ni de los malvados. Ocurre lo mismo en una asamblea o congregación. Existe una soli­daridad que nos llama a interesarnos los unos por los otros con amor, y en caso que sea preciso, también a repren­dernos con amor. El «cada uno por sí» no es según Dios cuando se trata de las relaciones entre personas que desean andar en comunión con el Señor. Más bien, debe­mos prestar cuidadosa atención a la exhortación de Deuteronomio 13:14: “Tú inquirirás, y buscarás y preguntarás con diligencia; y si pareciere verdad, cosa cierta, que tal abominación se hizo en medio de ti...”.
      Que el Señor nos permita reflexionar en estas tres precio­sas enseñanzas que Moisés dirigió al pueblo cuando se encontraba a punto de entrar en la tierra prometida de Canaán.  
Que de Ti nada pueda apartarme
Y si de nuevo, Señor Jesús,
En mi flaqueza, vuelvo a desviarme,
Haz que muy pronto torne a tu luz.

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