(Léase Deuteronomio 13)
“Vuestro
Dios os está probando, para saber si amáis a… vuestro Dios con todo vuestro
corazón, y con toda vuestra alma. En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a él
temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a
él seguiréis”. Deuteronomio 13:3-4
Al leer este capítulo, podríamos preguntarnos si
verdaderamente concierne a los hijos de Dios que viven en la época de la
gracia. Pero la afirmación del apóstol Pablo en 1 Timoteo 3:16-17, nos saca de
toda duda: “Toda escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de
Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. Intentaremos,
con la ayuda del Espíritu de Dios, sacar de este capítulo una enseñanza para el
tiempo actual.
En este capítulo 13 de Deuteronomio, Moisés nos presenta
tres peligros a los cuales los hijos de Israel iban a estar expuestos. El
primero ocupa los versículos 1 al 5, el segundo va del 6 al 11 y el tercero del
12 al 18. Cada uno de ellos se considerará por separado. En resumen, estos tres
peligros se encuentran en:
1.
Una señal o milagro (v. 1);
2.
Las relaciones de familia o amistad (v. 6);
3.
El rechazo de la solidaridad entre las ciudades de
Israel (v. 12-18).
Primer peligro: La señal o el milagro
La Palabra de Dios emplea tres términos, reunidos en
Hechos 2:22 y en otros pasajes, los que vamos a definir brevemente:
Señal: Atestación,
prueba visible de algo que no se ve. La señal puede ser natural o sobrenatural.
Génesis 9:13, menciona una señal natural y 2 Reyes 20:8-11, una señal
sobrenatural. Por su parte, el prodigio
es una señal solamente sobrenatural o milagrosa (véase Éxodo
11:10; Nehemías 9:10).
Milagro: Hecho
extraordinario porque no obedece a las leyes de la naturaleza, por ejemplo, vea
2 Reyes 6:5-7.
En Deuteronomio 13 hay instrucciones para cuando un
profeta se levantaba en Israel, y anunciaba un mensaje que iba destinado a
desviar a sus oyentes del camino del Señor. Como prueba del valor de su mensaje
daba una señal o un milagro, y cosa extraordinaria, lo que había anunciado se
producía. El israelita no precavido habría estado tentado a escuchar a tal
hombre e ir en pos de dioses ajenos. Pero en el versículo 3 se le da una
solemne advertencia: “No darás oído a las palabras de tal profeta, ni a tal soñador
de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis...
a vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma”. Por lo tanto
el israelita debía rechazar a tal hombre; de lo contrario, era culpable.
En nuestros días, ¿no deseamos también, muchas veces
con intenciones loables, que se produzcan manifestaciones externas de
potencia? Sin embargo, la Palabra de Dios nos dice: “Tienes poca fuerza”
(Apocalipsis 3:8). Ciertos queridos hijos de Dios han sido arrastrados fuera
del camino de la obediencia porque han constatado una demostración de poder. Es
verdad que Dios puede hacer milagros; y muy a menudo los hace, incluso sin que
nos demos cuenta de ello; pero no debemos buscarlos nosotros ni mucho menos
exigírselos (1 Corintios 1:22; Mateo 12:38-42). La certidumbre de la fe no
reposa, loado sea el Señor, en los milagros. ¡Cuán preciosa es la palabra que
Jesús dirigió a Tomás: “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan
20:29).
Segundo peligro: Las relaciones de familia o amistad
A menudo nos es difícil resistir la influencia de un pariente o de un amigo
íntimo. No obstante, la Palabra de Dios nos enseña que la obediencia a Dios
debe prevalecer a los afectos naturales, aunque estos, por supuesto, no pueden
ser suprimidos. Los hijos de Leví fueron bendecidos porque colocaron la gloria
de Dios por encima de sus legítimos sentimientos (Éxodo 32:26-29; Deuteronomio
33:9-11).
¡Qué terrible reproche hizo Dios al piadoso anciano
Eli!: “Has honrado a tus hijos más que a mí” (1 Samuel 2:29). Y más tarde el
mismo Señor se expresó en estos términos: “El que ama padre o madre más que a
mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37).
Tercer peligro: Rechazo de la solidaridad
En los versículos 12 a 14 leemos: “Si oyeres que se dice de alguna de tus
ciudades que Jehová tu Dios te da para vivir en ellas, que han salido de en
medio de ti hombres impíos que han instigado a los moradores de su ciudad,
diciendo: Vamos y sirvamos a dioses ajenos, que vosotros no conocisteis; tú
inquirirás, y buscarás y preguntarás con diligencia...”. El israelita, al saber
que los habitantes de una ciudad que no era la suya se habían rebelado contra
Dios, podría haber pensado: Este no es asunto mío. Sin embargo, su obligación
era la de informarse con certeza y no fiarse ni de los chismosos ni de los
malvados. Ocurre lo mismo en una asamblea o congregación. Existe una solidaridad
que nos llama a interesarnos los unos por los otros con amor, y en caso que sea
preciso, también a reprendernos con amor. El «cada uno por sí» no es según
Dios cuando se trata de las relaciones entre personas que desean andar en
comunión con el Señor. Más bien, debemos prestar cuidadosa atención a la
exhortación de Deuteronomio 13:14: “Tú inquirirás, y buscarás y preguntarás con
diligencia; y si pareciere verdad, cosa cierta, que tal abominación se hizo en
medio de ti...”.
Que el Señor nos permita reflexionar en
estas tres preciosas enseñanzas que Moisés dirigió al pueblo cuando se
encontraba a punto de entrar en la tierra prometida de Canaán.
Que de Ti nada pueda apartarme
Y si de nuevo, Señor Jesús,
En mi flaqueza, vuelvo a desviarme,
Haz que muy pronto torne a tu luz.
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