La Hipocresía
La etiqueta nunca ha sido halagadora. El Señor reservó sus palabras más fuertes para los hipócritas. Ellos eran farsantes, con una máscara para ocultar su verdadera identidad. Su apariencia súper santa no era un verdadero reflejo de sus corazones.
¿Sería posible que tal título se pueda referir a
verdaderos creyentes? Uno pensaría que es un tema para los escribas y fariseos,
para los enemigos de Cristo y su Evangelio, y para los falsos creyentes y
herejes. Pero, ¿creyentes genuinos? ¿Hipócritas? ¿De veras?
Aquí hay una realidad difícil, pero bíblica: la
simiente de la hipocresía yace en el corazón de todo creyente genuino. ¿No lo
cree? Lea con cuidado Gálatas 2. Es la historia del fingimiento de Pedro que
llevó a la hipocresía de muchos verdaderos creyentes, incluyendo a Bernabé. Sí,
escuchó bien. Pedro, el apóstol, el varón que se puso de pie y predicó a miles
en el Día de Pentecostés se vio envuelto en la hipocresía.
Si Pedro, Bernabé y muchos creyentes judíos en
Antioquía podían portarse de esta manera, parece obvio que el peligro aún se
nos puede
presentar a nosotros también. Los asuntos de hoy día pueden ser diferentes,
pero fingir sigue siendo algo real.
No era la primera vez que Pedro se ponía una máscara.
En las sombras de la cruz él ocultó su verdadera identidad y negó cualquier
vínculo con el Señor. En aquel incidente, y en los eventos de Gálatas 2, el
motivo de la hipocresía era el mismo —el temor del hombre mezclado con la falta
de devoción a la verdad, y la dependencia de Cristo.
Cuando Pedro visita Antioquía, ya ha estado de acuerdo
en que tanto judíos como gentiles tienen que acercarse a Dios sobre el mismo
fundamento de fe en Cristo únicamente. Ha establecido que los judíos y los
gentiles tienen la misma posición en Cristo, y que nada se debería añadir (Gá
2.6).
Luego llegan algunos hombres a Antioquía con buena
posición social e influencia. Estos hombres creían enfáticamente que había
varios niveles en el cristianismo. Argumentaron que las tradiciones judaicas
agregaban valor, en alguna forma, al cristianismo. Estaban orgullosos de su
herencia judía, y la querían preservar, aun en el contexto de la comunidad
cristiana.
En el momento en que entraron por la puerta, el
comportamiento de Pedro cambió. “Se retraía y se apartaba” (2.12) de los
creyentes gentiles de “menor clase”. ¿Por qué? Quería impresionar a los del
“partido de la circuncisión”, y tenía mucho miedo de ser excluido y rechazado
por los que él veía como respetables. El temor del hombre lo había atrapado y
no estaba dispuesto a pagar el precio de la verdad.
Algunos podrían considerar que la reacción de Pablo
fue algo extrema. ¿Realmente valió la pena? Esto podía haber dividido
severamente a los cristianos. La respuesta enérgica y pública a la hipocresía
de Pedro hace que nos preguntemos: ¿De veras es la hipocresía un asunto tan
serio? Pablo explica lo serio que era el asunto. Él vio que “no andaban
rectamente conforme a la verdad del evangelio” (2.14). Su preocupación no
estaba enfocada en la hipocresía, sino en las consecuencias de ella. ¡Estaban
distorsionando el Evangelio! Esta era su preocupación en la carta a los
creyentes gálatas. Él contó esta historia para mostrar la manera tan sutil en que la
hipocresía puede llevar a “un evangelio diferente”.
Cuando nos encontramos consumidos
por todos los asuntos pequeños en los cuales los cristianos se enfocan, tenemos
que preguntarnos algo básico. ¿Cómo afecta la consecuencia de este asunto la verdad del
Evangelio? Cuando intentamos dar la impresión de que somos cristianos de “mejor
calidad” debido a nuestra conducta o tradiciones, no estamos solamente
poniéndonos una máscara. Podríamos estar cayendo en el peligro de distorsionar
el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
En la respuesta pública de Pablo a Pedro, que sigue
hasta el final del capítulo 2, queda absolutamente claro que nuestra manera
para acercarnos a Dios es por medio de Jesucristo, y nada más. Llegamos a Dios
por medio de Cristo, ¡y punto! Somos aceptos delante de Dios solo en Cristo.
Cualquier cosa que se agregue distorsiona y niega el Evangelio. La seriedad de
eso es evidente en Gálatas 1.6-9. Nuestras acciones y estilos de vida tienen
tanto peso como nuestras palabras.
El llamado de Dios en nuestras vidas es a vivir y
comunicar el Evangelio sin hipocresía. Aunque Pedro nos enseña lo que debemos
evitar, Pablo nos da un ejemplo a seguir. Hay tres factores que definen las
acciones de Pablo. El primero lo deja en claro en el capítulo 1, donde explica
que su aspiración no era buscar la aprobación de los hombres, sino la de Dios.
Servía a Cristo. Por lo tanto, lo que los hombres pensaban o decían no tenía
ningún efecto sobre él.
En segundo lugar, su amor y reverencia hacia la verdad
definían todo lo que hacía y decía. Él vivía una vida centrada en el Evangelio. Sus acciones
fueron definidas por la “gracia de Dios” (2.21), y él no iba a invalidar esa
gracia al vivir una vida basada en el comportamiento. Su interés era que su
vida reflejara una verdad más grande que él.
Estos dos factores no son suficientes. ¿De dónde viene
la fuerza para vivir así? Después de señalar el daño causado por la hipocresía
de Pedro, Pablo señala el verdadero poder que hay detrás de una vida enfocada
en el Evangelio (2.19-20). Aunque la vida basada en el comportamiento depende
de la fuerza humana para lograr cierta posición y recompensa, una vida centrada
en el Evangelio niega cualquier logro o poder humano. Su único poder se
encuentra en “el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.
No logramos la aprobación de Dios por nuestra buena
conducta. Se logra
por el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo. Sin Él no tenemos nada, y no
podemos hacer nada. Con Él, se nos ha dado todas las cosas, y en
una vida vivida “en la fe del Hijo de Dios” Él recibe toda la gloria.
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