domingo, 21 de marzo de 2021

La Trampa de las Transgresiones Toleradas (3)

La Hipocresía 


La etiqueta nunca ha sido halagadora. El Señor reservó sus palabras más fuertes para los hipócritas. Ellos eran farsantes, con una máscara para ocultar su verdadera identidad. Su apariencia súper santa no era un verdadero reflejo de sus corazones.

            ¿Sería posible que tal título se pueda referir a verdaderos creyentes? Uno pensaría que es un tema para los escribas y fariseos, para los enemigos de Cristo y su Evangelio, y para los falsos creyentes y herejes. Pero, ¿creyentes genuinos? ¿Hipócritas? ¿De veras?

            Aquí hay una realidad difícil, pero bíblica: la simiente de la hipocresía yace en el corazón de todo creyente genuino. ¿No lo cree? Lea con cuidado Gálatas 2. Es la historia del fingimiento de Pedro que llevó a la hipocresía de muchos verdaderos creyentes, incluyendo a Bernabé. Sí, escuchó bien. Pedro, el apóstol, el varón que se puso de pie y predicó a miles en el Día de Pentecostés se vio envuelto en la hipocresía.

            Si Pedro, Bernabé y muchos creyentes judíos en Antioquía podían portarse de esta manera, parece obvio que el peligro aún se nos puede presentar a nosotros también. Los asuntos de hoy día pueden ser diferentes, pero fingir sigue siendo algo real.

            No era la primera vez que Pedro se ponía una máscara. En las sombras de la cruz él ocultó su verdadera identidad y negó cualquier vínculo con el Señor. En aquel incidente, y en los eventos de Gálatas 2, el motivo de la hipocresía era el mismo —el temor del hombre mezclado con la falta de devoción a la verdad, y la dependencia de Cristo.

            Cuando Pedro visita Antioquía, ya ha estado de acuerdo en que tanto judíos como gentiles tienen que acercarse a Dios sobre el mismo funda­mento de fe en Cristo únicamente. Ha establecido que los judíos y los gentiles tienen la misma posición en Cristo, y que nada se debería añadir (Gá 2.6).

            Luego llegan algunos hombres a Antioquía con buena posición social e influencia. Estos hombres creían enfáticamente que había varios niveles en el cristianismo. Argumentaron que las tradiciones judaicas agregaban valor, en alguna forma, al cristianismo. Estaban orgullosos de su herencia judía, y la querían preservar, aun en el contexto de la comunidad cristiana.

            En el momento en que entraron por la puerta, el comportamiento de Pedro cambió. “Se retraía y se apartaba” (2.12) de los creyentes gentiles de “menor clase”. ¿Por qué? Quería impresionar a los del “partido de la circuncisión”, y tenía mucho miedo de ser excluido y rechazado por los que él veía como respetables. El temor del hombre lo había atrapado y no estaba dispuesto a pagar el precio de la verdad.

            Algunos podrían considerar que la reacción de Pablo fue algo extrema. ¿Realmente valió la pena? Esto podía haber dividido severamente a los cristianos. La respuesta enérgica y pública a la hipocresía de Pedro hace que nos preguntemos: ¿De veras es la hipocresía un asunto tan serio? Pablo explica lo serio que era el asunto. Él vio que “no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio” (2.14). Su preocupación no estaba enfocada en la hipocresía, sino en las consecuencias de ella. ¡Estaban distorsionando el Evangelio! Esta era su preocupación en la carta a los creyentes gálatas. Él contó esta historia para mostrar la manera tan sutil en que la hipocresía puede llevar a “un evangelio diferente”.

            Cuando nos encontramos consumidos por todos los asuntos pequeños en los cuales los cristianos se enfocan, tenemos que preguntarnos algo básico. ¿Cómo afecta la consecuencia de este asunto la verdad del Evangelio? Cuando intentamos dar la impresión de que somos cristianos de “mejor calidad” debido a nuestra conducta o tradiciones, no estamos solamente poniéndonos una máscara. Podríamos estar cayendo en el peligro de distorsionar el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.

            En la respuesta pública de Pablo a Pedro, que sigue hasta el final del capítulo 2, queda absolutamente claro que nuestra manera para acercarnos a Dios es por medio de Jesucristo, y nada más. Llegamos a Dios por medio de Cristo, ¡y punto! Somos aceptos delante de Dios solo en Cristo. Cualquier cosa que se agregue distorsiona y niega el Evangelio. La seriedad de eso es evidente en Gálatas 1.6-9. Nuestras acciones y estilos de vida tienen tanto peso como nuestras palabras.

            El llamado de Dios en nuestras vidas es a vivir y comunicar el Evangelio sin hipocresía. Aunque Pedro nos enseña lo que debemos evitar, Pablo nos da un ejemplo a seguir. Hay tres factores que definen las acciones de Pablo. El primero lo deja en claro en el capítulo 1, donde explica que su aspiración no era buscar la aprobación de los hombres, sino la de Dios. Servía a Cristo. Por lo tanto, lo que los hombres pensaban o decían no tenía ningún efecto sobre él.

            En segundo lugar, su amor y reverencia hacia la verdad definían todo lo que hacía y decía. Él vivía una vida centrada en el Evangelio. Sus acciones fueron definidas por la “gracia de Dios” (2.21), y él no iba a invalidar esa gracia al vivir una vida basada en el comportamiento. Su interés era que su vida reflejara una verdad más grande que él.

            Estos dos factores no son suficientes. ¿De dónde viene la fuerza para vivir así? Después de señalar el daño causado por la hipocresía de Pedro, Pablo señala el verdadero poder que hay detrás de una vida enfocada en el Evangelio (2.19-20). Aunque la vida basada en el comportamiento depende de la fuerza humana para lograr cierta posición y recompensa, una vida centrada en el Evangelio niega cualquier logro o poder humano. Su único poder se encuentra en “el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

            No logramos la aprobación de Dios por nuestra buena conducta. Se logra por el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo. Sin Él no tenemos nada, y no podemos hacer nada. Con Él, se nos ha dado todas las cosas, y en una vida vivida “en la fe del Hijo de Dios” Él recibe toda la gloria.

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